Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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domingo, 10 de junio de 2012

«El puig de maria»


Los moros, que no habían encajado todavía el golpe que les -supuso perder la isla bajo la espada de Jaime I, maquinaban con­tinuamente la forma de recuperarla, amenazando los pueblos ribe­reños y haciendo circular la noticia de que el Garbí o Emperador de Marruecos, armaba una poderosa escuadra para emprender la reconquista. Las prevenciones que ordenó el reformador, manda­do por Pedro IV, Felipe de Boil, las continuas levas, las requisas de víveres y los cuantiosos impuestos para pagar y alimentar a la tropa, pusieron al borde del colapso la normal existenciá de los mallorqui-nes, desorientados, abandonados a su suerte y sin saber qué partido tomar. Y por si no fuera bastante, llegó el desgracia­do año de 1348 con una peste, que en sólo cosa de meses, se llevó al otro mundo a más de quince mil mallorquines y dejó en el es­tado que es de suponer a las tierras de Mallorca.
Pollença no quedó al margen de la lista de padecimientos que sufrió la mayor parte de la Isla. La conquista de su castillo roquero, donde se habían encerrado los legitimistas, partidarios del des-tronado Jaime, no fue empresa nada fácil para las huestes del de Aragón y constituyó una prueba de heroísmo que los po­llensines dieron a toda Mallorca. Pero la absoluta nobleza y fide­lidad a su rey les valió, una vez reducidos, el sufrimiento de una furibunda repre-sión. Por su parte, la peste, se lleva por igual a jaimistas y arago-nistas, Felipe de Boil, el reformador, es una de sus primeras víctimas y, tras él, muchos mallorquines que no al­canzaron a ver como, un año después, el legítimo rey de Mallorca, Jaime III, llega a Formentor y toma tierra con más de dos mil in­fantes y gente de a caballo. Lucha dos días por Pollença y la to­ma al fin, dejándola sumida en la miseria y la destrucción. Jai­me, sin darse tregua, ebrio de victoria y sin tomar demasiadas precauciones, toma el camino de Ciutat a la que no llegará nunca porque la muerte le espera cerca de Llucmajor.

* * *
Pero retornemos a Pollenca. Alejadas de las cosas del mundo, lejos de guerras y pasiones, tres mujeres, Flora Ricomana, su hija Simona y Aldonza Albertí, viven en el Puig de Ca'n Sales, una existencia eremítica. Como tantas otras veces, el sábado 25 de Marzo de 1348, un día después de que el reformador Boil en­tregara su alma a Dios, vieron brillar con más fuerza una luz que, bajando del cielo, acababa por posarse sobre unas peñas del vecino monte. No pudiendo contener por más tiempo su ex­trañeza, fueron hasta el pueblo y contaron al párroco aquellas raras visiones. A la mañana siguiente, cruz alzada y en procesión, los Jurados, el clero y un numeroso grupo de pollensines, suben al monte acompañando a las tres ermitañas. Es la voz de un niño la que grita: «¡milagro!», y llegados todos junto a un gran lentisco, descubren bajo sus ramas, una imagen tallada en piedra de la Virgen María; lleva el Niño en brazos que sujeta con sus ma­nitas un jilguero.
Pueblo, Jurados y clero caen de rodillas y entonan el canto de la Salve. Quieren llevarse luego la imagen al pueblo y colocar­la en un lugar principal de la iglesia; pero, por más esfuerzos que hicieron, la imagen, aún sin estar fijada al suelo, se hacía con cada intento más pesada y no hubo forma de sacarla del len­tisco que la cubría. Com-prendieron entonces que era voluntad de la Señora el quedarse en el lugar donde había sido hallada.
Se tomó la decisión de levantar allí mismo una capilla y, en tanto esperaban el permiso del obispo, dejaron la imagen, recu­bierta con la bandera que habían subido en procesión.
No tardó. el prelado en dar su consentimiento y, cinco días después, los pollensines podían levantar la ermita a la «Mare-de­-Deú trobada». El pueblo de Polleça, mansamente, se encamina de nuevo al «Puig» llevando, además de la cruz alzada y los pen­dones, todo lo necesario para empezar la obra el mismo día. Se celebra la Santa Misa y justo en el momento de la elevación, an­te los ojos asombrados de todos los presentes, la hostia consagra­da se desprende de las manos del celebrante y emprende un vuelo, señalando los límites de lo que Dios quería que fuera, no ya una ermita, sino un santuario para su Madre. Lentamente regresó la hostia a las manos del sacerdote que terminó el santo sacrificio seguido con gran devoción por los asistentesjde rodillas sobre las piedras de lo que ya era el Puig de Maria.
Enterado Pedro IV del prodigioso hecho, quiso pagar de su real: patrimonio el coste de las obras que alcanzó los cien mil ducados. El obispo Berenguer Balle encargó la custodia de la ima­gen a Flora Ricomana nombrándola superiora de aquella pequeña comunidad que iría creciendo poco a poco bajo la regla de San Pedro, hasta que en 1388, el papa Clemente VII la trocó por la de San Agustín.
En el santuario se sigue la vida de piedad, hasta que en 1564, el obispo Diego de Arnedo, siguiendo las instrucciones del Concilio de Trento, ordenó a la comunidad de religiosas abando­nar el monasterio y trasladarse a Ciutat. Las monjas abandonan el Puig y su santuario que, en poco tiempo, ve malvendidas sus riquezas y hecha almoneda de sus pertenencias, incluso por quie­nes debían velar por ellas. El monasterio deviene pronto una las­timosa ruina. Se arrancan puertas; se retiran campanas y ver­jas, tapices, ornamentos y lámparas. Todo se compra y se vende sin demasiados miramientos. Pero cuando mossén Más quiso lle­varse la imagen de la Virgen y la levantó para sacarla fuera, ésta se tornaba cada vez más pesada hasta que, ya en la puerta y aca­badas sus fuerzas, cayó al suelo con ella abriéndose una herida en la cabeza. Asombrado el presbítero por aquel hecho, sólo tuvo fuerzas para pedir ayuda y devolver la imagen a su camarín, cons­tatando que a cada paso que retrocedían, la figura sé iba volvien­do más ligera. Allí la dejaron comprendiendo la voluntad de la Virgen de quedarse -donde se había encontrado- con su pue­blo.
Y allá la encontraréis, todavía, a aquella que Costa y Llobera describió como:

La dolça imatge antiga:
La cara afable, tota somriu.
I essent de pedra par que vos diga:
Som vostra Mare, fillets, veniu.

Fuentes:
A. Campaner: Cronicón Mayoricense.
Diego Zaforteza y Musoles: Del Puig de Pollensa al Puig del Sitjar.
Nicolás Prats, Pbro.: Mallorca, descripción de 1817.
Varios autores: Las ermitas de Mallorca y Menorca (Col. Panorama Ba­lear, T. 5).

092. Anonimo (balear-mallorca-polleça)

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