Un
soleado día de verano, los papás de Jorge y de Juan les dijeron que
preparasen sus cosas porque iban a ir a la playa.
-¡Yupiii!
-dijo Jorge. ¿Podemos llevar nuestros ositos?
-Sí,
siempre y cuando esta vez no los perdáis de vista -dijo papá. No
queremos pasar la tarde buscándolos por todos los sitios si se
pierden otra vez.
Jorge
y Juan llevaban sus ositos a todas partes, pero los perdían
continuamente y luego no había quien los encontrase. La verdad es
que, cuando ellos no miraban, los traviesos ositos se escapaban
corriendo en busca de emociones y aventuras.
Ese
día volvió a pasar lo mismo. La familia llegó a la playa y se puso
a sacar sus cosas. Papá se sentó a leer el periódico y mamá sacó
su libro. Jorge y Juan se pusieron enseguida a hacer castillos de
arena. Cuando los ositos traviesos se dieron cuenta de que nadie los
estaba mirando, dieron un salto y, riéndose, echaron a correr por la
playa.
-Vamos
a explorar -dijo Billy, que era el mayor de los dos. Allí veo una
cueva.
-Y
señaló un oscuro agujero entre las rocas que había junto al agua.
-Está
un poco oscuro y me da miedo -dijo Bella.
-No
seas tonta -respondió Billy. Eres una osa, ¿no? Siempre he creído
que a los osos les gustaban las cuevas oscuras.
Los
ositos treparon por las rocas y entraron en la cueva. Era muy
profunda y estaba muy oscura. En aquel preciso momento, Bella
descubrió en el suelo algo reluciente. Se agachó a recogerlo y se
lo enseñó a Billy.
-¡Oro!
-exclamó Billy muy emocionado, cogiendo la monedita que había
encontrado Bella. ¡Debe de ser la cueva de unos contrabandistas! A
lo mejor, todavía están por aquí. ¡Vamos a echar un vistazo!
-No
-dijo Bella. Quizás son peligrosos. Vamos a volver.
Y,
dándose la vuelta, echó a correr hacia la salida. Pero cuando llegó
vio aterrorizada que, mientras exploraban, la marea había subido y
había separado las rocas de la playa.
-¡Billy!
-gritó. ¡Ven rápidamente, estamos atrapados!
Entre
tanto, Jorge y Juan ya habían acabado de hacer castillos de arena y
se habían dado cuenta de que los ositos habían desaparecido.
-¡Oh,
no! -se quejó papá. ¡Otra vez no!
La
familia recorrió la playa arriba y abajo, pero no hubo forma de
encontrar a los ositos.
-A
lo mejor se los ha llevado el mar -dijo Juan con voz temblorosa.
Desde
la cueva, los ositos traviesos veían a sus dueños buscándolos.
Daban saltos y agitaban las patas.
-No
sirve de nada -dijo Bella. No pueden vernos, somos demasiado
pequeños.
-No
te preocupes -contestó Billy, tratando de aparentar menos miedo del
que en realidad sentía.
Y
entonces aparecieron dos hombres al otro lado de la roca. A los
ositos les dio un escalofrío: ¡debían de ser los contrabandistas!
Y se echaron a temblar de miedo cuando los hombres los cogieron y,
trepando, los llevaron a un bote que estaba oculto detrás de las
rocas. Los ositos se apretujaron en el fondo del bote, mientras los
hombres saltaban, dentro y empezaban a remar. ¿Adónde los
lleva-rían?
-Billy,
tengo mucho miedo -susurró Bella. ¿Nos harán daño?
-No,
Bella, seguro que no nos va a pasar nada -respondió Billy.
Pero
en su interior no estaba tan convencido. En realidad, le daba mucho
miedo no poder regresar a casa y no volver a ver a Jorge y a Juan.
Bella
empezó a llorar bajito y grandes lágrimas corrieron por sus
mejillas.
-Si
logramos regresar a casa, nunca más nos escaparemos -sollozó.
-¡No
te preocupes! -la tranquilizó Billy mientras la acariciaba.
Al
cabo de un rato el bote se detuvo y los hombres se bajaron de un
salto. Cogieron a los ositos y los levantaron en el aire por encima
de sus cabezas. Uno de ellos preguntó a voz en grito:
-¿Quién
ha perdido estos osos?
Toda
la playa se los quedó mirando. Jorge y Juan echaron a correr y
recogieron sus osos.
Papá
también corrió a reunirse con ellos. Tanto él como los chicos
dieron las gracias a los hombres por haberles devuelto los osos.
-Los
hemos estado buscando por todas partes -dijeron Jorge y Juan
sonriendo con alivio.
-Estaban
en aquella cueva -dijo uno de los hombres, señalando en aquella
dirección. Seguramente, los chicos los dejaron allí.
-¡Pero
si los chicos han estado haciendo castillos de arena toda la tarde!
-contestó papá un tanto perplejo.
Nadie
pudo averiguar nunca cómo habían ido a parar a la cueva los ositos
traviesos, ni de dónde había salido la monedita que Billy llevaba
en el bolsillo, pero papá dijo que a partir de entonces se tendrían
que quedar en casa. A los ositos traviesos no les importó, ya habían
tenido suficientes aventuras por un tiempo. Y además, así tendrían
tiempo de sobra para jugar a su juego favorito: ¡el escondite!
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anonimo cuento - 061
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