La
granja Paraíso no era sólo un hospital. Había muchos animales que
vivían allí permanentemente. Uno de ellos era la gata Tita. Cuando
llegó a la granja Paraíso no era más que un cachorro y de eso
hacía ya mucho tiempo. Sara y José le habían cogido cariño y
enseguida pasó a formar parte de la familia. Lo que más le gustaba
a Tita era acurrucarse tranquilamente al sol en una esquina del
establo. Pero había algo que estropeaba la paz y tranquilidad de
Tita: el gallo Charly.
-Pobre
Tita, no soporta a Charly -dijo Sara un día.
-Bueno,
es que es un escandaloso y tiene muy mala idea -dijo José.
Charly
andaba por la entrada, vigilando a Tita con el rabillo del ojo.
-iQuiquiriquí!-cacareó
a pleno pulmón.
Tita
saltó de los brazos de Sara y echó a correr hacia el gallo.
-¡No,
Tita, no! -gritó Sara.
Pero
Tita ya había saltado sobre el descarado gallo, que se puso a salvo
en el gallinero gritando y cacareando. No era la primera vez, ni
mucho menos, que Tita y Charly jugaban a este juego.
-¡Se
te ha vuelto a escapar! -dijo José, riéndose.
Tita,
muy enfadada, salió del establo en busca de un poco de paz y
tranquilidad.
Pasaron
unos días y Tita no estaba de humor para las bromas de Charly, pues
le dolía el oído y cada vez que el gallo gritaba se sentía peor.
Así que se acurrucó en su lugar favorito e intentó dormir.
-¡Quiquiriquí!
-gritó Charly, de pronto, con todas sus fuerzas.
Tita
pegó un chillido y salió corriendo por el patio. Charly pensó que
había sabido asustar a Tita muy bien y volvió a gritar a pleno
pulmón.
-¡Mira
a Tita! -dijo José a Sara. Algo la ha debido de asustar.
Entonces
vieron a Charly, que parecía muy satisfecho, y no les cupo la menor
duda de que había vuelto a gastar una broma a Tita.
-¡Vamos,
José! -dijo Sara. Tenemos que encontrar a Tita.
Y
fueron al establo de las vacas.
-¡Mira!
-dijo José. ¡Allí!
En
aquel momento, Tita trepó por la pared y se subió de un salto al
tejado del establo.
-¡Oh,
no! -dijo Sara. Ahora ya no la vamos a poder coger.
Finalmente,
Tita paró de correr. Ese estúpido gallo la había asustado de
verdad. Tita miró a su alrededor. El suelo se veía muy, muy abajo.
Dio
un par de pasos con cautela, pero de pronto se mareó y empezó a
caer. Tita aterrizó con un batacazo. Se había escurrido del tejado
y estaba atrapada entre el establo de las vacas y la pared.
-¡Miau!
-gritó.
José
y Sara fueron corriendo a buscar a su padre. Necesitaban su ayuda
para rescatar a Tita.
-¡Papá,
corre! -gritaron. Tita está en peligro. ¡Se ha caído del tejado!
José
fue a buscar la jaula para gatos
y
papá llevó un palo especial con un lazo en la punta.
-Eso
no le hará daño, ¿verdad, papá? -preguntó Sara, preocupada.
-No,
es sólo que no le va a hacer mucha gracia -dijo papá. Pero es la
forma más segura de sacarla de ahí.
-Papá
metió el brazo en la abertura. Estad atentos -bromeó, ¡no vaya a
ser que yo también me quede atrapado!
-Tranquilo
-dijo José. Nosotros te rescataríamos.
Al
tercer intento, papá consiguió pasar el lazo alrededor de la cabeza
de Tita, atraerla hacia él tirando suavemente
y
meterla en la jaula para gatos.
-Vamos
a la consulta -dijo.
Tita
se sentó en la mesa de reconocimiento mientras papá la miraba con
cuidado por todas partes.
-Por
suerte, no tiene ningún hueso roto -dijo.
José
y Sara suspiraron con alivio. Luego papá inspeccionó las orejas de
Tito con un instrumento especial.
-Pero
tiene una infección de oído, por eso debe de haberse mareado. Le
voy a dar unas pastillas y que no salga de casa en una temporada.
-Se
acabó lo de jugar con Charly -le dijo luego Sara, dándole un gran
abrazo.
Tita
se acomodó en un confortable sillón y se quedó dormida enseguida.
No se dio cuenta de que Charly la observaba desde la ventana.
Contento de ver que Tita estaba perfectamente, Charly volvió al
gallinero y cacareó muy bajito... Le iba a costar guardar silencio,
pero sólo sería hasta que Tita volviera a ser la de siempre.
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anonimo cuento - 061
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