Erase
una vez un rey que tenía un hijo llamado Atila. Un día llamó a los
sabios del reino y les dijo:
-¿Cómo
puedo poner a prueba a mi hijo para saber
si
es realmente valiente y digno de sucederme como rey? Uno de los
consejeros dijo:
-Mándalo
a buscar el jardín mágico donde crecen las manzanas de la vida y
que traiga una para su Majestad. Otro dijo:
-Envíalo
a buscar el anillo de la verdadera felicidad. Y un tercero dijo:
-El
príncipe debe traer el espejo de la verdad del palacio del rey
Mendoza que vive en el reino del fin del mundo.
Así
fue como el rey despidió a sus cortesanos y envió por su hijo.
Cuando Atila se presentó ante él, le dijo:
-Hijo
mío, ahora, a fin de probarte quiero que salgas al mundo y que me
traigas una manzana del jardín de la vida, el anillo de la verdadera
felicidad y el espejo de la verdad del reino del fin del mundo.
El
príncipe, de inmediato, consintió en ir en busca de estas cosas
maravillosas y el rey dio una gran fiesta en honor de la partida de
su hijo.
Esa
noche el príncipe yacía agitado en su lecho preguntándose cómo
realizar tan extraño viaje cuando, de repente, una luz brillante
surgió en un rincón de su cuarto y allí, en medio de la luz, vio
una forma brillante y fantástica.
-No
tengas temor de mí -dijo la centellante y hermosa criatura, soy tu
hada protectora y estoy aquí para ayudarte en las tareas que tu
padre te ha impuesto.
Atila
se incorporó en el lecho y abrió los ojos, mudo de asombro.
-Estas
tareas no son tan difíciles como tú supones -continuó diciendo el
hada, duerme bien esta noche y, mañana cuando partas, yo te
protegeré.
El
hada sonrió, y puso en su mano una cadena de plata con un talismán
mágico.
-Ponte
esto alrededor del cuello, Atila, y cuando me necesites, frótalo
tres veces.
Antes
de que Atila pudiera darle las gracias, desapareció.
A
la mañana siguiente, el príncipe salió a caballo del patio del
castillo con gran excitación, ya que nunca antes había salido del
reino de su padre y tenía todo el mundo por delante.
Cabalgó
y cabalgó y cabalgó, y el hada siempre fue hacia él cada vez que
necesitaba saber qué camino tomar. Durante tres días cabalgó,
durmiendo junto a su caballo cuando llegaba la noche.
Por
fin llegó a un país desconocido y vio en el valle un jardín
rodeado de murallas. Galopó hasta llegar a una pesada puerta en la
muralla del jardín que se abrió cuando la tocó. Ató las riendas
de su caballo a la puerta y vagó por el huerto donde los manzanos
mostraban sus ramas cargadas de fruta. Miró en derredor y en ese
instante la voz del hada protectora volvió nuevamente a su oído:
-Toma
una de las manzanas, éste es el jardín mágico donde crecen las
manzanas de la vida.
Atila
estiró la mano y tomó una manzana roja y brillante. En ese momento
tina gran cantidad de pequeñas criaturas voladoras zumbó a su
alrededor picándolo furiosamente en las manos, la cara y el cuello.
Frotó el talismán y gritó:
-¡Socorro!
¡Socorro!
Inmediatamente
las criaturas desaparecieron y todas las pica-duras dejaron de
dolerle. Rápidamente montó y cabalgó y cabalgó hasta dejar muy
lejos el jardín mágico. Sólo entonces suspiró con alivio. Había
pasado la primera prueba y la manzana de la vida estaba ya en su
bolsillo.
Ahora
cabalgaba por el paisaje más hermoso que hubiera podido imaginar,
con capullos en flor en todas partes y un arroyo de plata corriendo
entre márgenes cubiertas de musgo. Bajó de un salto para beber del
arroyo y su caballo también sació su sed. El caballo comenzó a
mordisquear un delicioso pasto verde y el príncipe comenzó a sentir
mucha hambre. Tres bonitas niñas vinieron con canastos de ropa
lavada y la extendieron sobre los arbustos a secar.
En
cuanto vieron al príncipe dejaron todo y se le acercaron.
-¿Podríais
decirme dónde puedo encontrar alojamiento para pasar la noche? -dijo
el príncipe Atila. Mi caballo y yo estamos muy cansados.
Entonces
la niña más pequeña lo llevó colina arriba y le mostró una
granja donde podía quedarse por un tiempo.
Esa
noche, mientras el granjero y su mujer estaban con el príncipe
sentados a la mesa, se oyó golpear a la puerta.
-¿Quién
podrá ser a estas horas de la noche? -dijo el granjero y fue a
abrir.
En
la puerta había un anciano mendigo empapado por la lluvia.
-Entre
abuelo, entre rápido y caliéntese en el fuego -exclamó el
granjero, y la buena esposa le dio una taza de caldo. Luego lo
envolvieron en una manta caliente y se durmió junto al fuego cuando
los demás se fueron a la cama.
El
príncipe Atila tenía un cuarto pequeño que daba a la cocina y en
medio de la noche le despertó el sonido de alguien quejándose. Se
levantó y fue a la cocina donde vio al anciano tendido muy enfermo.
La voz del hada protectora susurró en su oído:
-La
manzana de la vida, dále la manzana de la vida.
Entonces
Atila sacó de su bolsillo la preciosa manzana. Le dio al anciano un
mordisco y luego otro y en cuanto terminó de comer la manzana el
anciano pordiosero dejó de quejarse y súbitamente se produjo en él
un cambio milagroso. Sus ojos se volvieron brillantes, su pelo se
volvió negro, sus miembros se volvieron fuertes y se levantó con un
aspecto cincuenta años más joven que diez minutos antes.
-Gracias
príncipe Atila -le dijo, a cambio de tu bondad te daré algo: el
anillo de la verdadera felicidad que sé que estás buscando.
Y
Atila vio que tenía en la mano un anillo de oro con una piedra de
ópalo de extraño brillo.
-Pero
¿cómo sabes quien soy? -dijo Atila, ¿eres un mago?
-No.
Fui mandado aquí por tu hada protectora para traerte este anillo que
he tenido durante muchos años. Ahora, como me has dado la manzana de
la vida, podré seguir mi búsqueda, que es secreta, durante otros
cincuenta años.
A
la mañana siguiente cuando el príncipe se despertó, el viajero
había partido. El granjero y su mujer trataron de convencer al joven
para que se quedara más tiempo con ellos, pero él decidió partir
hacia el reino del fin del mundo. Así que les dio una pieza de oro,
les agradeció su hospitalidad y se alejó en su caballo. Atila dejó
que su caballo lo llevara más y más lejos hasta que llegaron a un
lugar totalmente desolado, con montañas hasta donde llegaba la
vista. Por la noche encontraron refugio en una gran caverna y, en la
oscuridad de la misma, el hada protectora volvió a aparecérsele al
príncipe.
-No
estás lejos del fin del mundo, Atila, mañana atravesarás la
montaña y llegarás al palacio del rey Mendoza. Yo te ayudaré a
obtener el espejo de la verdad y a volver a tu propio país.
Luego
desapareció.
A
la mañana siguiente cuando el príncipe despertó, el sol brillaba
alto en el cielo. El caballo lo llevó a través de un angosto
sendero, con enormes rocas como torres a los lados y en la distancia,
vio un castillo gigante colgado de la cima de la montaña, justo en
el fin del mundo. Había en él cien torres y en cada una brillaba
una estrella dorada. El camino hacia el castillo era difícil, pero
Atila llevó su cabalgadura con cuidado a lo largo de la senda, y
pronto ante ellos aparecieron las doradas puertas del castillo del
rey Mendoza.
-¿Qué
es lo que deseas? -dijo el capitán de la guardia cuando el príncipe
golpeó el gran llamador en forma de cabeza de león.
-He
venido a ver al rey Mendoza -dijo Atila valientemente, y el
principal consejero del rey llegó para llevarlo ante el rey, porque
el rey había visto la llegada de Atila en el mágico espejo de la
verdad, hacía unos minutos. El rey Mendoza estaba sentado en su
trono de marfil labrado, pero no se le veía feliz. Le dijo a Atila:
-Vivo
en este castillo dorado y tengo una cámara del tesoro llena de
joyas, mis establos están llenos de caballos magníficos y mis
dominios son los más ricos de la tierra y sin embargo no conozco la
paz del espíritu, ¿por qué?
-Majestad
-dijo Atila quitándose el anillo de la verdadera felicidad, ponte
esto y te dará lo que no tienes.
En
cuanto el anillo tocó el dedo del rey Mendoza, el rey sintió la
felicidad en cada vena de su cuerpo y en cada cabello de su cabeza.
Saltó del trono y gritando exclamó:
-Tendrás
lo que quieras, cualquier cosa que nombres que esté en mi reino,
porque ahora soy el hombre más feliz del mundo.
-¿Podrías
darme el espejo de la verdad? -dijo Atila. Y el rey de inmediato
contestó:
-¡De
todo corazón!
Atila
se quedó unos días en el reino del fin del mundo y fue homenajeado
durante siete días y siete noches, y finalmente partió rumbo a su
hogar con el espejo de la verdad en su alforja.
Viajó
durante muchos días por el largo camino de regreso hasta que estuvo
cerca de su casa. A pocas millas de su palacio, vio un enorme dragón
en la senda y notó que la bestia tenía entre sus fauces a una
joven. Frotó tres veces su talismán y, de pie sobre los estribos
con la espada desenvainada, cargó sobre la criatura gritando con
todas sus fuerzas. Con un poderoso golpe mató al dragón que cayó
muerto. La joven que había salvado era la hija de un carbonero y se
lo agradeció de todo corazón.
-Ven
-dijo el príncipe,
sube delante de mí en el caballo y te llevaré a tu casa.
Y
decidió que nunca jamás había visto una joven tan hermosa, por lo
que le pidió que fuera su esposa.
Así
que cabalgaron alegremente hacia el palacio, pero todas las casas
estaban cerradas y los comercios también, y nadie llegó a saludar
al príncipe que volvía a su hogar. Las puertas del palacio estaban
herméticamente cerradas y por más que el príncipe las golpeó con
todas sus fuerzas, permanecieron sin abrirse. Entonces, sacó el
espejo de la verdad de sus alforjas, miró en él y vio que toda la
gente de la ciudad estaba mortalmente asustada de la gran bestia que
acababa de matar.
Entonces
gritó mientras agitaba su espada:
-¡Salgan!
!Salgan de sus casas y sus comercios y abran el palacio, el dragón
está muerto! ¡He matado al dragón!
De
inmediato, todo el pueblo salió corriendo de sus casas y comercios y
todos se alegraron al verle de regreso y le llevaron en volandas
hasta el palacio. La hija del carbonero se perdió entre la multitud
pero el príncipe muy pronto la encontró y la llevó ante su padre.
El rey estaba muy feliz de volverlo a ver; le felicitó por su
hermosa prometida y dijo:
-¿Y
qué pasó con la manzana de la vida, y el anillo de la verdadera
felicidad y el espejo de la verdad?
Entonces
Atila le contó a su padre toda la historia, de principio a fin, sin
olvidar un solo detalle y le dio el espejo de la verdad.
Dijo
el rey:
-Mi
querido hijo, me has traído lo mejor que pueda poseer un ser humano,
aun cuando sea un rey. Porque sin la verdad, ¿qué es la felicidad?,
¿qué es la vida?
0.187.1
anonimo (asia) - 065
No hay comentarios:
Publicar un comentario