Un
día, cuando la osa Golosa se despertó, su peludo hocico empezó a
vibrar. Estaba oliendo lo que más le gustaba en el mundo: ¡dulce y
sabrosa miel! El olor procedía de un tocón de árbol hueco que
había cerca. Fue hasta allí y metió su gran pata. ¡Qué rica
estaba la miel!
La
osa Golosa siguió untando su pata una y otra vez, metiéndola cada
vez más hondo en el tocón de árbol. ¡Esto sí que era vida! De
hecho, escarbó tan hondo que cuando intentó sacar su gran pata se
dio cuenta de que se había quedado atascada. En aquel preciso
momento oyó un fuerte zumbido y vio que un enorme enjambre de
enojadas abejas volvía a su panal.
La
pobre osa Golosa empezó a gritar mientras las abejas volaban a su
alrededor, picándole por todas partes. Estiró y estiró y
finalmente consiguió liberar su pata. Las furiosas abejas la
persiguieron hasta el río, donde se metió para aliviar el ardor de
su piel. Y justo entonces un olor irresistible llegó a su peludo
hocico. Procedía de un árbol hueco cercano.
-¡Mmm,
miel! -dijo la osa Golosa. Iré a echar un vistazo...
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anonimo cuento - 061
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