Se
comenta que antiguamente los avestruces se comían los sapos. Hasta
que cansado el sapo de ver diezmada su familia por los avestruces, le
propuso un arreglo: Iban a correr una carrera. Si ganaba el sapo, el
avestruz tenía que dejar de comer sapos y el sapo le tenía que
cuidar el nido de las otras alimañas al avestruz.
Concretada
la carrera, pusieron como fin de la carrera un mortero donde, el que
se sentara primero, era el ganador.
El
sapo juntó todos los otros compañeros y los puso a la orilla del
camino de la carrera y uno en el mortero.
Cuando
se largó la carrera, el avestruz se desesperaba por correr ligero,
pero miraba al costau y siempre miraba un sapo saltando adelante de
él. Hasta que cuando cansado llegó a sentarse en el mortero, sintió
una voz que le decía de adentro del mortero:
¡Estaba
un sapo en el mortero! El sapo no le había ganado la carrera al
avestruz, pero se la había ganado con la picardía. Había colocado
los sapos a la orilla del camino y el avestruz con la velocidá no se
fijaba, y siempre saltaba un sapo adelante. Cuando llegó al mortero
estaba uno adentro. Y desde entonce el avestruz no come más sapos, y
el sapo le cuida el nido de las otras alimañas.
Rafael
Lorenzo Vaca, 68 años. Federal. Entre Ríos, 1970.
Narrador
culto. Oyó el cuento desde niño en la región.
Cuento
495.
Fuente: Berta Elena Vidal de Battini
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