Érase
una vez un caballero que salió por el mundo a buscar la vida y
las aventuras. Yendo por un camino, se encontró con cuatro animales:
un león, un galgo, un águila y una hormiga, que estaban
disputándose una res muerta. Cuando los animales vieron al
caballero, le pidieron que les hiciera el reparto de la res. El
caballero accedió y le entregó la cabeza a la hormiga, los huesos
al galgo, la carne al león y las tripas al águila.
Quedaron
muy conformes los cuatro animales y se dispusieron a comer cada uno
su parte. Cuando ya hacía un rato que el caballero se había
marchado, dijo el galgo:
-¡Hay
que ver! ¡Después del favor que nos ha hecho ese hombre, ni
siquiera le hemos dado las gracias! Deberíamos pedirle que volviera.
-Está
bien -dijo el león; que vaya el águila, que antes lo alcanzará.
El
águila echó a volar y, cuando alcanzó al caballero, le dijo que
habían decidido agradecerle lo que había hecho por ellos, y que
volviera. El hombre dijo que sí. Por el camino iba pensando: «Ahora
que ya se han comido la res, seguramente querrán acabar conmigo».
Pero se equivocó. Cuando llegó a donde estaban los cuatro animales,
el león le dijo:
-Toma
un pelo de mi melena y llévalo siempre contigo. Cuando quieras
volverte león, no tienes más que decir: «¡Dios y león!», y en
seguida león te volverás.
El
águila le entregó una pluma y le dijo también:
-Cuando
quieras volverte águila, no tienes más que decir: «¡Dios y
águila!».
Y
también el galgo le entregó un pelo suyo y le dijo:
-Cuando
quieras volverte galgo, no tienes más que decir: «¡Dios y galgo!».
Por
fin la hormiga le dijo:
-Todo
lo que tengo me hace falta, pero toma este cuernito, y, cuando
quieras convertirte en hormiga, no tienes más que decir: «¡Dios y
hormiga!», y en hormiga te convertirás.
Siguió
el caballero su camino y andando andando llegó al castillo de un
gigante que tenía a una princesa encantada. La princesa se hallaba
asomada a un balcón y le contó al caballero cuál era su suerte. El
caballero quiso saber qué tendría que hacer para desencantarla,
pero en esto llegó el gigante, y el caballero, para no ser visto,
dijo: «¡Dios y hormiga!», y se volvió hormiga. Por una reja de la
puerta se metió en el castillo. Por la noche llegó a la habitación
donde dormía la princesa y dijo: «¡Dios y hombre!», y otra vez se
volvió hombre. La princesa se asustó tanto al verlo, que dio un
grito. Entonces acudió el gigante, pero antes de que entrara en la
habitación ya el caballero se había vuelto otra vez hormiga.
El
gigante dijo:
-¡A
carne humana me huele! ¡Si no me la das, te mato! Pero, como no veía
a nadie, se marchó.
De
nuevo la hormiga se volvió hombre y estuvo tres noches hablando con
la princesa, tratando de averiguar cómo podría desencantarla a ella
y a todo el castillo.
Un
día, estando la princesa espulgándole la cabeza al gigante, le
preguntó:
-¿Y
cómo es para no estar yo aquí?
El
gigante no quería decírselo, pero tanto insistió ella, que al fin
se lo reveló:
-A
catorce mil leguas de aquí hay una laguna en medio de un bosque, y
en la laguna, una serpiente. Hay que matar a la serpiente y abrirla.
De ella saldrá una liebre. De la liebre hay que sacar una paloma, y
de la paloma un huevo, que contiene mi vida. Hay que estrellar el
huevo en mi frente, y entonces moriré.
La
princesa, muy desanimada, fue y le dijo al caballero:
-Siempre
estaré encantada, por todo lo que hay que hacer para desencantarme.
Y
le explicó lo que le había dicho el gigante.
-Yo
traeré ese huevo -dijo el caballero, y se marchó.
Después
de mucho andar se encontró con una muchacha que estaba cuidando unas
cabras muy flacas. Se acercó y le preguntó:
-¿Por
qué están estas cabras tan flacas? Y contestó la muchacha:
-Porque
hay por aquí cerca una laguna y en la laguna una serpiente que viene
de vez en cuando y se come todas las cabras gordas.
El
caballero habló con el padre de la pastora y le pidió que le dejara
a él cuidar las cabras.
Por
fin una tarde apareció la serpiente, y el caballero dijo: «¡Dios
y
león!», y se convirtió en león. En seguida se puso a luchar con
la serpiente y lucharon durante mucho rato, hasta que la serpiente
pidió tregua y dijo:
«¡Oh,
quién tuviera un vaso de agua fría,
que
pronto la vida te quitaría!».
Y
el león dijo:
«¡Si
yo tuviera un pan caliente
y
el beso de una doncella,
yo
te daría la muerte,
serpiente
fiera!».
Y
así una y otra vez, sin dejar de pelear a cada rato. La pastora, que
estaba presenciando lo que ocurría, fue y se lo contó a su padre:
-Está
bien, hija -dijo el padre. Mañana, cuando estén peleando, le
acercas a ese caballero un pan que acabaremos de cocer y le darás un
beso, a ver si es verdad que puede con la serpiente.
Así
lo hizo la pastora. Cuando estaban peleando el león y la serpiente,
se acercó ella por detrás y le metió al león un trozo del pan en
la boca y le dio un beso. Inmediatamente el león mató a la
serpiente. Cuando fueron al padre, este dijo:
-Muy
bien. Ahora, como mi hija te ha dado el beso, te casarás con ella.
Pero
el muchacho dijo que no podía ser de ninguna manera y se fue.
Regresó a donde estaba la serpiente muerta y con un cuchillo la
abrió por la mitad. Salió una liebre, que echo a correr. Pero el
muchacho dijo: «¡Dios y galgo!», y se volvió un galgo, que se
puso a correr detrás de la liebre hasta que la alcanzó y la mató.
Dijo entonces: «¡Dios y hombre!», y otra vez se convirtió en
hombre. Le rajó la barriga a la liebre y salió una paloma, que echó
a volar. El caballero dijo: «¡Dios y águila!», y se convirtió en
águila. Se puso a volar y en seguida alcanzó a la paloma. Se
convirtió otra vez en hombre, abrió la paloma y le sacó un huevo
que tenía dentro.
El
caballero regresó al castillo encantado. Se convirtió otra vez en
hormiga, llegó a la habitación de la princesa, y le entregó el
huevo. Al día siguiente la princesa se puso a espulgarle la cabeza
al gigante, como si tal cosa, y, cuando más descuidado estaba, le
estrelló el huevo en la frente y el gigante se murió. Al momento
todo quedó desencantado. El castillo se convirtió en un palacio muy
hermoso, y la princesa y el caballero se casaron y vivieron felices y
comieron perdices, y a mí no me dieron porque no quisieron.
0.003.1 anonimo (españa) - 075
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