Jorge
vivía en una casa grande y vieja con un jardín extenso y frondoso.
La casa resultaba algo inquietante y por eso Jorge prefería el
jardín. Se pasaba las horas jugando al fútbol, trepando a los
árboles o mirando el estanque para ver si descubría algún pez. Era
un jardín estupendo para jugar, pero Jorge no era del todo feliz
porque siempre estaba solo. ¡Cómo le gustaría tener a alguien con
quien jugar! ¡Qué divertido sería jugar al fútbol con un amigo, o
tener a alguien con quien ir a pescar! El tenía muchos amigos en el
colegio, pero para ir a su casa había que hacer un largo viaje en
autobús y, además, a sus amigos la casa les daba miedo y sólo
venían de visita una vez.
Un
día, Jorge estaba en el jardín cazando con un palo. Buscaba bichos
interesantes para examinarlos. Cada vez que encontraba uno, lo
dibujaba e intentaba descubrir su nombre. Así, había descubierto
ocho tipos diferentes de caracol y seis de mariquita. Estaba hurgando
debajo de unas hojas cuando vio una pieza de metal que sobresalía de
la tierra.
Se
agachó y empezó a desenterrar la pieza hasta que tuvo en la mano
una vieja llave oxidada. Era bastante grande y, tras quitarle la
tierra con un cepillo, vio que tenía grabados unos hermosos dibujos.
Jorge
se llevó la llave a casa, la limpió y la pulió. Después se puso a
buscar la cerradura a la que pertenecía. Primero probó con la vieja
verja del jardín, que llevaba cerrada desde que Jorge recordaba,
pero la llave era demasiado pequeña. Después probó con el reloj
del abuelo, pero la llave tampoco entraba. Luego se acordó de un oso
de peluche que tocaba el tambor. Hacía mucho tiempo que Jorge no
había jugado con él y probó la llave con impaciencia, pero esta
vez era demasiado grande.
Entonces,
Jorge tuvo otra idea. «A lo mejor la llave pertenece a algo que está
en el desván», pensó. Solía darle mucho miedo entrar solo en el
desván, pero esta vez estaba tan decidido a averiguar qué abría
esa llave que subió las escaleras con valentía y abrió la puerta.
El desván estaba en penumbra, polvoriento y lleno de telarañas. Las
tuberías del agua silbaban y crujían y Jorge se estremeció. Empezó
a mirar debajo de las fundas polvorientas y abrió algunas cajas,
pero no pudo encontrar nada que tuviera que abrirse con llave. De
pronto, su vista recayó en un gran libro que sobresalía de uno de
los estantes. Era de esa clase de libros que llevan una cerradura.
Jorge levantó el libro, que era muy pesado, y lo dejó en el suelo.
Con
dedos temblorosos, metió la llave en la cerradura. ¡Encajaba
perfectamente! Dio la vuelta a la llave y la cerradura se abrió de
un salto, levantando una nube de polvo. Jorge abrió el libro
lentamente y comenzó a pasar las páginas. ¡Qué desilusión! Una
escritura muy fina llenaba las páginas por completo, pero no había
dibujos. Estaba a punto de volver a cerrarlo cuando oyó una voz
procedente del propio libro.
-Te
desvelaré mis secretos -le dijo. Si buscas aventuras, ponte de pie
encima de mis páginas.
Sentía
tanta curiosidad que rápidamente se puso de pie encima del libro.
Nada más pisar sus páginas, se cayó dentro. A continuación vio
que se encontraba en un barco. Levantó la vista vislumbró una
bandera harapienta con una calavera y dos huesos cruzados que ondeaba
en un mástil. ¡Estaba en un barco pirata! Y entonces se dio cuenta
de que él también iba vestido de pirata.
El
barco navegaba tranquilamente, pero de repente Jorge vio en el agua
unas rocas de aspecto peligroso. Antes de que pudiera gritar, el
barco había encallado y todos los piratas saltaban por la bordo para
nadar hasta la orilla. Jorge también. El agua estaba tibia y al
llegar a la orilla sintió la arena caliente entre los pies. ¡No se
lo podía creer! Estaba en una isla desierta. Los piratas andaban en
todas direcciones buscando algo con lo que construir un refugio.
Jorge,
que también se puso a buscar, encontró debajo de una roca un libro
que le resultaba familiar. Mientras se preguntaba dónde lo había
visto antes, uno de los piratas se le acercó con un cuchillo en la
mano.
-¡Tú,
ladrón, que me estás robando los rubíes! -le imprecó el pirata.
¿Qué iba a hacer Jorge? Entonces oyó una voz procedente del libro:
-¡Rápido,
súbete encima de mí!
Sin
pensárselo dos veces, Jorge se puso de pie encima del libro y volvió
a aparecer en el desván. Acercó la vista a la página sobre la que
se encontraba y leyó «Los piratas y el robo del tesoro» en el
encabezamiento. Al ponerse a leer, se dio cuenta de que allí se
narraba con todo detalle precisamente la aventura que él acababa de
vivir. Lleno de emoción, regresó al índice del principio del libro
y leyó los nombres de los capítulos: «Viaje a Marte», «El
castillo sub-marino», «El coche mágico» y «En la selva», entre
otros. Jorge se dio cuenta de que podía abrir el libro por cualquier
página y participar en la aventura, y al final sólo tendría que
encontrar el libro y ponerse de pie sobre él para regresar al
desván.
A
partir de entonces, Jorge corrió muchas aventuras más. Hizo muchos
amigos y un par de veces se salvó de milagro, pero siempre encontró
el libro justo a tiempo.
Y
nunca más volvió a sentirse solo.
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anonimo cuento - 061
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