Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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domingo, 17 de junio de 2012

La travesía de los ochos inmortales


Todos los años, la Reina de la Longevidad ofre­cía un grandioso banquete en el hermoso lago Yao Chi. Invitaba a todas las personalidades eminentes, a quienes les ofrecía, entre otros manjares, vinos de la bodega celestial y melocotones de propiedades pro­videnciales.
Los ocho inmortales siempre acudían al fastuoso evento como invitados de honor. Era una oportuni­dad de reunirse los amigos de la inmortalidad para narrar los acontecimientos del año anterior y experi­mentar algunas aventuras divertidas. La emoción por el reencuentro y la exquisitez de la comida eran motivo suficiente para el exceso en el beber, así que solían terminar embriagados de vino y de satisfac­ción.
Una vez, tras, terminar la suculenta recepción, los ocho inmortales se embarcaron en una nube blanca que flotaba en el límpido cielo, sin pre-ocuparse don­de los llevaba el aire de las alturas. Conversaban ani­madamente y se reían de las anécdotas que les ha­bían ocurrido, cuando se dieron cuenta de que se encontraban a la orilla del mar.
Las olas del Océano del Este rugían majestuosa­mente, con la extra-ordinaria potencia que le confería su inmensidad. Sorprendidos por la grandeza del mar, los inmortales se detuvieron para contemplar el bravo oleaje, despejados ya de los efectos de la bebi­da alcohólica. De repente, apareció en las nubes del mar el reflejo de un hermosísimo palacio, con pre­ciosos quioscos y pabellones.
-¡Qué bonito! ¡Es mucho más suntuoso que el Palacio de Oro de la Reina! -exclamaron algunos inmortales atónitos ante la extraordinaria belleza del espejismo.
-No es ninguna fantasía, es el Palacio del Rey Dragón del Mar -afirmó uno de los inmortales.
Al oírlo, alguien concibió espontáneamente una atrevida idea.
-Siempre hemos oído que el mar es inmenso y muy lujoso el palacio del Rey Dragón, ¿por qué no vamos a dar una vuelta por el mar y visitar al monar­ca del Palacio Marítimo?
Antes de que los demás inmortales aceptaran tan descabellada pro-posición, el lúcido Han Zhongli se adelantó con argumentos para impedírselo.
-He oído que los guardianes del Rey Dragón son feroces, arrogantes y dominan las artes marciales. Posiblemente no nos dejarán entrar por orden supe­rior. ¿Para qué vamos a perder la dignidad ante esos cangrejos engreí-dos? Además, hoy hemos tomado más de la cuenta, cualquier indiscreción puede aca­rrear serios problemas.
Al oír eso, el Cojo Li manifestó su disconformi­dad inmediata-mente.
-¿Qué nos puede amedrentar a los Ocho In­mortales? Ningún mal nos infunde miedo alguno. ¿Acaso el maldito dragón y las tortugas del mar pue­den aterrorizar a los ermitaños inmortalizados? A mí me importa un bledo que el bicho tenga dos cuer­nos en la cabeza. Aunque tuviera mil artimañas, me atrevería a desafiarlo.
Dicho esto, arrojó su bastón mágico hacia la cresta del mar y se embarcó en él. Repentinamente, el bastón se convirtió en un soberbio barco que na­vegaba velozmente por entre las olas.
Los demás inmortales no esperaban tanta impul­sividad del Cojo Li, pero, al verlo partir solo, le si­guieron uno tras otro con el fin de socorrerlo en ca­so de peligro. Han Zhongli, el inmortal que había criticado la descabellada aventura, fue el primero en lanzarse al mar para seguir al Cojo Li. El tambor que llevaba siempre consigo navegaba al filo de las olas, mientras que el maestro de la música se mantenía sentado en el instrumento de percusión, con los ojos cerrados, rumiando una oración.
El viejo inmortal, Zhang Guolao, se montó en el lomo del asno providencial, lo castigó enérgicamen­te: «Arre...», haciendo que el burro se lanzara sobre las aguas como un torbellino al ras de las crestas. Corría por la superficie del mar sin obstáculo alguno, como si se tratara de la mejor pradera.
El gallardo Caballero Han se llevó la flauta divi­na a los labios, extrayendo deella una melodía armo­niosa, que hechizó las olas, convirtiéndolas en un ca­mino liso y firme, por el cual se encaminó hacia el Palacio del Rey Dragón.
La inmortal Flores He Xian llevaba una cesta lle­na de pétalos fragantes recogidos de la montaña Kun Lun. El exquisito contenido de la cesta atrajo la atención de todas las cortesanas del mar, quienes, movidas por el instinto de belleza, intentaban acer­carse al recipiente de tan caras especies botánicas pa­ra apoderarse de una flor que las pusiera más guapas. La cesta era mágica y no se agotaba nunca. Confor­me se llevaban las flores de encima, surgían desde el fondo de la misma nuevos pétalos para satisfacer las crecientes demandas. Al final, las damas del mar de­cidieron llevar a la inmortal Flores en una silla de oro hasta el Palacio Marítimo, con la intención de que nunca les faltara tan apreciado género.
Otro inmortal llamado Lu Dongbin sacó su cala­bacín mágico, lo destapó, dejando que un humo azulado saliera paulatinamente del recipiente y for­mara una nube de siete colores. El inmortal se sentó plácidamente en el asiento multicolor y se dirigió al Palacio del Rey Dragón.
El trovador de anécdotas históricas, Gao Guojiu, empezó a tocar sus castañuelas de bambú para contar episodios de un viejo cantar rimado. Los generales y cortesanos de la Corte del Rey Dragón, absorbidos por la historia, pidieron al juglar que se montara so­bre el caparazón de una enorme tortuga del mar y vi­niera al Palacio para seguir su narración rimada.
Mientras los demás inmortales se las han inge­niado para dirigirse al Palacio Real Marítimo, Lan Caihe, sacó tranquilamente sus placas de jade mági­co, las depositó en las aguas a fin de montarse en ellas y reunirse con sus compa-ñeros. Sin embargo, el esplendor deslumbrante del jade iluminó el oscuro fondo del mar, produciendo incluso un temblor en el Palacio Marítimo. El Rey Dragón, que se encon­traba tomando vino en sus aposentos, se sorprendió por la extraña luz y el maremoto que sacudió su Pa­lacio. Ordenó investigar lo que sucedía en las aguas de su dominio. No tardaron en informarle que eran los Ocho Inmortales de la Tierra que atravesaban el mar usando sus habilidades sobrenaturales. El viejo Dragón se puso furioso,
-Con que esos seres sinvergüenzas me están molestando con sus fechorías. Se han hecho inmor­tales al aprender unas artimañas insignifi-cantes. Estos mares son de mi soberanía, no tolero ningún juego sucio debajo de mis narices.
Furibundo, el feroz Rey Dragón pegó un salto y apareció en la cresta de las olas. Justo en ese mo­mento, el inmortal de las placas de jade, Lan Caihe, pasaba por allí cerca con su luminosa joya mágica flotando en la superficie del mar. El viejo dragón abrió la boca y se apoderó de las placas de jade, tras lo cual se sumergió en el mar. De repente, parecía que el sol, la luna y las mil estrellas se concentraran en el fondo del mar, iluminado con luces de siete colores. Radiante por el embellecimiento de su pala­cio, el Rey Dragón decidió efectuar una celebración invitando a todos sus amigos y parientes para ver la iluminación mágica.
Mientras tanto, los demás inmortales se entera­ron con desagradable sorpresa de la indigna actua­ción del Rey Dragón. El Cojo Li no pudo reprimir su ira, exclamando:
-¡Cómo es posible! ¡Qué atropello! Vamos a darle una lección al viejo dragón. Tenemos que recu­perar inmediatamente el jade mágico.
Dicho esto, se puso en acción. En pocos segun­dos ya estaba frente a la puerta del Palacio del Rey Dragón. Blandió su bastón, mientras gritaba con in­dignaclon.
¡Oye, sucio pirata, soy el Cojo Li! ¡Devuélve­nos las placas de jade ense-guida, de lo contrario, arrasaremos tu nido en un instante! ¿Enterado?
El Rey Dragón se río a carcajadas y le contestó con desdén:
-¡Desgraciado curandero inmortalizado! Cúra­te tu pata antes de decir más disparates. Soy el Rey de las Aguas. Aquí nadie manda excepto yo. Sal de mis dominios si no quieres que te destroce en mil pedazos.
El Cojo Li no quería gastar ninguna palabra más, arrojó su bastón mágico hacia el interior del pa­lacio, el cual se convirtió en un dragón de cien le­guas que arrojaba fuego como si fuera un lanzalla­mas. En un santiamén todo el palacio se incendió. Los cortesanos huían apresuradamente, mientras que los ocho inmortales irrumpieron en el recinto en lla­mas para aniquilar a cualquier superviviente que ofreciera resistencia. Ante el inminente peligro de ser derrocado, el Rey Dragón sacó las placas de jade y se las ofreció al Cojo Li con las dos manos, rogándole disculpas.
Una vez recuperada la joya mágica, el inmortal Cojo Li metamorfoseó el dragón lanzallamas en una manguera, que con la ayuda de una oración apagó el incendio en un abrir y cerrar de ojos. El Rey Dra­gón, derrotado y sumiso, les imploró clemencia. Los ocho inmortales accedieron sin vacilación.
Se despidieron cortésmente de la Corte del Dra­gón y volvieron a sus respectivas ermitas. Éste es el episodio más famoso de los ocho inmortales que se ha transmitido de generación en generación.

 005. Anonimo (china),

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