El nuevo
gobernador quedó sorprendido por lo desolado que era el distrito. No se había
imaginado nunca que le esperaba un panorama tan desalentador: casas humildes
ocupadas por gente pobre y deprimida, cátnpos mal cultivados, casi
abandonados. A los pocos días de haber llegado a su nuevo puesto de trabajo se
enteró de las frecuentes inundaciones y sequías que azotaban la región y de los
despiadados abusos que sufrían los campesinos. Para colmo, la superstición se
convirtió en un medio eficaz de saqueo sistemático: casaban todos los años una
hermosa doncella con el río, hundiéndola en sus profundas aguas.
El río
Zhang atraviesa ese distrito en un recorrido caudaloso zigza-gueante. Cada
verano, en la temporada de la lluvia, las fuertes crecidas destruían los
diques e inundaban los pueblos de las orillas. En los años de la sequía, los
terratenientes, asociados con las brujas, difundieron la creencia de que el río
necesitaba casarse con una nueva doncella todos los años para calmar su mal
temperamento. Por lo tanto, cada primavera seleccionaban a la «dama del río»
entre las muchachas pobres para casarlas con el río. Hacían ceremonias rituales
para tan singular boda, subiendo a la desdichada en una barcaza frágil que se
deshacía a los pocos kilómetros de navegación por las tormentosas aguas del río
asesino. Obligaban a todas las familias a pagar por las «bodas del río». Los
terratenientes y las brujas se enriquecían con el dinero recaudado, mientras
que familias enteras de campesinos pobres emigraban a otros pueblos para salvar
la vida de sus hijas o simplemente buscando un sitio menos inhóspito.
El nuevo
gobernador tomó la decisión de erradicar este criminal rito supersticioso.
Coincidía que era primavera y ya habían hecho todos los prepa-rativos para un
nuevo casamiento. El gobernador hizo público que haría acto de presencia en la
ceremonia nupcial para pedir buen comportamiento del río.
Llegó el
día señalado para las bodas del río. Una doncella, hermosamente ataviada, fue
embarcada entre sollozos y forcejeo en la barcaza de sacrificio. Pero antes
de que cortaran la cuerda de anclaje, ordenó el gobernador que quería ver a la
novia del río. Después de examinarla con una mirada escrutadora, sentenció en
voz alta:
-Esta
chica no es muy guapa. Para contentar al río tenemos que elegir a la más
hermosa. Pero hoy no nos da tiempo para dar con ella. ¿Por qué no enviamos a
la maestra de brujería para avisar al río que espere dos días, y volveremos a
hacer las bodas con una mujer más bella?
Dicho
esto, ordenó a los guardias traer a la bruja y tirarla al río.
Poco
después, viendo que la vieja no regresaba, comentó:
-Ella ya
es muy mayor, está muy pesada; por tanto, que vayan su primera y segunda
discípulas para ver qué tal va la negociación.
Dos
brujas jóvenes fueron lanzadas a las aguas.
Había un
silencio de muerte. Los curiosos se quedaron con la boca abierta. La sorpresa
les contuvo incluso la respiración. El gobernador escuchó un buen rato y, al
ver que no volvían con la respuesta deseada, dio una nueva orden:
-Es difícil
vencer la terquedad del río sólo con mujeres. Hay que enviar a algunos hombres
para ayudarlas en la tarea.
Dos
terratenientes promotores de las bodas supersticiosas fueron arrojados al agua
entre grandes exclamaciones de miedo y de ruegos de indulgencia. Poco a poco,
la gente salía del asombro y empezaba a aplaudir y dar voces de júbilo con cada
arrojamiento. Por primera vez en tantos años, la tragedia de la ceremonia se
convirtió en un acto de justicia lleno de comicidad.
Cuando
el gobernador, impaciente por tanta espera, se volvió a los terratenientes
jóvenes, éstos se pusieron de rodillas, pálidos de terror, golpe-ando sin cesar
el suelo con la cabeza en súplica de clemencia.
-Durante
años -dijo el gobernador con indignación-, vosotros habéis estado engañando al
pueblo con la mentira del casamiento del río. Ahora os dejo elegir: tiraros al
río o devolver lo que habéis robado.
-Devolveremos
todo, todo, con tal de no tirarnos al río -dijeron al unísono los aterrados terratelaientes.
A partir
de ese año, nunca se volvió a celebrar ninguna boda de esta índole. En cambio,
el gobernador dirigió personalmente los trabajos de fortalecimiento de los
diques y la canalización de las aguas, lo que no sólo amplió la superficie de
riego, sino que también evitó las inundaciones. Empezó a prosperar ese distrito
y el río no tuvo ninguna doncella más.
005. Anonimo (china),
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