Los moros, que no habían
encajado todavía el golpe que les -supuso perder la isla bajo la espada de
Jaime I, maquinaban continuamente la forma de recuperarla, amenazando los
pueblos ribereños y haciendo circular la noticia de que el Garbí o Emperador
de Marruecos, armaba una poderosa escuadra para emprender la reconquista. Las
prevenciones que ordenó el reformador, mandado por Pedro IV, Felipe de Boil,
las continuas levas, las requisas de víveres y los cuantiosos impuestos para
pagar y alimentar a la tropa, pusieron al borde del colapso la normal
existenciá de los mallorqui-nes, desorientados, abandonados a su suerte y sin
saber qué partido tomar. Y por si no fuera bastante, llegó el desgraciado año
de 1348 con una peste, que en sólo cosa de meses, se llevó al otro mundo a más
de quince mil mallorquines y dejó en el estado que es de suponer a las tierras
de Mallorca.
Pollença no quedó al
margen de la lista de padecimientos que sufrió la mayor parte de la Isla. La conquista de su
castillo roquero, donde se habían encerrado los legitimistas, partidarios del
des-tronado Jaime, no fue empresa nada fácil para las huestes del de Aragón y
constituyó una prueba de heroísmo que los pollensines dieron a toda Mallorca.
Pero la absoluta nobleza y fidelidad a su rey les valió, una vez reducidos, el
sufrimiento de una furibunda repre-sión. Por su parte, la peste, se lleva por
igual a jaimistas y arago-nistas, Felipe de Boil, el reformador, es una de sus
primeras víctimas y, tras él, muchos mallorquines que no alcanzaron a ver
como, un año después, el legítimo rey de Mallorca, Jaime III, llega a Formentor
y toma tierra con más de dos mil infantes y gente de a caballo. Lucha dos días
por Pollença y la toma al fin, dejándola sumida en la miseria y la
destrucción. Jaime, sin darse tregua, ebrio de victoria y sin tomar demasiadas
precauciones, toma el camino de Ciutat
a la que no llegará nunca porque la muerte le espera cerca de Llucmajor.
* * *
Pero retornemos a Pollenca.
Alejadas de las cosas del mundo, lejos de guerras y pasiones, tres mujeres,
Flora Ricomana, su hija Simona y Aldonza Albertí, viven en el Puig de Ca'n Sales, una existencia
eremítica. Como tantas otras veces, el sábado 25 de Marzo de 1348, un día
después de que el reformador Boil entregara su alma a Dios, vieron brillar con
más fuerza una luz que, bajando del cielo, acababa por posarse sobre unas peñas
del vecino monte. No pudiendo contener por más tiempo su extrañeza, fueron
hasta el pueblo y contaron al párroco aquellas raras visiones. A la mañana
siguiente, cruz alzada y en procesión, los Jurados, el clero y un numeroso
grupo de pollensines, suben al monte acompañando a las tres ermitañas. Es la
voz de un niño la que grita: «¡milagro!», y llegados todos junto a un gran lentisco,
descubren bajo sus ramas, una imagen tallada en piedra de la Virgen María ; lleva
el Niño en brazos que sujeta con sus manitas un jilguero.
Pueblo, Jurados y clero
caen de rodillas y entonan el canto de la Salve. Quieren
llevarse luego la imagen al pueblo y colocarla en un lugar principal de la
iglesia; pero, por más esfuerzos que hicieron, la imagen, aún sin estar fijada
al suelo, se hacía con cada intento más pesada y no hubo forma de sacarla del
lentisco que la cubría. Com-prendieron entonces que era voluntad de la Señora el quedarse en el
lugar donde había sido hallada.
Se tomó la decisión de
levantar allí mismo una capilla y, en tanto esperaban el permiso del obispo,
dejaron la imagen, recubierta con la bandera que habían subido en procesión.
No tardó. el prelado en
dar su consentimiento y, cinco días después, los pollensines podían levantar la
ermita a la «Mare-de-Deú trobada». El pueblo de Polleça, mansamente, se
encamina de nuevo al «Puig» llevando, además de la cruz alzada y los pendones,
todo lo necesario para empezar la obra el mismo día. Se celebra la Santa Misa y justo en
el momento de la elevación, ante los ojos asombrados de todos los presentes,
la hostia consagrada se desprende de las manos del celebrante y emprende un
vuelo, señalando los límites de lo que Dios quería que fuera, no ya una ermita,
sino un santuario para su Madre. Lentamente regresó la hostia a las manos del
sacerdote que terminó el santo sacrificio seguido con gran devoción por los
asistentesjde rodillas sobre las piedras de lo que ya era el Puig de Maria.
Enterado Pedro IV del
prodigioso hecho, quiso pagar de su real: patrimonio el coste de las obras que
alcanzó los cien mil ducados. El obispo Berenguer Balle encargó la custodia de
la imagen a Flora Ricomana nombrándola superiora de aquella pequeña comunidad
que iría creciendo poco a poco bajo la regla de San Pedro, hasta que en 1388,
el papa Clemente VII la trocó por la de San Agustín.
En el santuario se sigue
la vida de piedad, hasta que en 1564, el obispo Diego de Arnedo, siguiendo las
instrucciones del Concilio de Trento, ordenó a la comunidad de religiosas
abandonar el monasterio y trasladarse a Ciutat.
Las monjas abandonan el Puig y su santuario que, en poco tiempo, ve malvendidas
sus riquezas y hecha almoneda de sus pertenencias, incluso por quienes debían
velar por ellas. El monasterio deviene pronto una lastimosa ruina. Se arrancan
puertas; se retiran campanas y verjas, tapices, ornamentos y lámparas. Todo se
compra y se vende sin demasiados miramientos. Pero cuando mossén Más quiso llevarse la imagen de la Virgen y la levantó para
sacarla fuera, ésta se tornaba cada vez más pesada hasta que, ya en la puerta y
acabadas sus fuerzas, cayó al suelo con ella abriéndose una herida en la
cabeza. Asombrado el presbítero por aquel hecho, sólo tuvo fuerzas para pedir
ayuda y devolver la imagen a su camarín, constatando que a cada paso que
retrocedían, la figura sé iba volviendo más ligera. Allí la dejaron
comprendiendo la voluntad de la
Virgen de quedarse -donde se había encontrado- con su pueblo.
Y allá la encontraréis,
todavía, a aquella que Costa y Llobera describió como:
La dolça imatge antiga:
La cara afable, tota somriu.
I essent de pedra par que vos diga:
Som vostra Mare, fillets, veniu.
Fuentes:
A. Campaner: Cronicón Mayoricense.
Diego Zaforteza y
Musoles: Del Puig de Pollensa al Puig del
Sitjar.
Nicolás Prats, Pbro.: Mallorca, descripción de 1817.
Varios autores: Las ermitas de Mallorca y Menorca (Col.
Panorama Balear, T. 5).
092. Anonimo (balear-mallorca-polleça)
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