124. Cuento popular castellano
Era un rey y tenía tres hijas. Y un
día estaban comiendo, y fue y dijo a la mayor:
-Dime, hija, y ¿cómo me quieres?
-Yo, padre, ¡como a mi vida! Y va y
dice a la segunda:
-Y tú, ¿cómo me quieres?
-Yo, padre -dice-, ¡como a mi alma! Y
llega a la más chiquitita y va y la dice: -Y tú, ¿cómo me quieres?
-Yo, padre, como a la sal en el agua.
Y desde aquel día, como la mayor había
dicho «como a mi vida», y la segunda había dicho «como a mi alma», les pareció
que la pequeña no le quería, porque había dicho «como a la sal en el agua». Y
ellas la empezaron a despreciar; no la hacían caso ni nada. Y un día, viendo
ella que era despreciada por todos, recogió su ropa y se marchó de casa.
Y en el campo, pues encontró a una
mujer que estaba guardando pavos. Y la dijo que si quería cambiar un vestido
de ella -de la pavera- por el de ella. Y el de ella, como era de raso -todo
bordado y todo, pues fue y lo cambió en seguida por el suyo la pavera. Y fue
andando y llegó al palacio del rey de un país vecino. Preguntó que si hacía
falta alguna pavera. Como la vieron tan jovencita y tan guapa, pues dijeron que
sí. Y la echaron a cuidar los pavos.
Y aquel rey tenía un hijo, y quería
casarse. Y fue su padre y dio unos bailes en su casa y invitó a todos los hijos
de todos los reyes para que fueran al baile para que su hijo escogiera novia. Y
la pavera, pues se enteró y fue y se vistió ella con un traje de ella que
llevaba y subió al baile.
No hizo más que verla el hijo del rey
y en seguida pues la sacó a bailar. La dijo que era muy guapa, que él se quería
casar con ella y tenía que ir con ella a casa. Y fue la pavera y antes de que
el hijo del rey se diera cuenta, desapareció del baile. Por más que la buscaba,
no sabía por dónde se había ido.
Y a la noche siguiente, pues se puso
otro vestido mucho más elegante, y mucho más guapa estaba ella. Así que la vio
el hijo del rey, en seguida se fue a ella, la dijo que adónde se había ido, que
no la había visto marcharse y que él se había quedao pues muy desconsolao. Pero
que ya que no había podido ser aquella noche, que sería ésta.
Y fue ella y hizo lo mismo. Antes de
que terminara el baile, pues ella se bajó y desapareció del baile.
Y ya dijo el hijo del rey que si iba
al baile el día siguiente, que tenía que saber quién era. Y a la otra noche se
puso ella otro traje mucho más elegante y se subió al baile. Y en seguida el
hijo del rey se fue a ella. Y según estaba bailando con ella, pues la metió un
anillo en el dedo y la dijo que esa noche tenía que ir con ella por fuerza. Y
puso dos centinelas en la escalera. Y ella, pues volvió a hacer lo mismo. Antes
de que vieran los centinelas por dónde se iba a meter, les cegó los ojos con un
puñado de arena. Mas como no supieron por dónde se había ido ni nada, se
quedaron sin saber de quién se había enamorao el hijo del rey.
Y él enfermó de pena. Y iban a verle,
pues, todos los médicos de todas las partes, pues él era hijo del rey. Ya
dijeron que no le encontraban nada; no sabían lo que tenía. Pero que se moría.
Al ver la pavera tan apenada a la
reina, la dijo que qué la pasaba. Y dijo que su hijo, que estaba muy malito,
que decían los médicos que se moría de pena. Y no sabían de lo que era. Y dijo
la pavera que si la dejaba ella hacerle un remedio para su hijo. Y la dijo la
reina que ella sabría de cuidar los pavos, pero no de cuidar a su hijo.
Y tanto insistió la pavera el quererle
hacer el remedio que la reina cedió. Y le hizo un bizcocho. Y en medio del
bizcocho pues le metió el anillo que él la había metido en el dedo. Al llevar
la reina el bizcocho a su hijo, insistió en que le comiera. Y al irle a partir,
salió el anillo. Y dijo el hijo del rey:
-¡Ay, madre, ya estoy bueno! ¿Quién me
ha hecho este bizcocho?
Dijo su madre:
-Yo, hijo, ,yo.
-No, madre, no -dijo. Usted no me ha
hecho este bizco
cho. Dígame quién me lo ha hecho, que
con ella me caso.
-¡Jesús, hijo, tú casarte con una
pavera!
-Pues, ¿ha sido la pavera?
-Sí -dice la reina.
Dice:
-Pues, llámela usted; pues con ella me
caso.
La llamaron a la pavera. Y la reina
dijo que se tenía que casar con su hijo. Y dijo ella que bueno; pero que tenían
que convidar a todos los reyes a la boda.
Y entonces era costumbre de dar un
caldo en las bodas. Y dijo la pavera que al rey Fulano se le pusieran sin sal
el caldo. Y ya estaban todos en la mesa tomando el caldo y aquel rey, pues dio
un suspiro muy grande y empezó a llorar. Y dijeron que qué le pasaba. Dijo él
que como en su vida había echao de menos la sal en nada, no sabía lo que valía.
Y que en una ocasión había despreciao él a su hija porque le preguntó que cómo
le quería, y le dijo que «como la sal en el agua». Y que aquello les pareció a
ellos un desprecio. Y ahora veía que era lo que más se puede querer, lo más
necesario.
Y fue cuando la pavera se presentó a
él y dijo que era ella su hija. Al ver su padre lo que le quería y todo, ya se
abrazaron. Le perdonó ella, y celebraron la boda de reyes. Y colorín colorete,
por la chimenea un cohete; y por el portal siete.
Medina
del Campo, Valladolid.
4
de mayo, 1936.
Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo
058 anonimo (castilla y leon)
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