La historia del jorobado
y las hadas -ses fades-, es casi un
cuento. Un cuento cuyo argumento, como tantos otros en el archipiélago, no es
propio de la tierra sino que, desde el continente, atravesando el mar, llegó a
las islas para tomar variadas formas en cada una de ellas, quedando incorporado
al folklore local y figurando, desde entonces, entre sus relatos fantásticos.
La versión ibicenca de la
historia, es como sigue:
Vivía en Eivissa, cerca del
Portal Nou, un humilde jorobado, al
que llamaremos Xumeu por colocarle un
nombre más que familiar en las Pitiusas. Xumeu,
además de pobre, estaba cargado de hijos y, como el fruto de su trabajo no le
alcanzaba para mantener a la familia, salía, al atardecer, fuera de las
murallas, a solicitar la caridad de los campesinos.
Un día, el hombre se
alejó demasiado. Al volver á la villa, se encontró cerrado el Portal Nou, retirados los centinelas y
sin posibilidad de entrar, hasta la mañana siguiente. Xumeu se resignó y, abrigándose como pudo, se recostó en el foso
que rodeaba los muros, bajo el puente que lo cruzaba sobre el cerrado portón y
se durmió.
Cuando el hombre
disfrutaba de lo mejor de su sueño, le despertaron unos cantos, llegados de
algún lugar inmediato. La ciudad sólo se adivinaba, en las tinieblas que lo
envolvían todo y al jorobado no le parecieron hora ni sitio propicios para
andar cantando alegremente. Xumeu
había oído muchas historias de brujas y no le hacía ninguna ilusión verse convertido
en protagonista de un aquelarre. Sin embargo, le picaba la curiosidad y
decidió asomarse. A ver qué pasaba.
Por su suerte no eran
brujas sino hadas, unas jovencísimas muchachas que, orladas de una misteriosa
luz, cantaban y bailaban alegremente. Xumeu
las miraba, embobado, cuidando de no asomar más que lo imprescindible para observar,
sin ser visto.
Las muchachas -ses fades- entonaban ahora una nueva
música, jugando a cantar los días de la semana:
Dilluns, dimarts
i dimecres: ¡tres!
Dijous, divendres
i...
Les fallaba algo. No
recordaban el final y la cancioncilla quedaba inconclusa. Probaban de nuevo,
una y otra vez, con igual resultado, hasta que Xumeu, sin poder contenerse, les gritó la solución, desde debajo
del puente:
i
dissabte: ¡sis!
Las hadas se pusieron la
mar de contentas y corrieron en busca de su ocasional apuntador. Al pobre
jorobado, que las veía venir hacia él, no le llegaba la camisa al cuello del
susto que tenía y ya pensaba que mejor hubiera hecho en callar y permanecer
oculto. Pero aquellas hadas eran casi unas niñas y no parecían abrigar
intenciones malévolas.
Una de ellas, la que
parecía llevar la voz cantante, le sacó de su escondrijo.
-¡Oh!, mirad -dijo a sus
compañeras-. Si es un pobre jorobado. No tengas miedo, buen hombre. Nos has
ayudado a recordar la canción y queremos premiarte: Per la fat i la fa que ma mare m'ha dat i ma germana m'ha encomanat.
El hada tocó con su
varita la chepa de Xumeu y la hizo
desapa-recer, como si la hubiera fundido. Mientras tanto otra, que andaba
fisgoneando en el zurrón del hombre, sacó de él lo único que había: un mendrugo
de pan y un pedazo de queso, rancio y duro. Repitió la fórmula mágica y el
zurrón se llenó de monedas de oro.
Cuando Xumeu terminó de restregarse los ojos,
para comprobar que no estaba soñando, las hadas desaparecían a lo lejos,
bailando y cantando su cancioncilla:
Dilluns, dimarts
i dimecres: ¡tres!
Dijous, divendres
i dissabte: ¡sis!
Pero, como todo cuento,
tampoco en éste podía faltar la figura del «malo». En este caso, era un hermano
de Xumeu, rico y avaricioso, que, al
conocer la historia de las hadas del Portal
Nou, decidió probar fortuna y, a la noche siguiente, le faltó tiempo para
acurrucarse bajo el puente y esperar acontecimientos.
Puntualmente aparecieron
las hadas y empezaron con sus bailes y sus canciones. El hombre estaba hecho un
manojo de nervios hasta que, por fin, oyó cómo cantaban la de los días de la
semana:
Dilluns, dimarts
i dimecres: ¡tres!
Dijous, divendres
i dissabte: ¡sisi!
-¡I diumenge set! -bramó el
energúmeno, emergiendo del foso y sonriendo con suficiencia las hadas.
A ellas, sin embargo, no
les hizo ninguna gracia la intromisión. Aquel mamarracho, además de aguarles
la fiesta con su presencia, les había desbaratado el estribillo de su canción
predilecta. Al hombre le cayó encima una lluvia de coscorrones hasta que, una
de ellas, al conjuro de aquellas extrañas palabras, tocó su espalda con la
varita y le pegó en ella la joroba de Xumeu
que andaba, todavía, tirada por allí cerca.
* * *
La variante mallorquina
de esta historia es, básicamente, igual en su trama.
Las hadas, en Mallorca,
no son hadas sino brujas que organizaban sus aquelarres en la cueva que una de
ellas, Na Joana, habitaba en la falda
de Bellver, cerca de La
Bonanova. Las brujas, entre otras cosas, cantaban también la
canción de los días de la semana, con la particularidad de que ellas la sabían entera.
Un día, acertó a pasar
por allí un niño jorobado que, sin demos-trar el menor miedo a las brujas,
seguía con atención sus canciones y bailes. Na
Joana le invitó a cantar con ellas y, como el muchacho repitiera la canción
sin equivocarse, al final, como premio, le quitaron su joroba.
Al conocerse la noticia,
una mujer que vivía cerca de allí y que tenía, también, un hijo jorobado, quiso
probar fortuna. Tanto ella como su hijo eran personas hurañas, de no demasiados
buenos sentimientos y con fama de querer destacar siempre sobre los demás.
El muchacho llegó a la
cueva, bailó con las brujas, cantó con ellas la famosa canción y, al final,
cuando terminaron con el dissabte ¡sis!,
añadió muy ufano:
-I diumenge, ¡set!
Nombrar allí el domingo
-palabra prohibidísima como todo cuanto guardara la menor relación con las
cosas sagradas- y organizarse una descomunal algarabía de gritos, imprecaciones,
blasfemias y maldiciones, fue cosa de segundos. Las brujas salieron disparadas,
cada una por su lado, montadas en sus escobas. Na Joana tomó por su cuenta al sabiondo, le colocó en el pecho una
nueva joroba, como la que lucía en la espalda y lo despidió a patadas de su
cueva.
Todavía hoy, Sa Cova de Na Joana y su legendaria
historia son conocidas, sobre todo por los antiguos vecinos de La Bonanova.
Fuente: Gabriel Sabrafin
092. Anónimo (balear-eivissa)
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