Un
pobre labrador acababa de vender con su burro una carga de melones, a
tres pesetas. Por el camino hasta su pueblo tenía miedo de que
alguien le fuera a robar. Decía mi hombre:
-¿Dónde
lo meteré? En el bolsillo, no. En la cartera, tampoco. Lo meteré en
el culo del burro.
Y
así lo hizo. Metió todas las pesetas, una detrás de otra, en el
culo del burro.
Llegó
a su pueblo y mira por dónde fue a pasar por delante de la casa de
su compadre, que era muy rico y al que le debía cincuenta duros.
Dice mi hombre:
-Mejor
será que apriete el paso, no sea que aparezca el compadre.
Le
dio un palo al burro y el animal pegó un respingo que cagó una
peseta. En esto sale a la puerta la comadre, ve lo que había pasado,
y cómo su compadre le pegaba otro palo al burro y salía otra
peseta, y otro palo y otra peseta. Así un chorro, que el labrador
fue recogiendo del suelo.
-¡Eh,
compadre, venga usted aquí!
El
hombre no tuvo más remedio que volverse. Dice la comadre:
-¿Me
vende usted ese burro?
-No,
comadre, porque con este me gano la vida y ya ve usted que me da
muchas pesetas. ¡Fíjese usted! -le pegó otro palo al burro y salió
otra peseta.
Entonces
dice la mujer:
-Compadre,
¿no le debía usted cincuenta duros a mi marido?
-Está
bien, está bien -dijo el hombre. Le doy el burro y ya estamos en
paz. ¡Ea, ya tienes nuevo amo! -le dijo al burro y le propinó otro
palo, que echó la última peseta.
-Estese
usted quieto, compadre, que no va a quedar nada para nosotros. Y
dígame usted, ¿qué es lo que come el burro y dónde hay que
ponerlo?
-Pues
mire usted. El burro solo come garbanzos. Muchos garban-zos y mucha
agua. Los garbanzos en plato fino y el agua en vaso de cristal. Y hay
que tenerlo en el salón, porque es muy señorito. ¡Claro, que
merece la pena!
Mandó
la mujer hacer un plato grande y fino y un vaso muy grande de
cristal. Encerró al burro en el salón y le echó un saco de
garbanzos y su agua.
Por
la noche llegó el marido, y la mujer, tan contenta, le dice:
-Mira,
maridito. He hecho un negocio estupendo. Le he cambiado a tu compadre
los cincuenta duros que te debía por un burro que caga pesetas.
-Anda,
mujer, no seas tonta y vamos a ver eso. ¿Desde cuándo ha tenido mi
compadre un burro semejante?
Fueron
entonces a entrar en el salón y que no podían abrir la puerta.
Venga a empujar, venga a empujar, y nada. Como si hubiera algo muy
pesado por detrás.
-¿Ves,
maridito? No se puede abrir de tantas pesetas como hay.
Por
fin pudieron abrir un poquito y vieron al burro despanzurrado en el
suelo, con la barriga hinchada de tanto comer garbanzos y de tanta
agua como había bebido. El burro ya no cabía en la habitación y
había reventado.
Al
ver esto, el marido le echó una buena bronca a su mujer y salió
furioso a buscar a su compadre.
Pero
el compadre, que ya se estaba oliendo la chamusquina, estaba
preparado. Había comprado dos conejos blancos, igualitos, igualitos.
Después de hablar con su mujer y de darle instrucciones, le dejó
uno de los conejos y se fue con el otro a la taberna.
Nada
más salir, se presentó en la casa el compadre rico:
-¡Comadre!
¿Dónde está el sinvergüenza de tu marido?
-¡Ay!,
¿por qué dice usted eso? Mi marido no ha hecho más que salir por
las puertas. Si hubiera venido usted un minuto antes, lo encuentra
aquí. Pero siéntese, hombre; siéntese, que viene usted muy
sofocado. Ahora mismo mando al conejo a buscarlo.
-¿Cómo
dices? ¿A qué conejo?
-¿A
cuál va a ser? Pues al que nos hace los mandaos.
-¡Ah,
pero...!
-Sí,
señor, ahora mismo lo va usted a ver.
Se
metió la comadre para adentro y al momento volvió con el conejo
blanco en los brazos. Lo puso en la puerta y le dice:
-Anda,
conejito, corre a la taberna y dile a mi marido que venga en seguida,
que lo está esperando su compadre.
El
conejo, como es natural, se las piró y pasó corriendo por delante
de la taberna. Se fue para el campo y no ha vuelto todavía. Pero el
que estaba en la taberna, que lo vio perderse, cogió el camino, con
el otro conejo en brazos, y se presentó en su casa al momento. El
compadre rico no se lo podía creer.
-¿Pero
es posible?
-¿Si
es posible el qué? ¿Lo del conejo? Ah, ¿pero usted no lo sabía?
-Pues
mira, no lo sabía. Oye, ¿cuánto quieres por el conejo?
-¿Yo?
El conejo no se vende, compadre. ¿No ve usted que con este no
necesito criada? Ustedes los ricos, porque se la podéis
pagar, pero nosotros...
-Véndemelo,
hombre. Te pago lo que tú me pidas.
-Está
bien. Ya que insiste. Lo hago por ser usted, que si no. Bueno, deme
cincuenta duros antes que me arrepienta.
En
seguida el compadre rico le dio los cincuenta duros y se fue con su
conejo a su casa. Llegó la mar de contento y le dice a su mujer:
-Mira,
mujercita. He hecho un negocio estupendo. Por cincuenta
duros le he comprado a mi compadre este conejo que hace mandaos.
-¿Cómo
dices?
-Que
sí, mujer, ya lo verás. Mira, hace tiempo que quiero invitar a
comer en casa al señor alcalde. Así que vas a preparar una buena
comida y yo le mando avisar con el conejo.
-¡Anda,
conejito, llégate corriendo a casa del señor alcalde y dile que lo
invitamos a almorzar!
El
hombre puso el conejo en la puerta de la casa y el animal salió de
estampida.
-¿Has
visto, mujer, la prisa que se da?
-La
prisa, sí. Otra cosa... No sé por qué me parece a mí que esto es
como lo del burro que cagaba pesetas.
-¡Quita,
mujer! ¿Cómo va a hacerme a mí eso mi compadre? Eso te lo hizo a
ti, porque eres tonta.
Pasó
un buen rato y llegó la hora de la comida. El labrador rico no hacía
más que asomarse a la puerta, a ver si venía el conejo o el
alcalde, y como no veía nada, se metía para adentro cada vez más
mosca.
-¿No
te lo dije yo?
-Ten
paciencia, mujer, ten paciencia.
Pero
pasó otra hora, y ya era casi por la tarde, y ellos sin comer, ¡con
un hambre!, esperando que apareciera el alcalde o el dichoso conejo.
-Anda, que eres todavía más tonto que yo -dijo la mujer. Entonces
el marido pegó un brinco y dice:
-¡Ahora
mismo se va a enterar el compadre de quién soy yo! –y salió
echando pestes, dispuesto a lo que fuera.
Pero
el compadre, que sabía de sobra lo que iba a pasar, lo estaba
esperando con otra de las suyas. Había comprado dos vejigas de
ternera, las llenó de sangre, y le dijo a su mujer:
-Tú
métete eso debajo del delantal, mientras yo me hago el dormido.
A
esto que llega el compadre rico hecho una furia:
-¿Dónde
está tu marido, que lo rajo ahora mismo?
-¡Ay,
por Dios! Serénese usted, compadre, que le va a dar algo.
Mi
marido está echando la siesta, y se despierta de muy mal humor.
Así
que yo no me atrevo a despertarlo, porque tiene un pronto que la
puede pagar conmigo.
-¡Entra
ahora mismo y despiértalo, que no respondo de mí!
-Bueno,
hombre, bueno. Pero es que yo, ni me atrevo a entrar. Desde aquí
mismo lo llamo: ¡Marido! ¡Mariiiido!
Entonces
salió el otro como muy enfadado y con un cuchillo en la mano:
-¿No
te he dicho que no me despiertes cuando estoy durmiendo la siesta?
¡Ahora verás!
Y
se fue para su mujer y le pegó dos puñalás en la barriga. Claro,
al momento, ¡unos chorros de sangre! Y la mujer que pega un chillío
y se tira al suelo, como si estuviera muerta.
-¡Compadre,
qué bestia eres! -dice el rico.
-No
te preocupes, hombre. No es la primera vez que pasa. Cogió una
guitarra y se puso a tocarla a la que estaba en el suelo.
-¿Pero
qué haces? ¿Te has vuelto loco? ¿Encima vas a tocarle la
guitarra?
-Espera,
hombre, ya verás. Le toco tres fandangos y ya está.
Al
momentillo empezó la otra a menear el pescuezo, haciendo como que
revivía. Y ya se levantó tan fresca.
-Compadre,
¿cuánto quieres por la guitarra?
-¿La
guitarra? Eso sí que no. ¿No ves que mato muchas veces a mi mujer?
Si no fuera por la guitarra, ya estaría viudo. Ni hablar.
-Venga,
hombre, no seas así. Acuérdate de que he sacado de pila a casi
todos tus hijos y que los quiero como si fueran míos.
-Bueno,
hombre, me estás tocando el corazón..., y eso ya... Venga,
¡cincuenta duros y no se hable más!
Pagó
religiosamente el rico sus cincuenta duros y se presentó en su casa
la mar de contento con la guitarra.
-Y
ahora... ¿qué significa esa guitarra?
-Calla,
mujer, que por cincuenta duros le he comprado a mi compadre esta
guitarra que resucita a los muertos.
La
mujer, nada más oír aquello, salió corriendo como alma que lleva
el diablo, pero el marido salió corriendo también detrás de ella
con un cuchillo, diciéndole:
-¡No
corras, mujer, si no te va a pasar nada! ¡Ya lo verás! Hasta que la
alcanzó y le clavó el cuchillo dos o tres veces. Al momento la
otra, muerta.
Se
pone el rico a tocar la guitarra, un fandango, dos y tres. Pero nada;
la muerta, muerta. Otro fandango, y otro y otro, y la mujer, la
pobre, sin moverse del suelo. Y allí se quedó.
El
otro se tiraba de los pelos y daba gritos, jurando vengarse. Reunió
a unos cuantos amigotes, les explicó lo que había pasado y fueron a
por el compadre. Esta vez no le dio tiempo de preparar ninguna
artimaña,
y
cuando se presentaron los otros se dejó coger. Fueron y lo metieron
en un saco, armando mucho jaleo, como que iban a tirarlo al río. Al
pasar por la taberna, dice el rico:
-Os
convido a una copa por la muerte de este maldito.
Todos
se metieron en la taberna y dejaron el saco en la calle. A esto que
pasó el pastor de cabras, que llevaba el ganado al monte, cuando oye
gritar al del saco:
-¡Socorro,
sacadme de aquí! ¡Sacadme de aquí!
Se
acercó el pastor y le preguntó que qué le pasaba.
-Es
que quieren casarme con la hija del rey y yo no quiero -contestó el
otro.
-Venga,
hombre, no seas así. Acuérdate de que he sacado de pila a casi
todos tus hijos y que los quiero como si fueran míos.
-Bueno,
hombre, me estás tocando el corazón..., y eso ya... Venga,
¡cincuenta duros y no se hable más!
Pagó
religiosamente el rico sus cincuenta duros y se presentó en su casa
la mar de contento con la guitarra.
-Y
ahora... ¿qué significa esa guitarra?
-Calla,
mujer, que por cincuenta duros le he comprado a mi compadre esta
guitarra que resucita a los muertos.
La
mujer, nada más oír aquello, salió corriendo como alma que lleva
el diablo, pero el marido salió corriendo también detrás de ella
con un cuchillo, diciéndole:
-¡No
corras, mujer, si no te va a pasar nada! ¡Ya lo verás! Hasta que la
alcanzó y le clavó el cuchillo dos o tres veces. Al momento la
otra, muerta.
Se
pone el rico a tocar la guitarra, un fandango, dos y tres. Pero nada;
la muerta, muerta. Otro fandango, y otro y otro, y la mujer, la
pobre, sin moverse del suelo. Y allí se quedó.
El
otro se tiraba de los pelos y daba gritos, jurando vengarse. Reunió
a unos cuantos amigotes, les explicó lo que había pasado y fueron a
por el compadre. Esta vez no le dio tiempo de preparar ninguna
artimaña,
y
cuando se presentaron los otros se dejó coger. Fueron y lo metieron
en un saco, armando mucho jaleo, como que iban a tirarlo al río. Al
pasar por la taberna, dice el rico:
-Os
convido a una copa por la muerte de este maldito.
Todos
se metieron en la taberna y dejaron el saco en la calle. A esto que
pasó el pastor de cabras, que llevaba el ganado al monte, cuando oye
gritar al del saco:
-¡Socorro,
sacadme de aquí! ¡Sacadme de aquí!
Se
acercó el pastor y le preguntó que qué le pasaba.
-Es
que quieren casarme con la hija del rey y yo no quiero -contestó el
otro.
-¿Y
qué puedo hacer yo?
-Si
quieres, métete en el saco y te casarás con la hija del rey, porque
ha dicho el rey que así lo hará con el primero que aguante un viaje
de aquí a Madrid metido en un saco.
-Pues
yo he de casarme con la hija del rey -dijo el pastor.
Desató
el saco, salió el compadre pobre y se metió el pastor. El otro
entonces volvió a atar el saco y se fue con las cabras. Salieron de
la taberna los otros, bastante bebidos, cargaron con el saco y al
llegar al río lo tiraron. Claro, el pobre pastor se ahogó.
Ya
volvían para el pueblo otra vez, cuando al ratito oyen venir un
rebaño de cabras. Miran para atrás y ven al compadre pobre tan
jirocho con la piara. Todos estaban maravillados, y el rico más que
ninguno, que no podía ni hablar. Conque va otro y dice:
-Oye,
¿pero no hace un momento que te tiramos al río?
-Sí,
ya lo creo. Pero miren ustedes si hay cabras y carneros dentro del
agua, que cuanto más hondo, más cabras se sacan.
Los
otros se acercaron a la orilla y vieron reflejadas todas las cabras
en el agua, y como estaban medio borrachos, pues allá que van y
empiezan a tirarse. El primero, el compadre rico, y como ninguno
sabía nadar, pues allí estarán todavía buscando cabras en el
agua.
Y
colorín colorao,
este cuento se ha acabao.
0.003.1 anonimo (españa) - 075
https://www.youtube.com/watch?v=JonZBIGqU78
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