Había
una vez, hace muchos años, en la ciudad de Ispahan un gran y noble
rey. Tenía una sola hija, la luz de sus ojos, cuyo nombre era
Noor-Chusham. Su pelo era negro y su cara hermosa como la luna
creciente en su décima cuarta noche y siempre andaba vestida con
ropas de seda. Pero, a pesar de tener vestidos diferentes para cada
hora del día y joyas distintas para cada día de la semana, no era
feliz. ¿Y por qué no lo era?
Porque
la única cosa que la princesa realmente deseaba era justo la única
cosa que no le permitían poseer. Esta cosa era un burro; un suave y
acariciable burro peludito.
-¿Un
burro, hija mía? -gritó el rey cuando ella se lo pidió. Tú, la
hija de mi corazón, deseando un burro, como cualquier niña de la
feria? No, no no no, mil veces, no -y salió.
Pero
Noor-Chusham fue a ver a su tía, a Lady Lalla-Ruk y le dijo:
-Tía,
tía, dime cómo podría convencer a mi padre de que me regale un
burrito, porque eso es la única cosa en el mundo que deseo.
Y
su tía, riéndose detrás de sus velos, dijo:
-Vuelve
a verme dentro de tres días, querida, veré lo que puedo hacer.
Así
que Noor-Chusham esperó con mucha impaciencia, y cuando amaneció el
día en el que pudo ser admitida otra vez a la presencia de su tía
apenas pudo contener su excitación.
Ahora
bien, Lady Lalla-Ruk era en realidad una mujer-genio, una de las
hadas buenas y hermosas que sabía practicar toda suerte de hechizos
y que estaba bien dispuesta para con los hombres; se había casado
con el hermano del rey y roto sus conexiones con los genios de su
juventud. Así que le llevó tres días el recordar un hechizo que
pudiera serle útil.
Cuando
Noor-Chusham entró en la casa de su tía sintió un fuerte olor a
incienso y Lady Lalla-Ruk estaba frotando sus manos encima de un
brasero, lleno de carbones ardientes que se encontraba en medio de la
sala de audiencias.
-Tía,
qué estas haciendo? -gritó.
-Siéntate
allí, hijita mía, creo que ya lo tengo -dijo su tía plácidamente.
Mientras hablaba se produjo una humareda encima del brasero y un
gigantesco genio apareció ante ellas con los brazos cruzados, en los
que brillaban brazaletes de cobre y de sus largas y puntiagudas
orejas colgaban aros de esmeraldas.
-En
nombre de Salomón, hijo de David, la paz sea con él -gruñó el
Genio, por qué me has despertado de mi sueño, mi señora?
-Deseo
que en el Palacio pasen ciertas cosas y tú tienes que procurar que
se produzcan -dijo Lalla-Ruk firmemente. Escúchame bien, ¡oh mi
listo amigo!
El
genio, dejando ver sus agudos colmillos blancos, sonrió porque le
gustaban las alabanzas.
-Tienes
que hacer que corran ratoncitos de ojos rojos por todas las piezas
del harén y que bandadas de murciélagos vuelen alrededor de la sala
del trono del rey. También quiero que gatos salvajes silben y
chillen de noche detrás de todas las ventanas y que loros parloteen
en cien lenguas diferentes justo en el momento en que el rey desee
echar su siestecita. ¿Me entiendes, oh listo amigo?
-Escucho
y obedezco -el genio inclinó su cabeza, cerró sus gran-des ojos
negros y desapareció en una humareda.
Y
todo cuanto el hada había ordenado ocurrió. En una hora las damas
del harén, dando voces y chillidos, empezaron a correr en busca de
los guardias del palacio para comunicarles que cientos de ratoncitos
de ojos rojos, habían invadido sus aposentos corriendo allí por
todas partes. Los guardias, armados de cuchillos y puñales acudieron
para combatirlos, pero en cuanto lograban agarrar algunos y los
metían por fin en sus bolsas, aparecían otros y en mayor cantidad.
Luego los guardias del rey tuvieron que dedicarse a la tarea de cazar
y volver a cazar los murciélagos que entraban y salían siempre de
nuevo, por la sala de trono. Y cuando cayó la noche y todo el mundo
fue a acostarse tampoco hubo paz porque aparecieron unos gatos
salvajes, maullando y chillando ante todas las ventanas y saltando a
los balcones, hasta a los de más altura. Al día siguiente, los
ratoncitos volvieron al mismo lugar y otro tanto pasó con los
murciélagos y cuando el rey trató de echar su siesta en su estudio,
el lugar más seguro del palacio, aparecieron los loros. Loros rojos,
verdes, multicolores, chillaron riendo y parloteando en cien lenguas
diferentes. Era un pandemonium.
Entonces
el Rey mandó llamar a Lady Lalla-Ruk y le dijo:
-Las
cosas se han vuelto insoportables en el palacio y sospecho que hay
una magia en todo esto. Así que, por favor, dime qué es lo que
pasa.
-Majestad
-dijo ella- dadme tres horas y hablaré. Ella salió en su palanquín,
cerrado por velos y cortinas y llevado por cuatro esclavos negros y
se encaminó a la feria de Ispahan. Todo el mundo miró con ojos
asombrados a esa gran dama envuelta en su capa, bordada de estrellas,
que trataba con el mercader de burros, la compra de un animalito
orejón, gordo y peludo. Volvió al palacio el palanquín con sus
cortinas suntuosas y detrás trotaba un burro, llevado por uno de los
mozos de la caballeriza real.
Tres
horas después, el rey llamó a asamblea a toda la corte, y grande
fue su sorpresa cuando la princesa Noor-Chusham hizo su entrada,
llevando por la brida a un burro.
-¿Qué
significa esto? -bramó el rey, preso de una rabia tremenda.
-Majestad
-dijo Lady LallaRuk,
ésta es la respuesta a todas aquellas plagas extrañas que han ido
apareciendo en el palacio. Permite que Noor Chusham tenga su burro y
todo irá bien.
Y
de pronto los loros dejaron de parlotear y los ratoncitos
desaparecieron. Entonces todos los cortesanos aplaudieron y el rey,
muy a pesar suyo, tuvo que ceder y permitir a su hija quedarse con el
burro. Ella se puso tan contenta por haberse salido por fin con la
suya que, echando los brazos al cuello de su animalito querido, le
dio un gran beso cariñoso. Entonces los murciélagos desaparecieron
y los gatos salvajes se callaron.
Pero
luego, bajo la mirada fascinada de toda la corte, el burro empezó a
dar coces, levantando sus pezuñas alto en el aire, rebuznando como
enloquecido, y esto justo en frente del trono del rey. Lady Lalla-Ruk
se echó atrás en su respaldo acolchado y la princesa Noor-Chusham
soltó asustada la brida de su animalito favorito. El animal, de
pronto, parecía estar poseído por un espíritu maligno.
-¡Guardias
-bramó el capitán de la Guardia Realatrapen a este animal! Dará
una coz a la preciosa persona de nuestro querido monarca, si no lo
impedimos.
Pero
apenas hubo pronunciado estas palabras, el cuerpo peludo y gris del
animal cayó al suelo estremeciéndose y luego quedó allí quieto.
-Oh,
mi pobre burrito, ¿qué habrá pasado? -gritó Noor-Chussham,
llorando de pena.
En
este mismo momento surgió de la piel del burro un hermoso y esbelto
joven, vestido con prendas suntuosas, propias de personajes de alto
rango.
-Os
agradezco, Princesa -dijo con una reverencia elegante, que me hayais
salvado de un hechizo que me ha mantenido prisionero en forma de
burro durante los últimos veinte años. Cuando me abrazas-teis, se
rompió el hechizo.
Así
todo el mundo fue feliz, porque antes de despedirse para volver a su
casa, el joven mandó comprar otro burro para Noor-Chusham y, en
agradecimiento por su liberación, ordenó que se repartiera ropa y
comida a todos los pobres de Ispahan.
0.187.1
anonimo (asia) - 065
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