Los dos
monjes se pusieron en marcha. Iban caminando con celeridad cuando de súbito
escucharon una voz pidiendo socorro. Se dirigieron prestos en busca de la
persona que reclamaba angustiosamente auxilio y tuvieron ocasión de contemplar
una hermosa joven que se estaba ahogando en el río. Sin dudarlo ni un momento,
el monje joven se lanzó al agua, cogió a la bella joven y la dejó a salvo en la
orilla del río.
Los
monjes prosiguieron su viaje. Caminaban ahora en hermético silencio. Cuando
habían transcurrido varias horas, el monje mayor despegó los labios para
increpar al monje joven:
-¿Es que
has olvidado nuestras reglas? Nos está estrictamente prohibido rozar a mujer
alguna, ¡cuánto menos cogerla entre nuestros brazos!
El monje
joven repuso:
-Aquella
mujer necesitaba ayuda en un momento dado. Con toda naturalidad la tomé en mis
brazos para ponerla a salvo y la dejé en tierra firme. Sin embargo, tú todavía
la llevas encima.
005. Anonimo (china),
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