Cualquier pollensín sabrá
explicar al curioso por qué aquella calle, cerca del puente romano, ostenta el
extraño nombre de El León.
Sorprendente toponimia para una vía de aquella villa isleña que, de seguro, no
conoció nunca a lo largo de su historia la presencia de ningún tipo de fieras.
En aquella calle, cuando
la identificaba otro nombre, vivía la hermosa Ana María. Le delicada belleza de
la joven hallaba su complemento en la robusta persona de Bernardo, su
enamorado, que no era aceptado sin embargo por la madre de la muchacha,
dispuesta siempre a cualquier estratagema con tal de destruir aquel amor. Un
día, la intrigante madre, ofreció un extraño bebedizo a Bernardo que debía
hacerle cambiar la imagen de su hija, borrando los sentimien-tos que hacia ella
sentía.
Y así, Bernardo no volvió
y, sin acordarse para nada de Ana María, entregó su amor a otra moza a la que
acudía a galantear cada tarde al terminar sus faenas en el campo. Para mayor
desconsuelo de la olvidada Ana María, al regresar Bernardo a la anochecida,
cuando las primeras sombras se cernían sobre Pollença, pasaba junto a la casa
de su antigua novia sin reparar en ella y sin, al parecer, recordar los
momentos dichosos que viviera otrora junto a la mujer que amaba.
Una noche Ana María,
hurtando la vigilancia de su madre, esperó el paso del muchacho decidida a
entrevistarse con él y conocer el motivo de su, para ella, inexplicable cambio.
Le siguió a pocos metros, alejándose de su casa y esperando el momento adecuado
para abordarle. Bernardo oyó tras él el rumor de unos pasos y se volvió de
repente. La sangre se heló en la venas del mozarrón cuando comprobó que no era
ningún humano quien iba tras él sino un impresionante león que le miraba con
encendidos ojos. El bebedizo que le dieran, presentaba así al antiguo enamorado
la imagen de Ana María. Como pudo, venciendo la rigidez de sus músculos,
Bernardo echó a correr hacia el pueblo y refirió a gritos su extraña aventura.
No debió lograr mucha credibilidad el joven cuando nadie se ofreció a
acompañarle; le aconsejaron, eso sí, medio en broma medio en serio, que la
próxima vez se armase de un afilado puñal y, ya que tenía fama de fornido,
hiciera frente a la bestia si volvía a acosarle.
Bernardo tomó en cuenta
aquella advertencia y a la siguiente noche, emprendió el camino de regreso a
Pollença. Al aproximarse a aquella calle, el corazón latió con más fuerza que
de costumbre y su mano buscó el tran-quilizador contacto de la daga. Al poco
tiempo Ana María comenzó a seguirle y sus pasos resonaban suavemente, como un
eco de los del hombre. Toda la acometividad de Bernardo se esfumó al comprobar
que nuevamente era seguido por el león y, sin fuerzas para hacerle frente, echó
a correr buscando la salvación de las cercanas casas. Ana María corrió también
tras él, dispuesta a no dejarle marchar y llamándole angustiadamente:
¡Bernardo!, ¡Bernar-do! Pavorosos rugidos resonaron en los oídos del joven que,
alocado, en un último instinto de supervivencia, esgrimió el puñal y esperó a
pie firme la embestida de la fiera.
Una, dos, tres...
puñaladas desgarraron el pecho del león y bañaron de su caliente sangre la mano
del hombre, que ya corría de nuevo hacia el pueblo gritando en su delirio la
victoria obtenida sobre el animal y mostrando la prueba fehaciente: el arma
ensangrentada.
Ana María apareció muerta
a la mañana siguiente. De su pecho, apuñalado, había manado un charco de
sangre.
El destino del muchacho y
el de la madre quedan sumidos en la oscuridad del olvido.
En Pollença, el lavadero
público sito en la encrucijada de las calles de Gruat y de la Huerta , es conocido con el
raro nombre de El Lleó. Un poco más
lejos, una calle, cerca del puente romano, está rotulada con el mismo título.
¡Extraño! Sin embargo, cualquier pollensín sabrá explicar de donde proviene.
Fuentes:
Miguel Bota Totxo: Leyendas y tradiciones de Pollensa.
092. Anonimo (balear-mallorca-polleça)
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