En un
pueblo pequeño vivía un viejo profesor de enseñanza privada. Llevaba muchos
años dando clases a los niños. Era aparentemente el hombre más culto del
pueblo, pero la verdad es que no sabía gran cosa. Su docencia se limitaba al
abecedario y la memorización de algunos fragmentos de los libros antiguos.
Un día
murió la madre de un campesino, quien acudió al profesor para pedirle que
escribiera una oda fúnebre para el día del entierro, como era costumbre en esa
época. El intelectual rural accedió a entregárselo al día siguiente. Era la
primera vez que le hacían tal encargo. Desempolvó un libro antiguo guardado en
el fondo de una maleta vieja, lo abrió y lo hojeó para buscar algo que le
pudiera ser útil. Sin embargo, en todo el libro no encontró más que una oda
fúnebre dedicada al padre de una familia. No tuvo más remedio que copiarla al
pie de la letra. Al día siguiente, cuando vino el hijo de la difunta, se la entregó
sin cobrarle nada.
Al cabo
de un rato, el hombre volvió corriendo a buscar al profesor.
-Señor,
he enseñado su escrito a un amigo que sabe leer. Me dice que lo ha escrito mal.
El
profesor se puso furioso:
-¿Que lo
he escrito mal? ¿Cómo es posible? Te aseguro que no lo he escrito mal, porque
lo he copiado letra a letra, sin cambiar nada ni perder nada. Enséñale el
libro para que lo confronte. Estoy seguro de que no he cometido ni un solo
error. El problema es que en tu casa ha fallecido por equivocación tu madre y
no tu padre.
005. Anonimo (china),
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