Ésta es la leyenda que
aún cuentan las viejas sentadas al sol en la plaza del Azoguejo. En esa misma
plaza, en tiempos muy remotos, cuando no existía aún el acueducto, se alzaba la
mansión de un poderoso guerrero. De la servidumbre de ese noble señor formaba
parte una apuesta moza, que fue empleada por el mayordomo para acarrear el agua
necesaria desde una fuente, para ir a la cual había de descender a la plaza y
volver a subir otro tanto. Un día, en que la población celebrara una de sus
principales fiestas, después de haber hecho muchos viajes llevando cántaros, la
muchacha se disponía a dejar la ropa vieja por las galas de fiesta y marchar
pon sus amigas a la alegre diversión, cuando recibió orden de seguir trayendo
más agua. Desesperada, volvió con el cántaro a cuestas a subir y a bajar, hasta
que, sentándose a descansar y respirando fatigada, pensó en la dureza de su trabajo
y sintió una envidia atroz hacia sus amigas, que, libres de toda ocupación,
bailarían alegres en aquellos momentos. La tarde había sido hermosa, y el sol,
al ocultarse, había teñido de fuertes tonos las enormes nubes viajeras. Cuando
hubo descansado la muchacha, pensando de nuevo en la agotadora tarea que la
esperaba, dijo con ira:
-¡Daría el alma al Diablo
si me trajese el agua hasta el Azoguejo!
Antes de incorporarse
para seguir, notó el contacto de una mano y oyó una voz que le decía:
-¡Donde tú desees tendrás
el agua!
Volvióse sorprendida y
encontró a un caballero vestido con un ajustado traje de color púrpura, una
pluma de gallo en el sombrero y botas altas que ocultaban mal la deformidad de
sus pies.
-Sí, hermosa doncella
-continuó el extraño caballero-, puedo cumplir tus deseos, si tú accedes a los
míos. Y cuenta con que te ahorraré para siempre ese trabajo que tanto te hace
padecer. Yo todo lo puedo.
-Pero -contestó temblando
la muchacha- ¿sois el Diablo, o sois sencilla-mente un bromista? Id, id, pues,
a la fiesta y no os burléis de una pobre sirvienta.
De nuevo se inclinó el
caballero y dijo, mirando a la moza, que ya sentía desvanecer sus sentidos:
-El Diablo soy, y puedo
traerte el agua, si tú a cambio me das tu alma. Yo puedo hacerlo, y lo verás si
aceptas.
-Acepto -decidió la
moza-. Mas ha de ser pronto. Mira: aún hay en el horizonte el rastro del sol,
que se ha puesto. Antes de que vuelva a salir, ha de estar cumplida tu obra. Si
no es así, mi alma quedará libre de tu poder.
-Acepto a mi vez -dijo el
Diablo, sin reparar en la magnitud de lo que prometía, y sacando un pergamino
ya escrito y una pluma, se los ofreció para que firmara. Y en seguida
desapareció.
Ya era de noche cuando
estalló una terrible tormenta. De la sierra venían torbellinos de nieve y
viento que batían las casas atemo-rizando con su ulular a los buenos
segovianos. En el aire se alzaban legiones de demonios que venían a ayudar a
su señor a cumplir el pacto. Unos golpeaban tallando las piedras. Y sus
martillos despedían chispas que .parecían relámpagos. Otros cavaban afanosamente
el cauce para que el agua llegase desde la sierra. Y el golpe de sus azadas
resonaba como un trueno. Los más hábiles subían la piedra a toda prisa, con
exactitud y sin necesidad de emplear cal ni mortero.
Y así pasaba el tiempo y
se iba elevando en la plaza del Azoguejo el maravilloso acueducto. Mas a pesar
de las fuerzas mágicas de los diablos, pasaba y pasaba el tiempo. Ya habían
cantado los gallos primos, ya había silbado muchas veces la coruja desde las
torres vecinas. Ya las cabrillas se inclinaban para señalar la proximidad del
día. Y se ponían entre sordos gritos de victoria las últimas piedras. Y el
mismo Satanás, queriendo coronar por su mano la ingente obra, tomó el último
canto y, al ir a colocarlo, un gallo cantó con agudo cacareo; una suave
claridad apareció en el horizonte, y de pronto un rayo de sol surgió sobre las
crestas nevadas de la sierra y llenó de luz el aire, iluminando la enorme
construcción. Y el Diablo, al verse vencido después de tan terribles
esfuerzos, se hundió en la tierra, y con él desaparecieron, como por arte de
encantamiento, aquellas animosas brigadas de obreros diabólicos, que bajaron
confundidos a las mansiones de las tinieblas.
Ya entrada la mañana,
cuando los primeros vecinos abrieron las puertas y contemplaron el acueducto,
quedaron mudos de sorpresa. Pronto se extendió la noticia por la ciudad, y
todos los segovianos acudieron a contemplar la maravilla. Y nadie podía
explicarse cómo surgiera, hasta que la moza, que había pasado la noche en
oración, acudió, trémula y espantada a confesar al regidor cómo fuera. Y
desde entonces llaman al acueducto «el puente del Diablo».
058 anonimo (castilla y leon)
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