El Monje Tang,
acompañado por sus discípulos el Rey Mono, el Cerdo de las Ocho Abstinencias y
el Monje Sha, iba en su peregrinación a los cielos del oeste en busca de las
escrituras búdicas. Un día, al llegar al pie de la Flamante Montaña ,
ellos descubrieron su camino bloqueado por el fuego.
Un viejo campesino que
por allí pasaba dijo al Rey Mono: "Sólo la Princesa del Abanico Mágico,
esposa del Monstruo Buey, tiene un abanico hecho de hojas de palma que puede
apagar el fuego."
"Pero no es fácil
-continuó diciendo el viejo campesino-convencer a la Princesa de que apague el
fuego ni aun ofreciéndole gran cantidad de preciosos regalos."
El Rey Mono de un salto
hacia el cielo llegó a la Cueva de Palma donde solicitó que la Princesa le
prestara el abanico.
La Princesa sintióse
sumamente disgustada al conocer las pretensiones del Rey Mono pese a que no
traía un solo presente.
"Te daré el filo de
mi espada antes que prestarte mi abanico”, gritó ella.
El Rey Mono se inclinó
para recibir el filo prometido, más los repetidos golpes no le causaron ningún
daño.
Viéndose incapaz de
competir con el Rey Mono, la Princesa pretendió marcharse.
No obstante, el Rey Mono
le exigió que cumpliera su palabra, y esto los trabó en batalla.
Frustrada, después de un
día de combates, la Princesa
sacó su abanico.
Y lo agitó causando tal
ventarrón que el Rey Mono flotó en el aire como una hoja.
Llevado por la corriente
fue a parar en una colina a la mañana del día siguiente.
Allí el Rey Mono se
encontró al Buda de los Buenos Auspicios Espirituales quien le ofreció una
píldora mágica que podría detener el viento. El Rey Mono la metió en su boca.
Agradeció al Buda su
favor, y de un salto mortal volvió a la cueva.
La Princesa del Abanico
Mágico se sorprendió: "¿Cómo ha podido regresar tan pronto ese mono
miserable? Imposible, mi abanico puede enviar a cualquiera a más de 54.000 kilómetros ."
La Princesa del Abanico
Mágico se precipitó hacia el Rey Mono, y éste sonriendo demandó de nuevo el
abanico. Ella provocó otro vendaval, más violento que el primero, pero el Rey
Mono no se movió.
No sabiendo qué hacer,
la Princesa se retiró al interior de su cueva y cerró de un golpe la puerta.
Transformándose en un
insecto, el Rey Mono voló dentro de la cueva por entre la juntura de la puerta.
Cuando ella pidió té
para calmar su sed el Rey Mono se introdujo en su vaso.
Ella tomó el té tragando
el insecto. “¡Présteme su abanico señora!" Una voz venía desde las
entrañas de la Princesa.
La Princesa desconcertada
dio un salto y preguntó a su criada si la puerta estaba bien cerrada. Poco
después se dio cuenta de que la voz del Rey Mono venía de su propio cuerpo.
El Rey Mono, en el
estómago de la Princesa, se puso a patear causándole fuertes dolores.
La Princesa no pudo más
y rodó por el suelo cuando el Rey Mono tuvo la ocurrencia de dar saltos
mortales. -¡Perdóneme la vida, Rey Mono! –suplicó ella.
Como la Princesa ordenó
a su criada traer el abanico, el Rey Mono salió volando al exterior.
Recuperando su forma
original, el Rey Mono tomó el abanico y salió del lugar.
Llenos de esperanza en
poder proseguir su camino, sus com-pañeros de peregrinación lo esperaban frente
a la Flamante
Montaña.
Pero, ¡cuál no sería la
sorpresa del Rey Mono cuando al agitar el abanico las llamas se alzaron con
mayor violencia!
Los cuatro viajeros se
vieron obligados a retroceder 10 kilómetros para descansar en la vivienda del
Dios del Paraje.
El Dios del Paraje les
brindó alimento y manifestó: "El Monstruo Buey está de banquete en el
Palacio del Dragón, tú puedes preguntarle por el verdadero."
Aunque el Palacio del
Dragón se encontraba en las profundidades del mar, el Rey Mono se lanzó a él
con arrojo.
Transformado en cangrejo
se puso en marcha hacia el Palacio del Dragón.
El Monstruo Buey estaba
en esos momentos bebiendo con el Dragón Espíritu y...
Había dejado su montura
Impermeable Ojos de Oro atada a un pilar fuera del Palacio.
Fue entonces que al Rey
Mono le vino la buena idea de hacerse pasar por el Monstruo Buey y así pedirle
a la Princesa el abanico.
Montó a la bestia y se
dirigió a la cueva.
La Princesa, tomándolo
por su esposo, le dio la bienvenida a la entrada de la cueva.
Bebieron juntos mientras
ella le contaba sus desgracias.
"Pero no te
preocupes por eso -dijo ella- le di al Rey Mono un abanico falso.”
Creyendo que su marido
estaba borracho y que por consiguiente había olvidado el secreto, ella le
recordó cómo se transformaba en grande y cómo se usaba.
Con el abanico en su
poder, el Rey Mono recobró su forma y partió dando un salto.
Entre tanto, el Monstruo
Buey que había descubierto que su cabalgadura Impermeable Ojos de Oro había
desaparecido, se apresuró a volver a su cueva.
La Princesa del Abanico
Mágico estaba tan enojada que al ver a su marido la emprendió con él,
censurándolo por haber dejado que el Rey Mono se llevara a Impermeable Ojos de
Oro y con él su abanico.
El Monstruo Buey se
transformó en el Cerdo de las Ocho Abstinencias y corrió tras el Rey Mono con
el objetivo arrebatarle el abanico.
El Monstruo Buey alcanzó
al Rey Mono y le dijo que el Monje Tang lo había enviado para ayudarle a llevar
el trofeo.
El Rey Mono, engañado,
entregó a su "ayudante" el abanico.
El Monstruo Buey redujo
el abanico y se lo metió en la boca.
Luego recobró su propia
figura. Desengañado, el Rey Mono trabó combate con su adversario.
El real Cerdo de las
Ocho Abstinencias acudió en ayuda del Rey Mono.
Vencido, el Monstruo
Buey sacó el abanico de su boca.
Por orden del Rey Mono,
el Monstruo Buey se vio obligado a hacer que el abanico volviera a su gran
tamaño.
El Rey Mono al instante
volvió a la Flamante
Montaña y agitando su abano extinguió el fuego. Fue tarea
fácil: al primer movimiento, hubo viento; al segundo, huracán y, al tercero,
lluvia.
El Rey Mono meneó el
abanico cuarenta y nueve veces para que jamás volviera a aparecer el fuego. En
el rostro de las gentes se dibujó una sonrisa: ya nunca más tendrían que
ofrecer costosos presentes a la
Princesa.
Enfrentándose a la
fresca brisa el Monje Tang y sus discípulos continuaron su peregrinación a los
cielos del oeste en busca de las escrituras búdicas.
005. Anonimo (china),
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