Li-kia
era tan guapo, apuesto y simpático como mal estudiante. Le suspendían
continuamente porque en lugar de dedicarse al estudio perdía el tiempo
correteando de aquí y allá con su íntimo amigo Lieou. Uno de los sitios que más
frecuentaban eran los teatros. Cierto día conocieron a una cantante llamada Tou
Wei, de la que ambos quedaron perdidamente enamorados. La muchacha era una
auténtica belleza, tenía fama de ser la mujer más hermosa de la capital, y en
la capital las beldades no escaseaban precisamente. Tou Wei pronto sintió
inclinarse su corazón hacia uno de los muchachos: el elegido fue Li-Kia.
Tou Wei
y el estudiante se amaban con ternura. No cesaban de jurarse amor eterno. De
buena gana la joven se habría casado con el estudiante; su brillante vida de
cantante no le gustaba, le parecía despreciable, y nada anhelaba tanto como
poder abandonar su profesión, pero la pobre muchacha dependía de una perversa
vieja y sabía que ésta para dejarla en libertad exigiría una fuerte cantidad
de dinero, eso en el caso de que le permitiera poder comprar su liber-tad.
Un día
decidió preguntárselo:
-Honorable
anciana, llevo años ya a tu servicio, gracias a mí tus arcas se han llenado.
Creo que ha llegado el momento de pedirte si serías tan generosa que me
permitieras comprar mi libertad.
-En
efecto, voy a permitírtelo. Si tienes trescientas onzas para darme serás
libre, pero sólo te daré tres días de plazo para buscar-las.
Al oír
aquello a Tou Wei se le ensanchó el corazón. Su mayor anhelo podría verse
convertido en realidad. Otra vez llegaría a ser libre, su esclavitud podría
llegar a tener fin.
Aquella
misma tarde, Tou Wei tan pronto como vio al estudiante se apresuró a darle la
gran noticia:
-¿Sabes?
Le he preguntado a mi ama si me permitiría comprar mi libertad y me ha dicho
que por trescientas onzas me la concedería. ¡Oh, Li!, ¿no te parece
maravilloso? Si consigues esta cantidad podremos casarnos en seguida.
Li-Kia
se había quedado profundamente pensativo. Tras unos momentos de silencio dijo:
-Tou
Wei, sabes que te quiero y que deseo hacerte mi esposa, pero en estos momentos
no poseo ni un sapeque y a mi padre no puedo pedirle nada por dos razones:
primera, está muy enojado conmigo porque soy mal estudiante y siempre me
suspenden; segunda, porque no creo que de momento me diera su permiso para
casarme.
-Eso ya
lo suponía -contestó tristemente Tou Wei-, no esperaba ser bien recibida por
tu familia siendo una esclava, por lo menos de momento, pero entre un padre y
un hijo siempre existe el cariño y yo creo que con el tiempo quizás acabarían
por aceptarme una vez se hubieran reconciliado contigo y vieran que te has
convertido en un letrado; en cuanto a lo del dinero también lo suponía. Los
estudiantes nunca lo tienen, pero esto creo que puede tener fácil solución.
Mira, voy a revelarte un secreto: hace tiempo que vengo ahorrando, he
conseguido reunir ciento cincuenta onzas. Ahora mismo te las daré, ya sólo te
faltará encontrar otras ciento cincuenta. De este modo quizá no te resulte tan
difícil hallarlas.
Li-Kia
le prometió que aquel mismo día trataría de encontrar las onzas que les
faltaban.
-No
tienes por que darte tanta prisa -le dijo Tou Wei-, la vieja me dijo que sólo
me daba de plazo tres días, pero ya conseguiré que me dé diez por lo menos, no
te apures.
Tan
pronto como el estudiante se hubo marchado, Tou Wei se fue a ver a su ama y le
rogó que le concediera una semana más para conseguir encontrar el dinero que
necesitaba para comprar su libertad. La vieja accedió en seguida. En el fondo
de su perverso corazón estaba convencida de que Tou Wei y su prometido jamás
podrían llegar a encontrar tal cantidad de dinero.
Aquella
mañana Li ya no podía más. Estaba cansadísimo, había andado horas y horas en
pos de uno y otro amigo para que le prestaran dinero, pero todos le habían
dicho lo mismo: «No tenemos», «Estoy tan apurado como tú», «Mi padre hace
tiempo que me manda el dinero muy justo porque no quiere que lo despilfarre»,
etc. Muy desalentado decidió al final ir a exponerle su caso a su gran amigo
Lieou; éste le escuchó atentamente y al final le dijo:
-Yo
tampoco tengo dinero, Li; pero procuraré encontrarlo, porque esta pobre
muchacha se lo merece. Tiene buen corazón y es muy triste vivir en la esclavitud
toda la vida. Haré todo lo que pueda para que logres casarte con ella. ¡Te lo
prometo!
Lieou
salió inmediatamente de la casa y se pasó todo el día buscando las ciento
cincuenta onzas que le hacían falta a su amigo. Por la noche tras mucho buscar
logró reunirlas y se apresuró a entregárselas a su amigo. Li-Kia le dio
cortésmente las gracias y se inclinó varias veces ante él. Luego se despidieron.
Al rayar
el alba del día siguiente ya estaba Li-Kia ante la morada de su amada; entró en
la casa, llamó a la vieja y a Tou Wei, y en cuanto estuvieron ambas ante su
presencia entregó la bolsa con las monedas a la dueña de su prometida. La
perversa vieja las cogió y las contó con rabia. Tuvo que reconocer que no
faltaba ni una.
-¡Idos
los dos en seguida! -vociferó-. ¡Fuera de mi casa!
Tou Wei
apenas tuvo tiempo de recoger sus cosas. La vieja continuamente andaba detrás
de ella diciéndole:
-¡Vete
ya! ¡Vete ya!
Cuando
estuvieron en la calle los dos enamorados se miraron felices; la cantante respiraba
con fruición el aire de su primer día de libertad.
-Tou Wei
-dice Li-, ahora iremos primero a casa de mi amigo Lieou a darle personalmente
las gracias por lo que ha hecho y mañana si te parece bien emprenderemos el
viaje hacia la casa de mis padres, aunque dudo mucho que éstos quieran
recibirnos. Están muy enfadados conmigo.
-Honorable
Li, en lugar de ir ambos directamente a casa de tus padres me parece que sería
mejor que yo sólo te acompañara en una parte del viaje. Podría quedarme en
Hangtcheu por ejemplo, mientras tú prosigues el viaje y llegas solo a tu casa;
una vez allí, yendo solo, tal vez te será más fácil reconciliarte con tu
anciano padre; una vez hayas conseguido hacer las paces con él me parece que
habrá llegado el momento oportuno para que vengas a buscarme y me presente yo
en tu casa. Y ahora vamos a ver a tu buen amigo, como dices; pero antes si no
te importa me gustaría ir a comunicarle la gran noticia a una buena amiga mía,
esclava como yo, que vive aquí mismo: se llama Sié Yu-lang.
Li
aceptó la proposición de su prometida y ambos se dirigieron a casa de Sié.
Ésta, en cuanto Tou Wei se lo hubo explicado todo, con los ojos humedecidos
por las lágrimas le dijo:
-Querida
hermana, mucho me alegra tu felicidad. Has conseguido las dos cosas más
maravillosas que pueden llegar a existir: la libertad y el verdadero amor.
Acuérdate de hacerme saber el día de tu marcha. Todas tus amigas queremos
celebrar dignamente el acontecimiento haciéndote un regalo. No lo olvides,
hermana.
Tou Wei le
prometió a su amiga que así lo haría. Los dos enamorados se despidieron allí
mismo de Sié.
En
seguida se encaminaron hacia la casa de Lieou. Éste al verles salió a recibirles
alborozado.
Tou Wei
inclinándose hasta el suelo le dijo:
-Honorable
Lieou, te estamos profundamente agradecidos por todo cuanto has hecho. Algún
día procuraremos demostrarte cumpli-damente nuestra inmensa gratitud.
-Tou
Wei, no vale la pena que me des las gracias por mi insignificante ayuda. Tú sí
que eres digna de alabanza por haber vivido resignadamente tantos años de
esclavitud.
Tou Wei
y Li-Kia ya están preparados para emprender el viaje; están esperando que
lleguen de un momento a otro las amigas de Tou Wei para despedirla y
entregarle el obsequio que le prometieron. Efectivamente, éstas no tardan en
llegar. Sié es la primera que se inclina ante su amiga y le ofrece un precioso
joyero diciendo:
-Tou
Wei, dígnate aceptar nuestro regalo. Todas tus amigas hemos contribuido. Aquí
tienes la llave del cofrecillo, y una vez más te deseamos felicidad.
Tou Wei
da las gracias emocionada, pero apenas mira el regalo. Sería de mala
educación...
Sobre el
mar en calma se refleja un cielo sin nubes. Los dos enamorados apoyados en la
borda charlan alegremente; pero de pronto el rostro de Li se ensombrece.
-¿Qué te
pasa? -le pregunta Tou Wei-. De pronto tu cara ha cambiado.
-Sí, es
cierto, me preocupa de nuevo el dinero. Estoy otra vez sin un sapeque y sólo
estamos empezando el viaje.
-No
tienes por qué preocuparte, Li. Espera. -Tou Wei se apresura a coger la llave
de su cofrecillo, lo abre y saca una pequeña bolsa, desanuda el cordón y
cincuenta onzas de plata caen sobre su mano-. Toma -le dice a su amado-, con
esto podemos proseguir tranquilamente el viaje.
Li-Kia
respira tranquilo y no pregunta nada. No es buen estudiante, pero educación no
le falta.
El barco
ha hecho escala en Kouatcheu. Ha llegado ya el invierno. Sobre las frías aguas
el reflejo de la luna parece arrancar chispas de plata.
Los dos
enamorados hablan quedamente de sus cosas. De pronto dice Li:
-Tou
Wei, hace tiempo que no te he oído cantar. ¿Por qué no cantas alguna de tus
bellas canciones en esta noche de luna llena?
Tou Wei
sonriente obedece a su amado, y empieza a cantar la más armoniosa de sus
canciones. Su voz de un timbre purísimo va desgranando una a una las delicadas
notas de la canción...
Junto al
barco anclado de los enamorados se ha detenido desde hace rato otro barco. El
dueño es un joven llamado Souen Fou, propietario de inmensas salinas. Su fortuna
es incalculabre. Para combatir el frío, Souen se está paseando por cubierta;
de pronto oye la voz más maravillosa que ha escuchado en su vida. Intrigado
mira hacia el lugar de donde le parece que procede la voz, se da cuenta de que
la melodiosa canción parece surgir de aquel barco que se halla anclado junto
al suyo. Inmediatamente manda a un criado a la otra embarcación para que se
entere de quiénes son tan extraños tripulantes. El mensajero no tarda en
volver. Dice a su señor que el muy honorable ocupante de la otra embarcación
es el estudiante Li-Kia, pero que nada sabe de la muchacha que le acompaña.
Souen
Fou, el acaudalado propietario de salinas, desde que ha oído la voz
maravillosa de aquella desconocida, no puede conciliar el sueño. De noche y de
día no tiene más pensamiento que llegar a ver a la cantante misteriosa.
Souen se
pasea ensimismado por el puente; de vez en cuando se apoya negligentemente en
la borda y mira hacia el barco del estudiante Li; de pronto ve como se levanta
una cortinita de bambú de uno de los camarotes y una cara finamente empolvada
queda enmarcada en aquella pequeña ventanita. Souen Fou permanece absorto.
Imaginaba muy bella a la desconocida de la voz melodiosa, pero la realidad
supera todo lo imaginable. «Tengo que llegar a conocer a esta beldad sea como
sea», piensa el rico comerciante. No tarda en tener un plan. Quedamente empieza
a recitar los primeros versos de un exquisito poema clásico:
Cubre la nieve las montañas como hombre
virtuoso acostado negligente-mente. Brilla la luna entre las ramas...
Li-Kia
al oír recitar los versos de aquel poema no puede evitar sentir una gran
curiosidad; se para en medio del puente por donde está paseando y mira hacia el
otro barco. Souen entonces amable-mente le saluda. Se da a conocer y ruega a
Li que pase a visitarle a su barco. Nada más agradable que hablar con un
compañero de estudios. Souen sigue siendo aún un estudiante.
Li-Kia
se apresura a subir por la pasarela de la embarcación de su nuevo amigo; ambos
se saludan ceremoniosamente y pronto deciden desembarcar e ir a beber a algún
honorable pabellón de bebidas. No tardan en encontrar el local que andan
buscando. Cerca del muelle suele haberlos en abundancia.
Los dos
nuevos amigos están sentados junto a una ventana; la nieve cae suavemente en
grandes copos; al posarse en el suelo parecen flores de loto recién abierto...
Hace ya largo rato que los dos estudiantes están hablando; primero han hablado
de filosofía, luego de poesía, más tarde se han contado algunas novedades y
chismes de la capital; ahora tras haberse bebido varias tazas de vino caliente
ya han llegado al terreno de las confidencias; de pronto Souen desvía
certeramente la conversación hacia el tema que más le interesa. De repente
pregunta:
-Li-Kia,
si juzgas mi pregunta indiscreta no me contestes, pero la verdad es que tengo
verdadera curiosidad por saber quién es la hermosa muchacha en compañía de la
cual viajas.
Li-Kia
se queda altamente satisfecho de la indiscreta pregunta de su amigo; para un joven
nada puede resultar más agradable que vanagloriarse ante otro de sus éxitos
amorosos y Li no es precisamente discreto: habla y habla sin parar. Le cuenta
con todo detalle a Souen que la dama es la bella cantante Tou Wei y que viaja
en su compañía porque es su prometida. En cuanto su padre le dé el
consentimiento va a casarse con ella.
Souen sonríe
y de nuevo toma la palabra:
-Mi
querido amigo, tus planes me parecen perfectos, pero difíciles de realizar.
Por todo lo que me cuentas no creo que tu padre acceda jamás a dejarte casar
con una ex esclava y menos teniendo en cuenta que se halla muy enojado contigo
por tu poca aplicación en el estudio. Si tu honorable padre te niega su
permiso, entonces, querido amigo, no veo solución a tu problema, a no ser que
estés en posesión de una buena cantidad de dinero que te permita vivir
completamente independiente de tu familia.
Li lanza
un suspiro y murmura:
-Una
buena cantidad de dinero, has dicho. Nada más lejos de la realidad, querido
Souen. Me quedan apenas veinticinco onzas: a esto asciende toda mi fortuna. Tus
palabras han sido fiel reflejo de mis pensamientos, amigo mío. Continuamente
estoy pensando en mi familia y en Tou Wei, y la verdad es que no veo la manera
de que las cosas puedan arreglarse.
-Yo sí
la veo..., pero es preferible que mi lengua enmudezca. No creo que pudiera
gustarte mi solución. A lo mejor con ella sólo conseguiría agotar tu amable
paciencia y perder tu inapreciable amistad -dijo el astuto Souen.
-¡Oh no,
Souen! ¡Habla! Si tienes alguna idea expónla: te escucharé complacido.
-Bien,
si así lo deseas. Mi idea es la siguiente: según tú has dicho tu padre está
furioso contigo y para ti nada hay en el mundo que pueda estar por encima de tu
amor filial. Nada te complacería más, según dices, que poder llegar a tu casa
y decirle a tu padre que has sido un buen estudiante y que has sabido
aprovechar las enseñanzas de tus sabios maestros...; pues bien, veo una manera
de poder lograr lo que deseas. Permítame que sea yo quien me case con Tou Wei;
te daré a cambio mil onzas de plata. Con ellas puedes presentarte a tu padre y
explicarle que gracias a tus profundos conocimientos has podido ya empezar a
dar clases tan productivas que te han permitido hasta ahorrar esas mil onzas
que hoy de todo corazón le ofreces en premio a sus desvelos... ¿Qué opinas de
mi proposición, Li?
Li se
dejó tentar por las falaces palabras de su mal amigo y contestó:
-Tu
ofrecimiento, Souen, solucionaría todos mis problemas, pero veo una dificultad
muy grande. Tou Wei está enamorada de mi. Si ahora de repente le propongo lo
que tú acabas de decirme, temo que no quiera aceptar esa solución; tendría que
hablarle despacio sobre ello, tal vez así con un poco de tiempo lograría
persuadirla de que lo mejor para todos sería que ella se casara contigo que
eres rico y no tienes problemas y que se olvidara de mí que bastante tengo ya
con calmar las iras de mi padre.
-Claro,
Li. Te daré todo el tiempo que quieras para convencerla. No es tan fácil, ya me
doy cuenta. Tienes que proceder con cautela.
Tou Wei
mira muy extrañada a su prometido. Éste desde hace tres lunas no deja de
suspirar y se mantiene extrañamente ensimismado; apenas le habla. Tou Wei
presiente que algo malo se avecina; calladamente mira las heladas aguas del
río y le parece que su corazón está casi tan helado como la inmensidad del agua
que se extiende ante su vista. Tímidamente se atreve a interrumpir la profunda
meditación de su amado y le dice:
-Li,
¿qué te ocurre? ¿Cómo pueden estar tristes tus ojos, ahora precisamente que
nos acercamos cada vez más hacia la completa felicidad? Tus padres con el
tiempo estoy segura de que acabarán por aceptarme y entonces podremos
casarnos; la espera no será muy larga, ya verás. Dime, ¿qué tienes? Por favor,
háblame.
-Tou
Wei, preferiría no hablarte para no tener que causarte ninguna pena. Hace días
que estoy preocupado: cuanto más pienso en mi padre más imposible me parece
que acceda a nuestro matrimonio... Le expuse el caso incluso a mi amigo
Souen, y éste..., éste halló una buena solución, pero no sé si tú la aceptarás.
-Li,
¿por qué no habría de aceptarla si a ti te parece buena?
-Verás,
mi amigo Souen es un estudiante como yo, pero al mismo tiempo es un rico
comerciante. Jamás le falta dinero, es un muchacho muy simpático y
distinguido y... me dijo... que..., que le gustaría poder casarse contigo si tú
te dignaras aceptarle. Con ello claro solucionaríamos de una vez todos los
problemas. A ti nunca más te iba a faltar nada, él sería feliz a tu lado. En
cuanto a mí podría volver junto a mi padre y con las mil onzas de plata que me
daría Souen congraciarme de nuevo con toda mi familia. Pero me apena
extraordinariamente tener que separarme de ti, Tou Wei: me resulta
insoportable.
-Nada
hay insoportable en este mundo para algunos. Veo que tú y tu amigo Souen sois
unos excelentes negociantes, aunque nada tengáis de honrados ni el uno ni el
otro. Halláis pronta solución a todos los problemas, y vuestros largos años de
estudios os han servido sólo para prosperar en el mal. No puedo felicitaros,
sin embargo; ya que así lo quieres, mañana mismo me convertiré en la prometida
de ese comerciante de sal, simpático y distinguido. Ya puedes notificarle la
grata nueva inmediatamente.
-Oh, Tou
Wei, pero a mí me da pena separarme de ti...
-Hay
penas que pasan pronto. Apresúrate a cerrar el trato con tu amigo, no sea que
luego se arrepienta...
Tou Wei
apareció radiante de hermosura sobre el puente del barco de Souen. Parecía una
inmortal. El comerciante de sal la miraba embelesado. El rostro de Li-Kia
reflejaba una profunda tristeza; Tou Wei aparecía radiante e impasible como un
ser extraterreno; de repente con una llavecita que llevaba colgada al cuello
abrió el cofrecito que traía entre las manos y dirigiéndose a Li-Kia le dijo:
-Li-Kia,
abre cada uno de esos cajoncitos. Dentro de uno de ellos está guardado tu
salvoconducto.
Li
asiente con la cabeza y se dispone a abrir uno a uno los ocho cajones de que
consta el cofrecillo; abre el primero y ante los asombrados ojos de todos los
asistentes aparecen unas joyas bellísimas, agujas de oro y brillantes, collares
de finas perlas, y esmeraldas de nítidos tonos verdes. Aquello vale una
fortuna. Tou Wei silenciosamente coge el cajoncito y lo echa todo a las aguas
del río.
Tou Wei
ordena a Li-Kia que abra el segundo cajón. Li lo hace y ante su vista aparecen
unas maravillosas flautas de oro de gran valor. Li va abriendo cajoncitos y su
asombro va creciendo por momentos; del tercero salen gran cantidad de objetos
de adorno antiguos valorados en miles y miles de sapeques; lo mismo ocurre con
el cuarto, el quinto, el sexto y el séptimo; también de esos cajones van
saliendo cosas valiosísimas y por último, del octavo, aparece la más bella
perla engarzada en pedrería que jamás se pudiera haber soñado. Tou Wei
implacable sigue tirándolo todo al agua. Cuando ya sólo queda la perla en el
cofrecillo se vuelve iracunda hacia el malvado Souen y le increpa duramente:
-Creísteis
que con vuestro proyecto ibais a poder borrar un amor que ha pasado por todas
las pruebas y todas las penalidades. Pues bien, el amor no habéis conseguido
borrarlo: jamás seré vuestra esposa, ¡prefiero la muerte! ¡Os odio!
Luego se
vuelve hacia Li-Kia y amargamente le dice:
-Li,
gracias a ti conocí el maravilloso poder del auténtico amor y pude gozar del
mayor de los bienes: la libertad. Mis amigas y yo nos habíamos prometido que
si alguna vez alguna de nosotras llegaba a encontrar el amor verdadero y podía
llegar a gozar de la libertad, entre todas le haríamos un regalo que
consiguiera apartar para siempre la miseria de su camino. Yo, ¡ahimé!, fui la
elegida por el destino para hallar primero la felicidad y luego la mayor de las
amarguras. Mis queridas amigas me regalaron el cofrecillo. Yo pensaba ofrecérselo
a tus padres tan pronto como estuviera ante su presencia. Pero tú, Li, a quien
tanto he amado, preferiste abandonarme a la primera sugerencia que un mal
amigo se atrevió a hacerte en el camino. Tú mismo has podido comprobar que en
mi cofrecito no faltaba ni el oro ni las más finas perlas, pero no tuviste ojos
para ver lo que yo tenía ni fuiste capaz de darte cuenta que habías perdido la
felicidad. Mi triste vida de polvo y aire termina aquí, porque tú me has traicionado...
De
repente, sin que nadie pudiera impedirlo, Tou Wei, presa de la desesperación,
con el cofrecito entre las manos, echó a correr hacia la borda. Las anchas
mangas de su túnica azotadas por el viento semejaban las grandes alas de un
pájaro fugitivo cuando su túnica de fina seda se confundió con las espumantes
olas del Gran Río. Nadie pudo evitar aquel accidente. Su carrera hacia la
muerte había sido más veloz que el viento.
Han
pasado los días y los meses. Tou Wei hace tiempo que desapareció ya entre las
olas de blancas espumas... Lo sacrificó todo al amor, un amor imposible por el
egoísmo y avaricia de su amado.
El
corazón de Li-Kia no ha vuelto a encontrar la paz y menos aún el de Souen Fou.
Li-Kia,
sentado ante sus mil onzas de plata, mira día y noche hacia el vacío. La luz de
la razón ha desaparecido de sus ojos; dicen que se está volviendo loco...
Li-Kia piensa, sin embargo, en Tou Wei en sus momentos lúcidos; pero tal
recuerdo se convierte en una obsesión.
Souen
Fou se retuerce presa de agudos dolores en el lecho. El recuerdo de Tou Wei le
atormenta sin cesar; los médicos saben que ningún remedio puede hallarse para
su enfermedad, porque nada hay peor que el remordimiento...
Todos
los que fueron testigos de este drama, están seguros de que lo que está
sucediendo es un castigo implacable del cielo.
005. Anonimo (china),
No hay comentarios:
Publicar un comentario