Todos
los años, la Reina
de la Longevidad
ofrecía un grandioso banquete en el hermoso lago Yao Chi. Invitaba a todas las
personalidades eminentes, a quienes les ofrecía, entre otros manjares, vinos de
la bodega celestial y melocotones de propiedades providenciales.
Los ocho
inmortales siempre acudían al fastuoso evento como invitados de honor. Era una
oportunidad de reunirse los amigos de la inmortalidad para narrar los
acontecimientos del año anterior y experimentar algunas aventuras divertidas.
La emoción por el reencuentro y la exquisitez de la comida eran motivo
suficiente para el exceso en el beber, así que solían terminar embriagados de
vino y de satisfacción.
Una vez,
tras, terminar la suculenta recepción, los ocho inmortales se embarcaron en una
nube blanca que flotaba en el límpido cielo, sin pre-ocuparse donde los llevaba
el aire de las alturas. Conversaban animadamente y se reían de las anécdotas
que les habían ocurrido, cuando se dieron cuenta de que se encontraban a la
orilla del mar.
Las olas
del Océano del Este rugían majestuosamente, con la extra-ordinaria potencia
que le confería su inmensidad. Sorprendidos por la grandeza del mar, los
inmortales se detuvieron para contemplar el bravo oleaje, despejados ya de los
efectos de la bebida alcohólica. De repente, apareció en las nubes del mar el
reflejo de un hermosísimo palacio, con preciosos quioscos y pabellones.
-¡Qué
bonito! ¡Es mucho más suntuoso que el Palacio de Oro de la Reina! -exclamaron
algunos inmortales atónitos ante la extraordinaria belleza del espejismo.
-No es
ninguna fantasía, es el Palacio del Rey Dragón del Mar -afirmó uno de los
inmortales.
Al
oírlo, alguien concibió espontáneamente una atrevida idea.
-Siempre
hemos oído que el mar es inmenso y muy lujoso el palacio del Rey Dragón, ¿por
qué no vamos a dar una vuelta por el mar y visitar al monarca del Palacio
Marítimo?
Antes de
que los demás inmortales aceptaran tan descabellada pro-posición, el lúcido Han
Zhongli se adelantó con argumentos para impedírselo.
-He oído
que los guardianes del Rey Dragón son feroces, arrogantes y dominan las artes
marciales. Posiblemente no nos dejarán entrar por orden superior. ¿Para qué
vamos a perder la dignidad ante esos cangrejos engreí-dos? Además, hoy hemos
tomado más de la cuenta, cualquier indiscreción puede acarrear serios
problemas.
Al oír
eso, el Cojo Li manifestó su
disconformidad inmediata-mente.
-¿Qué
nos puede amedrentar a los Ocho Inmortales? Ningún mal nos infunde miedo
alguno. ¿Acaso el maldito dragón y las tortugas del mar pueden aterrorizar a
los ermitaños inmortalizados? A mí me importa un bledo que el bicho tenga dos
cuernos en la cabeza. Aunque tuviera mil artimañas, me atrevería a desafiarlo.
Dicho
esto, arrojó su bastón mágico hacia la cresta del mar y se embarcó en él.
Repentinamente, el bastón se convirtió en un soberbio barco que navegaba
velozmente por entre las olas.
Los
demás inmortales no esperaban tanta impulsividad del Cojo Li, pero, al verlo
partir solo, le siguieron uno tras otro con el fin de socorrerlo en caso de
peligro. Han Zhongli, el inmortal que
había criticado la descabellada aventura, fue el primero en lanzarse al mar
para seguir al Cojo Li. El tambor que llevaba siempre consigo navegaba al filo
de las olas, mientras que el maestro de la música se mantenía sentado en el
instrumento de percusión, con los ojos cerrados, rumiando una oración.
El viejo
inmortal, Zhang Guolao, se montó en
el lomo del asno providencial, lo castigó enérgicamente: «Arre...», haciendo
que el burro se lanzara sobre las aguas como un torbellino al ras de las
crestas. Corría por la superficie del mar sin obstáculo alguno, como si se
tratara de la mejor pradera.
El
gallardo Caballero Han se llevó la
flauta divina a los labios, extrayendo deella una melodía armoniosa, que
hechizó las olas, convirtiéndolas en un camino liso y firme, por el cual se
encaminó hacia el Palacio del Rey Dragón.
La
inmortal Flores He Xian llevaba una
cesta llena de pétalos fragantes recogidos de la montaña Kun Lun. El exquisito
contenido de la cesta atrajo la atención de todas las cortesanas del mar,
quienes, movidas por el instinto de belleza, intentaban acercarse al
recipiente de tan caras especies botánicas para apoderarse de una flor que las
pusiera más guapas. La cesta era mágica y no se agotaba nunca. Conforme se
llevaban las flores de encima, surgían desde el fondo de la misma nuevos
pétalos para satisfacer las crecientes demandas. Al final, las damas del mar decidieron
llevar a la inmortal Flores en una silla de oro hasta el Palacio Marítimo, con
la intención de que nunca les faltara tan apreciado género.
Otro
inmortal llamado Lu Dongbin sacó su
calabacín mágico, lo destapó, dejando que un humo azulado saliera
paulatinamente del recipiente y formara una nube de siete colores. El inmortal
se sentó plácidamente en el asiento multicolor y se dirigió al Palacio del Rey
Dragón.
El
trovador de anécdotas históricas, Gao
Guojiu, empezó a tocar sus castañuelas de bambú para contar episodios de un
viejo cantar rimado. Los generales y cortesanos de la Corte del Rey Dragón,
absorbidos por la historia, pidieron al juglar que se montara sobre el
caparazón de una enorme tortuga del mar y viniera al Palacio para seguir su
narración rimada.
Mientras
los demás inmortales se las han ingeniado para dirigirse al Palacio Real
Marítimo, Lan Caihe, sacó
tranquilamente sus placas de jade mágico, las depositó en las aguas a fin de
montarse en ellas y reunirse con sus compa-ñeros. Sin embargo, el esplendor
deslumbrante del jade iluminó el oscuro fondo del mar, produciendo incluso un
temblor en el Palacio Marítimo. El Rey Dragón, que se encontraba tomando vino
en sus aposentos, se sorprendió por la extraña luz y el maremoto que sacudió su
Palacio. Ordenó investigar lo que sucedía en las aguas de su dominio. No
tardaron en informarle que eran los Ocho Inmortales de la Tierra que
atravesaban el mar usando sus habilidades sobrenaturales. El viejo Dragón se
puso furioso,
-Con que
esos seres sinvergüenzas me están molestando con sus fechorías. Se han hecho
inmortales al aprender unas artimañas insignifi-cantes. Estos mares son de mi
soberanía, no tolero ningún juego sucio debajo de mis narices.
Furibundo,
el feroz Rey Dragón pegó un salto y apareció en la cresta de las olas. Justo en
ese momento, el inmortal de las placas de jade, Lan Caihe, pasaba por allí
cerca con su luminosa joya mágica flotando en la superficie del mar. El viejo
dragón abrió la boca y se apoderó de las placas de jade, tras lo cual se sumergió
en el mar. De repente, parecía que el sol, la luna y las mil estrellas se
concentraran en el fondo del mar, iluminado con luces de siete colores.
Radiante por el embellecimiento de su palacio, el Rey Dragón decidió efectuar
una celebración invitando a todos sus amigos y parientes para ver la
iluminación mágica.
Mientras
tanto, los demás inmortales se enteraron con desagradable sorpresa de la
indigna actuación del Rey Dragón. El Cojo Li no pudo reprimir su ira,
exclamando:
-¡Cómo
es posible! ¡Qué atropello! Vamos a darle una lección al viejo dragón. Tenemos
que recuperar inmediatamente el jade mágico.
Dicho
esto, se puso en acción. En pocos segundos ya estaba frente a la puerta del
Palacio del Rey Dragón. Blandió su bastón, mientras gritaba con indignaclon.
¡Oye,
sucio pirata, soy el Cojo Li! ¡Devuélvenos las placas de jade ense-guida, de lo
contrario, arrasaremos tu nido en un instante! ¿Enterado?
El Rey
Dragón se río a carcajadas y le contestó con desdén:
-¡Desgraciado
curandero inmortalizado! Cúrate tu pata antes de decir más disparates. Soy el
Rey de las Aguas. Aquí nadie manda excepto yo. Sal de mis dominios si no
quieres que te destroce en mil pedazos.
El Cojo
Li no quería gastar ninguna palabra más, arrojó su bastón mágico hacia el
interior del palacio, el cual se convirtió en un dragón de cien leguas que
arrojaba fuego como si fuera un lanzallamas. En un santiamén todo el palacio
se incendió. Los cortesanos huían apresuradamente, mientras que los ocho
inmortales irrumpieron en el recinto en llamas para aniquilar a cualquier
superviviente que ofreciera resistencia. Ante el inminente peligro de ser
derrocado, el Rey Dragón sacó las placas de jade y se las ofreció al Cojo Li
con las dos manos, rogándole disculpas.
Una vez
recuperada la joya mágica, el inmortal Cojo Li metamorfoseó el dragón
lanzallamas en una manguera, que con la ayuda de una oración apagó el incendio
en un abrir y cerrar de ojos. El Rey Dragón, derrotado y sumiso, les imploró
clemencia. Los ocho inmortales accedieron sin vacilación.
Se
despidieron cortésmente de la Corte del Dragón y volvieron a sus respectivas
ermitas. Éste es el episodio más famoso de los ocho inmortales que se ha
transmitido de generación en generación.
005. Anonimo (china),
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