Este
era un matrimonio que tenía siete hijos y ninguna hija. Por fin la
mujer tuvo una niña y todos se pusieron muy contentos. Un día que
no había agua en la casa la madre mandó a los hijos a la fuente a
que llenaran un cántaro; pero, como todos querían llevarlo y
traerlo, se pusieron a reñir, hasta que lo rompieron. Entonces el
padre les echó una maldición, diciendo:
-¡Ojalá
se vuelvan cuervos!
Y
al instante los siete hermanos se volvieron cuervos, y se fueron
volando. La madre, desesperada por lo que había pasado, se fue
poniendo cada vez más enferma y murió al poco tiempo. Poco antes de
morir, le entregó un anillo a su hija. La niña, que ya vivía sola
con su padre, lloraba y lloraba sin consuelo.
Un
día pasó por allí un enanito, que sintió a la niña llorar. Le
preguntó que qué le pasaba y, cuando la niña se lo contó, le
dijo:
-Mira,
si quieres desencantar a tus hermanos, tienes que ir al monte, donde
viven tus hermanos en una casa. ¡Ah, y llévate una calabaza!
La
niña iba de camino con su calabaza, y al cabo de un rato se encontró
otra vez al enanito. Entonces se dio cuenta de que había perdido la
calabaza, pero el enanito se lo perdonó. La niña le preguntó:
-¿Cómo
entraré en la casa?
Y
el enano le dijo:
-Toma
este hueso. Con él podrás abrir la puerta.
Pero
cuando la niña llegó a la casa, también había perdido el hueso.
«No importa -pensó. Me cortaré el dedo meñique y abriré con él
la puerta.» Y así lo hizo. Cuando entró en la casa se encontró
otra vez al enanito, que le dijo:
-Ahora,
si de verdad quieres desencantar a tus hermanos, tienes que hilar
siete camisas para ellos. Pero no tienes que decir ni una palabra a
nadie. Si hablas, todo estará perdido.
La
niña se puso a hilar, venga a hilar, esperando que se presen-taran
los siete cuervos.
Al
poco tiempo llegaron los siete cuervos, gritando:
-¡A
carne humana huele! ¡A carne humana huele!
Cuando
ya se iban a echar sobre la niña, uno de ellos vio el anillo que
llevaba y exclamó:
-¡Alto!
Que esta es nuestra hermana, que seguramente ha venido a
desencantarnos.
Y
así pasaron muchos días, esperando que la niña acabara de hilar
las siete camisas.
En
esto acertó a pasar por allí el hijo del rey, que iba de caza, con
lo que los siete cuervos echaron a volar. El príncipe se puso a
preguntarle a la niña que quién era y qué hacía en aquel lugar.
Viendo que no le contestaba, insistió y entonces la niña se puso a
explicarle por señas que no podía hablar. El hijo del rey le
preguntó que si quería irse con él al palacio, y la niña le
contestó que sí. Se marcharon, y los siete cuervos iban detrás del
séquito, volando.
Pasaron
los días, y el hijo del rey iba todos los días a visitar a la niña
a su habitación, a ver si conseguía que hablara. Pero la niña no
hacía más que hilar, venga a hilar. Un día acababa una camisa,
otro día otra, y así esperaba que muy pronto le podría explicar al
príncipe todo lo que había pasado. Desde su ventana veía todos los
días volar a sus hermanos, y el príncipe no acertaba a comprender.
Vivía
también en el palacio una prima del príncipe, que se quería casar
con él, y que estaba muy envidiosa de la niña. Se puso a hablar mal
de ella a los reyes y a decir que se estaba burlando de su hijo con
no querer hablar y que seguramente sería una hechicera, pues tenía
tratos con unos cuervos siniestros que andaban todo el tiempo volando
alrededor del castillo. Tanto intrigó que, por fin un día, el rey
decidió encerrar a la niña en un calabozo y preparar un patíbulo
para quemarla viva. El príncipe estaba desconsolado y veía que la
niña no hacía más que tejer y tejer. Ya llevaba tejidas seis
camisas, cuando el rey fijó la ejecución para el día siguiente.
Aquella
noche la niña estuvo en el calabozo tejiendo sin parar y, cuando ya
amanecía, estaba terminando la última camisa. Se la llevaron al
patíbulo y allí siguió tejiendo, hasta que terminó, en el momento
en que iban a prenderle fuego. Entonces bajaron volando los siete
cuervos, y el enanito, que andaba por allí, les puso las camisas.
Inmediatamente se convirtieron en siete mozos muy guapos. Los reyes,
el príncipe y todo el pueblo que estaba contemplando la escena no
podían creer lo que estaban viendo. Entonces la niña explicó todo
lo que había pasado y cómo aquellos muchachos eran sus hermanos. El
rey detuvo la ejecución y en lugar de la niña mandó quemar a la
prima del príncipe, y la quemaron. A los siete hermanos de la niña
los hizo ministros y a su hijo y a la niña los casó. La boda se
celebró durante muchos días y todos vivieron felices.
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