Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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domingo, 17 de junio de 2012

Una historia de amor: la décima hermana du

Du era la prostituta más famosa de la capital por su extraordinaria belleza y la exquisitez de su trato. Perdió la virginidad a los trece años, cuando entró en el Pabellón Verde, el prostíbulo más elegante de Pekín, donde trabajaban más de veinte preciosas chi­cas para complacer a los hombres adinerados. Por la cronología de nacimiento, fue denominada como la Décima. Durante los siete años de vida alegre conoció a casi todos los ricachos y a los hombres importantes del imperio, quienes no escatimaban dinero y joyas para disfrutar de su belleza. A los diecinueve años, la hermana Du se proponía abandonar la deshonesta profesión para casarse con algún joven que la amara.
En esas circunstancias llegó un día un señorito guapo y elegante, llamado Li Jia. Hijo de una familia aristocrática del sur, había venido a Pekín para reali­zar estudios superiores en la Universidad Imperial. Al poco tiempo de llegar a la capital, acudió al Pabe­llón Verde para admirar a la famosa prostituta. Cuan­do la vio, casi se desmayó ante la hermosura de la jo­ven Du. Encantado, sintió que a partir de ese mo­mento su vida sería un desierto si no estaba ligada a la bella mujer. Du había conocido todo tipo de hombres, sin experimentar ningún afecto con nadie. Pero en ese momento su extraordinaria sensibilidad de mujer le dijo que aquél podía ser un buen mari­do. Se sintieron enamorados desde el primer instante.
Al día siguiente, Li trajo todo su equipaje y se hospedó en la habitación de su amada. Pagó un di­neral a la regenta del prostíbulo por el derecho de estar con Du durante un largo tiempo. Y desde ese mismo día, estaban juntos día y noche, juntos en un romance idílico con el mayor placer del mundo. Se amaban profundamente y se juraban la eternidad de su pasión amorosa. Así transcurrió un año, sin que se hubieran separado un momento.
La regenta estaba preocupada, porque tuvo que dar interminables explica-ciones a los clientes que ve­nían a solicitar a la hermana Décima y no se confor­maban con que les introdujeran con otras chicas, aunque fueran también preciosas. Algunos clientes asiduos no volvieron nunca más a pisar la casa, lo que significaba una pérdida considerable de ingresos del prostíbulo. Por lo tanto, tan pronto como venció el plazo de exclusividad de la hermana Du, intervino la regenta para cortar su interminable romance, con­vertido ya en un matrimonio para ella. Pero ni la mujer ni el extasiado Li aceptaron la idea, por lo que Li tuvo que agotar sus últimos recursos para perma­necer un mes más al lado de su amada. Tras cumplir el último periodo de tiempo, la regenta sabía que el joven enamorado se había quedado sin dinero y no podía quedarse ni un día más. Entonces llamó a la hermana Du y le dijo:
-Sabes que no puedo tolerarlo ni un día más. Me está causando mucho perjuicio en el negocio. Muchos clientes se han enojado y ya no vienen más. Si realmente te quiere, te puede sacar de aquí pagán­dome trescientas mone-das de plata dentro de tres días. Pero si no puede pagármelas, yo lo echaré de la casa a patadas. ¡Díselo así de claro!
Sorprendida e ilusionada, la bella joven preguntó:
¿Es cierto lo que dice la señora?
-Completamente cierto. No puedo soportar que ocupéis la casa sin que me produzcas ningún be­neficio. Prefiero traer a otra chica para ocupar tu lugar.
La regenta estaba segura de que el joven empo­brecido no iba a encontrar ayuda en ningún sitio, por lo que no le importó confirmar su determina­ción. Sin embargo, la chica quería asegurar el cum­plimiento de su promesa:
-¿Qué pasaría si al cabo de tres días le trae lo que usted pide y usted se arrepiente de su promesa?
Aunque acorralada, la regenta ya no podía re­tractarse.
-Durante mis cincuenta años de vida nunca he faltado a mis promesas. Tampoco voy a faltar esta vez.
-Aquella noche, Du le refirió a su amado la conversación con la regenta para ver la reacción del chico, quien prometió ir al día siguiente a buscar di­nero y rescatarla del prostíbulo.
Sin embargo, no lo consiguió, porque sus ami­gos y parientes sabían que estaba conviviendo con una prostituta y temían que pedía dinero para gas­tarlo en el prostíbulo. Nadie le dio nada ni en el pri­mer día, ni en el segundo. Desesperado y cansado, el joven se sintió avergonzado para volver a ver a su amada y se quedó dormido en el portal de la casa de su amigo. Al día siguiente, lo encontró el mozo en­viado por la hermana Du y le obligó a volver al prostíbulo. Cuando su novia se enteró de lo sucedi­do, sacó ciento cincuenta monedas de plata y le dijo:
-Durante estos años he ahorrado esta pequeña suma de dinero. Ahora veo que quizás te puede ayu­dar en algo. Si realmente me quieres como has repe­tido tantas veces, consigue la otra mitad hoy mismo, antes de que sea demasiado tarde.
Li pareció ver una luz en la oscuridad, salió otra vez a la calle en busca de algún amigo o conocido que le pudiera prestar el resto del dinero. Por la no­che, volvió loco de contento porque un amigo de su pueblo le prestó el dinero que necesitaba.
Al día siguiente, antes de que se levantaran, la re­genta ya estaba llamando a la puerta, diciendo en voz alta:
-Joven, hoy se cumple el plazo. No puedo es­perar ni un minuto más. Me entregas el dinero o mando que te echen a la calle.
Se abrió la puerta, apareció la hermana Du, quien le dijo con voz grave y determinante:
-Señora, durante ocho años me he humillado y sacrificado para que su caja se llenara de monedas de oro. Hace unos días, usted me ha prometido la liber­tad si mi novio le pagaba trescientas monedas de pla­ta. Aquí tiene el dinero. No falta nada. Tómelo y dé­jeme en libertad. De lo contrario él se llevará el dine­ro y yo me suicidaré delante de usted.
La regenta nunca había pensado que pudiera conseguir el dinero, pero ahora, ante la dificil dis­yuntiva, montó en cólera, ordenando que salieran de la habitación y los echó a la calle.
Por fin, la Décima hermana Du estaba libre. Pe­ro salvo la ropa usada que llevaba puesta no tenía nada. Tuvieron que acudir a la casa de una amiga para asearse y pedir algún dinero para el viaje. La mujer se alegró de que Du hubiera conseguido la li­bertad. Llamó enseguida a la otra amiga que tenía la misma profesión, y las dos le regalaron ropa y algu­nas joyas a la recién liberada. Habilitaron una espa­ciosa habitación para que se alojara temporalmente la joven pareja. Esa misma noche organizaron una suculenta cena a la que acudieron una docena de bellas cortesanas.
El día de su partida, muy de madrugada, cuando la joven pareja subió al carruaje para emprender el viaje hacia el sur, vinieron a despedirse todas las ami­gas de la preciosa mujer. Trajeron un cofre y se lo dejaron en las manos de Du, diciéndole:
-Esta caja contiene unas monedas que hemos juntado para ayudaros un poco en el viaje. Espera­mos que seáis felices para toda la vida.
Du les agradeció la gentileza y guardó el cofre sin abrirlo. Viajaron varios días en un carruaje hasta llegar a un río que les conduciría hacia el sur. A los pocos días agotaron el dinero que llevaban. Para continuar el viaje, Du abrió la caja y saco un sobre rojo que contenía cincuenta monedas de plata. Al­quilaron un barco privado con remero y siguieron el viaje. Li había tomado la decisión de ir hacia Hang Zhou, para instalar primero a la mujer, mientras que él iría a su casa para convencer a sus padres y conse­guir su conformidad con el matrimonio.
Una noche, mientras estaban anclados en un em­barcadero, se les acercó un barco privado de lujo en el que viajaba un joven comerciante de sal. Al día si­guiente, cuando el comerciante vio por casualidad la bellísima cara de Du, cambió su plan de viaje y persi­guió su barco durante todo el día. Al final, pudo enta­blar conversación con Li, a quien le invitó a cenar en un restaurante del puerto. El comerciante de sal era más o menos de la edad de Li y había conocido a mu­chas mujeres de vida alegre durante sus largos viajes. Pero jamás había visto una chica tan guapa. Tras más de veinte copas de licor, se hicieron amigos confiden­ciales. Li le contó todo lo que había pasado en estos dos años, y al final reveló su preocupación por la difi­cultad de conseguir el consentimiento de sus padres para poderse casar con una mujer de esa índole.
El comerciante agravó su desasosiego del joven diciendo:
-Tus padres jamás van a consentir que te cases con ella. Preferirían morir antes de ver su dignidad manchada y su reputación por el suelo. Además, ese tipo de mujeres suelen engañar a los hombres. Si la dejaras sola en una ciudad como ésta, antes de diez días te volvería a ser infiel y a engañarte. Probable­mente ella tiene viejos amigos en el sur, así que en cuanto vuelvas de casa, ya se habrá marchado con ellos dejándote abandonado. Sobre todo ahora que vas a tener que afrontar la severa mirada de ,tus pa­dres, los pondrás enfurecidos si vuelves a casa con las manos vacías para contarles que has gastado todo el dinero en burdeles sin haber hecho ningún estudio. Los vas a matar vivos con esa ocurrencia.
Al oír sus razonamientos, el joven Li empezó a vacilar.
-¿Qué hago entonces?
-¿Por qué no me la cedes por mil monedas de plata? Así tendrás dinero y les contarás que todo eso es mentira, que has estado estudiando y aún te que­da bastante dinero. De esta manera te creerán plena­mente. Así, también te liberarás de esa mujer, que seguro te va a engañar.
Li se sintió mareado y totalmente perturbado. Se limitó a decirle que consultaría con su mujer.
Cuando llegó pasada la medianoche, borracho y malhumorado, la hermana Du aún lo esperaba con las velas encendidas. Le preguntó si quería tomar al­go de lo que le había preparado; como lo vio menear la cabeza, le quitó los zapatos para que se tumbara en la cama. De repente, el joven empezó a llorar. Ex­trañada, Du le preguntó qué había pasado. Li le contó lo que le propuso el comerciante de sal. Des­pués de escucharlo, con los ojos inundados de lágri­mas, la bella mujer le preguntó con ansiedad.
-¿Qué piensas de esa sugerencia?
Perturbado y dolorido, el joven le dijo sollo­zando:
-No sé qué hacer. Es tan difícil para mí. Por un lado, tengo miedo de que mis padres se enojen si me caso contigo, por el otro, te quiero mucho y sería un martirio para mí perderte. No sé, no sé qué hacer.
La cara de la bella mujer se volvió trágicamente serena.
-Quien te ha propuesto esto es una persona ge­nerosa y razonable. No veo ninguna mala intención en su comportamiento. Además, recuperarás el dine­ro para salvar tu reputación ante tus padres. A mí no me importaría ir con otro hombre, así también me evito sufrir la penuria y la inseguridad de esperarte. Pero es importante que te dé el dinero que ha pro­metido. ¿Cuándo te lo dará?
-Mañana, si estás de acuerdo con este arreglo.
-Perfecto, duerme ahora para contar bien el di­nero mañana.
El hombre concilió el sueño enseguida. Mientras, la mujer empezó a cambiarse y a maquillarse con sumo cuidado.
Al día siguiente, cuando Li se despertó, encontró a su mujer elegante y bellísima. Recordó lo que ha­blaron unas horas antes y agachó la cabeza con un largo suspiro. Al verlo así, la hermana Du le recordó:
-Cuenta bien el dinero, para que no te engañe.
Li abrió la puerta del barco, el rico comerciante ya estaba esperando en su lujoso barco, con los ojos ávidos fijos en la bellísima mujer. Li le dijo:
-He hablado con mi mujer, ella lo ha aceptado. Dame, pues, el dinero.
El comerciante se mostró desconfiado.
-Para darte el dinero, necesito tener el tocador de tu mujer como fianza.
Li volvió la cabeza para consultar a la hermana Du, quien le dijo categóricamente: -Dáselo.
Una vez traspasado el tocador, el comerciante le entregó las mil monedas de plata, que Li contó una a una. No faltaba ninguna, y además comprobó que eran monedas auténticas. Volvió los ojos hacia la lin­dísima mujer que iba a pasar al otro barco. La her­mana Du ni siquiera se dignó mirarlo, su cara se veía tranquila, impasible y soberbia. Tenía en las manos el cofre que le habían regalado las chicas de la misma profesión. La mujer se paró en la proa del barco y dio orden al remero para zarpar y emprender la mar­cha, atado al barco del comerciante, adonde se podía pasar con un trampolín. Du pidió a Li que se acerca­ra y viera qué había en la caja. Abrió la tapa del pre­cioso cofre, dejando ver su contenido. Li no podía creer lo que veían sus propios ojos. Había monedas de oro, pendientes y anillos de brillante, collares de perlas, figuritas de marfil y lapizlázuli, piezas de jade verde que valían un imperio.
La bella mujer empezó a hablar:
-Éstas son las joyas que me regalaron los nobles y ricos que han besado mis pies. Algunos se han arruinado haciéndome regalos de incalculable valor. Pero no conquistaron mi amor, simplemente man­charon mi cuerpo. El único hombre que he querido en mi vida eras tú. Pero por mil monedas de plata me has vendido a ese morboso sinvergüenza. Me da pena tu fragilidad y tu inconstancia. Este cofre no es regalo de ninguna amiga. Es mío. Les pedí que me lo guardaran dos días y que me lo devolvieran como si se tratara de un regalo. Estas joyas valen más de cien mil monedas de oro. No te lo había dicho justa­mente para probar la autenticidad de tu amor. Pero me has destrozado el corazón con tu mezquindad.
Mientras decía esto, tiraba a manos llenas las jo­yas al caudaloso río ante los atónitos ojos del hom­bre al que amó con toda su alma y del que odió des­de el principio. Antes de que vaciara el contenido del cofre, Li se dio cuenta del valor de las cosas que esta­ba tirando la mujer, se arrodilló pidiendo perdón. Pero era demasiado tarde; antes de que reaccionara, la Décima hermana Du se había lanzado al profundo río con el cofre vacío. La hermosa silueta de la her­mana Du desapareció enseguida en el caudaloso to­rrente.

005. Anonimo (china),

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