Esto
era una madre que tenía tres hijas costureras. Pero la costura
estaba muy mal y no ganaban ni para comer. No tenían ya ni una
peseta, y hasta las habían desahuciado de la casa donde vivían.
Entonces dijeron:
-En
este pueblo no tenemos nada que hacer. Vámonos a Algodo-nales.
Algodonales es un pueblo muy bueno y allí siempre hay trabajo.
Así
fue. Llegaron al pueblo y no encontraban habitación ni tenían
dinero. Entonces, un señor que tenía una taberna les dice:
-Pues
miren ustedes, aquí hay una casa que las malas lenguas dicen que
está encantada y nadie se quiere ir a ella. Se murieron los dueños
y ya han ido tres o cuatro, pero no sé qué pasa, que nadie quiere
vivir en esa casa. Si ustedes fueran capaces de no tener miedo... Es
una casa que está puesta y todo. Preciosa.
Dice
la madre:
-¿Miedo
nosotras? ¿Nosotras a qué le vamos a tener miedo si estamos
luchando con el hambre?
Dice
el tabernero:
-Entonces
van ustedes al señor alcalde y se lo cuentan. Seguro que les da las
llaves de la casa.
Bueno,
pues así fue. Van al alcalde y el alcalde les dice:
-Pueden
ustedes disponer de todo lo que hay en la casa. Y si no pueden
resistir el miedo que allí hay, que dicen que suenan ruidos, que
suenan cadenas..., ustedes se salen, y no pasa nada.
Pues
se fueron las cuatro a aquella casa. Entraron y lo vieron todo muy
bien puesto. Muy buenas camas y unas habitaciones estupendas:
-¡Ay,
qué casa, madre! ¡Ay, qué suerte! ¡Si estuviéramos nosotras aquí
siempre!
Dice
la mayor:
-Yo
voy a ver si acabo el vestido que me ha encargado una señora, que se
lo tengo que entregar dentro de tres días, porque es para una boda.
De manera que vosotras os acostáis, que yo me quedo cosiendo.
Entonces
no había todavía luz eléctrica. Tenían velas, velones y candiles.
Ella cogió un candil, y se puso al lado de la candelita a coser, la
pobre. Las otras se iban a acostar y le decían:
-Anda,
acuéstate. Mañana Dios dirá.
-No,
no, no, yo me quedo acabando el traje.
Se
pone a coser y, cuando dan las once y media, ¡empieza un aire!
¡Uuhrrr, uuhrrr!, y en el doblao como unas cadenas arrastrándose.
Dice:
-¡Ay,
por Dios, qué aire más tonto se ha puesto! -y a eso una ventana:
¡Plaf, plaf, plaf!, los cristales rotos. ¡Huy, por Dios, qué
nochecita!
Se
levanta y cierra la ventana. Se sienta otra vez, y entra una ráfaga
por la chimenea que esparce las cenizas y le apaga el candil. A esto,
un reloj grande que había de pared: ¡Pam, pam, pam, pam...! Las
doce. Y en seguida unos golpes en la puerta: ¡Pum, pum, pum! Ya
estaba la pobre muerta de miedo y con un hilo de voz dice:
-¿Quién?
¿Quién?
-¡Ábrele
a una vara de nariz y una cuarta de cuerpo!
-¿Eh?
¿Qué? ¿Quién? ¿Qué dice usted?
-¡Que
le abras a una vara de nariz y una cuarta de cuerpo!
Tira
la muchacha el vestido y sale corriendo para la habitación de la
madre:
-¡Madre,
madre, hermanas!
Pero
la madre y las hermanas roncando, venga a roncar. La pobre se tiró
en la cama y, harta de llorar, se quedó dormida. Cuando despierta
por la mañana, le dice la madre:
-¿Pero
cómo te acostaste vestida?
-¡Ay,
madre, ay, madre! ¡Qué miedo he pasado esta noche!
-¿Y
qué ha pasado?
-Primero,
un viento y unos ruidos de cadenas por el doblao. Luego, los
cristales de una ventana, que se rompieron, una ráfaga de aire que
desparramó las cenizas y me apagó el candil. Venga usted a verlo.
Se
levantaron y fueron todas a mirar. Pero allí ni había cristales
rotos, ni ceniza por el suelo, ni nada. Subieron al doblao, y allí
solo había chismes antiguos, muy bonitos. Dice la madre:
-A
ver, ¿dónde está todo eso que tú dices? ¿Y el vestido lo
acabaste?
-¿Qué
vestido?
-¿Lo
ves? Eso es que te entró sueño, y para que nosotras no te riñamos
dices que te pasó todo eso.
-De
verdad que vino un miedo...
-¡Qué
miedo ni qué niño muerto! -dijo la segunda. Esta noche me quedo yo.
Verás cómo termino el vestido.
Así
fue. Se queda la segunda aquella noche, y le dice la mayor:
-¡Ay,
pero acuéstate antes que den las once y media, porque a las once y
media empiezan los ruidos, y a las doce...!
-¡Anda,
so tonta! ¡Vete y déjame tranquila!
Se
acuestan las otras, y se queda la segunda cosiendo. Cose que te cose,
cose que te cose a la luz del candil. Pero a las once y media oye
unos ruidos: ¡Uuhrrr, uuhrrr!, y en el doblao las cadenas
arrastrándose, ¡y un viento!
-¡Ay,
qué noche más mala se ha puesto! Tenía razón mi hermana. ¡Ay,
madre mía, yo me voy a acostar! Si no fuera por este dichoso
vestido...
Cose
que te cose, cose que te cose... A esto, una ráfaga que entra por la
chimenea, esparce las cenizas y apaga el candil. Y el reloj de pared:
¡Pam, pam, pam, pam...! Las doce.
-¡Ay,
mamaíta, qué miedo!
Y
los golpes en la puerta: ¡Pum, pum, pum!
-¿Quién
es?
-¡Ábrele
a dos varas de nariz y una cuarta de cuerpo!
-¡Ay!
-tira el traje, sale corriendo y se mete en la cama de su madre:
¡Madre, madre, hermanas!
Pero
allí no despertaba nadie. Todas roncando. Hasta que la pobre, harta
de llorar, se quedó dormida.
Cuando
a la mañana siguiente despiertan las otras, les cuenta lo mismo: el
viento, las cadenas, la ceniza... Y dicen las dos mayores:
-¡Vámonos
de esta casa, vámonos! Nosotras no nos quedamos aquí
ni un segundo.
Pero
entonces dice la más pequeña:
-No,
que esta noche me quedo yo. Y como venga ese guasón, que eso tiene
que ser un guasón, para que nos vayamos de la casa, se va a enterar.
A ese le abro yo la puerta, y se va a enterar.
-¡Ay,
Mariquita, no digas tonterías! ¿Cómo le vas a abrir la puerta tú?
¿Tú sabes lo que estás diciendo?
-¿Que
no? ¡Que sí le abro!
Así
fue. Se queda por la noche. Se pone a coser, cose que te cose, cose
que te cose. Se había metido una caja de cerillos en el bolsillo, y
otra vez pasó lo del viento y las cadenas, hasta que se apagó el
candil. Las doce y los golpes en la puerta:
-¿Quién
es?
-¡Ábrele
a tres varas de nariz y una cuarta de cuerpo!
-¡Espéreme
usted, que ahora mismo voy!
Se
saca su caja de cerillas y enciende otra vez el candil. Se va para la
puerta, levanta la aldaba, descorre el cerrojo; pero, hija, nada más
abrir: ¡Shuiffs!, otra ráfaga y se le apaga el candil. Dice
Mariquita:
-¡Pues
sí que la hemos hecho buena! Me ha apagado usted el candil y ahora
no veo nada.
-No
te preocupes. Enciéndelo otra vez y dámelo. Y si tienes valor,
sígueme.
Mariquita
encendió otra vez su candil y al momento sintió que alguien se lo
quitaba. Pero ella no veía más que la luz. Se fue detrás de la luz
por las calles, revolviendo esquinas y más esquinas. La luz delante
y ella detrás. Hasta que llegaron a una capilla. Entra la niña en
la capilla y ve que estaban muchas mujeres, todas de negro, todas
iguales. No se sabía cuál era una y cuál era otra. Y en medio de
la capilla un ataúd. Un ataúd pequeño.
La
pobre se pone de rodillas y se santigua. Pero estaban las mujeres muy
apretadas y hacía mucho calor. Y esperar, esperar, esperar, hasta
que se quedó dormida.
Cuando
por la mañana se despierta, ve que estaba la capilla completa-mente
vacía. Y el ataúd abierto. Se acerca y ve que hay dentro un Niño
Jesús de marfil, con un cartelito: «Para Mariquita».
-¡Ay!,
¿si será para mí?
A
esto aparece un señor alto, delgado, bien vestido. Le dice:
-Sígueme.
Y
la llevó a un sótano. En el sótano había tres tinajas: una
grande, otra mediana y otra pequeña. Le dice el hombre:
-Antes
de marcharte tienes que cumplirme un deseo. Yo soy un alma en pena.
Estoy purgando en el Purgatorio. Y mientras no cumpla una persona
buena la promesa que yo hice, no puedo entrar en el cielo. Esta
tinaja grande que ves aquí está llena de monedas de cobre. Tú las
tienes que repartir entre los pobres, porque yo se las robé a ellos,
sin quedarte ni con cinco céntimos. Esta otra mediana es de monedas
de plata. Quiero que me la digas toda en misas, porque fui tan malo,
que Dios me tiene castigado hasta que cumpla mi condena. Y esta otra
chiquitita es de monedas de oro. Esto es lo que era verdaderamente
mío. Este era mi capital. No lo otro, que lo robé. ¿Compren-des?
Por eso lo tenía que restituir. De modo que, si cumples, tuyo será
el Niño Jesús, la onza de oro y además mi casa con todo lo que hay
en ella.
Mariquita
le dijo:
-Pues
lo cumpliré.
Y
nada más decirlo, el alma pegó un estallido y desapareció. La niña
se fue para su casa, cumplió lo prometido, y en ella, su madre y sus
hermanas fueron muy felices y comieron perdices, y a mí no me dieron
porque no quisieron.
0.003.1 anonimo (españa) - 075
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