La
gente de Turquestán es famosa por su generosidad, el respeto que se
tienen a sí mismos y su afición a los caballos.
Cierto
turquestano, llamado Anwar Beg, poseía un hermoso caballo, ágil y
de garantizado pedigrí; todos lo codiciaban, pero él se negaba a
venderlo, por alto que fuera el precio que le ofrecieran.
Reiteradamente,
un amigo suyo tratante en caballos, llamado Yakub, le visitaba con la
esperanza de conseguir que se lo vendiera. Pero él declinaba siempre
aceptar sus ofertas.
Un
día, habiendo oído decir que Anwar atravesaba una época difícil,
y que disponía de muy escasos medios, Yakub se dijo:
-Esta
es mi oportunidad. Iré a verle una vez más, y, en esta ocasión,
estoy seguro de que se desprenderá del caballo, porque es tan
valioso que, con su venta, recuperará su buena posición económica.
Y
no perdió tiempo. Entró en su casa.
Como
era costumbre en el país, Anwar dio la bienvenida a Yakub y, antes
de ocuparse de negocios, él tuvo que dar a su visitante muestras de
su hospitalidad como dueño de la casa. Le sirvió una suculenta
comida, y la compartieron con verdadero deleite.
Cuando
por fin Yakub pudo hablar del objeto de su visita, el paupérrimo
Anwar respondió:
-Ya
no es posible que mantengamos discusión alguna sobre el negocio de
la venta del caballo. Lo primero es la hospitalidad. Y puesto que me
visitaste en mi pobreza y mi obligación era agasajarte, tuvimos que
matar al caballo para obtener alimentos y de esa manera resolver mis
deberes como anfitrión.
0.187.1
anonimo (asia) - 065
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