¡Miradme,
miradme! -chilló la rana Cabriola mientras saltaba por el aire de
nenúfar en nenúfar, salpicando un montón de agua. ¡Soy la runa
más saltarina del mundo! ¡Olé!
-¡Qué
horror! -dijo Madre Pat. Esa rana es una lata. Nunca mira adónde
va, ni le importa a quién salpica.
-Es
un espanto -añadió el cisne Enrique. Y hace tanto ruido que a veces
uno no puede oír ni sus propios pensamientos.
Pero
Cabriola no les escuchaba. Estaba muy ocupada saltando entre los
nenúfares tan alto como podía.
-¡Vamos!
-animó a los patitos. Venid aquí. ¡Vamos a hacer un concurso de
chapuzones!
-Es
una mala influencia para nuestros niños -siguió quejándose Madre
Pato. Si al menos pudiéramos hacer algo...
-Me
imagino que es un exceso de vitalidad -dijo Enrique. Ya se le pasará
cuando crezca.
Pero
Cabriola no se tranquilizaba. Al contrario, cada día daba más
guerra. Despertaba a todo el mundo al amanecer y se ponía a cantar a
gritos con su voz de rana:
-¡El
día acaba de comenzaaar, ha llegado la hora de jugaaar, hurraaa,
hurraaa!
Y
se ponía a saltar de un lado a otro, despertando a los patos y a los
cisnes en sus nidos, llamando a la madriguera de Conejo y gritando en
el agujero que Rata de Agua tenía a la orilla del río. Que conste
que Cabriola hacía todo esto con la mejor intención y no se daba
cuenta de que desesperaba a todo el mundo.
-Siempre
he estado a favor de la diversión -decía Rata de Agua, pero
Cabriola exagera.
Un
día apareció Cabriola a punto de estallar de la emoción.
-¡Escuchad
todos! -dijo. Va a haber un concurso de salto al otro lado de la
charca. Van a venir todas las ranas que viven en varios kilómetros a
la redonda. Seguro que ganaré, porque ¡soy la rana más saltarina
del mundo!
Llegó
el día del concurso y todo el mundo se reunió al otro lado de la
charca para presenciar la competición. Saltarina no había visto
nunca tanta rana junta. Y, para su asombro, todas las ranas podían
saltar muy alto y muy lejos. Las ranas saltaban elegantemente entre
los nenúfares y el público aplaudía. Si quería ganar, Cabriola
iba a tener que saltar más lejos y más alto que nunca. Por fin
llegó su turno.
-iBuena
suerte! -le gritaron los patitos.
Cabriola
ocupó su lugar en la plataforma de salida y, reuniendo todas sus
fuerzas, saltó por lo alto, voló por los aires, atravesó la meta
y, iGLUP!, aterrizó directamente en la boca abierta del lucio julio.
Como de costumbre, Cabriola no se había fijado por dónde andaba.
El
malvado lucio se tragó a Cabriola, se sumergió y se escondió en el
centro de la charca. Todos miraron a su alrededor consternados.
La
ranita Cabriola había desaparecido. Por lo menos de una cosa no
había duda: ella era quien había saltado más alto y más lejos.
-Declaro
ganadora a Cabriola -dijo, taciturno, el supo Juancho, que era quien
organizaba el concurso.
Después
de todo, la vida se había vuelto mucho más tranquila para los
habitantes de la charca, pero en vez de disfrutar de la paz, se
dieron cuenta de que echaban mucho de menos a Cabriola.
-¡Estaba
siempre tan contenta! -decía Enrique.
Pero,
en lo más profundo de la charca, Julio sentía mucha pena de sí
mismo. Pensaba que cazar a la rana no había sido una decisión muy
inteligente, pues desde entonces padecía una terrible indigestión.
Y es que Cabriola seguía saltando sin parar en su interior.
Julio
subió a la superficie del agua y tomó aire. Y entonces ¡Cabriola
salió de un salto! Todo el mundo se alegró mucho de verla y
aplaudió cuando recibió la medalla por haber ganado la
competición.
-Es
maravilloso -dijo Cabriola, pero he aprendido la lección: a partir
de ahora, ¡miraré antes de saltar!
Y
se fue, saltando despacio, a jugar con los patitos.
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anonimo cuento - 061
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