El
sultán Sanjar, a su regreso del santuario del Maestro Bahaudin de
Bokhara, se había sentido dominado por la tristeza. Alguna gente
conectaba ambos hechos entre sí, como causa y efecto, pero otros
sostenían que la pena del rey era debida a la misteriosa enfermedad
de su hija.
La
princesa Banu se marchitaba. Su extraña dolencia parecía
intensificarse día a día, y convertirse en crónica. Todos los
médicos llamados para consulta se mostraban desconcertados.
Sucedió
que un día, un extranjero, vestido con una túnica verde, llegó a
la capital del país. Caminaba ligeramente inclinado y decía ser
Shadrach, el médico. Tuvo conocimiento de la enfermedad de la
princesa y se ofreció a curarla. El rey le permitió visitarla, con
la amenaza de que, si no le devolvía la salud, sería decapitado.
Rodeado
de una audiencia muy interesada, se aproximó al lecho de la
macilenta y aquejada princesa. En vez de llevar a cabo un
reconocimiento físico, en vez de ensayar algún remedio, como se
esperaba de él, el hombre de la túnica verde comenzó a contarle
cuentos, relatos de tierras remotas, de guerras y héroes, de paz y
de guerra. Y mientras lo hacía, la tomaba por la muñeca y observaba
su pulso. Al rato, el personaje manifestó haber llegado a un
diagnóstico. La princesa se recostó en su lecho y Shadrach se
dirigió al rey:
-Majestad,
he llegado a la conclusión, por medio de la observación de las
palpitaciones del pulso, de que la princesa está enamorada. El
objeto de su amor es una persona que se encuentra en Bokhara, y vive
en la calle de los joyeros. Entre los muchos que allí residen, no es
otro que Abul-Fazl, hermoso joven que le he descrito a ella con todo
detalle. Al mencionarle su nombre, he notado que la princesa sufría
un leve desfallecimiento. Da la casualidad de que conozco a todos en
Bokhara, lo mismo que en otros muchos lugares. Y por mi ciencia he
llegado a conocer la causa de su enfermedad.
El
rey se admiró del talento y habilidad del médico, y dejó de
preocuparse, al haberse revelado la causa de la enfermedad de su
hija. Pero, a la vez, se mostró terriblemente irritado porque ella
se había enamorado de un tipo tan insignificante, e incluso
despreciable, cosa rápidamente comprobada tan pronto se obtuvo
información acerca de Abul-Fazl.
Sin
embargo, hizo que le llamaran a su presencia, y tan pronto como el
joyero llegó a palacio la princesa comenzó a dar muestras de
restable-cimiento. Pasados unos cuantos días, se encontró totalmente
recuperada y sana, y el joyero comenzó a mostrar su altivez a todo
el mundo, como si fuera un pequeño gran señor, de rango superior a
cualquier cortesano.
El
médico, en agradecimiento a sus méritos, fue nombrado Gran Visir.
Pero
tanto el rey como Shadrach advirtieron y se mostraron acordes en que
tan insoportable joven era totalmente inadecuado para casarse con la
princesa. También reconocieron, al mismo tiempo, que no podían
alejar de la corte al joyero, ni mucho menos hacerle desaparecer, por
cualquier proce-dimiento que fuese, por temor a que la princesa
languideciera y enfermase de nuevo.
Shadrach,
sin embargo, encontró la fórmula para deshacerse de él. Le
administró una poción que le hizo más viejo cada día, hasta que,
en poco tiempo, pareció tener treinta años más de los que tenía.
La
reacción de la princesa no se hizo esperar, comenzó a sentir
repugnancia por las arrugas, la joroba y los cabellos grises del
joyero.
Hombre
previsor, Shadrach se administró a sí mismo otra pócima, cuyo
efecto fue rejuvenecerle a la misma velocidad que Abul-Fazl
envejecía. Pronto Shadrach se convirtió en un esbelto y atractivo
joven, de quien la princesa fue poco a poco enamorándose, hasta
quedar totalmente prendada de él. Llegó el momento oportuno y el
joyero fue arrojado de la corte, sin que la princesa Banu se diese
siquiera cuenta de su ausencia.
Desde
entonces ella, el médico y el sultán vivieron felices, y esta
felicidad duró tanto como sus vidas.
De
esta forma, los hechos se desarrollaron en sentido contrario a las
probabilidades previstas en los primeros momentos.
0.187.1
anonimo (asia) - 065
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