Lo
era un león bastante tímido, a diferencia de su madre, su padre,
sus hermanos y sus hermanas, que eran bastante más atrevidos. A
veces se sentía triste porque no tenía amigos.
-Mamá
-dijo un día, ¿por qué no juega nadie conmigo?
-Como eres un león,
les das miedo -contestó mamá.
Hacía
un día precioso y Leo estaba seguro de que haría un nuevo amigo. Se
acercó a unos árboles, donde estaba jugando un grupo de monitos.
Cuando los monos vieron a Leo se subieron corriendo a las copas de
los árboles más altos.
-¡Hola!
-gritó Leo. No hubo respuesta.
-¡Hola! -repitió. ¿Queréis bajar
y jugar conmigo?
Se
hizo el silencio y uno de los monos le lanzó una sonora pedorreta.
-Vete
-dijo de malas maneras. No nos gustan los leones. Tenéis los dientes
demasiado grandes -añadió, y soltó una ruidosa carcajada.
Leo
siguió caminando hasta que llegó a una profunda charca donde se
estaban bañando una hipopótamo y su cría. Leo se los quedó
mirando mientras jugaban en el agua.
-¡Hola!
-gritó Leo. ¿Puedo meterme en el agua con vosotros? Me gustaría
jugar -dijo.
-¡A
mí también! -dijo el hipopótamo pequeño.
-No
-dijo la mamá. Tú no juegas con leones.
Perplejo,
Leo siguió caminando hasta que se encontró a un avestruz con la
cabeza metida debajo de la arena.
-¿Qué
haces? -preguntó Leo, sorprendido.
-Me
escondo de ti -dijo el avestruz.
-¡Pero
si sigo viéndote! -respondió Leo.
-Pero
yo no te veo a ti -contestó el avestruz.
-Anda,
ven. Juega conmigo en vez de esconderte -dijo Leo.
-¡Jamás!
-dijo el avestruz. Yo no juego con leones, porque rugen.
Leo
siguió andando. Vio una serpiente que estaba tomando el sol sobre
una piedra y la tocó suavemente con la pata.
-Juega
conmigo -le dijo.
-¡Ay!
-se quejó la serpiente. ¡Qué garras tan afiladas!
«Me
tendré que acostumbrar a jugar solo», pensó Leo.
-¡Hola!
-dijo de repente una vocecita.
Leo
vio un par de ojos observándolo tras un árbol.
-No
vas a querer jugar conmigo -dijo Leo enfurruñado. ¡Tengo unas
garras afiladas, y unos dientes enormes, y encima rujo!
-Yo
también -dijo la voz.
-¿Quién
eres? -preguntó Leo con interés.
-¡Un león, por supuesto!
Y
de repente apareció en el claro otro leoncito.
-Yo
también soy un león -dijo Leo sonriendo. ¿Meriendas conmigo?
-¡Sí!
-dijo el otro león. Y pasaron la tarde merendando y jugando.
-¡Me
gusta ser un león! -dijo Leo feliz. ¡Por fin tengo un amigo!
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anonimo cuento - 061
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