Alfi
estaba en su cesto mordiendo un gran hueso. ¡Mmm, qué bueno estaba!
Cuando tuvo bastante, lo llevó al fondo el jardín y lo enterró en
su escondite favorito, junto al viejo roble. No se dio cuenta de que
Ferdi, el perro vecino, lo estaba vigilando por el agujero de la
cerca.
Al
día siguiente, cuando Alfi fue a desenterrar su hueso, éste había
desaparecido. Estuvo cavando por los alrededores pero no hubo forma
de encontrarlo. De pronto, descubrió en el barro un rastro de
huellas de patas que llevaba hasta la cerca y comprendió lo que
había sucedido. Alfi era demasiado grande y no podía cruzar la
valla para recuperar su hueso, pero en cambio se le ocurrió un plan.
Al día siguiente enterró otro hueso y esta vez sí que vio que
Ferdi lo vigilaba.
A
continuación se escondió y observó cómo Ferdi se metía a rastras
en el jardín y empezaba a desenterrar el hueso. Justo entonces,
Ferdi aulló de dolor. ¡El hueso le había mordido la nariz! Cruzó
el jardín a toda velocidad y atravesó la cerca sin llevarse el
hueso.
Topo,
el amigo de Alfi, salió del agujero donde estaba enterrado el hueso
y los dos amigos se pusieron a reír como locos. Desde entonces,
Ferdi ya no se ha atrevido a cruzar la cerca.
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anonimo cuento - 061
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