Era un
pordiosero. Llevaba años mendigando y, la verdad, es que se había acostumbrado
de tal manera a ser un pedigüeño que ya no quería ningún trabajo que le
ofrecieran. Iba de un lado para otro mendigando, pero un día se encontró con un
amigo de su infancia. Ambos hombres comenzaron a recordar los años escolares y
a narrarse lo que había sido de sus vidas.
-A mí me
ha ido muy bien -dijo el amigo.
-A mí
muy mal -comentó el pordiosero.
Y
durante un tiempo considerable el hombre pobre se quejó ante su amigo de la
infancia y le dijo lo mal que le había ido y lo dura que le resultaba la vida.
-Pues yo
-intervino el amigo- he descubierto que poseo algunos poderes sobrenaturales.
Creo que podré ayudarte a mejorar tu existencia.
Entonces
el amigo tocó con su dedo índice un ladrillo y lo convirtió en un lingote de
oro.
-Para ti
-dijo amable y generosamente-. Esto aliviará muchas de tus penas.
-Pero la
vida es tan larga, tan larga... -argumentó el pordiosero, invitan-do a su
amigo a que le diera más.
Había un
colosal león de piedra. El amigo extendió el dedo y lo convirtió en una figura
de oro.
-Con
esto no creo que vuelvas a tener problemas en cien reencarnaciones -dijo el
amigo.
Pero el
pordiosero añadió:
-Pero la
vida es tan larga, tan larga... Hay tantas cosas impres-cindibles...
El amigo
se le encaró y le dijo:
-Bueno,
¿que más puedo hacer por ti?
Y el
pordiosero replicó:
-Regalarme
tu dedo.
005. Anonimo (china),
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