Pues,
señor, había una vez un pobre jornalero que tenía dos hijos. El
mayor se llamaba Juan, y era algo tonto; el menor se llamaba Pedro y,
al revés que su hermano, siempre andaba haciendo de las suyas,
preparando alguna trampa o engañando a la gente. Por eso le llamaban
Pedro el de Malas.
Como
no tenían nada que comer y ya estaban en edad de trabajar, decidió
poner al mayor con un labrador rico que vivía en aquellos contornos.
Fue Juan a casa del labrador rico y este se quiso aprovechar de él,
diciéndole que podía entrar a servir con él, pero con estas dos
condiciones: primera, que no podían enfadarse ninguno de los dos, y
al que se enfadara el otro le sacaría una tira de pellejo desde el
cogote a los talones. Y segunda, que la paga no sería hasta que
cantara la cuquilla.
Bueno,
pues quedó conforme Juan y preguntó que qué había que hacer.
Entonces el amo le mandó que trajera un carro de leña, pero que no
lo metiera ni por la puerta principal ni por la del corralón.
Fue
Juan y cortó la leña, la echó en el carro y se presentó en la
casa.
Como
no había más que dos puertas, se puso a gritar desde fuera:
-¡Señor
amo! ¿Por dónde quiere usted que meta la leña?
-Ya
te lo he dicho, hombre. Ni por la principal ni por el corralón.
-¡Pero eso no puede ser!
-¡Ah!,
¿te enfadas?
-Pues
no me he de enfadar. A ver quién no se enfada si no hay por dónde
entrar.
Y
el amo le dijo:
-Pues
entonces, la tira de pellejo.
Y
le arrancó una tira de pellejo desde el pescuezo hasta el calcañar,
y así, todo dolorido, lo despachó.
Llegó
el pobre Juan a su casa y contó lo que le había pasado.
-¡Como
que eres tonto! -dijo Pedro. Conmigo podía dar ese tío.
Pedro
le pidió licencia a su padre para ir a trabajar a la misma finca.
Cuando llegó, no le dijo al amo quién era, y este lo contrató en
las mismas condiciones que a Juan. También le puso el mismo trabajo,
y que no metiera el carro ni por la puerta principal ni por la del
corralón.
Pues
muy bien. A la tarde ya estaba Pedro con su carro de leña a las
puertas del caserío y, como no tenía por dónde meterlo, ni corto
ni perezoso cogió un pico y, ¡bim!, ¡bam!, ¡bim!, ¡bam!, abrió
un hueco en la pared tan grande como para meter un carro. El amo,
cuando vio el destrozo, empezó a relatar:
-¿Pero
qué estás haciendo, Pedro?
-¿Se
enfada usted, señor amo?
-No,
hombre, no me enfado. Pero no me da gusto -dijo el amo, y añadió
por lo bajini:
«¡Malas puñalás
te den!».
-¿Decía
usted algo?
-No,
nada, nada.
Esa
misma noche mandó el amo a Pedro a una cámara que tenía
llena de harina y le dijo que tenía que cernerla toda para por la mañana.
llena de harina y le dijo que tenía que cernerla toda para por la mañana.
Pedro
esperó a que todos durmieran y se puso a tirar toda la harina por la
ventana.
Al
otro día se asomó la hija del labrador por la ventana y dijo:
-¡Huy,
si ha nevado...!
Cuando
se levantó el amo y vio aquello le preguntó a Pedro:
-Pedro,
¿qué es lo que ha ocurrido?
-Bien
claro lo ha dicho su hija: que ha nevado. -¿Cómo?
-¿Se
enfada usted, señor amo? -preguntó Pedro.
-No
me enfado, pero no me da gusto -contestó el amo, y añadió por lo
bajo: «¡Malas puñalás
te den!».
-¿Mande?
-No,
nada, nada -dijo el amo.
Que ahora me vas a sembrar dos fanegas de trigo, pero que esté bien
sembrado para la tarde, ¿estamos?
-No
faltaría más -contestó Pedro.
Y
Pedro se fue tan campante para las tierras que tenía que sembrar.
Echó las dos fanegas juntas en un surco, lo arropó y se echó a
dormir. A mediodía llegó la criada del amo a llevarle la comida,
que era un puchero y un plato, y le dijo:
-Dice
el amo que no vuelques el puchero en el plato ni lo destapes.
-Está
bien -dijo Pedro.
Y
cogió una piedra y le dio golpecitos al puchero hasta que hizo un
agujero. Por allí sacó toda la comida y se la comió. Luego siguió
durmiendo.
Por
la noche, cuando llegó a la casa, le explicó al amo cómo había
hecho la siembra, y cuando vio la cara que ponía le dice:
-¿Se
enfada usted, señor amo?
-¿Enfadarme
yo? ¡Qué va, hombre!
Aquella
noche el labrador se puso a discurrir con su mujer:
-Este
maldito Pedro nos va a arruinar. Hay que pensar en algo para acabar
con él.
Se
acordaron entonces del gigante que vivía en lo alto de la montaña y
decidieron mandarlo para allá con algún pretexto. A la mañana
siguiente le dice el amo a Pedro:
-Mira,
vas a llevar la piara de cerdos a comer a lo alto de la sierra. Pero
a lo más alto que puedas, porque hay mucha bellota y los animales
tienen que hacer ejercicio.
Bueno,
pues allá que va Pedro con la piara, y por el camino le salen unos
tratantes que le dicen:
-¿Cuánto
quieres por los cerdos?
-Pues
a tanto la arroba -contestó Pedro como si fueran suyos. Un precio
muy barato -y añadió: Pero con la condición de que tenéis que
cortarles los rabos a todos y entregármelos. Y una cerda me la
dejáis para mí.
Y
así fue. Los otros le pagaron y le entregaron todos los rabos
cortados, más una cerda. No hacía mucho que había llovido y se
había formado por allí una charca muy grande con mucho barro.
Pedro
cogió y con toda su paciencia se puso a clavar las colitas de los
cerdos, dejando el rizo para afuera. También dejó que la cerda se
echara tan ricamente en el barro. Luego se volvió a la casa y,
cuando llegó, empezó a gritar:
-¡Amo!
¡Amo!
Y
el amo, nada más oírlo, salió descompuesto y dijo:
-¿Qué
les ha pasado a mis cerdos? ¿Qué les ha pasado?
-Pues
nada, que se han metido en una charca y yo solo no puedo sacarlos.
Fue
corriendo el amo y, cuando llegó, vio aquel espectáculo y se puso a
gritar:
-¡Que
se me ahogan, que se me ahogan!
-Tire
usted, amo, tire usted bien, que todavía se podrán salvar unos
cuantos.
El
amo se puso a tirar con todas sus fuerzas, pero, claro, como no había
nada debajo, se caía de culo en el barro, venga a caerse. Va
entonces Pedro y le dice:
-Si
es que no sabe usted tirar, amo. ¿No conoce usted el refrán que
dice: el que tiene fuerza saca rabo y saca puerca? Si le enseño cómo
se hace, ¿me da usted lo que saque?
-Está
bien. Pero solo sacas uno -dijo el amo.
Entonces
Pedro se fue para la cerda y se puso a tirarle del rabo, hasta que
consiguió levantar al animal.
-¿Lo
ve usted, amo?
El
otro se animó y volvió a tirar de los rabos, pero de todos no
sacaba más que el caerse de culo, ¡y las maldiciones que echaba!
Aquella
noche el amo y su mujer siguieron discutiendo cómo acabar con Pedro.
Lo mejor era encaminarlo a donde estaba el gigante, y va y le dice el
labrador:
-Bueno,
Pedro. Pues ya solo nos queda el rebaño de ovejas, y hay que
pastorearlas en el monte. Conque vete muy arriba con ellas, para que
tengan yerba al volver.
Llegó
Pedro a lo alto de la montaña y en seguida le salió el gigante. Era
un gigante horrible, con un solo ojo en mitad de la frente. Le dice:
-¿Qué
haces tú por aquí? ¿No sabes que el que entra en mis dominios no
vuelve a salir?
-Hombre,
no te enfades -le contestó Pedro. Ten en cuenta que yo soy un
mandao, y si me dicen que venga, pues no tengo más remedio.
-Está
bien. Te voy a dar tres oportunidades. Pero ya sabes lo que te puede
pasar. Primero vamos a acarrear leña para calentarnos esta noche. Y
tú tienes que llevar más leña que yo.
Fueron
al encinar y el gigante empezó a arrancar ramas muy grandes y a
juntarlas. Pero Pedro cogió un rollo de cuerda y empezó a rodear
las encinas.
-¿Qué
haces? -preguntó el gigante.
-Nada,
que voy a arrancar de un tirón todas las encinas.
-No,
hombre, no hagas eso, que con una basta.
-¡Bah,
pues para una encina, llévala tú!
-Está
bien -dijo el gigante.
Mejor será que me vayas a por agua. Toma este pellejo de toro y me
lo traes lleno del manantial que está allá abajo.
Fue
Pedro y, en vez de llenar el pellejo, se puso a clavar unas estacas
alrededor del manantial, como para hacer un muro. Llega el gigante y
le dice:
-¿Qué
estás haciendo ahora?
-Pues
ya lo ves. Voy a embalsar toda el agua de la fuente, porque con un
pellejo no tenemos para nada.
-No,
hombre, no. Con el pellejo basta.
-¡Pues
para un pellejo, llévalo tú!
-Está
bien -dijo el gigante.
Pues a ver si, cuando llegues arriba, eres capaz de sacar agua de una
piedra. Mira, así.
Y
el gigante cogió una piedra, empezó a apretarla, hasta que la
deshizo y sacó agua. Pero Pedro cogió un trozo de cuajada, sin que
el otro se diera cuenta, como si fuera una piedra. Lo exprimió y
también salió agua.
-Bueno,
hombre, ya veo que eres listo. A lo mejor podíamos ser amigos y
todo. Para que veas, te invito a pasar la noche en mi cueva. Así
estarás a la lumbre con tus ovejas y no pasarás frío.
Pedro
metió todas las ovejas en la cueva del gigante, pero no se fiaba.
Fingió que dormía y esperó a que el gigante se durmiera también.
Entonces se acercó a la lumbre, cogió un tizón de los más grandes
y se lo metió al gigante por el ojo. El gigante quedó ciego y daba
gritos de dolor y de rabia. Unos gritos que se oían por todo el
monte. En seguida se puso a la puerta de la cueva para impedir que
Pedro se escapara. Pero Pedro mató un carnero y se colocó su piel.
Por la mañana el gigante abrió para que salieran las ovejas, y las
palpaba una a una, diciendo:
-Pasa,
ovejita, pasa, que esta no es tu casa.
Y
cuando palpó a Pedro, que iba a cuatro patas y con su piel por
encima, no se dio cuenta y también lo dejó pasar.
El
amo y su mujer no podían creérselo cuando vieron llegar a Pedro con
el rebaño tan tranquilo. Ya no sabían qué discurrir, y le dicen:
-Mañana
tienes que sacar los dos bueyes de la cuadra: uno riéndose y otro
haciendo la venia.
Pues
no se lo pensó dos veces Pedro. Cogió un cuchillo y a uno de los
bueyes le cortó el morro para que se le vieran bien los dientes, y
al otro le cortó una pata delantera.
-¡Venga,
señor amo, venga a verlos! -decía Pedro: ¡Uno muerto de risa y el
otro arrodillándose!
-¡Pero,
hombre! ¿Qué has hecho?
-¿Se
enfada usted, amo?
-No,
no me enfado, pero no me gusta -y añadía: «¡Malas puñalás
te den!».
-¿Decía
usted algo?
-No,
nada.
Por
fin, aquella noche le dice el amo a su mujer:
-Mira,
esto hay que acabarlo como sea. Y he pensado que tú te subas a un
álamo y te pongas a cantar como la cuquilla.
Así
lo hizo la mujer. Se subió a un álamo y se puso a cantar.
-¡Huy,
mira, Pedro! Ya está cantando la cuquilla. Ya es razón
de que te pague y terminemos nuestro contrato.
-¿Cuquilla
en este tiempo? -dijo Pedro. Eso lo vamos a comprobar ahora mismo.
Por lo menos sabremos si es cuca o cuco.
Y
con las mismas cogió una escopeta y tiró para donde se oía el
canto.
De
manera que al amo ni siquiera le dio tiempo de impedírselo, sino que
sintió caer al suelo a su mujer. Fueron corriendo a verla, y dice el
amo:
-¡Pero,
so malasangre!, ¿qué has hecho? ¡Has matado a mi mujer!
-¡Hombre!,
¿y por eso se enfada usted? Pues lo pactado es lo
pactado.
Y
acto seguido le arrancó al amo una tira de pellejo del ancho de una
suela de zapato, desde la nuca hasta el pie; y el otro salió
corriendo y dando chillidos y no se le ha vuelto a ver el pelo.
Conque Pedro se quedó con todas las tierras y mandó llamar a su
padre y a su hermano el tonto.
0.003.1 anonimo (españa) - 075
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