Dice
que todos los años iban las aves a una gran fiesta en el cielo.
Una
vez, cuando 'taban preparando el viaje, oyó el sapo que ya 'taban
por hacer viaje. Salió el cuervo con su guitarra porque era
guitarrero. Dejó un ratito la guitarra a un lado y áhi fue el sapo
y se metió en el hueco de la guitarra sin que lo vieran.
Llegó
el cuervo al cielo junto con todas las aves. En cuanto dejó la
guitarra un ratito áhi, salió sigiloso el sapo y se presentó entre
los invitados a la fiesta.
Cuando
llegó la hora de volver, el sapo, calladito, se le metió en el
hueco de la guitarra del cuervo. A todo esto, el cuervo lo vio y no
dijo nada. Entonces se dio cuenta cómo había llegado al cielo.
Entonce
el cuervo se puso la guitarra a media espalda y venía volando hacia
abajo, claro, de regreso a la tierra. Cuando calculó que era la mitá
del camino, tumbó la guitarra y cayó el sapo como una pedrada, para
abajo. Ya se dio cuenta que se iba a estrellar en la tierra. Entonces
empezó a gritar:
Se
pegó un tremendo golpe. Se machucó y se lastimó por todo el
cuerpo. Y ése fue el origen de las manchas que tiene el sapo macho,
no la hembra.
Pedro
Sanón, 58 años. Santa Rosa. Garay. Santa Fe, 1969.
El
narrador oyó este cuento de niño en su comarca nativa. Me lo narra
en una de las Islas Lechiguanas, mientras realiza su trabajo de
marinero.
Cuento
538. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini
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