Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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domingo, 17 de junio de 2012

La pérdida de la felicidad


Li-kia era tan guapo, apuesto y sim­pático como mal estudiante. Le suspen­dían continuamente porque en lugar de dedicarse al estudio perdía el tiem­po correteando de aquí y allá con su íntimo amigo Lieou. Uno de los sitios que más frecuentaban eran los teatros. Cierto día conocieron a una cantante llamada Tou Wei, de la que ambos que­daron perdidamente enamorados. La muchacha era una auténtica belleza, te­nía fama de ser la mujer más hermosa de la capital, y en la capital las belda­des no escaseaban precisamente. Tou Wei pronto sintió inclinarse su corazón hacia uno de los muchachos: el elegido fue Li-Kia.

Tou Wei y el estudiante se amaban con ternura. No cesaban de jurarse amor eterno. De buena gana la joven se habría casado con el estudiante; su brillante vida de cantante no le gusta­ba, le parecía despreciable, y nada an­helaba tanto como poder abandonar su profesión, pero la pobre muchacha dependía de una perversa vieja y sabía que ésta para dejarla en libertad exigi­ría una fuerte cantidad de dinero, eso en el caso de que le permitiera poder comprar su liber-tad.
Un día decidió preguntárselo:
-Honorable anciana, llevo años ya a tu servicio, gracias a mí tus arcas se han llenado. Creo que ha llegado el mo­mento de pedirte si serías tan generosa que me permitieras comprar mi liber­tad.
-En efecto, voy a permitírtelo. Si tienes trescientas onzas para darme se­rás libre, pero sólo te daré tres días de plazo para buscar-las.
Al oír aquello a Tou Wei se le ensan­chó el corazón. Su mayor anhelo po­dría verse convertido en realidad. Otra vez llegaría a ser libre, su esclavitud podría llegar a tener fin.
Aquella misma tarde, Tou Wei tan pronto como vio al estudiante se apre­suró a darle la gran noticia:
-¿Sabes? Le he preguntado a mi ama si me permitiría comprar mi li­bertad y me ha dicho que por trescien­tas onzas me la concedería. ¡Oh, Li!, ¿no te parece maravilloso? Si consigues esta cantidad podremos casarnos en se­guida.
Li-Kia se había quedado profunda­mente pensativo. Tras unos momentos de silencio dijo:
-Tou Wei, sabes que te quiero y que deseo hacerte mi esposa, pero en estos momentos no poseo ni un sapeque y a mi padre no puedo pedirle nada por dos razones: primera, está muy enoja­do conmigo porque soy mal estudiante y siempre me suspenden; segunda, por­que no creo que de momento me diera su permiso para casarme.
-Eso ya lo suponía -contestó tris­temente Tou Wei-, no esperaba ser bien recibida por tu familia siendo una esclava, por lo menos de momento, pero entre un padre y un hijo siempre existe el cariño y yo creo que con el tiempo quizás acabarían por aceptar­me una vez se hubieran reconciliado contigo y vieran que te has convertido en un letrado; en cuanto a lo del dine­ro también lo suponía. Los estudiantes nunca lo tienen, pero esto creo que pue­de tener fácil solución. Mira, voy a re­velarte un secreto: hace tiempo que vengo ahorrando, he conseguido reunir ciento cincuenta onzas. Ahora mismo te las daré, ya sólo te faltará encon­trar otras ciento cincuenta. De este modo quizá no te resulte tan difícil ha­llarlas.
Li-Kia le prometió que aquel mismo día trataría de encontrar las onzas que les faltaban.
-No tienes por que darte tanta pri­sa -le dijo Tou Wei-, la vieja me dijo que sólo me daba de plazo tres días, pero ya conseguiré que me dé diez por lo menos, no te apures.
Tan pronto como el estudiante se hubo marchado, Tou Wei se fue a ver a su ama y le rogó que le concediera una semana más para conseguir encon­trar el dinero que necesitaba para com­prar su libertad. La vieja accedió en se­guida. En el fondo de su perverso cora­zón estaba convencida de que Tou Wei y su prometido jamás podrían llegar a encontrar tal cantidad de dinero.
Aquella mañana Li ya no podía más. Estaba cansadísimo, había andado horas y horas en pos de uno y otro amigo para que le prestaran dinero, pero todos le habían dicho lo mismo: «No tene­mos», «Estoy tan apurado como tú», «Mi padre hace tiempo que me manda el dinero muy justo porque no quiere que lo despilfarre», etc. Muy desalenta­do decidió al final ir a exponerle su caso a su gran amigo Lieou; éste le es­cuchó atentamente y al final le dijo:
-Yo tampoco tengo dinero, Li; pero procuraré encontrarlo, porque esta po­bre muchacha se lo merece. Tiene buen corazón y es muy triste vivir en la es­clavitud toda la vida. Haré todo lo que pueda para que logres casarte con ella. ¡Te lo prometo!
Lieou salió inmediatamente de la casa y se pasó todo el día buscando las ciento cincuenta onzas que le hacían falta a su amigo. Por la noche tras mu­cho buscar logró reunirlas y se apresu­ró a entregárselas a su amigo. Li-Kia le dio cortésmente las gracias y se in­clinó varias veces ante él. Luego se des­pidieron.
Al rayar el alba del día siguiente ya estaba Li-Kia ante la morada de su amada; entró en la casa, llamó a la vieja y a Tou Wei, y en cuanto estu­vieron ambas ante su presencia entregó la bolsa con las monedas a la dueña de su prometida. La perversa vieja las cogió y las contó con rabia. Tuvo que reconocer que no faltaba ni una.
-¡Idos los dos en seguida! -voci­feró-. ¡Fuera de mi casa!
Tou Wei apenas tuvo tiempo de re­coger sus cosas. La vieja continuamen­te andaba detrás de ella diciéndole:
-¡Vete ya! ¡Vete ya!

Cuando estuvieron en la calle los dos enamorados se miraron felices; la cantante respiraba con fruición el aire de su primer día de libertad.
-Tou Wei -dice Li-, ahora ire­mos primero a casa de mi amigo Lieou a darle personalmente las gracias por lo que ha hecho y mañana si te parece bien emprenderemos el viaje hacia la casa de mis padres, aunque dudo mu­cho que éstos quieran recibirnos. Están muy enfadados conmigo.
-Honorable Li, en lugar de ir am­bos directamente a casa de tus padres me parece que sería mejor que yo sólo te acompañara en una parte del viaje. Podría quedarme en Hangtcheu por ejemplo, mientras tú prosigues el viaje y llegas solo a tu casa; una vez allí, yendo solo, tal vez te será más fácil re­conciliarte con tu anciano padre; una vez hayas conseguido hacer las paces con él me parece que habrá llegado el momento oportuno para que vengas a buscarme y me presente yo en tu casa. Y ahora vamos a ver a tu buen amigo, como dices; pero antes si no te importa me gustaría ir a comunicarle la gran noticia a una buena amiga mía, esclava como yo, que vive aquí mismo: se lla­ma Sié Yu-lang.
Li aceptó la proposición de su pro­metida y ambos se dirigieron a casa de Sié. Ésta, en cuanto Tou Wei se lo hubo explicado todo, con los ojos hu­medecidos por las lágrimas le dijo:
-Querida hermana, mucho me ale­gra tu felicidad. Has conseguido las dos cosas más maravillosas que pueden lle­gar a existir: la libertad y el verdadero amor. Acuérdate de hacerme saber el día de tu marcha. Todas tus amigas queremos celebrar dignamente el acon­tecimiento haciéndote un regalo. No lo olvides, hermana.
Tou Wei le prometió a su amiga que así lo haría. Los dos enamorados se des­pidieron allí mismo de Sié.
En seguida se encaminaron hacia la casa de Lieou. Éste al verles salió a re­cibirles alborozado.
Tou Wei inclinándose hasta el suelo le dijo:
-Honorable Lieou, te estamos pro­fundamente agradecidos por todo cuan­to has hecho. Algún día procuraremos demostrarte cumpli-damente nuestra in­mensa gratitud.
-Tou Wei, no vale la pena que me des las gracias por mi insignificante ayuda. Tú sí que eres digna de alaban­za por haber vivido resignadamente tantos años de esclavitud.

Tou Wei y Li-Kia ya están prepara­dos para emprender el viaje; están es­perando que lleguen de un momento a otro las amigas de Tou Wei para despe­dirla y entregarle el obsequio que le prometieron. Efectivamente, éstas no tardan en llegar. Sié es la primera que se inclina ante su amiga y le ofrece un precioso joyero diciendo:
-Tou Wei, dígnate aceptar nuestro regalo. Todas tus amigas hemos contri­buido. Aquí tienes la llave del cofreci­llo, y una vez más te deseamos felici­dad.
Tou Wei da las gracias emocionada, pero apenas mira el regalo. Sería de mala educación...

Sobre el mar en calma se refleja un cielo sin nubes. Los dos enamorados apoyados en la borda charlan alegre­mente; pero de pronto el rostro de Li se ensombrece.
-¿Qué te pasa? -le pregunta Tou Wei-. De pronto tu cara ha cambiado.
-Sí, es cierto, me preocupa de nue­vo el dinero. Estoy otra vez sin un sapeque y sólo estamos empezando el viaje.
-No tienes por qué preocuparte, Li. Espera. -Tou Wei se apresura a coger la llave de su cofrecillo, lo abre y saca una pequeña bolsa, desanuda el cordón y cincuenta onzas de plata caen sobre su mano-. Toma -le dice a su ama­do-, con esto podemos proseguir tran­quilamente el viaje.
Li-Kia respira tranquilo y no pre­gunta nada. No es buen estudiante, pero educación no le falta.

El barco ha hecho escala en Kouat­cheu. Ha llegado ya el invierno. Sobre las frías aguas el reflejo de la luna pa­rece arrancar chispas de plata.
Los dos enamorados hablan queda­mente de sus cosas. De pronto dice Li:
-Tou Wei, hace tiempo que no te he oído cantar. ¿Por qué no cantas al­guna de tus bellas canciones en esta noche de luna llena?
Tou Wei sonriente obedece a su amado, y empieza a cantar la más ar­moniosa de sus canciones. Su voz de un timbre purísimo va desgranando una a una las delicadas notas de la canción...
Junto al barco anclado de los ena­morados se ha detenido desde hace rato otro barco. El dueño es un joven llamado Souen Fou, propietario de in­mensas salinas. Su fortuna es incalcula­bre. Para combatir el frío, Souen se está paseando por cubierta; de pronto oye la voz más maravillosa que ha escucha­do en su vida. Intrigado mira hacia el lugar de donde le parece que procede la voz, se da cuenta de que la melodio­sa canción parece surgir de aquel bar­co que se halla anclado junto al suyo. Inmediatamente manda a un criado a la otra embarcación para que se entere de quiénes son tan extraños tripulantes. El mensajero no tarda en volver. Dice a su señor que el muy honorable ocu­pante de la otra embarcación es el es­tudiante Li-Kia, pero que nada sabe de la muchacha que le acompaña.
Souen Fou, el acaudalado propieta­rio de salinas, desde que ha oído la voz maravillosa de aquella desconocida, no puede conciliar el sueño. De noche y de día no tiene más pensamiento que llegar a ver a la cantante misteriosa.
Souen se pasea ensimismado por el puente; de vez en cuando se apoya ne­gligentemente en la borda y mira hacia el barco del estudiante Li; de pronto ve como se levanta una cortinita de bambú de uno de los camarotes y una cara finamente empolvada queda en­marcada en aquella pequeña ventanita. Souen Fou permanece absorto. Imagi­naba muy bella a la desconocida de la voz melodiosa, pero la realidad supera todo lo imaginable. «Tengo que llegar a conocer a esta beldad sea como sea», piensa el rico comerciante. No tarda en tener un plan. Quedamente empieza a recitar los primeros versos de un ex­quisito poema clásico:

Cubre la nieve las montañas como hom­bre virtuoso acostado negligente-mente. Brilla la luna entre las ramas...

Li-Kia al oír recitar los versos de aquel poema no puede evitar sentir una gran curiosidad; se para en medio del puente por donde está paseando y mira hacia el otro barco. Souen entonces amable-mente le saluda. Se da a cono­cer y ruega a Li que pase a visitarle a su barco. Nada más agradable que ha­blar con un compañero de estudios. Souen sigue siendo aún un estudiante.
Li-Kia se apresura a subir por la pasarela de la embarcación de su nuevo amigo; ambos se saludan ceremoniosa­mente y pronto deciden desembarcar e ir a beber a algún honorable pabellón de bebidas. No tardan en encontrar el local que andan buscando. Cerca del muelle suele haberlos en abundancia.
Los dos nuevos amigos están senta­dos junto a una ventana; la nieve cae suavemente en grandes copos; al posar­se en el suelo parecen flores de loto recién abierto... Hace ya largo rato que los dos estudiantes están hablan­do; primero han hablado de filosofía, luego de poesía, más tarde se han con­tado algunas novedades y chismes de la capital; ahora tras haberse bebido varias tazas de vino caliente ya han lle­gado al terreno de las confidencias; de pronto Souen desvía certeramente la conversación hacia el tema que más le interesa. De repente pregunta:
-Li-Kia, si juzgas mi pregunta in­discreta no me contestes, pero la ver­dad es que tengo verdadera curiosidad por saber quién es la hermosa mucha­cha en compañía de la cual viajas.
Li-Kia se queda altamente satisfecho de la indiscreta pregunta de su amigo; para un joven nada puede resultar más agradable que vanagloriarse ante otro de sus éxitos amorosos y Li no es pre­cisamente discreto: habla y habla sin parar. Le cuenta con todo detalle a Souen que la dama es la bella cantan­te Tou Wei y que viaja en su compañía porque es su prometida. En cuanto su padre le dé el consentimiento va a ca­sarse con ella.
Souen sonríe y de nuevo toma la palabra:
-Mi querido amigo, tus planes me parecen perfectos, pero difíciles de rea­lizar. Por todo lo que me cuentas no creo que tu padre acceda jamás a de­jarte casar con una ex esclava y me­nos teniendo en cuenta que se halla muy enojado contigo por tu poca apli­cación en el estudio. Si tu honorable padre te niega su permiso, entonces, querido amigo, no veo solución a tu problema, a no ser que estés en pose­sión de una buena cantidad de dinero que te permita vivir completamente in­dependiente de tu familia.
Li lanza un suspiro y murmura:
-Una buena cantidad de dinero, has dicho. Nada más lejos de la reali­dad, querido Souen. Me quedan apenas veinticinco onzas: a esto asciende toda mi fortuna. Tus palabras han sido fiel reflejo de mis pensamientos, amigo mío. Continuamente estoy pensando en mi familia y en Tou Wei, y la verdad es que no veo la manera de que las co­sas puedan arreglarse.
-Yo sí la veo..., pero es preferible que mi lengua enmudezca. No creo que pudiera gustarte mi solución. A lo me­jor con ella sólo conseguiría agotar tu amable paciencia y perder tu inaprecia­ble amistad -dijo el astuto Souen.
-¡Oh no, Souen! ¡Habla! Si tienes alguna idea expónla: te escucharé com­placido.
-Bien, si así lo deseas. Mi idea es la siguiente: según tú has dicho tu pa­dre está furioso contigo y para ti nada hay en el mundo que pueda estar por encima de tu amor filial. Nada te com­placería más, según dices, que poder llegar a tu casa y decirle a tu padre que has sido un buen estudiante y que has sabido aprovechar las enseñanzas de tus sabios maestros...; pues bien, veo una manera de poder lograr lo que deseas. Permítame que sea yo quien me case con Tou Wei; te daré a cambio mil onzas de plata. Con ellas puedes presentarte a tu padre y explicarle que gracias a tus profundos conocimientos has podido ya empezar a dar clases tan productivas que te han permitido hasta ahorrar esas mil onzas que hoy de todo corazón le ofreces en premio a sus desvelos... ¿Qué opinas de mi pro­posición, Li?
Li se dejó tentar por las falaces pa­labras de su mal amigo y contestó:
-Tu ofrecimiento, Souen, solucio­naría todos mis problemas, pero veo una dificultad muy grande. Tou Wei está enamorada de mi. Si ahora de re­pente le propongo lo que tú acabas de decirme, temo que no quiera aceptar esa solución; tendría que hablarle des­pacio sobre ello, tal vez así con un poco de tiempo lograría persuadirla de que lo mejor para todos sería que ella se casara contigo que eres rico y no tienes problemas y que se olvidara de mí que bastante tengo ya con calmar las iras de mi padre.
-Claro, Li. Te daré todo el tiempo que quieras para convencerla. No es tan fácil, ya me doy cuenta. Tienes que proceder con cautela.

Tou Wei mira muy extrañada a su prometido. Éste desde hace tres lunas no deja de suspirar y se mantiene ex­trañamente ensimismado; apenas le ha­bla. Tou Wei presiente que algo malo se avecina; calladamente mira las hela­das aguas del río y le parece que su corazón está casi tan helado como la inmensidad del agua que se extiende ante su vista. Tímidamente se atreve a interrumpir la profunda meditación de su amado y le dice:
-Li, ¿qué te ocurre? ¿Cómo pue­den estar tristes tus ojos, ahora preci­samente que nos acercamos cada vez más hacia la completa felicidad? Tus padres con el tiempo estoy segura de que acabarán por aceptarme y enton­ces podremos casarnos; la espera no será muy larga, ya verás. Dime, ¿qué tienes? Por favor, háblame.
-Tou Wei, preferiría no hablarte para no tener que causarte ninguna pena. Hace días que estoy preocupa­do: cuanto más pienso en mi padre más imposible me parece que acceda a nues­tro matrimonio... Le expuse el caso in­cluso a mi amigo Souen, y éste..., éste halló una buena solución, pero no sé si tú la aceptarás.
-Li, ¿por qué no habría de acep­tarla si a ti te parece buena?
-Verás, mi amigo Souen es un es­tudiante como yo, pero al mismo tiem­po es un rico comerciante. Jamás le fal­ta dinero, es un muchacho muy simpá­tico y distinguido y... me dijo... que..., que le gustaría poder casarse contigo si tú te dignaras aceptarle. Con ello claro solucionaríamos de una vez todos los problemas. A ti nunca más te iba a faltar nada, él sería feliz a tu lado. En cuanto a mí podría volver junto a mi padre y con las mil onzas de plata que me daría Souen congraciarme de nuevo con toda mi familia. Pero me apena extraordinariamente tener que separarme de ti, Tou Wei: me resulta insoportable.
-Nada hay insoportable en este mundo para algunos. Veo que tú y tu amigo Souen sois unos excelentes ne­gociantes, aunque nada tengáis de hon­rados ni el uno ni el otro. Halláis pron­ta solución a todos los problemas, y vuestros largos años de estudios os han servido sólo para prosperar en el mal. No puedo felicitaros, sin embargo; ya que así lo quieres, mañana mismo me convertiré en la prometida de ese co­merciante de sal, simpático y distingui­do. Ya puedes notificarle la grata nue­va inmediatamente.
-Oh, Tou Wei, pero a mí me da pena separarme de ti...
-Hay penas que pasan pronto. Apresúrate a cerrar el trato con tu ami­go, no sea que luego se arrepienta...

Tou Wei apareció radiante de her­mosura sobre el puente del barco de Souen. Parecía una inmortal. El comer­ciante de sal la miraba embelesado. El rostro de Li-Kia reflejaba una profun­da tristeza; Tou Wei aparecía radiante e impasible como un ser extraterreno; de repente con una llavecita que lleva­ba colgada al cuello abrió el cofrecito que traía entre las manos y dirigiéndo­se a Li-Kia le dijo:
-Li-Kia, abre cada uno de esos ca­joncitos. Dentro de uno de ellos está guardado tu salvoconducto.
Li asiente con la cabeza y se dispone a abrir uno a uno los ocho cajones de que consta el cofrecillo; abre el prime­ro y ante los asombrados ojos de to­dos los asistentes aparecen unas joyas bellísimas, agujas de oro y brillantes, collares de finas perlas, y esmeraldas de nítidos tonos verdes. Aquello vale una fortuna. Tou Wei silenciosamente coge el cajoncito y lo echa todo a las aguas del río.
Tou Wei ordena a Li-Kia que abra el segundo cajón. Li lo hace y ante su vista aparecen unas maravillosas flau­tas de oro de gran valor. Li va abriendo cajoncitos y su asombro va creciendo por momentos; del tercero salen gran cantidad de objetos de adorno antiguos valorados en miles y miles de sapeques; lo mismo ocurre con el cuarto, el quin­to, el sexto y el séptimo; también de esos cajones van saliendo cosas valio­sísimas y por último, del octavo, apa­rece la más bella perla engarzada en pedrería que jamás se pudiera haber soñado. Tou Wei implacable sigue ti­rándolo todo al agua. Cuando ya sólo queda la perla en el cofrecillo se vuelve iracunda hacia el malvado Souen y le increpa duramente:
-Creísteis que con vuestro proyec­to ibais a poder borrar un amor que ha pasado por todas las pruebas y todas las penalidades. Pues bien, el amor no habéis conseguido borrarlo: jamás seré vuestra esposa, ¡prefiero la muerte! ¡Os odio!
Luego se vuelve hacia Li-Kia y amargamente le dice:
-Li, gracias a ti conocí el maravi­lloso poder del auténtico amor y pude gozar del mayor de los bienes: la li­bertad. Mis amigas y yo nos habíamos prometido que si alguna vez alguna de nosotras llegaba a encontrar el amor verdadero y podía llegar a gozar de la libertad, entre todas le haríamos un re­galo que consiguiera apartar para siem­pre la miseria de su camino. Yo, ¡ahi­mé!, fui la elegida por el destino para hallar primero la felicidad y luego la mayor de las amarguras. Mis queridas amigas me regalaron el cofrecillo. Yo pensaba ofrecérselo a tus padres tan pronto como estuviera ante su presen­cia. Pero tú, Li, a quien tanto he ama­do, preferiste abandonarme a la prime­ra sugerencia que un mal amigo se atrevió a hacerte en el camino. Tú mis­mo has podido comprobar que en mi cofrecito no faltaba ni el oro ni las más finas perlas, pero no tuviste ojos para ver lo que yo tenía ni fuiste capaz de darte cuenta que habías perdido la feli­cidad. Mi triste vida de polvo y aire termina aquí, porque tú me has trai­cionado...
De repente, sin que nadie pudiera impedirlo, Tou Wei, presa de la deses­peración, con el cofrecito entre las ma­nos, echó a correr hacia la borda. Las anchas mangas de su túnica azotadas por el viento semejaban las grandes alas de un pájaro fugitivo cuando su túnica de fina seda se confundió con las espumantes olas del Gran Río. Na­die pudo evitar aquel accidente. Su carrera hacia la muerte había sido más veloz que el viento.

Han pasado los días y los meses. Tou Wei hace tiempo que desapareció ya entre las olas de blancas espumas... Lo sacrificó todo al amor, un amor im­posible por el egoísmo y avaricia de su amado.
El corazón de Li-Kia no ha vuelto a encontrar la paz y menos aún el de Souen Fou.
Li-Kia, sentado ante sus mil onzas de plata, mira día y noche hacia el va­cío. La luz de la razón ha desaparecido de sus ojos; dicen que se está volvien­do loco... Li-Kia piensa, sin embargo, en Tou Wei en sus momentos lúcidos; pero tal recuerdo se convierte en una obsesión.
Souen Fou se retuerce presa de agu­dos dolores en el lecho. El recuerdo de Tou Wei le atormenta sin cesar; los médicos saben que ningún remedio puede hallarse para su enfermedad, porque nada hay peor que el remordi­miento...
Todos los que fueron testigos de este drama, están seguros de que lo que está sucediendo es un castigo im­placable del cielo.

005. Anonimo (china),

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