Una
vez vivía en una aldea un pobre campesino llamado Tomás Berennikov, muy suelto
de lengua y fanfarrón como nadie; a feo no todos le ganaban y en cuanto a
trabajador, nadie tenía que envidiarle. Un día fue al campo a labrar, pero el
trabajo era duro y su yegua, floja y escuálida, apenas podía con el arado. El
labrador se desanimó y fue a sentarse a una piedra para dar rienda suelta a sus
tristes pesares. Inmediatamente acudieron verdaderos enjambres de tábanos y mosquitos
que volaron como una nube sobre su infeliz jamelgo acribillándolo a picaduras.
Tomás cogió un haz de ramas secas y lo sacudió contra su pobre bestia para
librarla de aquellos insectos que se la comían viva. Los tábanos y los
mosquitos cayeron en gran número. Tomás quiso saber a cuántos había matado y
contó ocho tábanos, pero no pudo contar los mosquitos. Puso una cara de
satisfacción y se dijo:
"¡Acabo
de hacer algo grande! ¡He matado ocho tábanos de un solo golpe y los mosquitos
son incontables! ¿Quién dirá que no soy un gran guerrero? ¿Que no soy un héroe?
No aro más en el campo. Lucharé. ¡Soy un héroe y como tal buscaré
fortuna!"
Arrojó
la hoz, se ciñó la alforja y colgó de su cinto la guadaña, y de esta guisa,
montó su escuálida yegua y salió por el mundo en busca de aventuras.
Mucho
tiempo hacía que cabalgaban cuando llegó a un poste donde habían inscrito sus
nombres muchos héroes que por allí pasaron. No quiso ser menos y escribió con
yeso en el mismo poste: "El valiente Tomás Berennikov que mató de un golpe
a ocho de los grandes e incontables de los pequeños, ha pasado por aquí".
Escrito esto, siguió caminando.
No
se había alejado media legua, cuando dos jóvenes y fornidos campeones acertaron
a pasar por allí galopando en sus cabalgaduras, leyeron la inscripción y se
dijeron el uno al otro:
-¿Quién
será este héroe desconocido? Nadie nos ha hablado de su brioso corcel ni nos ha
dado noticias de sus caballerescas hazañas.
Picaron
espuelas y no tardaron en dar alcance a Tomás, a cuya vista quedaron sorprendidos.
-¿Pero
qué caballo monta ese hombre? -exclamaron.- ¡Si no es más que un rocín
trasijado! ¡Eso quiere decir que su fuerza no estriba en su cabalgadura sino en
el mismo héroe!
Se
acercaron, pues, a Tomás y lo saludaron en tono humilde y de sumisión:
-¡La
paz sea contigo, buen hombre!
Tomás
los miró por encima del hombro y, sin mover la cabeza, preguntó:
-¿Quiénes
sois vosotros?
-Ilia
Muromets y Alesha Popovich, que desean ser tus compañeros.
-Bien;
si tal es vuestro deseo, seguidme.
Llegaron
a los dominios del vecino Zar y se dirigieron al vedado real, donde levantaron
sus tiendas para descansar mientras dejaban que sus caballos paciesen
libremente. El Zar mandó a cien caballeros de su guardia con la orden de
expulsar a los forasteros de su vedado. Ilia Muromets y Alesha Popovich dijeron
a Tomás:
-¿Quieres
salir tú contra ellos o quieres enviarnos a nosotros?
-¡Sí,
claro! ¿Pensáis que voy a ensuciarme las manos luchando contra esa basura? Anda
tú, Ilia Muromets y dales una lección de tu valor.
Ilia
Muromets montó su brioso corcel y cargó contra la caballería del Zar como un
halcón contra una bandada de palomas y los exterminó sin dejar a uno solo con
vida. Enfurecido el Zar, reunió todos los soldados de la ciudad, infantería y
caballería, y ordenó a sus capitanes que expulsaran de su vedado a los
forasteros sin contemplación alguna.
El
ejército del Zar avanzaba al son de trompetas y levantando nubes de polvo. Ilia
Muromets y Alesha Popovich se acercaron a Tomás y le dijeron:
-¿Quieres
salir tú contra el enemigo o quieres mandar a uno de nosotros?
Tomás
que estaba acostado de un lado, ni siquiera se volvió para decir:
-¿Os
figuráis que yo puedo ir a golpes con esa gentuza, que voy a manchar mis
heroicas manos con semejante porquería? ¡Nunca! Ve tú, Alesha Popovich, y
enséñales nuestro estilo en la pelea, y yo miraré desde aquí y veré si tienes
el valor que aparentas.
Alesha
cayó como un huracán sobre las huestes del Zar, blandiendo la maza y gritando
con su voz de clarín entre el retronar de su armadura:
-¡Os
mataré y os despedazaré a todos sin piedad!
Empezó
a derribar jinetes a mazazos y los capitanes advirtieron enseguida que todos
volvían grupas ante aquel guerrero, e impotentes para impedirlo, mandaron tocar
retirada y buscaron refugio en la ciudad, para dirigir luego al vencedor el
siguiente mensaje: "Dinos, poderoso e invencible campeón, cómo hemos de
llamarte y dinos también el nombre de tu padre para que podamos honrarlo. ¿Qué
tributo exiges de nosotros para que no nos molestes más y dejes en paz nuestra
tierra?"
-¡No
es a mí a quien debéis rendir tributo! contestó Alesha.- No soy más que un
subordinado. Hago lo que me manda mi hermano mayor, el famoso campeón Tomás
Berennikov. Con él habéis de tratar. Os perdonará si quiere, pero si no,
arrasará vuestro reino y os someterá a cautiverio.
El
Zar oyó estas palabras y envió a Tomás los más ricos regalos y una embajada de
las más distinguidas personalidades de la corte, encargados de decirle:
"Te rogamos, famoso campeón Tomás Berennikov, que vengas a visitarnos, que
habites en nuestra corte real y nos prestes tu ayuda en la guerra contra el
Emperador de la China.
¡Oh, héroe! Si logras derrotar al innumerable ejército chino, te daré a mi
propia hija por esposa, y después de mi muerte, serás dueño de todos mis
dominios".
Tomás
puso una cara muy larga y dijo:
-¿Pero
qué pasa aquí? Bueno, poco me importa. Después de todo me parece que puedo
aceptar.
Montó
en su rocín, ordenó a los dos jóvenes que lo siguieran y se dirigió como
huésped al palacio del Zar.
Aun
no había saboreado del todo Tomás los exquisitos manjares de la mesa del Zar,
aun no había tenido tiempo para descansar, cuando llegó la amenazadora embajada
del Emperador de la China ,
exigiendo que todo el reino lo reconociera como a su señor feudatario y el Zar
le mandase su única hija.
-Decid
a vuestro Emperador -replicó el Zar- que ya no le temo, que ahora tengo la
protección y ayuda del famoso campeón Tomás Berennikov, capaz de matar a ocho
de un golpe y un sinnúmero de los pequeños. Si están cansados de la vida
vuestro Emperador y vuestros hermanos chinos, invadid mis dominios y tendréis
un recuerdo de Tomás Berennikov.
Dos
días después, la ciudad del Zar estaba sitiada por un ejército chino
innumerable, y el Emperador de la
China le mandó decir:
-Tengo
un campeón invencible que no se conoce igual en el mundo; manda contra él a tu
Tomás. Si tu héroe gana, me someteré y te pagaré un tributo de todo mi imperio,
pero si gana el mío, has de darme tu hija y pagarme un tributo de todo tu
reino.
A
Tomás Berennikov le había llegado el turno de demostrar su valor y sus dos
jóvenes compañeros le dijeron:
-Poderoso
campeón y hermano mayor nuestro, ¿cómo podrás luchar con ese chino sin
armadura? Toma nuestra mejor armadura y nuestro mejor caballo.
A
lo que contestó Tomás Berennikov:
-¿Por
qué decís eso? ¿Queréis que me esconda de ese cabezudo en una armadura? Un
brazo me basta para acabar con él de un golpe. ¿No dijisteis vosotros mismos,
al verme por vez primera, que no había que mirar al caballo sino al guerrero?
Pero
Tomás pensaba para su sayo: "¡En buen avispero me he metido! ¡Bueno, que
me mate si quiere el chino; no estoy dispuesto a que nadie se burle de mí en
este negocio!" Entonces le trajeron su yegua, montó a manera de campesino
y salió al campo a trote ligero.
El
Emperador de la China
había armado a su campeón como una fortaleza; la armadura que le dio pesaba
cuatrocientas ochenta libras, le enseñó el manejo de todas las armas, puso en
sus manos una maza de guerra que pesaba ochenta libras, y le dijo antes de
despedirlo:
-Atiende
lo que he de decirte y no olvides mis palabras. Cuando un campeón ruso no puede
vencer por la fuerza, recurre a la astucia; si no estás en astucia más fuerte
que él, ten cuidado y haz todo lo que haga el ruso.
Los
dos campeones salieron a campo abierto el uno contra el otro, y Tomás vio al
chino que avanzaba contra él enorme como una montaña y con la cabeza grande
como un tonel, cubierto en su armadura como una tortuga en su concha, de modo
que apenas podía moverse. Tomás recurrió enseguida a una estratagema. Se apeó
de la yegua y sentándose en una piedra se puso a afilar su guadaña. Al ver esto
el chino, saltó de su caballo, lo ató a un árbol y se puso a amolar su hacha
contra una piedra también. Cuando Tomás hubo acabado de afilar su guadaña, se
acercó al chino y lo dijo:
-Los
dos somos poderosos y valientes campeones y hemos salido el uno contra el otro
en singular combate; pero antes de asestarnos el primer golpe hemos de
manifestarnos un respeto mutuo y saludarnos según la costumbre del país.
Dicho
esto se inclinó profundamente ante el chino.
-¡Ah,
ah! -pensó éste.- He aquí una astucia magistral; pero no le valdrá porque me
inclinaré aun más profundamente que él.
Y
si el ruso se había inclinado hasta la cintura, el chino se inclinó hasta el
suelo. Pero antes que pudiera levantarse con lo mucho que le pesaba la
armadura, Tomás corrió a su lado y de dos tajos le cortó la cabeza.
Inmedia-tamente saltó sobre el brioso caballo del chino, se agarró como Dios le
dio a entender y le sacudió los ijares con su rama de abedul, tratando de coger
las riendas, sin acordarse de que el caballo estaba atado a un árbol. Apenas el
fogoso animal sintió el peso de un jinete empezó a tirar y a forcejear hasta
que arrancó el árbol de cuajo, y emprendió veloz carrera hacia el ejército
chino, arrastrando el corpulento árbol como si se tratase de una pluma.
Tomás
Berennikov estaba horrorizado y se puso a gritar: "¡Socorro!
¡Socorro!" Pero el ejército chino empezó a temblar como si se les echase
encima un alud, y se figuraron que les gritaba: "¡Ya podéis correr! ¡Ya
podéis correr!", y pusieron pies en polvorosa sin mirar atrás. Pero el
veloz caballo los alcanzó y se abrió paso entre ellos, derribando con el árbol
a cuantos encontraba al paso y cambiando a cada momento de dirección, dejando
así el campo sembrado de soldados.
Los
chinos juraron que no volverían nunca más a luchar con aquel hombre terrible,
resolución que fue una suerte para Tomás. Volvió a la ciudad a caballo en su
rocín y encontró a toda la corte llena de admiración por su valor, por su
fuerza y por su victoria.
-¿Qué
quieres de mí, -le preguntó el Zar,- la mitad de mis riquezas de oro y mi hija
por añadidura, o la mitad de mi glorioso reino?
-
Bueno, aceptaré la mitad de tu reino si quieres, pero no me enfadaré si me das
la mano de tu hija y la mitad de tu tesoro como dote. Pero una cosa te pido:
cuando me case invita a la boda a mis dos jóvenes compañeros Ilia Muromets y
Alesha Popovich.
Y
Tomás se casó con la sin par Zarevna, y celebraron la boda con tales banquetes
y festejos, que a los convidados les ardía la cabeza dos semanas después. Yo
también estuve allí y bebí hidromiel y cerveza y me hicieron ricos presentes y
el cuento ha terminado.
062. Anonimo (rusia)
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