Había
una vez un niño llamado Pedro. Vivía en una casa normal. Tenía una
mamá y un papá normales, una hermana normal y un gato, también
normal, que se llamaba Jasper. En la vida de Pedro era todo tan
normal que a veces deseaba que pasara algo realmente fuera de lo
normal. «¿Por qué no vendrá un gigante que chafe la casa con los
pies?», pensaba. Pero cada día, cuando Pedro se despertaba por la
mañana, todo estaba igual que el día anterior.
Una
mañana, al despertarse, Pedro notó en la casa un olor muy extraño.
Se asomó por la ventana de su dormitorio y vio que el césped de
delante estaba quemado y ennegrecido. De la hierba salía humo, y un
poco más allá ardían unos arbustos. Pedro echó a correr escaleras
abajo y salió por la puerta principal. Una vez en el jardín, fue
siguiendo el rastro de humo y hierba quemada. Se sentía por momentos
más y más perplejo, pues no veía nada que pudiera ser la causa de
semejante incendio.
Estaba
a punto de correr a casa para avisar a sus papás, cuando oyó un
ruidito que procedía de la maleza. Apartando los arbustos encontró
una pequeña criatura de piel verde y escamosa, con un par de alas y
un largo hocico lleno de dientes afilados. Por los agujeros de la
nariz le salían continuamente unas llamitas que incendiaban la
hierba a su alrededor.
-¡Una
cría de dragón! -se dijo Pedro, asombrado.
De
los ojos amarillos del dragón salían grandes lágrimas que le caían
por las escamosas mejillas mientras movía desesperadamente las alas,
intentando despegar del suelo. Cuando el dragón vio a Pedro, dejó
de agitar las alas.
-¡Oh,
pobre de mí! -sollozó. ¿Dónde estoy?
-¿Adónde
querías ir? -preguntó Pedro, arrodillándose junto a él.
-A
Dragolandia, con mis amigos -respondió el dragón. Íbamos volando
todos juntos, pero yo necesitaba descansar. Intenté decírselo a los
demás, pero no me oyeron. Me detuve para recuperar el aliento y
ahora no sé dónde estoy, ni si volveré a ver a mis amigos.
-No
te preocupes, seguro que te puedo ayudar a volver a casa -dijo Pedro.
Pero la verdad es que no tenía ni idea de cómo lo iba a hacer.
-¿Tú?
-susurró una voz. ¿Cómo vas a ayudarle, si no eres más que un
niño? -Pedro miró a su alrededor y descubrió con asombro que
Jasper estaba sentado detrás de él. ¡Ni que tuvieras una varita
mágica! -continuó Jasper. Lo que debes hacer es acudir a un
experto.
Y
a continuación dio la espalda a Pedro y al dragoncito y se puso a
lamerse las patas.
Pedro
estaba atónito.
Era
la primera vez que oía hablar a Jasper.
-¿Qué...
qué... quieres decir? -tartamudeó.
-Bueno
-respondió Jasper, mirando a Pedro por encima del hombro, creo que
ese caballo de allí nos podría ayudar. Sígueme.
Jasper
se encaramó a la verja, llamó al caballo y le susurró algo al
oído. El caballo contestó a Jasper de la misma manera.
-Tiene
un amigo en el bosque que nos ayudará -explicó el gato.
-Pero,
¿cómo? -preguntó Pedro con aire de perplejidad.
-Ten
paciencia -dijo Jasper, echando a andar por la hierba. Y dite a tu
amigo que deje de quemarlo todo -añadió.
-No
lo puedo evitar -respondió Llamas, que así se llamaba el dragón, a
punto de echarse u llorar de nuevo. Cada vez que me quedo sin aliento
me pongo a jadear y empiezo a echar fuego.
Pedro
tomó a Llamas en brazos y echó a correr detrás de Jasper. Tras
cruzar el bosque llegaron a un campo donde se encontraba un caballo.
Sin embargo, no era un caballo como los demás. Tenía la blancura de
la leche y en la cabeza le crecía un largo cuerno solitario.
-¡Un
unicornio! -se maravilló Pedro.
Jasper
habló con el unicornio y llamó a Pedro con la pata.
-Os
va a llevar a casa del dragón.
-Dicho
esto, Jasper desapareció.
-Subid
a bordo -dijo el unicornio amablemente.
Así
que Pedro y el dragoncito se montaron a lomos del unicornio. «Vaga
una aventura», pensó Pedro mientras se deslizaban entre las nubes.
Cuando divisaron una montaña frente a ellos, empezaron a descender a
través de las nubes y aterrizaron justo en la cima.
-¡Ya
estoy en casa! -chilló Llamas, feliz, al aterrizar.
Y
así era, ya que varios dragones vinieron corriendo a saludarlo.
Parecían bastante pacíficos, pero algunos de ellos eran muy grandes
y al respirar lanzaban una enorme llamarada.
-Tengo
que irme -dijo Pedro, un poco nervioso, cuando Llamas se bajó de un
salto del lomo del unicornio y se posó volando en el suelo.
El
unicornio levantó el vuelo una vez más y al poco rato volvían a
estar en el campo. Cuando Pedro se dio la vuelta para dar las gracias
al unicornio, no vio más que un caballo normal y corriente. De
regreso a casa, no vio hierba quemada por ningún sitio. Pedro se
sintió cada vez más perplejo. Cuando preguntó al gato qué había
pasado con la hierba quemada, éste lo ignoró y se enroscó en su
cesta. Pero cuando Pedro no estaba mirando, Jasper le dirigió una
mirada que parecía querer decir: «¿Qué? ¿Te ha gustado esta
aventura?».
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anonimo cuento - 061
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