Una
vez vivía en un pueblo una mujer muy bondadosa y caritativa, aunque
un tanto simple, casada con un rico avaro. En ese mismo pueblo vivía
un pillo que se había propuesto engañar a la mujer en cuanto
encontrara la oportunidad. Un día este hombre vio que el avaro se
disponía a salir de su tierra, y decidió que había llegado el
momento de actuar. Se dirigió a la casa donde vivía la pareja y se
arrojó al suelo, fingiendo estar extenuado.
La
buena mujer salió al instante, preguntándole qué le sucedía y de
dónde venía.
-Soy
un viajero del paraíso -dijo el pillo- he sido enviado por una
pareja de ancianos para obtener noticias sobre su hijo y su mujer.
La
dama quedó muy impresionada por tener un visitante del misterioso e
inaccesible monte Kailasa, de los Himalayas, y se preguntaba en voz
alta quiénes serían los afortunados de los que hablaba.
El
villano dio los hombres de los padres de su marido, porque sabía que
habían muerto y esto, por supuesto, no hizo más que aumentar el
interés de la mujer.
-¿Y
cómo están ellos? -preguntó la señora. ¿Están bien? ¡Ah, si
sólo mi marido estuviera en casa para oír noticias de sus queridos
padres.
Le
pidió que se sentara a descansar y lo asedió con pregunta tras
pregunta. Facilitándole el juego al tramposo, le preguntó si sus
suegros tenían suficiente ropa y alimento y si eran realmente
felices.
El
ladrón estaba ansioso por partir antes de que el avaro regresara,
así que respondió rápidamente.
-Señora
-dijo,
no tengo palabras para describir el miserable estado en que se
encuentran. En el otro mundo no tienen ropas, ni comida, sólo un
poco de agua para beber. Es usted afortunada al no verlos sufrir.
-Pero
¿por qué tiene que ser así -preguntó, cuando su hijo tiene tanto
y yo tengo todo lo que necesito?
Para
abreviar esta historia, ella fue hacia la casa y volvió con una gran
cantidad de ropas y todas sus joyas.
-Las
ropas y las joyas no aplacarán su hambre -dijo el pillo, y la
confiada mujer volvió a entrar en la casa y trajo todo el dinero que
pudo de su marido.
Recogiendo
todo su botín, el ladrón se alejó lo más pronto posible.
Poco
después regresó el marido, y podeis imaginar su furia cuando
escuchó de labios de la excitada señora cómo un mensajero del
paraíso había traído noticias de sus padres y le había dado ayuda
para ellos.
Pero
no había tiempo que perder. Conteniendo su furia, preguntó a su
mujer qué rumbo había tomado el mensajero y, espoleando su caballo,
emprendió la persecución.
No
había pasado mucho tiempo cuando el avaro divisó al bandido y se le
fue acercando más y más. El maleante, consciente de que no podía
escapar, decidió confiar en su ingenio, y trepó con su botín a un
árbol alto.
En
cuanto el avaro llegó al pie del árbol, llamó al ladrón para que
bajara.
-Perdone
-dijo el estafador,
estoy emprendiendo mi viaje por el cielo hasta Kailasa.
Se
subió hasta la mismísima copa del árbol.
El
avaro se dispuso a esperar, pero se impacientó y comenzó a trepar
con dificultad en pos del ladrón. El pillo esperó hasta tenerlo
bien cerca y, entonces, arrojó al suelo el atado con su botín, y
descendió del árbol tan rápidamente que el avaro no pudo seguirlo.
De un salto montó sobre el caballo del avaro y cabalgó hacia la
parte más tupida de la selva.
El
avaro, naturalmente, estaba entonces completamente derrotado.
Tristemente
y cojeando emprendió el camino de regreso a su hogar. Allí estaba
su esposa, con el rostro radiante, quien lo saludó deleitada.
-¡Ah!,
así que has entregado tu caballo para el paraíso; de ese modo tu
padre podrá montar.
Incapaz
de admitir que había sido tan tonto como ella, el avaro sólo pudo
tratar de disimular su ira y tontería diciendo:
-Sí,
eso he hecho.
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anonimo (asia) - 065
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