Había
una vez, en la ciudad de Damasco, un orfebre. Hacía piezas de
joyería tan finas que su fama se esparció, llegando hasta los oídos
de Eblis, el Malvado.
Un
día, el orfebre estaba sentado en su taller, terminando las alas de
una mariposa dorada, cuando vio al Malvado que miraba por la ventana.
-¡Alá,
ten piedad de mí! -gritó el orfebre. ¿Ha llegado ya mi última
hora?
La
puerta se abrió, como si la empujaran manos invisibles, y la alta
figura, cubierta con un manto negro, entró. El Malvado sonrió y
dijo:
-Buen
hombre, no temas; no he venido por ti. Sólo miraba tu maravillosa
artesanía. Aun en las regiones profundas he oído hablar de tus
exquisitos trabajos. Me gustaría llevarme algunas muestras. ¿Podrían
ser éstas, las pocas piezas que tienes en el escaparate?
-¡Claro!
¡Por supuesto! ¡Llévese todas las que quiera! -dijo el orfebre
complacido.
Estaba
tan contento de que el Malvado no se lo llevara, que le hubiera dado
cualquier cosa.
-Se
las envolveré para que se las lleve en seguida. Hay un oso con
piedras preciosas, un pez dorado con ojos de rubí, y un collar digno
de un...
-No,
no -opuso el Malvado impaciente, no las quiero ahora. Vendré a por
ellas en otro momento.
Guarda
para mí todo lo que hay en el escaparate, aunque tarde años en
regresar. ¿Me lo prometes?
-Lo
prometo -dijo el orfebre.
Y
el Malvado desapareció.
-¿Con
quién hablabas? -le preguntó su esposa, al darle un vaso de agua
helada.
Él
contestó:
-Querida,
era nada menos que Eblis, el maldito Príncipe de la Oscuridad. Me
hizo prometerle que le guardaría todo lo que está en el escaparate,
que recogerá cuando lo crea conveniente. Aunque me apena por mis
piezas de artesanía, estoy muy agradecido porque, gracias a la
misericordia divina de Alá, no me llevó al infierno.
-¿Todo
lo que está en el escaparate? -preguntó la esposa.
-Eso
fue lo que dijo el Malvado -contestó el orfebre.
En
ese momento, la mujer se golpeó la cabeza con ambas manos y comenzó
a llorar, mientras decía:
-¡Nuestra
hija ha estado jugando en el escaparate, y eso quiere decir que el
Malvado quiere llevársela también cuando regrese!
El
orfebre corrió a mirar, y vio que su hija estaba jugando
inocentemente con los juguetes dorados que había puesto en
exhibición.
-Rápido,
mujer -le dijo, ve a la tienda del mercader y tráeme una onza de
plata virgen.
Su
mujer hizo lo que se le pedía, y trajo la plata mientras lloraba y
enjugaba sus lágrimas con un pañuelo.
El
orfebre entró en su taller y, tomando de un estante el Sagrado
Corán, leyó el Verso del Trono. Luego, golpeó la plata con un
martillo, hasta que quedó tan delgada como un papel, y grabó un
talismán para que su hija se lo pusiera alrededor del cuello.
Sabía
que un talismán tenía más poder si era de plata, y le dijo a su
hija que nunca debía quitárselo porque entonces Eblis podría
llevársela.
Pasaron
los años y el Malvado no venía. El orfebre y su esposa casi lo
habían olvidado cuando, de improviso, el Malvado apareció
nuevamente en el taller.
-He
venido por los tesoros que me prometiste -dijo el Malvado. La niña
debe tener ahora unos diecisiete años, ¿no es así?
-Sí
-dijo el orfebre,
pero cambia de opinión sobre mi hija, ¡oh, poderoso Eblis! Es la
única que tenemos a nuestra edad. Te suplico, por favor, que no te
la lleves. Llévame a mí. Yo estoy más allá de los placeres de la
vida, pero ella es joven. ¡Llévame a mí, Gran Príncipe de la
Oscuridad!
-No,
no, no. No podría hacer eso -dijo el Malvado, apartando a un lado
las bellas figuras doradas que el orfebre le entregaba. La quiero a
ella especialmente...
El
orfebre mandó a un sirviente para que pidiera a su hija que viniese
lo antes posible.
Sucedió
que la niña, cuyo nombre era Zorah, se estaba bañando y, en su
prisa por hacer la voluntad de su padre, cuando se vistió olvidó
ponerse el collar con el talismán. Corrió al taller, pero había
algo en el oscuro extranjero alto que estaba con su padre que la hizo
retroceder.
-Zorah,
mi niña -dijo el orfebre, éste es Eblis, el Poderoso Gobernante de
las regiones profundas. Ha venido a llevarte con él -y, pensando que
su hija estaba protegida por el talismán de plata, continuó-. Pero
como tienes tu talismán alrededor del cuello, no tienes que ir, no
tengas miedo.
-¡Cómo!
-gritó el Malvado. ¿Te atreves a engañarme? ¡No permitiré que me
robes de esa forma!
Y
alargó su brazo para agarrar a la niña de la ropa, pero ella corrió
tan rápidamente que su velo se enganchó en sus dedos, que eran como
una garra.
Zorah
corrió tan de prisa como pudo, y encontró el talismán que estaba
junto al estanque donde se bañaba. Se lo puso e, inmediatamente,
quedó protegida contra el Malvado.
Eblis
dio un grito de rabia y dijo al orfebre:
-¡Muy
bien! Ahora me retiro, pero regresaré a por tu hija dentro de siete
días. Recuérdalo.
Y
se esfumó, para hacer ciertos arreglos con sus demonios.
El
orfebre pensó entonces el siguiente plan: haría un modelo de cera
de su hija y escondería una máquina dentro de su cuerpo para que
caminara y hablase como un ser humano.
Trabajó
secretamente en el proyecto durante siete días y siete noches hasta
que hizo una réplica perfecta de Zorah, tan igual a ella que hasta
su madre apenas podía notar la diferencia.
Habiendo
mandado a la niña a casa de una tía suya que residía en un pueblo
cercano, el orfebre esperó a su diabólico visitante.
Como
era de esperar, mientras estaba sentado en su taller, el Malvado
apareció una vez más, y dijo:
-Trae
aquí a tu hija ahora mismo sin su talismán o enviaré a mis
demonios para que quemen tu casa. No estoy de humor para bromas en
este momento.
El
orfebre introdujo su cabeza tras las cortinas que conducían a los
aposentos de las mujeres, y dijo:
-Zorah,
hija mía, ven aquí enseguida, pues el poderoso Eblis, Príncipe de
la Oscuridad, ha venido a por ti.
Cuando
la mujer del orfebre escuchó las palabras de su marido, dio una
vuelta a la llave que estaba en la espalda de la preciosa muñeca de
tamaño natural y arregló el velo rosado de su cabeza.
-Escucho
y obedezco -dijo con una voz suave, mientras abría las cortinas,
dando a la muñeca un ligero empujón. Entonces, se escondió y
esperó.
El
orfebre contuvo su respiración cuando la hermosa criatura entraba en
el cuarto.
Cuando
Eblis, el Malvado, vio la figura con su velo, dijo:
-Hermosa
mortal, ven a mí ahora, para que te lleve a mi maravilloso Reino de
la Oscuridad. Serás mi reina de la noche eterna.
Le
quitó el velo rosado, y vio un par de pestañas que con modestia se
cerraban. La voz de la muñeca murmuró suavemente.
-Oigo
y obedezco, Príncipe de la Oscuridad.
Así
fue como el Malvado arrebató la imagen, llevándola en brazos hasta
las regiones profundas.
Sucedió
que, esa noche, hubo una gran fiesta en el Reino del Fuego
Inextinguible. Eblis había dado instrucciones previas a sus
demonios, a fin de que prepararan los mayores refinamientos para la
diversión de aquella noche.
La
comida fue maravillosa; el vino, perfecto; la música, alegre; pero,
desafortunadamente, el fuego era demasiado ardiente.
Mientras
el Malvado estaba sentado bebiendo alegremente en su trono de ébano,
la doncella de cera comenzó a derretirse, cayó en las llamas y fue
devorada por ellas en un instante. Los demonios se quedaron
sorprendidos, y se reclinaron sobre sus tridentes, preguntándose
cómo tomaría la pérdida su demoníaco amo.
Sólo
descansaron cuando le oyeron gritar.
-Bueno,
estos humanos son muy frágiles. La maldita niña sólo ha estado con
nosotros un tiempo muy corto. ¿Qué oportunidad tenía de durar,
aquí abajo, como mi esposa por toda la eternidad?
Me había
equivocado. ¡Alimenten el fuego!
La
fiesta se hizo más alegre, y el vino fluyó, mientras el fuego rugía
con más fuerza que nunca. La diversión continuó hasta muy tarde, y
el Malvado nunca más pensó en Zorah, la hija del orfebre.
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anonimo (asia) - 065
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