Esto
quería ser un hombre al que llamaban «Tío Grillo». El pobre
pasaba mucha necesidad, porque no tenía oficio ni beneficio. Un día,
harto de calamidades, se hizo pasar por adivino y puso un letrero en
la puerta de su casa, que decía: «Aquí vive Tío Grillo, el
adivino». Pero antes se dedicó a robar unas cuantas cosas y a
esconderlas en otro sitio. Primero robó una sábana y la escondió
en una cenicera. La dueña fue a consultarle y él se lo acertó,
como si lo hubiera adivinado. La mujer cogió su sábana y le pagó
con un pan y un chorizo. Otro día le robó un caballo a un señorito
y 1o llevó a un prado que estaba muy lejos. El señorito fue a
consultarle y, como se lo acertó, le dio en pago un jamón.
Así
se fue haciendo famoso «Tío Grillo, el adivino». Un día, cuando
más tranquilo estaba, llamaron a su puerta y eran los soldados, que
venían de parte del rey, para que acertara dónde estaba un anillo
muy valioso que le habían robado a su majestad.
Tío
Grillo no se atrevió a negarse y salió con los soldados. Por el
camino iba pensando: «Esto va a ser mi perdición. A ver qué hago
yo cuando llegue al palacio». Ya llevaban un rato de camino, cuando
dice el capitán:
-¿Ha
hecho usted ganas de comer?
-¡Hombre,
ya lo creo! ¡Si ya llevamos recorridas por lo menos siete leguas!
-Pues
a comer, que el rey ha dicho que lo tratemos a usted como debe ser;
que coma y que beba todo lo que quiera.
-¡Eso
está muy bien! -dijo el Tío Grillo. Y pensó que por lo menos se
hartaría de comer antes de que pasara lo que tenía que pasar. De
manera que comió a dos carrillos de todo lo que quiso, y cada cuatro
o cinco leguas decía que tenía hambre. Los otros paraban y él se
volvía a poner como el Quico. Cuando llegaron al palacio le dice el
rey:
-Tío
Grillo, te he mandado llamar expresamente para que averigües dónde
está el anillo de mi familia, que me lo han robado. Pero, si no me
lo adivinas, te mato.
-Majestad,
eso que usted me pide es muy difícil. Voy a necesitar tres días
para pensarlo.
-Está
bien. Mando que te encierren en una habitación y que no te dejen
salir de allí en los tres días. Aunque podrás comer y beber todo
cuanto quieras. Cada día que pase, un criado te llevará lo que
pidas.
-Eso
está bien -dijo el Tío Grillo, y pensó: «Por lo menos moriré
jartito».
Cuando
se cumplió el primer día, un criado fue a llevarle lo que había
pedido, y dice el Tío Grillo:
-¡Ay,
señor San Bruno, que de los tres ya he visto uno!
El
criado se fue corriendo a la cocina a buscar a otros dos, pues eran
los
tres que habían robado el anillo, y les dice:
-¡El
Tío Grillo me ha reconocido!
Los
otros dos no se lo creyeron, y dice uno:
-Mañana
voy yo a llevarle la comida.
Pasó
otro día y se presentó el criado en la habitación. El Tío Grillo
dice, dando un suspiro:
-¡Ay,
señor San Antón, que de los tres ya he visto dos!
El
criado salió corriendo y se lo contó a los otros. Pero el que
quedaba tampoco se lo creía y fue a la mañana siguiente a llevarle
la comida al Tío Grillo. En cuanto lo vio aparecer, dice, con un
suspiro muy fuerte:
-¡Ay,
señor San Andrés, que ya he visto los tres! Entonces el otro le
dice:
-Cállese
usted, por favor. Si no nos descubre, le decimos dónde está el
anillo y además le damos mucho dinero.
El
Tío Grillo se quedó un momento callado, pero en seguida comprendió
lo que pasaba. Dijo que estaba bien. Los truhanes le dieron tres mil
reales y le dijeron que el anillo del rey lo habían escondido en el
buche del pavo real.
Ya
llegó el rey y le preguntó que dónde estaba el anillo. Entonces él
se lo dijo y era verdad. Mataron el pavo real y le sacaron el anillo
del buche. El rey se puso tan contento, que le entregó muchos
regalos al Tío Grillo y se ofreció él mismo a acompañarlo hasta
su casa. Se montaron en una carroza y, cuando ya iban de viaje, se
coló un grillo por la ventana. Tío Grillo no se dio cuenta, pero el
rey sí y lo cogió y se lo escondió en una mano. Entonces le dice
al Tío Grillo:
-Veamos
si eres tan buen adivino. Si lo aciertas, te casas con mi hija. Y si
no, te mato. ¿Qué es lo que tengo en la mano?
El
Tío Grillo no supo qué contestar, porque no había visto nada.
Entonces dice:
-¡Ay,
Grillo, Grillo, en qué apuros te ves!
-¡Caramba!
¡Pues lo ha acertado usted! ¡Ahora se tiene que casar con mi hija!
Y
se casó el Tío Grillo con la hija del rey, y vivieron felices y a
mí me dejaron con tres palmos de narices.
0.003.1 anonimo (españa) - 075
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