Hubo
una vez y no hubo una vez, cuando el cielo era verde y la tierra era
un caldo espeso, un rey en la fortaleza montañosa del Pamir, cerca
de las fronteras de China, India y el reino de Afganistán. El
soberano de ese reino era sabio, fuerte, valiente, caballeroso y muy
rico. Todos le amaban y respetaban por su justicia, bondad y
honestidad. Un día, el rey hizo un extraño anuncio que los heraldos
proclamaron por toda la tierra:
-Alguien
debe llegar hasta mí, ni vestido ni desnudo, ni a pie ni a caballo,
y hablarme ni desde dentro ni desde fuera. Si esta persona llega, el
país se salvará, si no seremos destruidos.
Todos
se divirtieron con el edicto del rey y por largo tiempo nada sucedió,
hasta que un día una joven, de manera inesperada, le dijo a su padre
un pobre leñador:
-Padre,
debo ir ante el Rey. Yo sé cómo podemos ser salvados y por esto
también nosotros seremos aliviados de la pobreza.
El
leñador estaba sorprendido y trató de disuadirla de su plan, pero
ella no pudo ser convencida y entonces él, de mala gana, le permitió
dejar su pequeña cabaña y viajar hasta donde el Rey gobernaba.
Cuando
la muchacha llegó al palacio del Rey, se acostó ante la puerta y
llamó:
-¡Sal
afuera, oh Rey, porque estoy aquí para salvar tu reino!
El
Rey preguntó:
-¿Qué
es esa conmoción?
-Vuestra
Majestad, hay una joven campesina gritando que debeis verla, ya que
ella salvará al país! -respondieron los cortesanos.
El
Rey fue a la entrada y vio a la doncella tendida a lo largo del
umbral:
-No
estoy ni dentro ni afuera. De esta manera he cumplido una de las
cosas que querías -dijo ella.
-Pero
-dijo el Rey,
¿qué hay acerca de no estar ni vestida ni desnuda? -y entonces notó
que ella estaba usando una red que la cubría y que no la cubría.
-No
he llegado ni cabalgando ni a pie -explicó ella- porque llegué aquí
arrastrada por una cabra de la montaña.
El
Rey le dijo que entrara al palacio y cuando estuvieron sentados en
plena corte, dijo:
-Sabed,
oh inteligente joven, que estoy bajo el poder de un terrible vampiro,
un demonio sobrenatural que dice que destruirá el país. Sin
embargo, se le oyó confesar en sueños que sólo una persona que
hiciera lo que yo anuncié podría salvar el reino.
-Estoy
lista para ayudar -dijo la joven. Pero ¿qué tengo que hacer?
-Debes
responder los siguientes acertijos -dijo el rey, que han sido
vociferados repetidas veces por el vampiro en sus desvaríos.
Primero: ¿Cuántas estrellas hay en el cielo?
-Eso
es fácil -dijo la doncella, tantas como pelos tiene la cabeza de un
vampiro. Esto puede ser confirmado arrancándolos como se cuenta cada
estrella, uno por uno.
-Muy
bien -dijo el rey- se lo diré. Ahora la siguiente pregunta: ¿Qué
distancia hay desde aquí hasta el fin de la tierra?
La
muchacha contestó enseguida:
-Tanta
como desde el fin de la tierra hasta aquí.
-Muy
bien -dijo el rey- se lo diré al vampiro. Y
ahora la última pregunta: ¿Qué altura tiene el cielo? La joven
dijo:
-No
hay dificultad con esa pregunta. El cielo está tan alto como un
vampiro pueda patearse a sí mismo. Sería conveniente que lo
intentara si no me cree.
-Muy
bien -dijo el rey- se lo diré al vampiro.
El
vampiro volvió de una expedición de caza, unas pocas horas después,
y le dijo al rey con una voz como de trueno:
-¡Rey
estúpido! ¿Tienes ya las respuestas a los acertijos?
El
rey le dijo lo que la doncella había respondido. El vampiro estaba
furioso:
-Esas
son las respuestas correctas, pero tú aún no has pasado la prueba
final, que concierne al método para matarme. Seré muerto sólo por
alguien que no sea ni hombre ni bestia; por alguien que lo haga ni de
día ni de noche; alguien que me ofrezca un regalo que no es un
regalo; no seré muerto por metal, ni cuerda, ni veneno, ni piedra,
ni fuego, ni agua; por alguien que no esté comiendo ni ayunando en
ese momento.
Y
el vampiro, entonces, se fue a un grañ árbol a dormir, ya que
estaba repleto de comida por su cacería. Deliraba en su sueño de
una manera bastante alarmante. El rey contó la conversación a la
hija del leñador:
-Nada
más simple -dijo ella.
Comenzaré muy pronto.
Cuando
llegó el crepúsculo, ni de día ni de noche, ella fue hacia la base
del árbol, donde el vampiro dormía, y gritó:
-¡Despierta,
vampiro, ya que ha llegado tu último momento! Soy una mujer, ni
hombre ni bestia, no es de día ni de noche. Aquí está mi regalo
que no es un regalo.
Y
le ofreció un pájaro. Cuando el vampiro trató de tomarlo, el
pájaro voló y el vampiro se dio cuenta de que este regalo no era
realmente un regalo.
-¡Pero
tú debes estar comiendo o ayunando! -bramó.
-¡No
estoy haciendo nada de eso! Estoy mascando un pedazo de corteza de
árbol -gritó la doncella a su vez.
Y
tan pronto como ella dijo estas palabras, el vampiro, vencido por la
ira, cayó al suelo. No había sido muerto por espada o lanza, por
soga o flecha, por veneno o por ninguna otra cosa más que por su
propia furia, que le hizo caer al suelo, donde su tremendo peso lo
aplastó de muerte.
-Ahora
-dijo el rey tan pronto como cada cual terminó de sacudirse por el
temblor de la tierra que el impacto había causado- dime una última
cosa, doncella: ¿Qué estoy pensando?
-Que
soy tan inteligente y atractiva que tú me desposarás -dijo la
joven.
Y
estuvo en lo cierto. Se casaron y gobernaron el reino juntos el resto
de sus largas y felices vidas.
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anonimo (asia) - 065
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