Había
una vez en China un sacerdote que era avaricioso y rico. Amaba las
joyas y las coleccionaba, agregando constantemente más piezas a su
maravilloso tesoro escondido, el cual guardaba cerrado con seguros y
oculto de ojos que no fueran los suyos.
Ahora
bien, el sacerdote tenía un amigo que lo visitó un día y expresó
interés por ver las gemas.
-Será
un placer sacarlas, así yo también las podré mirar -dijo el
sacerdote.
Entonces
la colección fue traída y los dos deleitaron sus ojos largo tiempo
con el tesoro maravilloso; perdidos en la admiración.
Cuando
llegó el momento de partir, el invitado dijo:
-Gracias
por darme el tesoro.
-No
me agradezcas por algo que no has recibido -dijo el sacerdote.
Puesto que no te he dado las joyas y no son tuyas en absoluto.
Su
amigo respondió:
-Como
sabes, he sentido tanto placer mirando los tesoros como tú, por lo
que no hay diferencia entre nosotros, excepto que tú tienes el
problema y el gasto de encontrar, comprar y cuidar los tesoros.
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anonimo (asia) - 065
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