San
Sebastián era el patrón de un pueblo que pronto iba a celebrar sus
fiestas. Todos los años contrataban a un predicador de campanillas
y ponían al santo en el altar mayor. Aquel año, cuando fueron a
moverlo, se encontraron con que las polillas se lo habían comido
todo por dentro, y nada más tocarlo se desmoronó.
-¡Y
ahora qué hacemos! ¡Ay, que las fiestas son dentro de nada y ya
está por llegar el predicador!
El
mayordomo de la hermandad tenía un naranjo en su huerto que nunca
jamás había dado frutos. Dice:
-Si
queréis el naranjo, yo lo cedo. Pero a condición de que me
entreguéis toda la madera sobrante.
Pues
así fue. Deprisa y corriendo le encargaron a un escultor que hiciera
otro San Sebastián de aquel naranjo, y toda la madera que sobró se
la entregaron al mayordomo, el cual le hizo un pesebre a su burro.
Bueno,
pues llegó el día del sermón y se sube el predicador al púlpito
con la iglesia de bote en bote. Y empieza a relatar los milagros del
santo: que si en tal fecha curó a un ciego, que si en tal otra a un
cojo, y así un montón de milagros, la mayor parte inventados para
quedar bien en el pueblo. Hasta que ya se cansó el mayordomo; se
levanta en mitad de la iglesia y, mirando para el santo, dice:
-Glorioso
San Sebastián,
criado
en mi rabanal;
del
pesebre de mi burro
eres
hermano carnal.
En
mi huerto te crié,
de
tu fruto no comí.
Los
milagros que tú hagas,
que
me los cuelguen a mí.
0.003.1 anonimo (españa) - 075
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