Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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domingo, 10 de junio de 2012

Marco el rico y basilio el infortunado

Hace mucho tiempo vivía en un país un opulento comerciante llamado Marco y de sobrenombre "el Rico". Duro y cruel de carácter, era ambicioso y despiadado con el pobre. Siempre que un pordiosero o un indigente se acercaba a pedir a su puerta, él mandaba a sus criados que lo alejasen y le soltaran los perros. Sólo amaba una cosa de este mundo, y era su hija, la hermosísima Anastasia. Sólo con ella no se mostraba duro, y aunque sólo contaba la muchacha cinco años, jamás desatendía sus deseos y le daba cuanto ella quería.
Y un día helado de invierno se acercaron a la puerta tres ancianos de blancos cabellos a pedir limosna. Marco los vio y ordenó que les soltasen los perros. La bellísima Anastasia oyó esta orden e imploró a su padre diciendo:
-Mi querido padre, si me quieres, no los eches; permite que pasen la noche en el establo.
El padre accedió, permitiendo que los tres mendigos pasaran la noche en el establo. Cuando todos dormían en la casa, se levantó Anastasia y se dirigió de puntillas al establo, se encaramó al tejadillo y desde allí pudo ver a los tres hombres. Los mendigos estaban agrupados en el centro del establo, apoyando en sus báculos sus trémulas manos, y sobre éstas se derramaban sus luengas barbas, y pudo oír lo que hablaban entre sí en voz baja. El más viejo de todos miraba a los otros dos y les preguntaba:
-¿Qué ocurre por este mundo?
El segundo contestó:
-En el pueblo de Pogoryeloe, en casa de Juan el Pobre, ha nacido el séptimo hijo. ¿Qué nombre le pondremos y qué herencia le depararemos?
Y el tercer viejo, después de reflexionar, dijo:
-Lo llamaremos Basilio y lo enriqueceremos con las riquezas de Marco el Rico, bajo cuyo techo estamos pasando la noche.
Cuando hubieron dicho esto, se despidieron, se inclinaron ante las santas imágenes, y con paso torpe salieron del establo. Anastasia, que todo lo había oído, corrió a ver a su padre y le repitió las palabras de los viejos.
Marco el Rico se quedó pensativo y tras largas reflexiones se dirigió al pueblo de Pogoryeloe.
-Quiero cerciorarme -pensaba- de que realmente ha nacido allí ese niño.
Fue a ver al cura y se lo contó todo.
-Sí -dijo el sacerdote,- ayer nació aquí un niño, hijo del más pobre de nuestros siervos; lo bauticé con el nombre de Basilio. No hay pobreza como la de esta familia que tiene ya siete hijos y el mayor es de siete años; todos los hijos de ese campesino son chiquitines, chiquitines; no tienen nada que comer y hay tal hambre y tal miseria en la casa, que nadie en el pueblo quiere apadrinar a los hijos.
Al oír tan triste informe, a Marco el Rico empezó a dolerle el corazón. Pensó en el desgraciado recién nacido y declaró que sería su padrino, rogó a la casera del cura que fuese la madrina, ordenó que preparasen una buena mesa, y celebraron el bautizo con la familia del nuevo retoño.
Durante el banquete, Marco el Rico dirigió palabras amistosas a Juan el pobre, y le dijo:
-Sé que eres pobre y que no puedes mantener a tu hijo. Confíamelo. Lo educaré como si se tratase de mi propio hijo, y te daré enseguida mil rublos para sostener a tu familia.
El pobre hombre no lo pensó mucho y estrechó la mano que el rico le alargaba. Marco hizo regalos a su comadre, cogió el niño, lo envolvió con pieles de zorro, lo subió a su carroza y emprendieron el viaje hacia su casa. Unas diez leguas se habían alejado del pueblo cuando paró la carroza, cogió al niño, se acercó al borde de un abismo y lanzó a la criatura con todas sus fuerzas, diciendo:
-¡Anda a tomar posesión de mis riquezas, si puedes!
Poco después de esto, acertaron a pasar por allí unos mercaderes que traficaban por el mar y llevaban doce mil rublos que debían a Marco el Rico. Al pasar junto al precipicio, les pareció oír gritos de niño, que subían del fondo. Detuvieron la marcha y mirando por los ventisqueros vieron en un prado muy profundo a un niño que, sentado sobre la hierba, jugaba con las flores. Los comerciantes lo recogieron, lo envolvieron en pieles y continuaron el viaje. Al llegar a casa de Marco el Rico, le contaron el extraño hallazgo. Marco comprendió enseguida que se trataba del niño que él había comprado y dijo a los mercaderes.
-Me gustaría mucho hacerme cargo de la criatura; si me la entregáis os perdonaré la deuda.
Los mercaderes se avinieron, dieron el niño a Marco y se marcharon. Pero aquella misma noche Marco cogió a la criatura, la puso en una canastilla embreada, y la arrojó al mar.
La canastilla, arrastrada por la corriente y por el viento, fue deslizándose por la superficie como una barquilla, hasta que llegó a un monasterio. Por casualidad estaban los monjes a aquella hora en la orilla extendiendo las redes al sol, y oyeron el llanto de un niño. Adivinaron que el llanto venía de la canastilla, la pescaron, la destaparon y encontraron al niño. Lo llevaron al abad, y así que éste se enteró de que el niño había sido hallado en el mar dentro de una canastilla, decidió que se llamara Basilio el Infortunado. Y desde entonces, Basilio vivió en el monasterio hasta los dieciséis años, creciendo en gracia y fortaleza y en virtud y talento. El abad lo quería porque aprendió las letras con tanto facilidad, que pronto estuvo en disposición de leer y cantar en la iglesia mejor que los demás, y porque era hábil y sagaz en los negocios. Y el abad lo nombró sacristán.
Y sucedió que en un viaje de negocios que hizo Marco el Rico, llegó a aquel mismo monasterio, y los monjes lo recibieron con todos los honores que aconsejaban su opulencia. El abad mandó al sacristán que abriese la iglesia. El sacristán corrió a obedecer, encendió las luces y se quedó en el coro leyendo y cantando. Marco el Rico preguntó al abad si aquel joven se había educado allí desde niño, y cuando el abad se lo contó todo, llegó a la conclusión de que aquel joven no podía ser otro que el niño que él compró. Y dijo al abad:
-Si pudiera obtener los servicios de un joven tan despejado como vuestro sacristán, le confiaría todos mis tesoros, y lo nombraría administrador de todos mis bienes, que ya sabéis vosotros que son cuantiosos.
El abad empezó a excusarse, pero Marco prometió al monasterio una donación de diez mil rublos. El abad vacilaba, y consultó a los hermanos de comunidad y los hermanos le dijeron:
-¿Por qué hemos de cruzarnos en el camino de Basilio? Que Marco haga de él su administrador, si quiere.
Acordaron, pues, que Basilio el Infortunado se marchase con Marco el Rico.
Pero Marco mandó a Basilio a casa en una embarcación y escribió a su mujer esta carta: "Cuando se presente el dador de esta carta llévalo enseguida a nuestros obradores de jabón y cuando paséis por la gran caldera hirviente, tíralo dentro. Si no haces lo que te mando, te espera un castigo terrible, pues has de saber que ese joven es mi mayor e irreconciliable enemigo y de él sólo puedo esperar la ruina."
Basilio llegó oportunamente a puerto y cuando se dirigía a casa de Marco, le salieron al encuentro tres pobres ancianos que le preguntaron:
-¿Dónde vas, Basilio el Infortunado?
-A casa de Marco el Rico. Llevo una carta para su mujer.
-Enséñanos la carta -dijeron los viejos.
Basilio sacó la carta y se la alargó. Los viejos soplaron sobre la carta y dijeron:
-Ahora ya puedes ir a entregar la carta a la mujer de Marco el Rico. Dios no te ha desamparado.
Basilio llegó a casa de Marco el Rico y entregó la carta a la mujer de éste. La mujer leyó la carta de Marco, y llamó a su hija, porque no podía dar crédito a sus ojos; pero no podía estar más claro lo que decía la carta: "Mujer, al día siguiente de recibir esta carta, casa a mi hija Anastasia con el dador, y haz lo que te ordeno sin falta, si no quieres tener que responderme de ello". Anastasia miró a Basilio y Basilio no apartaba la vista de ella. Vistieron al joven con los más ricos atavíos y al día siguiente se celebró su casamiento con Anastasia.
Marco el Rico llegó de su viaje por el mar y su mujer con su hija y su yerno salieron a recibirle al muelle. Marco al ver a Basilio se indignó arrebata-damente contra su mujer y la increpó de esta manera:
-¿Cómo te has atrevido a casar a nuestra hija sin mi consentimiento?
Pero la mujer contestó:
-¡No me he atrevido a desobedecer tu severa orden!
Y sacando la carta amenazadora, la alargó a su marido. Marco la leyó y vio que la letra era la suya aunque la intención era bien diferente, y pensó: "Bueno, tres veces te has escapado de mis manos, pero yo te mandaré adonde ni los cuervos podrán mondar tus huesos".
Marco vivió durante un mes con su yerno tratándolo, como a su hijo, con la mayor amabilidad, de modo que por su semblante y sus palabras nadie hubiera conocido las intenciones malignas que abrigaba contra el joven. Un día, Marco llamó a Basilio y le dijo:
-Ve a la tierra de Tres Veces Nueve, al imperio de Tres Veces Diez, a ver al Zar Serpiente; hace doce años que construyó un palacio en mi tierra, por lo tanto tú has de cobrarle la renta de esos doce años y traerme sus noticias concernientes a mis doce naves, que han naufragado en los mares de su reino durante los últimos tres años, sin dejar el menor vestigio.
Basilio no se atrevió a replicar a su suegro. Se preparó para el viaje, se despidió de su mujer y con un saco de provisiones para el camino, emprendió el viaje.
Anda que andarás, anda que andarás, muchos días, muchas noches se pasaron hasta que al fin oyó una voz que decía:
-Basilio el Infortunado, ¿adónde vas? ¿Vas muy lejos?
Basilio miró a todos partes y contestó:
-¿Quién me llama? ¡Habla!
-Soy yo, la encina deshojada, y te pregunto adónde vas y si vas muy lejos.
-Voy a ver al Zar Serpiente, a cobrar las rentas de estos doce años.
Y de nuevo habló la encina, diciendo:
-Si lo vieras, piensa en mí y dile: mira que la encina hace trescientos años que está de pie y ya tiene podridas todas sus raíces; ¿hasta cuándo durarán sus tormentos en este mundo?
Basilio escuchó atentamente y prosiguió el viaje. Llegó a un río y entró en una barca, pero el barquero se le quedó mirando y dijo:
-¿Vas muy lejos, Basilio el Infortunado?
Basilio le confesó adónde iba.
-Bueno -dijo el barquero,- si lo vieras, acuérdate de mí y dile que hace treinta años que estoy remando en esta barca, y que me gustaría saber si he de estar yendo y viniendo de una a otra orilla durante mucho tiempo.
-Bueno -prometió Basilio,- se lo diré.
Llegó a los estrechos del mar, y en uno de ellos yacía alargada una ballena en cuyo lomo se marcaba un camino con postes a cada lado, por donde pasaba la gente como sobre un puente, Basilio caminó sobre la ballena y ésta le habló con voz humana, diciendo:
-¿Adónde vas Basilio el Infortunado? ¿Vas muy lejos?
Basilio se lo contó todo y la ballena te dijo:
-Si lo vieras, acuérdate de mí: la pobre ballena hace tres años que está cruzada entre dos mares y de tanto pasar por encima de ella la gente a pie y a caballo se le ha marcado un camino en el lomo. ¿Cuánto tiempo ha de permanecer así?
-Bueno -dijo Basilio- se lo diré.
Basilio siguió andando, andando hasta que llegó a un prado verde donde se levantaba un magnífico palacio. Brillaban las paredes de mármol, los tejados lucían como un arco iris, cubiertos de madreperlas, y los cristales de las ventanas parecían despedir llamas, heridos por el sol. Basilio entró al palacio, recorrió las habitaciones y se maravillaba ante la indescriptible riqueza que allí había. Por fin llegó a una sala interior y allí encontró a una hermosa doncella sentada en un lecho. Cuando ella vio al joven exclamó:
-Basilio el Infortunado, ¿cómo has venido a parar a este maldito palacio?
Basilio se lo contó todo y le dijo a qué iba y cuanto le había sucedido en el camino. Y la doncella dijo a Basilio:
-No te han enviado para cobrar las rentas, sino para alimento de la serpiente y para tu propia ruina.
Apenas había ella pronunciado estas palabras, retembló el palacio y se oyeron en el patio ruidos y golpetazos. La doncella escondió a Basilio en un arco que se abría a flor de tierra, lo encerró y le advirtió en voz baja:
-Escucha lo que yo le diga al Zar Serpiente.
Y sin más, salió a recibirlo.
Una serpiente monstruosa entró en la sala arrastrándose formando roscas enormes y se dirigió al lecho diciendo:
-He recorrido toda Rusia y vengo rendido de cansancio; sólo deseo dormir.
La amable doncella le habló con palabras lisonjeras y le dijo:
-Nada te es desconocido, ¡oh, Zar! y sin ti no llegaría nunca a interpretar un sueño que he tenido. ¿Quisieras interpretármelo tú?
-¡Bueno, di pronto!
-He soñado que iba de camino y una encina me gritaba: "¡Pregunta al Zar cuánto tiempo he de permanecer aquí!"
-Permanecerá hasta que pase uno y le dé un puntapié, entonces caerá como arrancada de cuajo, y debajo tiene una gran cantidad de oro y de plata; ni Marco el Rico tiene tanto.
-Pero luego soñé que llegaba a un río y el barquero me dijo: "¿Estaré remando aquí mucho tiempo?
-Él tiene la culpa. Que empuje hacia la corriente al primero que entre en su barca y se quede él en la orilla, y el que ocupe la barca habrá de remar en su lugar para siempre.
-Y después he llegado en sueños al mar y, cruzada en un estrecho, había una ballena que me dijo: "Pregunta al Zar si he de estar así mucho tiempo"
-Estará así hasta que devuelva las doce naves de Marco el Rico; sólo entonces podrá volver al agua libremente.
Todo esto dijo la serpiente, y luego volviéndose del otro lado empezó a roncar con tal fuerza, que temblaban los cristales de las ventanas.
Entonces la doncella hizo salir del arca a Basilio, le abrió la puerta del jardín y le mostró el camino. Basilio le dio las gracias y emprendió el viaje de regreso.
Llegó al estrecho del mar donde permanecía echada la ballena, y ésta le preguntó:
-¿Te ha dicho algo de mí?
-Déjame pasar al otro lado y te lo diré,
Cuando hubo cruzado el estrecho sobre ella, le dijo:
-Has de devolver las doce naves de Marco el Rico que te tragaste hace tres años.
La ballena aclaró la garganta y arrojó las doce naves sin que nada les faltase, y enseguida se puso a dar brincos de alegría moviendo el agua de tal modo que a Basilio, que estaba en la playa, le llegaba a las rodillas.
El joven siguió andando y llegó a la barca. Y el barquero le preguntó:
-¿Has hablado de mí al Zar Serpiente?
-Pásame al otro lado y te lo diré.
Y cuando estuvo al otro lado le dijo:
-Le he hablado y dice que al primero que llegue a la barca después de mí, lo empujes hacia la corriente y tendrá que remar toda su vida; pero tú serás libre como el aire.
Después, Basilio llegó a la vieja encina desnuda, le dio un puntapié y el árbol cayó a tierra derribado de cuajo, y debajo de las raíces y en el hueco que dejaron, había plata y oro y piedras preciosas sin cuento. Basilio dirigió la mirada al mar y he aquí que las doce naves de Marco el Rico, que la ballena había devuelto, navegaban viento en popa y en el alcázar de la nave principal estaban los tres ancianos que Basilio encontró cuando fue a entregar la carta a la mujer de Marco el Rico y lo salvaron de una muerte segura. Y los ancianos dijeron a Basilio:
-¿No ves, Basilio, cómo Dios te ha bendecido? Y, dicho esto desem-barcaron y siguieron el camino andando. Y los marineros saltaron a tierra y embarcaron todo el oro y la plata y las piedras preciosas y siguieron la ruta en dirección a su país.
Marco el Rico, al ver todo aquello se enfureció más que nunca. Mandó ensillar el caballo y salió a galope en dirección del país de Tres Veces Diez, para arreglar personalmente sus asuntos con el Zar Serpiente. Al llegar al río saltó a la barca, pero el barquero lo empujó a la corriente desde la orilla y Marco el Rico se vio convertido en el barquero para toda su vida. Y aun está remando. Pero Basilio el Infortunado vivió con su mujer y la madre de ésta en completa dicha y prosperidad; fue bueno con los pobres, y les daba comida y vestidos y administró y aumentó la fortuna de Marco el Rico.

062. Anonimo (rusia)

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