Dice
que una vez estaba el tigre echau en una sombra. Había comiu una
ternera, dice, y 'taba lleno. Y los mosquitos lo molestaban, dice. Y
les tiraba unos manotones. Y otro manotón, y otro manotón. Y se le
volvían a las barbas los moscos. Que dice:
-¿Y
qué vas hacer? -que le dice una avispa que li había bramau en las
orejas. ¿Qué vas hacer? Vos sos grande.
-Vamos
hacer una guerra -dice, y el que pierda tiene que abandonar la
comarca. El otro va quedar áhi.
Si
había ido la avispa y li había avisau al guanquero, a la abeja, a
la lechiguana, a la bala, al bumbul, al San Jorge, al iliguanche, a
toditos los bichos esos bravos pa picar.
Y
el tigre, dice, había pegau un bramido, dice, y lu había llamau al
león, al zorro, al perro, a todos los carniceros.
Y
han hecho al fin el encuentro y han veníu las avispas, los
guanqueros y se les habían pegau, dice. De los ojos no podían, del
hocico, sí, que tenían un pedacito limpio, pero del anca áhi
tenían el pedazo redondo, grande, sin pelo. Y di áhi se les habían
pegau todos. Dice que disparaban los bichos, se sentaban y araban con
la cola y disparaban. Hasta que se habían hecho una reunión lejos.
Que dice un joven:
-Lo
único que tenimos pelau es el ocote -que dice. Aquí, dice, se vamos
a sacar el ocote y lo vamos a poner aquí.
Y
habían vuelto a la carga. Dicen que mientras tanto las abejas y los
otros ya 'taban en línia, esperandolós. Habían vuelto a la carga,
les tiraban mordidas, zarpazos, colazos. Y nada, los otros si habían
ganau en lugar de triunfo. Y claro, dice, y el güeco más grande le
habían llenau, dice. Y habían disparau peor. Los galgos, qui habían
ido primero, dice, qui atinaban al ocote que pillaban, se lo ponían
y disparaban.
Así
que si habían puesto los más lerdos los bultos que 'bían quedau
atrás, que si habían puesto los ocotes que 'bían sobrau. Y se los
'bían cambiau, pues. Por eso cada vez que se encuentran, que se
huelen el ocote pa ver si no es el que si han puesto cambiau, éste,
a ver si recuperan el de ellos.
Perfecto
Bazán, 49 años. Belén. Catamarca, 1968.
El
último motivo es el del cuento muy conocido Por qué se
huelen los perros.
Cuento
518. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini
0.015.1 anonimo (argentina) - 033
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