Erase
una vez en Turquía un mercader muy rico que tenía un hijo. Todo lo
que el muchacho deseaba se le concedía siempre y así sucedió
durante años. Un día le dijo a su padre:
-Ya
soy un hombre y no deseo seguir viviendo en casa contigo y mis
hermanos y hermanas, por lo que te ruego me des una buena casa
propia, rodeada de un hermoso jardín y amueblada con todos los
tesoros que puedas encontrar, así me sentiré tan feliz como largo
es el día.
El
mercader preparó una hermosa casa con todo lo necesario para hacer
de ella el más lujoso de los hogares y su hijo fue a vivir allí. Un
día, el hijo del mercader, cuyo nombre era Mustafá, vio un pequeño
nido en uno de los arbustos de su jardín, sacó de él un minúsculo
huevo de color azul, lo guardó en su armario privado y luego y se
olvidó de él por completo. Pero, he aquí, que se trataba de un
huevo mágico, puesto en el nido por un hada y, en medio de la noche,
cuando el hijo del mercader estaba profundamente dormido en su lecho,
el huevo se abrió y salió de él una hermosa dama. Todos los días,
la madre de Mustafá solía enviarle abundantes manjares preparados
por sus propias manos y todos los días la hermosa dama del armario
salía y comía lo que quedaba sobre la mesa antes de que los
sirvientes lo retiraran a la cocina. Un día, Mustafá volvió a su
cuarto después de haber terminado su comida del mediodía y vio a la
hermosa dama sirviéndose de una de las fuentes.
-¿Quién
eres? -preguntó-. ¿Y cómo entraste en mi casa?
-No
sé quien soy -contestó la dama, salí de aquel armario y jamás he
conocido otro hogar.
-No
vivirás más en el armario -dijo Mustafá,
serás mi invitada y vivirás en uno de los cuartos más grandes y
hermosos de mi casa.
-Gracias
-contestó ella,
verdaderamente me sentía un poco encerrada en el armario.
Así
fue como Mustafá envió un mensaje a su madre diciéndole que ya
había encontrado a la joven con quien iba a casarse y que la
felicidad de su hogar sería completa. Cuando la madre, que llegó al
poco tiempo para inspeccionar a la futura esposa de su hijo, la vio,
quedó encantada con la elección de Mustafá y la boda se celebró
sin demora. Mustafá dio a su esposa el nombre de Maragos, que
significa «ojos negros», y vivieron felices muchos años. Pasado el
tiempo nacieron dos hijos a los que llamaron Yuleg y Timor.
Un
día, un pescador llevó a la casa de Mustafá un hermosísimo pez.
Brillaba de la cabeza a la cola con escamas de plata y tenía dos
ojos brillantes y verdes. Nunca jamás se había visto en la comarca
un pez tan hermoso. El pescador dijo:
-Si
alguien come de este pez, cuando llore caerán perlas de sus ojos y
cuando ría, de sus labios manarán diamantes.
Mustafá
de inmediato compró el pez al precio de mil piezas de oro.
La
dama Maragos, que nació en un armario, había muerto y la mayor
parte de las tareas de la cocina las hacía la esposa de su hijo
Yuleg, que era el primogénito.
-Querida
-dijo Mustafá a su nuera favorita- te ruego que cocines para mí
este pez con tus propias manos y me lo sirvas cuando esté listo,
quisiera comerlo en la cena.
Ella
asintió y lo llevó a la cocina. Esta nuera era una joven dulce y
encantadora pero la esposa de Timor, el otro hijo, era tan distinta
de ella como el día de la noche; era astuta y de corazón malvado.
Había escuchado la conversación entre su suegro y el pescador y
también a Mustafá pedirle a la esposa de Yuleg que le cocinara el
pez. Así es que decidió robar el pez y dárselo a comer a su propio
marido para que pudieran caer perlas de sus ojos y diamantes de sus
labios.
Mandó
buscar a Aroudnas, una malvada bruja, y le dijo que rápidamente
hiciera un conjuro para que su suegro, su cuñada y su cuñado se
quedaran dormidos para siempre y ella pudiera robar el pez mágico.
Pero mientras le susurraba a la vieja, una sirvienta que dormía la
siesta escondida bajo la cama la escuchó y contó lo que había oído
a su ama, la esposa de Yuleg. Ésta inmediatamente contó todo a su
esposo y él decidió que escaparan durante un tiempo huyendo
disfrazados a un bosque. Timor entró y preguntó a su hermano:
-¿Adónde
vais? ¡Mi esposa te buscaba hace un rato para darte un regalo de
cumpleaños!
Yuleg
contó a su hermano lo sucedido y cómo se había enterado del plan
de su cuñada de dormirlos para siempre mediante un hechizo. La
esposa de Yuleg lloraba y se lamentaba pero Timor le dijo:
-No
llores hermana, pronto huiremos juntos. Comamos el pez nosotros y
dejemos a la malvada mujer con sus maquinaciones.
Todos
comieron, se vistieron rápidamente con trajes sencillos y,
llevándose un cofre de alhajas, se deslizaron en la noche. Había un
solo caballo en los establos pero era un buen corcel, de modo que los
tres saltaron a su lomo y se alejaron al galope.
Cabalgaron
y cabalgaron y cabalgaron hasta que estuvieron lejos, muy lejos de la
casa. La luna creció y ellos siguieron cabalgando. Al cabo de un
rato el caballo comenzó a cansarse y se detuvo en el borde de un
gran bosque. Los tres fugitivos desmontaron y Timor fue de inmediato
a juntar leña para hacer una fogata y mantener alejados a los
animales. Yuleg entró en el bosque para buscar más leña y poco
después se perdió.
Miraba
en derredor, intentando volver donde estaban su hermano y su esposa
cuando de repente ante él apareció un enorme elefante bramando con
toda su fuerza, ataviado con un enjoyado arnés y con pinturas
multicolores. Tenía sobre el lomo una gran hauda dorada, un asiento
adornado con gemas preciosas. Muy suavemente, el animal levantó a
Yuleg con su trompa colocándolo sobre el asiento. Lentamente y con
paso seguro el elefante fue abriendo camino entre el bosque mientras
Yuleg miraba asombrado, y le llevó hacia una gran ciudad que
brillaba, blanca como el mármol, a la luz de la luna.
Las
puertas y portales se abrieron al paso del elefante y muy pronto,
aunque ya era medianoche, una enorme multitud se reunió en la plaza.
-¡El
elefante nos ha traído a nuestro nuevo rey! -gritaba la gente
mientras se inclinaban ante él.
El
elefante se arrodilló y un gran personaje, que era el visir de ese
reino, se acercó a Timor y le dijo algo que le sorprendió mucho:
-Majestad,
cada año, cuando muere nuestro rey, este elefante sale a traernos un
nuevo gobernante. Él y sólo él tiene poder para hallar a nuestro
monarca.
-Pero
¿cómo es que cada año necesitan un nuevo rey? -dijo Yuleg
inquieto.
-Lo
que sucede es algo que ignoramos, pero cada doce meses desde el
primer día de nuestra existencia, nuestro gobernante sea joven o
viejo, tímido o rudo, guapo o feo, muere. Una y otra vez el elefante
elige a alguien que se casa con la reina y nos gobierna mientras
vive. ¡La pobre reina ha tenido hasta ahora quince maridos! Y cada
uno de ellos fue encontrado sin vida en el dormitorio real doce meses
después de la boda.
Yuleg
fue llevado sin más demora a conocer a la reina que le recibió con
alegría. Ella era una joven exquisitamente hermosa, sin signo alguno
en su rostro del sufrimiento que debía haber sentido ante la muerte
de quince maridos.
-Ven
al dormitorio real, mi señor -dijo con voz como la de un ruiseñor.
Y le condujo a una habitación con cortinas de seda.
Allí
fue desvestido por los sirvientes quienes le dieron un camisón de
hilo y salieron sin darle la espalda. La reina había desaparecido.
«Parece
que ahora soy un rey», se dijo, y se tendió sobre la colcha de seda
bordada en pedrería. Se preguntó qué sucedería después, así que
entrecerró los ojos y fingió que dormía. A los pocos minutos
escuchó un tenue movimiento susurrante y vio que la reina se
deslizaba dentro del cuarto; un rayo de luna caía sobre su rostro y
brillaba de tal modo que parecía cambiada, aunque aún llevaba sus
vestidos reales. Su rostro se volvió hacia arriba mientras él
miraba y en un instante se convirtió en una gigantesca serpiente
verde. Yuleg dio un salto y asió a la criatura por el cuello, la
sostuvo y luego, tomando su daga, le cortó la cabeza. En ese
instante la serpiente desapareció y la joven y hermosa reina volvió
a aparecer. El encantamiento se había roto y, una vez más, el reino
estaba en paz.
Ahora
bien, el joven se olvidó totalmente de su propia esposa y de su
hermano, y se instaló con la reina a gobernar la comarca desde la
gran ciudad de alabastro, como si jamás hubiera hecho otra cosa.
Al
amanecer, Timor fue a la orilla del río y buscó ansiosamente a su
hermano pero no vio señales de él. Regresó adonde estaba su cuñada
y ella notó en su rostro que algo andaba mal.
-Una
bestia salvaje seguramente se ha llevado a Yuleg al bosque, o tal vez
un cocodrilo lo ha arrastrado al río -dijo. Su cuñada inclinó la
cabeza apenada.
-Bueno,
regresaré al río, tal vez esté allí -dijo Timor.
Así
fue como la dejó bajo un árbol con el cofre de joyas y partió sin
ninguna esperanza de que su hermano estuviese vivo. Cuando llegó al
río y vio que Yuleg no había ido por allí, comenzó a sollozar y
de pronto las lágrimas que cayeron de sus ojos se convirtieron en
perlas. Esto era así porque había comido del pez mágico. Pronto
pasó un hombre en un bote y vio al joven sollozando junto a lo que
parecía ser una pila de perlas a su lado.
«Ajá»,
se dijo, «¡esto parece interesante!». Entonces fue hasta la orilla
y atrapó a Timor atándole y poniéndolo en el fondo de su bote.
-Por
favor, déjeme ir -dijo Timor, dejando caer más perlas en el bote-
mi hermano se ha perdido y mi cuñada está sola en el linde del
bosque.
-Te
llevaré a casa conmigo y harás mi fortuna, jovencito -dijo el cruel
barquero. Y partió navegando por el río hacia su casa.
Allí,
en un cuarto oscuro, el pobre muchacho lloraba a menudo por la suerte
que le esperaba y, día a día, hacía crecer la pila de perlas. El
hombre malvado que le tenía prisionero, llevaba las perlas
diariamente al mercado para venderlas, diciendo que las había
encontrado en el río.
Mientras
tanto, en el linde del bosque, la esposa de Yuleg dio a luz un niño.
Aunque estuvo asustada, a medida que pasó el tiempo olvidó su miedo
y cuidó del bebé. Pronto se quedó dormida y entonces llegó hasta
allí un hombre que era jefe de policía en esa parte de la comarca y
que no tenía hijos propios y, cuando vio a la pobre y andrajosa
mujer dormida con el bebé en sus brazos, decidió robar al niño.
Suavemente tomó al niño dormido de los brazos de su madre y se
internó en el bosque.
¡Imaginad
el horror de la pobre mujer cuando se despertó y descubrió que su
bebé no estaba! Vagó por el bosque todo el día sin comer ni beber
llamándole y llamándole hasta que pronto estuvo en medio del bosque
totalmente perdida.
Un
buen anciano que vivía en un claro con su esposa, se hizo cargo de
la muchacha como si fuera de su propia familia. Pasaron los años y
el barquero que durante tanto tiempo había tenido prisionero a
Timor, murió, así que pudo escapar llevando consigo una gran bolsa
de perlas que encontró en la casa en la que durante tanto tiempo
había estado prisionero.
Después
de vender las perlas, viajó y viajó hasta que volvió a los lindes
del bosque donde había perdido a su hermano y a su cuñada. No se
veía a nadie. Se sentó con la espalda contra un árbol
preguntándose adónde ir. A los pocos minutos, un anciano y una
muchacha salieron del bosque.
-Aquí
es donde perdí a mi esposo y a mi cuñado la noche en que nació mi
bebé, buen anciano -decía la joven, suspirando. Y entonces sus ojos
se posaron en Timor y corrió a sus brazos.
-Mi
querida hermana -dijo él,
qué suerte haberte encontrado de este modo -y le contó toda la
historia del principio al fin, desde que fue apresado hacía ya dos
años.
Ella
a su vez le explicó cómo había vivido con el anciano y su mujer, y
aquel día iba a enseñarle el lugar donde habían estado juntos dos
años atrás.
-Vé
ahora con tu cuñado -dijo el anciano, busca a tu esposo e hijo
porque estoy seguro de que están vivos y es tu deber encontrarlos
estén donde estén. Y, diciendo eso, volvió al bosque.
Ahora
bien, aquel día, el distraído Yuleg que había gobernado como rey
durante dos años, decidió salir de caza en su elefante y llegó
hasta aquel lugar del bosque. Vio las dos figuras quietas sobre el
tronco de un árbol caído, y de inmediato le volvió la memoria
reconociéndolos. Hizo arrodillarse al elefante y se reunió feliz
con su esposa y su hermano.
-Venid
conmigo a mi reino -exclamó, y comenzó a reír con tal placer que
de sus labios cayeron diamantes.
-No
puedo ir con vosotros, tengo que encontrar a nuestro hijo -dijo
llorando la joven esposa, y cayeron perlas de sus ojos.
Los
tres decidieron buscar al niño a lo largo y ancho de la comarca.
Viajando en la enjoyada hauda del elefante, llegaron al fin a la casa
del prefecto de policía donde el niño estaba jugando en el jardín.
En cuanto le vio, la joven madre supo que era su hijo por una marca
de nacimiento en forma de pájaro que tenía en la mano derecha.
Yuleg hizo arrodillarse al elefante y, antes de que el jefe de
policía o su mujer lo notaran, recogió al niño, lo puso en el
hauda y el elefante se levantó llevándolo con ellos. Tras un largo
viaje el elefante llevó a los cuatro de vuelta al palacio real de
limpio y brillante alabastro y la hermosa reina salió a recibirlos.
-¿Quiénes
son estas personas, mi señor? -preguntó a Yuleg cuando los vió
descender del elefante.
-Es
una larga historia -dijo él, y entrando en el palacio se la contó
del principio al fin. Y añadió: ésta es mi primera esposa, así
que, aunque tú eres la reina, ella será mi favorita y ambas debeis
ayudaros una a la otra.
Las
dos mujeres se abrazaron y prometieron que ambas cuidarían de él
mientras viviesen. Así fue como los dos hermanos vivieron felices
juntos en su reino distante, y muchos diamantes cayeron de sus labios
cuando reían, pero nunca ninguno de ellos lloró perlas de sus ojos
ya que fueron felices el resto de sus vidas.
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anonimo (asia) - 065
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