El
día de la Feria había un gran bullicio y ajetreo en la granja.
La
mujer de Martín alimentó a los animales y recogió los huevos ella
sola, ya que el viejo Martín estaba muy ocupado limpiando el
tractor.
Todos
los años, el viejo Martín paseaba a los niños en el remolque de su
tractor. A los críos les encantaba, pero para el granjero suponía
un montón de trabajo, pues antes tenía que lavar las ruedas y pulir
la pintura. Ese día tuvo también que espantar a los patos que se
habían puesto a chapotear en el agua jabonosa del cubo.
El
tractor relucía de limpio y el viejo Martín entró en la casa a
ponerse sus mejores botas.
-Allá
vamos -dijo la pata Dora cuando el granjero se encaramó al tractor.
¡Tapaos los oídos, pequeños!
Pero
cuando el viejo Martín dio la vuelta a la llave no se oyó más que
el silencio. El tractor no se puso en marcha.
El
viejo Martín toqueteó el motor y se llenó las manos de grasa.
Pateó y pataleó alrededor del tractor y se manchó las botas de
barro. Gimió y refunfuñó y se le puso la cara roja. Pero todo fue
inútil. El tractor no hizo el menor ruido, ni dio el menor signo de
vida.
-No
me gusta nada tener que dejar a los niños en tierra -gruñó el
viejo Martín, pero si no tengo tractor, no puedo tirar del remolque.
El
gallito Enrique es travieso y alborotador, pero a veces tiene buenas
ideas. Se subió de un salto a la puerta del establo de Til¡ y Tolo
y soltó el quiquiriquí más fuerte que pudo.
El
viejo Martín lo miró sorprendido y le dedicó una gran sonrisa.
-¡Cómo
no se me ha ocurrido antes! -exclamó. Tienes razón, Enrique, ¡la
fuerza de los caballos! ¡Rápido, manos a la obra, que hay mucho que
hacer!
Había
que desenredar las colas, cepillar el pelo y trenzar las crines con
cintas. Había que enganchar los arneses y limpiar y adornar las
riendas.
-Como
en los viejos tiempos -relinchó Tolo dirigiéndose a Tili.
Ese
año fueron sin lugar a dudas las estrellas de la Feria. Los niños
esperaban formando una cola larguísima para dar una vuelta con Tili
y Tolo, que orgullosamente caminaban despacito con su pelo brillante
y las cabezas levantadas.
Cuando
la tarde llegó a su fin, el viejo Martín condujo los caballos a
casa y les dio una cena especial con avena y manzanas.
-¿Sabéis
una cosa? -dijo mientras les acariciaba las crines. Yo también echo
de menos los viejos tiempos.
Tili
y Tolo asintieron con sus enormes cabezotas, pero no porque
estuvieran de acuerdo, sino porque se habían quedado dormidos de
pie. ¡Ya no eran unos jovencitos y aquél había sido un día muy
ajetreado!
0.999.1
anonimo cuento - 061
No hay comentarios:
Publicar un comentario