Esto
era un matrimonio que llevaba muchos años sin tener hijos. Por fin
tuvieron una hija, pero la madre murió del parto. Antes de morir, le
dijo a su marido que nunca se volviera a casar si no era con una como
ella.
Pasó
el tiempo y la niña se fue haciendo cada vez mayor y poniéndose
cada vez más guapa y más parecida a su madre. De tal manera que el
padre se enamoró de la hija y, como su mujer le había dicho que no
se casara sino con una que se pareciese a ella, fue y le dijo a su
hija que se tenía que casar con él.
La
niña fue y le contó a una vecina lo que le había dicho su padre, y
la vecina le dijo:
-Dile
a tu padre que te casarás con él si te trae tres vestidos: uno de
sol, otro de luna y otro de estrellas.
Así
lo hizo la niña. El padre quedó conforme y salió de viaje en busca
de los tres trajes. Anduvo por todas partes, pero sin poder
encontrarlos como su hija se los había pedido. Un día se encontró
con el diablo por un camino y le contó lo que le pasaba. Entonces
dijo el diablo:
-Yo
te daré esos trajes, a condición de que tu alma sea mía cuando
mueras.
El
hombre aceptó el trato. Recibió los tres trajes y se los llevó a
su hija. Y como ya había cumplido lo que esta le había pedido, iban
a arreglar la boda. Pero la hija volvió a consultar con la vecina y
esta le aconsejó que huyera al monte y que ella la acompañaría. Y
así, sin que nadie la viera, se escaparon de la casa y se fueron al
monte. Pero la vecina dejó sola a la niña y se volvió a casa.
Después
de mucho andar, llegó la niña a la choza de unos pastores. Les
pidió ropa de pastora, se la puso y se echó sal en el cuerpo.
Vestida de pastora y rascándose el pecho y los brazos siguió camino
adelante. Un día llegó a un palacio, llamó a la puerta y pidió
por favor que la recogieran como criada. Como les dio lástima por lo
andrajosa que iba, le dijeron que sí, le preguntaron cómo se
llamaba y ella dijo que Juana. Y así entró de criada en el palacio.
Una
vez iban a dar una fiesta muy grande, de tres días, para que el
príncipe pudiera escoger novia. Juana pidió permiso para ir al
baile. Cuando llegó la primera noche, se fue a su habitación, se
quitó la ropa de pastora y se puso el traje de sol que le había
regalado su padre. Cuando entró en el baile, el hijo del rey se fijó
en ella y la sacó a bailar. Estuvo bailando con ella toda la noche
sin hacerles caso a las demás, que se morían de envidia. El hijo
del rey se enamoró de Juana, la llevó a la mesa a comer y le regaló
un anillo de oro. Pero a las tres de la madrugada dijo ella que se
tenía que ir y que la esperara un momento en la puerta del palacio.
Entonces, como ella vivía en el mismo palacio, se fue por dentro
hasta la cocina sin que nadie la viera. Se puso otra vez los andrajos
y al día siguiente le dijo a la reina en la cocina:
-¿A
que no sabe usted, señora, lo que pasó anoche en la fiesta?
-¿Qué
pasó? -preguntó la reina.
-Pues
que el príncipe estuvo toda la noche bailando con una princesa muy
guapa que vestía un traje de sol, comió con ella y le regaló un
anillo.
-¿Y
de dónde era esa princesa?
-Nadie
lo sabe -contestó Juana. De madrugada se fue corriendo del baile sin
que nadie la viera y nadie sabe nada de ella.
La
reina fue y le preguntó a su hijo si era verdad lo que decía Juana,
y él contestó que sí.
La
segunda noche de la fiesta el príncipe estaba deseando volver a ver
a la joven. Por fin apareció Juana, que esta vez se había puesto el
traje de luna. Al príncipe le pareció todavía más guapa que la
noche anterior y más se enamoró de ella. Otra vez estuvieron
bailando toda la noche, pero a las tres de la madrugada Juana
desapareció lo mismo que la noche anterior.
Al
día siguiente le contó a la reina lo que había pasado y la reina
volvió a consultar con su hijo. Este le dijo que era verdad, pero
estaba muy triste.
A
la tercera noche Juana se puso el traje de estrellas para ir al baile
y volvió a ocurrir como las otras veces. Pero el príncipe la había
visto tan guapa y tan enamorado estaba de ella, que al día siguiente
cayó enfermo en la cama. No quería ver a nadie y ni comía ni nada.
Por fin, después de mucho insistirle su madre, dijo que le apetecía
comerse un pastel. La reina bajó corriendo a la cocina para
hacérselo, pero Juana le dijo:
-Si
usted quiere, señora, yo puedo hacérselo, que los sé hacer muy
bien.
-¿Tú,
so andrajosa? -contestó la reina. ¿Cómo vas a hacerle tú un
pastel al príncipe?
-Señora,
déjeme usted, que no se arrepentirá.
Aceptó
la reina y Juana se puso a preparar el pastel. Sin que nadie se diera
cuenta, puso dentro de la masa el anillo que el príncipe le había
regalado la primera noche. Metió la masa en el horno y, cuando
estuvo hecho el pastel, la propia reina quedó complacida. Pero,
mientras subía a la habitación del príncipe, pensó mejor decirle
que lo había hecho ella, no fuera a darle asco de Juana.
Nada
más cortar el pastel, el príncipe se encontró el anillo de oro y
dijo:
-Madre,
dígame usted la verdad. ¿Quién ha hecho este pastel?
Y
la madre no tuvo más remedio que decírselo:
-Ha
sido Juana, hijo mío, la criada de la cocina.
El
príncipe mandó que se la trajeran inmediatamente, pero ya Juana se
había puesto su traje de estrellas y se presentó en la habitación.
El príncipe la reconoció y en seguida se puso bueno. Le pidió que
se casara con él, y se casaron y fueron felices.
Y
colorín colorao, este cuento se ha acabao.
0.003.1 anonimo (españa) - 075
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