Hace
mucho tiempo, en cierto país de cierto Imperio, vivía el famoso Zar Afron
Afronovich. Tenía tres hijos: el mayor era el Zarevitz Dimitri, el segundo, el
Zarevitz Vasili, y el tercero, el Zarevitz Iván. Todos eran buenos mozos. El
menor tenía diecisiete años cuando el Zar Afron frisaba en los sesenta. Y un
día, mientras el Zar estaba reflexionando y contemplando a sus hijos, se le
ensanchó el corazón y pensó: "Verdaderamente, la vida es deliciosa para
estos jóvenes, que pueden disfrutar de este mundo de maravillas que Dios creó;
pero yo resbalo por la pendiente de la vejez, empiezan a afligirme los achaques
y poca alegría me ofrece ya este mundo. ¿Qué será de mí en adelante? ¿Cómo
podría librarme de la senectud?"
Y
así pensando, se quedó dormido y tuvo un sueño. En una tierra desconocida, más
allá del país Tres Veces Nueve, en el Imperio Tres Veces Diez, habitaba la Zarevna Belleza
Inextinguible, la hija de tres madres, la nieta de tres abuelas, la hermana de
nueve hermanos, y bajo la almohada de esta Zarevna se guardaba un frasco de
agua de la vida, y todos los que bebían de esta agua rejuvenecían treinta años.
Apenas
se despertó el Zar, llamó a sus hijos y a todos los sabios del reino y les
dijo:
-Interpretadme
el sueño, sabios y perspicaces consejeros. ¿Qué he de hacer para encontrar a
esta Zarevna?
Los
sabios guardaron silencio. Los perspicaces se atusaban la barba, bajaban y
levantaban la vista, se retorcían las manos, y por fin contestaron:
-¡Oh,
Soberano Zar! Aunque no hemos visto eso con los ojos, hemos oído hablar de esa
Zarevna Belleza Inextinguible; pero no sabemos dónde se halla ni el camino que
conduce a ella.
Apenas
oyeron esto los tres Zarevitzs, imploraron los tres a una voz:
-¡Querido
padre Zar! Danos tu bendición y envíanos a las cuatro partes del mundo, para
que podamos ver tierras y conozcamos a la gente y nos demos a conocer hasta que
descubramos a la
Zarevna Belleza Inextinguible.
El
padre accedió, les dio provisiones para el viaje, se despidió de ellos con
ternura y los mandó a las cuatro partes del mundo. Al salir de la ciudad, los
hermanos mayores se dirigieron a la derecha, pero el menor, el Zarevitz Iván,
se dirigió a la izquierda. Sólo se habrían alejado de casa unos centenares de
leguas los hermanos mayores cuando acertaron a encontrar en el camino a un
anciano, que les preguntó:
-¿Adónde
vais, jóvenes? ¿Hacéis un viaje muy largo?
A
lo que replicaron los jóvenes:
-¡Apártate,
perillán! ¿Qué te importa a ti?
El
anciano siguió su camino en silencio. Los Zarevitzs continuaron andando toda la
noche y todo el día siguiente y una semana entera y llegaron a un paraje tan
agreste, que no podían ver ni tierra ni cielo, ni habitación ni ser viviente, y
en lo más desolado de este desierto encontraron a otro anciano, más viejo que
el primero.
-¡Hola,
buenos jóvenes! -dijo a los Zarevitzs.- ¿Sois unos holgazanes o vais en busca
de algo?
-Claro
que vamos en busca de algo. ¡Buscamos a la Zarevna Belleza
Inextinguible con su frasco de agua de la vida!
-¡Ay,
hijos míos! -exclamó el anciano.- ¡Cuánto mejor sería que no fueseis allí!
-¿Por
qué? ¡Vamos a ver!
-Os
lo diré. Tres ríos cruzan este camino, ríos muy anchos y caudalosos. En cada
uno de estos ríos hay un barquero. El primer barquero os cortará el brazo
derecho, el segundo os cortará el izquierdo; pero el tercero ¡os cortará la
cabeza!
Los
dos hermanos se quedaron tan consternados, que sus rubias cabezas cayeron de
sus robustos hombros, y pensaron para sí: "¿Hemos de perder la vida para
salvar la de nuestro padre? Más vale que volvamos a casa vivos y esperemos el
buen tiempo para divertirnos por la playa". Y retrocedieron. Y cuando
estaban a veinticuatro horas de su casa, decidieron quedarse en el campo.
Levantaron sus tiendas con sus mástiles de oro, dejaron que paciesen los
caballos y dijeron: "Aquí descansa-remos esperando a nuestro
hermano".
Pero
el Zarevitz Iván se condujo en el viaje de muy otra manera. Encontró en el
camino al mismo anciano que se había cruzado con sus hermanos y escuchó de él
la misma pregunta:
-¿Adónde
vas, joven? ¿Haces un viaje muy largo?
Y
el Zarevitz Iván replicó:
-¿Qué
te importa? ¡Nada tengo que decirte!
Pero
luego, cuando ya se había alejado un poco, reflexionó en lo que había hecho.
"¿Por qué he contestado al anciano tan groseramente? Los hombres de edad
saben muchas cosas. Tal vez me hubiera aconsejado bien".
Volvió
grupas, alcanzó al anciano y le dijo:
-
¡Espera, padrecito! No he oído bien lo que me has dicho.
-Te
he preguntado si hacías un viaje muy largo.
-Te
diré, abuelo. El caso es que voy en busca de la Zarevna Belleza
Inextinguible, la hija de tres madres, la nieta de tres abuelas, la hermana de
nueve hermanos. Deseo obtener de ella el agua de la vida para mi padre el Zar.
-Has
hecho perfectamente, buen joven, de contestar como un caballero, y por eso te
enseñaré el camino. Pero nunca llegarías con un caballo ordinario.
-¿Pero
dónde podré encontrar un caballo extraordinario?
-Te
lo diré. Vuelve a casa y ordena a los palafreneros que lleven hasta el mar azul
a todos los caballos de tu padre, y al que se destaque de los otros para
meterse en el agua hasta el cuello y empiece a beber hasta que el mar azul se
agite y rompan las olas de orilla a orilla, elígelo y móntalo.
-Gracias
por tus sabias palabras, abuelo.
El
Zarevitz hizo lo que el viejo le aconsejó. Eligió la más briosa cabalgadura
entre los caballos de su padre, veló toda la noche, y cuando al día siguiente
salió de la ciudad en su nueva cabalgadura, el caballo le habló con voz humana:
-¡Zarevitz
Iván, apéate! He de darte tres bofetadas para probar tu musculatura de héroe.
Le
dio una bofetada, le dio otra; pero no le dio la tercera.
-Estoy
viendo -dijo- que si te diera otra bofetada, el mundo no podría sostenernos a
los dos.
Entonces,
el Zarevitz Iván montó a caballo, se puso la armadura de caballero, y armado
con la espada invencible de su padre, emprendió el viaje. Caminaron día y noche
durante un mes y durante dos meses y durante tres, y llegaron a un terreno
donde el caballo se hundía en agua hasta la rodilla y en hierba hasta el
cuello, mientras el pobre joven no tenía nada que comer. Y en medio de este
lugar desierto encontraron una choza miserable que se sostenía sobre una pata
de gallina y dentro estaba la
Baba Yaga , la de las piernas huesudas, con las piernas
estiradas de un ángulo a otro. El Zarevitz Iván entró en la choza y gritó:
-¡Hola,
abuela!
-Salud,
Zarevitz Iván. ¿Vienes a descansar o vas en busca de algo?
-Voy
en busca de algo, abuela. Voy más allá de las tierras Tres Veces Nueve al
Imperio de Tres Veces Diez, en busca de la Zarevna Belleza
Inextinguible. Quiero pedirle el agua de la vida para mi padre, el Zar.
-Aunque
no lo he visto con mis ojos, ha llegado a mis oídos; pero no podrás llegar.
-¿Por
qué?
-Porque
hay tres barqueros que la guardan. El primero te cortará la mano derecha, el
segundo te cortará la mano izquierda, y el tercero te cortará la cabeza.
-Y
bien, abuela, ¿qué importa una cabeza?
-¡Ay,
Zarevitz Iván! ¡Cuánto mejor sería que te volvieras por donde has venido! ¡Aun
eres joven y tierno, no has estado nunca en lugares peligrosos, no has
presenciado grandes horrores!
-¡Calla,
abuela! La flecha que sale del arco no vuelve atrás.
Se
despidió de Baba Yaga para continuar su viaje y no tardó en llegar a la primera
barca. Vio a los barqueros dormidos en ella y se detuvo a reflexionar. "Si
grito para despertarlos -pensó- los dejaré sordos para toda la vida y si silbo
con todas mis fuerzas hundiré la barca". Por consiguiente lanzó un ligero
silbido y los barqueros salieron de su profundo sueño y lo pasaron a remo.
-¿Qué
os debo por el trabajo? -les preguntó.
-¡No
discutamos y danos tu brazo derecho! contestaron a una los barqueros.
-Mi
brazo derecho, no; ¡lo necesito para mí! replicó el Zarevitz Iván. Y
desenvainando su pesada espada empezó a repartir mandobles a diestro y
siniestro, hiriendo a los barqueros hasta que los dejó medio muertos. Y hecho
esto prosiguió su camino y usó el mismo procedimiento para abatir a los otros
dos enemigos.
Por
fin llegó al Imperio de Tres Veces Diez y en la frontera encontró a un hombre
salvaje, alto como un árbol del bosque y gordo como un almiar, y su mano
empuñaba una clava de roble. Y el gigante dijo al Zarevitz Iván:
-¿Adónde
vas, gusano?
-Voy
al reino de la Zarevna
Belleza Inextinguible en busca del agua de la vida para mi
padre el Zar.
-¿Cómo
te atreves a tanto, pigmeo? ¿No sabes que hace siglos soy yo el guardián de su
reino? Te advierto que me alimento de héroes, y aunque los jóvenes que vinieron
antes montaban más que tú, todos cayeron en mis manos y sus huesos están
esparcidos por aquí. ¡En cuanto a ti, no tengo para sacar de pena mi estómago,
pues no eres más que un gusano!
El
Zarevitz comprendió que no podría derribar al gigante y cambió de dirección.
Anda que andarás, se metió con su caballo por lo más intrincado de un bosque,
hasta que llegó a una choza donde vivía una vieja muy vieja, que al ver al
joven exclamó:
-¡Salud,
Zarevitz Iván! ¿Cómo te ha guiado Dios hasta aquí?
El
Zarevitz le reveló sus secretos y la vieja, compadecida de él, le dio un manojo
de hierbas venenosas y una pelota.
-Baja
al llano -le dijo,- enciende una hoguera y arroja al fuego esta hierba. Pero
ten mucho cuidado. Si no te pones al lado de donde sopla el viento, el fuego se
convertiría en tu enemigo. El humo llevado por el viento hará caer al gigante
en un profundo sueño, entonces le cortas la cabeza, arrojas la pelota ante ti y
la sigues a donde vaya. La pelota te llevará a las tierras donde reina la Zarevna Belleza
Inextinguible. La Zarevna
pasea por allí durante nueve días y el día décimo recobra las fuerzas durmiendo
el sueño de los héroes en su palacio. Pero guárdate de entrar por la puerta.
Salta por encima del muro con todas tus fuerzas y procura que no tropiecen tus
pies con los cordeles tendidos en lo alto, porque despertarías a todo el
Imperio y no escaparías con vida. Pero cuando hayas saltado el muro, entra
enseguida al palacio y dirígete al dormitorio; abre la puerta con mucha
precaución y coge el frasco de agua de la vida que hallarás bajo la almohada de
la Zarevna. Pero
una vez el frasco en tu poder, vuelve atrás inmediatamente y ¡no te quedes ni
un momento contemplando la belleza de la Zarevna , porque en tu mocedad no podrías
resistirla!
El
Zarevitz Iván dio las gracias a la vieja e hizo cuanto le ordenó. Apenas
encendió el fuego, arrojó a las llamas la hierba de modo que el humo flotase en
dirección al lugar donde el gigante estaba montando la guardia. Enseguida se le
nublaron los ojos, bostezó y cayó al suelo dormido como un tronco. El Zarevitz
le cortó la cabeza, arrojó la pelota y echó a correr tras ella. Corre que
correrás, corre que correrás, la pelota no dejó de rodar hasta que, entre el
verde del bosque se destacó relumbrante el palacio de oro. De pronto se levantó
del palacio y a lo largo del camino una nube de polvo, entre el que relucían
lanzas y corazas, y al mismo tiempo llegaba un ruido como de escuadrones de
guerreros en marcha. La pelota se desvió del camino y el Zarevitz la siguió
entre unas malezas que lo ocultaban. Allí se apeó y dejó que el caballo
paciese, mientras él observaba a la Zarevna Belleza Inextinguible que se acercaba con
su séquito y se detenía en unos hermosos prados para recrearse. Y todo el
séquito de la Zarevna
estaba compuesto de doncellas a cual más hermosa, pero la belleza inextinguible
de la Zarevna
se destacaba entre ellas como la luna entre las estrellas.
Levantaron
tiendas de campaña y allí estuvieron distrayéndose durante nueve días con
diversos juegos; pero el Zarevitz como un lobo hambriento, no podía apartar sus
ojos de la Zarevna ,
y por mucho que miraba nunca estaba satisfecho. Por fin, el décimo día, cuando
todo el mundo dormía en la dorada corte de la Zarevna , el joven espoleó
el caballo con todo su fuerza, y de un brinco fue a parar al jardín del
departamento de las doncellas de compañía; ató las riendas de su caballo a un
poste y con las precauciones de un ladrón se introdujo en el palacio y se
encaminó directamente al aposento principesco, donde la Zarevna Belleza
Inextinguible, tendida en un blando lecho, dormía su sueño heroico.
El
Zarevitz cogió el frasco del agua de la vida que la durmiente guardaba bajo la
almohada, con propósito de escapar de allí corriendo; pero aquel acto era
demasiado tentador para su corazón de doncel e inclinándose sobre la Zarevna besó tres veces
sus labios, más dulces que la miel. Pero no bien hubo salido del palacio y hubo
brincado por encima del muro, montado en su brioso corcel, se despertó la
princesa a causa de los besos.
Belleza
Inextinguible montó de un salto su yegua veloz como el viento y se lanzó en
persecución del Zarevitz Iván. Éste estimulaba a su brioso corcel, tirando de
las riendas de seda y golpeando sus ijares con el látigo hasta que el animal
volvió la cabeza para hablarle de esta manera:
-¿Qué
sacarás con pegarme, Zarevitz Iván? Ni las aves del aire ni las bestias de la
selva podrían escapar ni burlar a esa yegua. ¡Corre tanto, que la tierra
tiembla, cruza los ríos de un salto y las colinas y las cañadas desa-parecen
bajo sus patas!
Apenas
dichas estas palabras, la
Zarevna dio alcance al joven; asestó contra él su espada
vibrante y le atravesó el pecho. El Zarevitz Iván cayó del caballo a la húmeda
tierra, sus claros ojos se cerraron, su sangre moza manaba por la herida.
Belleza Inextinguible lo contempló un momento y experimentó una pena indecible,
pues comprendió que en todo el mundo no encontraría un joven tan hermoso como
aquél. Puso su blanca mano sobre la herida, la lavó con agua de la vida vertida
del frasco, y al momento se cicatrizó la herida y se levantó el Zarevitz Iván,
sano y salvo.
-¿Quieres
casarte conmigo?
-¡Es
mi mayor deseo, Zarevna!
-Pues
vuélvete a tu reino y si dentro de tres años no me has olvidado, seré tu mujer
y tú serás mi marido.
Los
prometidos se despidieron y se alejaron en diferentes direcciones. El Zarevitz
Iván caminó mucho tiempo y vio muchas cosas, y por fin llegó ante una tienda de
campaña sostenida por un mástil dorado, y junto a la tienda vio dos hermosos
caballos que se alimentaban de trigo candeal y se abrevaban en aguamiel, y en
la tienda estaban sus dos hermanos tumbados a la bartola, comiendo y bebiendo y
entreteniéndose en mil diversiones. Y el mayor de los hermanos le preguntó así
que lo vio:
-¿Traes
el agua de la vida para nuestro padre?
-¡Sí!
-contestó Iván, que no acostumbraba guardar secretos y en todo era sincero.
Sus
hermanos lo invitaron a comer con ellos, lo embriagaron y lo arrojaron por un
precipicio, después de quitarle el frasco del agua de la vida.
El
Zarevitz Iván rodó por la pendiente al fondo de un abismo muy hondo, tan hondo
que fue a parar al Reino Subterráneo. "¡Esto sí que es desgracia! -Pensó
para sí.- ¡Nunca encontraré el camino que pueda sacarme de aquí!" Y se
puso a andar por el Reino Subterráneo. Anda que andarás, anda que andarás vio
que el día iba menguando, menguando, hasta que fue completamente noche. Por fin
llegó a un lugar que no era desierto, y junto al mar había un castillo como una
ciudad y una choza como una mansión. El Zarevitz Iván se acercó a buen paso a
un pajar y desde el pajar se introdujo en la choza, rogando a Dios que le
concediera un descanso reparador aquella noche.
Pero
en la choza vivía una vieja, muy vieja, muy vieja, toda llena de arrugas y con
el pelo blanco, que le dijo:
-¡Buenos
noches, amiguito! Sé bien venido, puedes descansar aquí, pero, dime: ¿cómo has
llegado?
-Muchos
años tienes, abuela, pero tu pregunta no denota mucho seso. Lo primero que
deberías hacer es darme de comer y de beber y dejarme dormir, y luego me harás
las preguntas que quieras.
La
vieja le sirvió enseguida de comer y de beber, dejó que se acostase a dormir, y
luego volvió a preguntar. Y el Zarevitz le contestó:
-Estuve
en el Reino de Tres Veces Diez como huésped de la Zarevna Belleza
Inextinguible y ahora regreso a casa de mi padre el Zar Afron; pero me he
perdido. ¿No podrías enseñarme el camino que me lleve a casa?
-¿Cómo
voy a enseñarte lo que yo misma desconozco, Zarevitz? Llevo las nueve décimas
partes de mis años viviendo en esta tierra y nunca había oído hablar del Zar
Afron. Bueno, duerme en paz y mañana llamaré a mis mensajeros y tal vez alguno
de ellos lo sepa.
Al
día siguiente, el Zarevitz se levantó muy temprano, se lavó bien y salió con la
vieja a una galería, desde donde ella gritó con voz penetrante:
-¡Eh,
eh! ¡Peces que nadáis en el mar y reptiles que os arrastráis en la tierra, mis
fieles servidores, reuníos aquí al momento sin que falte ni uno de vosotros!
Inmediatamente
se produjo una viva agitación en las azules aguas del mar y todos los peces,
grandes y pequeños, se reunieron; tampoco faltaban los reptiles. Todos se
acercaron a la orilla por debajo del agua.
-¿Sabe
alguno de vosotros en qué parte del mundo habita el Zar Afron y qué camino
lleva a sus dominios?
Y
todos los peces y reptiles contestaron a una voz:
-Ni
lo hemos visto con los ojos ni nos ha llegado la noticia a los oídos.
Entonces
la vieja se volvió al otro lado y gritó:
-¡Eh!
¡Animales que andáis sueltos por los bosques, aves que voláis por el aire, mis
fieles servidores, volad y corred aquí al momento sin que falte ni uno de
vosotros!
Y
las bestias salieron corriendo del bosque a manadas y las aves acudieron a
bandadas, y la vieja les preguntó por el Zar Afron, y todos a una voz le
contestaron:
-Ni
lo hemos visto con los ojos ni ha llegado la noticia a nuestros oídos.
-Y
bien, Zarevitz, ya no queda nadie por preguntar, y ya ves lo que han contestado
todos.
Y
ya se volvían a la choza, cuando se oyó un ruido como si alguien rasgase el
aire, y el pájaro Mogol apareció volando y oscureciendo el día con sus alas y
fue a posarse junto a la choza.
-¿Dónde
estabas tú y por qué has tardado tanto? -le chilló la vieja.
-Estaba
volando muy lejos de aquí, sobre el reino del Zar Afron, que se halla al
extremo opuesto del mundo.
-¡Caramba!
¡Sólo tú me hacías falta! Si quieres hacerme ahora un favor que te agradeceré
mucho, conduce allá al Zarevitz Iván.
-Con
mucho gusto te serviría, pero necesito montones de carne, porque hay que pasar
tres días volando para ir allá.
-Te
daré toda la que necesites.
La
vieja preparó provisiones para el viaje del Zarevitz Iván. Colocó sobre el
pájaro un tonel de agua y sobre el tonel una banasta llena de carne. Luego
entregó al joven una barra de hierro puntiagudo y le dijo:
-Mientras
vueles a caballo del pájaro Mogol, siempre que éste vuelva la cabeza y te mire,
metes este hierro en la banasta y le das un trozo de carne.
El
Zarevitz dio las gracias a la vieja y se acomodó sobre el lomo del enorme
pájaro, que inmediatamente desplegó las alas y emprendió el vuelo. Vuela que
volarás, vuela que volarás, se pasaba el tiempo y venía la gana, y siempre que
el animal se volvía a mirar al Zarevitz, éste hundía la barra de hierro en la
carne, sacaba un tasajo y se lo alargaba. Al fin, el Zarevitz Iván vio que la
banasta estaba casi vacía y dijo al pájaro Mogol:
-Mira,
pájaro Mogol, ya te queda muy poco alimento; desciende a tierra y te llenaré la
banasta de carne fresca.
Pero
el pájaro Mogol contestó diciendo:
-¿Estás
loco, Zarevitz Iván? A nuestros pies se extiende un bosque negro y espantoso
que está cuajado de ciénagas y lodazales. Si descendiésemos en él ni tú ni yo
saldríamos en toda nuestra vida.
Cuando
ya no quedaba ni un pedazo de carne, el Zarevitz empujó la banasta y el tonel y
los arrojó al espacio; pero el pájaro Mogol seguía volando y volvía la cabeza
pidiendo más comida. ¿Qué hacer en semejante situación? El Zarevitz Iván se
quitó el calzado de piel de becerro y poniéndolo en la punta de la barra de
hierro lo presentó al voraz animal que se lo tragó. Poco después descendía con
su preciosa carga para descansar de su largo vuelo en un verde prado sembrado
de azules flores. Apenas el Zarevitz Iván hubo saltado al suelo, el pájaro
Mogol devolvió las botas de piel de becerro, calzó a su dueño, las humedeció
con su saliva, y el Zarevitz se alejó caminando aligerado y reconfortado.
Llegó
a la corte del Zar Afron, su padre, y vio que algo extraordinario ocurría en la
ciudad. Por las calles todo era grupos de gente que iban de un lado a otro y
los sabios consejeros del Zar, vagaban como desconcertados haciendo preguntas a
cuantos hallaban al paso y moviendo sus canosas cabezas como si hubieran
perdido el juicio. El Zarevitz preguntó al primer ciudadano que encontró:
-¿A
qué se debe esta agitación que se nota en la ciudad?
Y
el buen ciudadano le contestó:
-La Zarevna Belleza
Inextinguible nos ha declarado la guerra y ha venido contra nosotros con un
ejército innumerable en cuarenta naves. Exige que el Zar le entregue al
Zarevitz Iván que la despertó hace tres años besándole los labios que son más
dulces que la miel, y si no se lo entrega entrará en nuestro país a sangre y
fuego.
-¡Caramba!
¡Me parece que no he podido llegar más a tiempo! Quiero a esa Zarevna tanto
como ella me quiere a mí.
Inmediatamente
se dirigió a bordo de la nave de la
Zarevna donde los dos jóvenes se abrazaron cariñosamente.
Luego fueron juntos a la iglesia donde recibieron la corona nupcial, y desde
allí se dirigieron a presencia del Zar Afron y se lo contaron todo.
El
Zar Afron expulsó a sus hijos mayores de la corte, los desheredó y vivió con su
hijo menor en completa felicidad y lleno de prosperidades.
062. Anonimo (rusia)
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