Du era
la prostituta más famosa de la capital por su extraordinaria belleza y la
exquisitez de su trato. Perdió la virginidad a los trece años, cuando entró en
el Pabellón Verde, el prostíbulo más elegante de Pekín, donde trabajaban más de
veinte preciosas chicas para complacer a los hombres adinerados. Por la
cronología de nacimiento, fue denominada como la Décima. Durante los siete años
de vida alegre conoció a casi todos los ricachos y a los hombres importantes
del imperio, quienes no escatimaban dinero y joyas para disfrutar de su
belleza. A los diecinueve años, la hermana Du se proponía abandonar la
deshonesta profesión para casarse con algún joven que la amara.
En esas
circunstancias llegó un día un señorito guapo y elegante, llamado Li Jia. Hijo
de una familia aristocrática del sur, había venido a Pekín para realizar
estudios superiores en la Universidad Imperial. Al poco tiempo de llegar a la
capital, acudió al Pabellón Verde para admirar a la famosa prostituta. Cuando
la vio, casi se desmayó ante la hermosura de la joven Du. Encantado, sintió
que a partir de ese momento su vida sería un desierto si no estaba ligada a la
bella mujer. Du había conocido todo tipo de hombres, sin experimentar ningún
afecto con nadie. Pero en ese momento su extraordinaria sensibilidad de mujer
le dijo que aquél podía ser un buen marido. Se sintieron enamorados desde el
primer instante.
Al día
siguiente, Li trajo todo su equipaje y se hospedó en la habitación de su amada.
Pagó un dineral a la regenta del prostíbulo por el derecho de estar con Du
durante un largo tiempo. Y desde ese mismo día, estaban juntos día y noche,
juntos en un romance idílico con el mayor placer del mundo. Se amaban
profundamente y se juraban la eternidad de su pasión amorosa. Así transcurrió
un año, sin que se hubieran separado un momento.
La
regenta estaba preocupada, porque tuvo que dar interminables explica-ciones a
los clientes que venían a solicitar a la hermana Décima y no se conformaban
con que les introdujeran con otras chicas, aunque fueran también preciosas.
Algunos clientes asiduos no volvieron nunca más a pisar la casa, lo que
significaba una pérdida considerable de ingresos del prostíbulo. Por lo tanto,
tan pronto como venció el plazo de exclusividad de la hermana Du, intervino la
regenta para cortar su interminable romance, convertido ya en un matrimonio
para ella. Pero ni la mujer ni el extasiado Li aceptaron la idea, por lo que Li
tuvo que agotar sus últimos recursos para permanecer un mes más al lado de su
amada. Tras cumplir el último periodo de tiempo, la regenta sabía que el joven
enamorado se había quedado sin dinero y no podía quedarse ni un día más.
Entonces llamó a la hermana Du y le dijo:
-Sabes
que no puedo tolerarlo ni un día más. Me está causando mucho perjuicio en el
negocio. Muchos clientes se han enojado y ya no vienen más. Si realmente te
quiere, te puede sacar de aquí pagándome trescientas mone-das de plata dentro
de tres días. Pero si no puede pagármelas, yo lo echaré de la casa a patadas.
¡Díselo así de claro!
Sorprendida
e ilusionada, la bella joven preguntó:
¿Es
cierto lo que dice la señora?
-Completamente
cierto. No puedo soportar que ocupéis la casa sin que me produzcas ningún beneficio.
Prefiero traer a otra chica para ocupar tu lugar.
La
regenta estaba segura de que el joven empobrecido no iba a encontrar ayuda en
ningún sitio, por lo que no le importó confirmar su determinación. Sin
embargo, la chica quería asegurar el cumplimiento de su promesa:
-¿Qué
pasaría si al cabo de tres días le trae lo que usted pide y usted se arrepiente
de su promesa?
Aunque
acorralada, la regenta ya no podía retractarse.
-Durante
mis cincuenta años de vida nunca he faltado a mis promesas. Tampoco voy a
faltar esta vez.
-Aquella
noche, Du le refirió a su amado la conversación con la regenta para ver la
reacción del chico, quien prometió ir al día siguiente a buscar dinero y
rescatarla del prostíbulo.
Sin
embargo, no lo consiguió, porque sus amigos y parientes sabían que estaba
conviviendo con una prostituta y temían que pedía dinero para gastarlo en el
prostíbulo. Nadie le dio nada ni en el primer día, ni en el segundo.
Desesperado y cansado, el joven se sintió avergonzado para volver a ver a su
amada y se quedó dormido en el portal de la casa de su amigo. Al día siguiente,
lo encontró el mozo enviado por la hermana Du y le obligó a volver al
prostíbulo. Cuando su novia se enteró de lo sucedido, sacó ciento cincuenta
monedas de plata y le dijo:
-Durante
estos años he ahorrado esta pequeña suma de dinero. Ahora veo que quizás te
puede ayudar en algo. Si realmente me quieres como has repetido tantas veces,
consigue la otra mitad hoy mismo, antes de que sea demasiado tarde.
Li
pareció ver una luz en la oscuridad, salió otra vez a la calle en busca de
algún amigo o conocido que le pudiera prestar el resto del dinero. Por la noche,
volvió loco de contento porque un amigo de su pueblo le prestó el dinero que
necesitaba.
Al día
siguiente, antes de que se levantaran, la regenta ya estaba llamando a la
puerta, diciendo en voz alta:
-Joven,
hoy se cumple el plazo. No puedo esperar ni un minuto más. Me entregas el
dinero o mando que te echen a la calle.
Se abrió
la puerta, apareció la hermana Du, quien le dijo con voz grave y determinante:
-Señora,
durante ocho años me he humillado y sacrificado para que su caja se llenara de
monedas de oro. Hace unos días, usted me ha prometido la libertad si mi novio
le pagaba trescientas monedas de plata. Aquí tiene el dinero. No falta nada.
Tómelo y déjeme en libertad. De lo contrario él se llevará el dinero y yo me
suicidaré delante de usted.
La
regenta nunca había pensado que pudiera conseguir el dinero, pero ahora, ante
la dificil disyuntiva, montó en cólera, ordenando que salieran de la
habitación y los echó a la calle.
Por fin,
la Décima hermana Du estaba libre. Pero salvo la ropa usada que llevaba puesta
no tenía nada. Tuvieron que acudir a la casa de una amiga para asearse y pedir
algún dinero para el viaje. La mujer se alegró de que Du hubiera conseguido la
libertad. Llamó enseguida a la otra amiga que tenía la misma profesión, y las
dos le regalaron ropa y algunas joyas a la recién liberada. Habilitaron una
espaciosa habitación para que se alojara temporalmente la joven pareja. Esa
misma noche organizaron una suculenta cena a la que acudieron una docena de
bellas cortesanas.
El día
de su partida, muy de madrugada, cuando la joven pareja subió al carruaje para
emprender el viaje hacia el sur, vinieron a despedirse todas las amigas de la
preciosa mujer. Trajeron un cofre y se lo dejaron en las manos de Du,
diciéndole:
-Esta
caja contiene unas monedas que hemos juntado para ayudaros un poco en el viaje.
Esperamos que seáis felices para toda la vida.
Du les
agradeció la gentileza y guardó el cofre sin abrirlo. Viajaron varios días en
un carruaje hasta llegar a un río que les conduciría hacia el sur. A los pocos
días agotaron el dinero que llevaban. Para continuar el viaje, Du abrió la caja
y saco un sobre rojo que contenía cincuenta monedas de plata. Alquilaron un
barco privado con remero y siguieron el viaje. Li había tomado la decisión de
ir hacia Hang Zhou, para instalar primero a la mujer, mientras que él iría a su
casa para convencer a sus padres y conseguir su conformidad con el matrimonio.
Una
noche, mientras estaban anclados en un embarcadero, se les acercó un barco
privado de lujo en el que viajaba un joven comerciante de sal. Al día siguiente,
cuando el comerciante vio por casualidad la bellísima cara de Du, cambió su
plan de viaje y persiguió su barco durante todo el día. Al final, pudo entablar
conversación con Li, a quien le invitó a cenar en un restaurante del puerto. El
comerciante de sal era más o menos de la edad de Li y había conocido a muchas
mujeres de vida alegre durante sus largos viajes. Pero jamás había visto una
chica tan guapa. Tras más de veinte copas de licor, se hicieron amigos confidenciales.
Li le contó todo lo que había pasado en estos dos años, y al final reveló su
preocupación por la dificultad de conseguir el consentimiento de sus padres
para poderse casar con una mujer de esa índole.
El
comerciante agravó su desasosiego del joven diciendo:
-Tus
padres jamás van a consentir que te cases con ella. Preferirían morir antes de
ver su dignidad manchada y su reputación por el suelo. Además, ese tipo de
mujeres suelen engañar a los hombres. Si la dejaras sola en una ciudad como
ésta, antes de diez días te volvería a ser infiel y a engañarte. Probablemente
ella tiene viejos amigos en el sur, así que en cuanto vuelvas de casa, ya se
habrá marchado con ellos dejándote abandonado. Sobre todo ahora que vas a tener
que afrontar la severa mirada de ,tus padres, los pondrás enfurecidos si
vuelves a casa con las manos vacías para contarles que has gastado todo el
dinero en burdeles sin haber hecho ningún estudio. Los vas a matar vivos con
esa ocurrencia.
Al oír
sus razonamientos, el joven Li empezó a vacilar.
-¿Qué
hago entonces?
-¿Por
qué no me la cedes por mil monedas de plata? Así tendrás dinero y les contarás
que todo eso es mentira, que has estado estudiando y aún te queda bastante
dinero. De esta manera te creerán plenamente. Así, también te liberarás de esa
mujer, que seguro te va a engañar.
Li se
sintió mareado y totalmente perturbado. Se limitó a decirle que consultaría con
su mujer.
Cuando
llegó pasada la medianoche, borracho y malhumorado, la hermana Du aún lo
esperaba con las velas encendidas. Le preguntó si quería tomar algo de lo que
le había preparado; como lo vio menear la cabeza, le quitó los zapatos para que
se tumbara en la cama. De repente, el joven empezó a llorar. Extrañada, Du le
preguntó qué había pasado. Li le contó lo que le propuso el comerciante de sal.
Después de escucharlo, con los ojos inundados de lágrimas, la bella mujer le
preguntó con ansiedad.
-¿Qué
piensas de esa sugerencia?
Perturbado
y dolorido, el joven le dijo sollozando:
-No sé
qué hacer. Es tan difícil para mí. Por un lado, tengo miedo de que mis padres
se enojen si me caso contigo, por el otro, te quiero mucho y sería un martirio
para mí perderte. No sé, no sé qué hacer.
La cara
de la bella mujer se volvió trágicamente serena.
-Quien
te ha propuesto esto es una persona generosa y razonable. No veo ninguna mala
intención en su comportamiento. Además, recuperarás el dinero para salvar tu
reputación ante tus padres. A mí no me importaría ir con otro hombre, así
también me evito sufrir la penuria y la inseguridad de esperarte. Pero es
importante que te dé el dinero que ha prometido. ¿Cuándo te lo dará?
-Mañana,
si estás de acuerdo con este arreglo.
-Perfecto,
duerme ahora para contar bien el dinero mañana.
El
hombre concilió el sueño enseguida. Mientras, la mujer empezó a cambiarse y a
maquillarse con sumo cuidado.
Al día
siguiente, cuando Li se despertó, encontró a su mujer elegante y bellísima.
Recordó lo que hablaron unas horas antes y agachó la cabeza con un largo
suspiro. Al verlo así, la hermana Du le recordó:
-Cuenta
bien el dinero, para que no te engañe.
Li abrió
la puerta del barco, el rico comerciante ya estaba esperando en su lujoso
barco, con los ojos ávidos fijos en la bellísima mujer. Li le dijo:
-He
hablado con mi mujer, ella lo ha aceptado. Dame, pues, el dinero.
El
comerciante se mostró desconfiado.
-Para
darte el dinero, necesito tener el tocador de tu mujer como fianza.
Li
volvió la cabeza para consultar a la hermana Du, quien le dijo categóricamente:
-Dáselo.
Una vez
traspasado el tocador, el comerciante le entregó las mil monedas de plata, que
Li contó una a una. No faltaba ninguna, y además comprobó que eran monedas
auténticas. Volvió los ojos hacia la lindísima mujer que iba a pasar al otro
barco. La hermana Du ni siquiera se dignó mirarlo, su cara se veía tranquila,
impasible y soberbia. Tenía en las manos el cofre que le habían regalado las
chicas de la misma profesión. La mujer se paró en la proa del barco y dio orden
al remero para zarpar y emprender la marcha, atado al barco del comerciante,
adonde se podía pasar con un trampolín. Du pidió a Li que se acercara y viera
qué había en la caja. Abrió la tapa del precioso cofre, dejando ver su
contenido. Li no podía creer lo que veían sus propios ojos. Había monedas de
oro, pendientes y anillos de brillante, collares de perlas, figuritas de marfil
y lapizlázuli, piezas de jade verde que valían un imperio.
La bella
mujer empezó a hablar:
-Éstas
son las joyas que me regalaron los nobles y ricos que han besado mis pies.
Algunos se han arruinado haciéndome regalos de incalculable valor. Pero no
conquistaron mi amor, simplemente mancharon mi cuerpo. El único hombre que he
querido en mi vida eras tú. Pero por mil monedas de plata me has vendido a ese
morboso sinvergüenza. Me da pena tu fragilidad y tu inconstancia. Este cofre no
es regalo de ninguna amiga. Es mío. Les pedí que me lo guardaran dos días y que
me lo devolvieran como si se tratara de un regalo. Estas joyas valen más de
cien mil monedas de oro. No te lo había dicho justamente para probar la
autenticidad de tu amor. Pero me has destrozado el corazón con tu mezquindad.
Mientras
decía esto, tiraba a manos llenas las joyas al caudaloso río ante los atónitos
ojos del hombre al que amó con toda su alma y del que odió desde el
principio. Antes de que vaciara el contenido del cofre, Li se dio cuenta del
valor de las cosas que estaba tirando la mujer, se arrodilló pidiendo perdón.
Pero era demasiado tarde; antes de que reaccionara, la Décima hermana Du se
había lanzado al profundo río con el cofre vacío. La hermosa silueta de la hermana
Du desapareció enseguida en el caudaloso torrente.
005. Anonimo (china),
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