En mi
familia ya hemos perdido el acento y nadie diría que nuestros lejanos
antecedentes habían nacido en la extensa estepa meridional que se extiende
entre el Báltico y los Urales. Pero así fue. El último de la prole que aún
vivió y amó en Caricín, en la ribera del Volga, fue nuestro tatarabuelo Seguei.
Duras son las razones por las que tuvo que abandonar sus raíces, y extrañas,
quizá, las que le llevaron a asentarse en España y unir sus lazos a la meseta
castellana... Desde entonces, durante las últimas cuatro genera-ciones, de
padres a hijos, siempre nos ha gustado transmitir la historia de nuestro
tatarabuelo. El viejo Seguei había nacido al sur de la ribera oriental del
Volga, cerca de la región del Caúcaso. Como sus padres, y los padres de sus
padres, y aún incluso los padres de éstos, el viejo Serguei había dedicado su
vida a transformar la
madera. Como ya habréis imaginado, era carpintero. Fabricaba
desde muebles a hermosos juguetes, caballos de cartón y móviles, pasando por
silbatos tallados y hasta instrumentos musicales. Cada semana, nuestro
tatarabuelo, salía a recoger la madera necesaria para sus jornadas de trabajo.
La seleccionaba de forma precisa, y de una sola ojeada, sabía para qué podría
ser utilizada. Aquella noche había caído una abundante nevada. Sin embargo,
cuando los primeros rayos perezosos de sol comenzaron a despertar, y pese al
frío que helaba hasta el aliento, Seguei salió de la cabaña y recorrió
lentamente el camino hacía el bosque. El suelo y las hojas de los árboles
aparecían completamente pintados por la inmaculada nevada y aún incluso los
rayos del sol, que empezaban a despuntar, reflejaban y le deslumbraban con su
luz blanquecina. Serguei recorrió un largo camino y no encontró más que
pequeños maderos y tronchones que, como mucho le servirían para azuzar la
estufa de la casa. Aquel
no parecía que fuera a ser un día productivo porque los empleados de los
grandes aserraderos no habían dejado ningún tronco olvidado o podrido. De
pronto, en un claro del bosque, el viejo Serguei se fijó en un montón de nieve
que sobresalía en el llano. Se acercó pensando que se trataría de un animal
agazapado y al agacharse vio el más hermoso de los troncos que nunca antes
había recogido. La madera, blanquecina, parecía brillar bajo los primeros rayos
y del grueso del tronco surgía un halo de vida, casi tan intenso como el de los
oseznos al nacer. Serguei cogió con todas sus fuerzas el tronco en sus manos y
lo llevó a casa.
Pero, así,
con aquella fuerza que desprendía, el viejo Serguei no sabía qué fabricar con
él. Debía ser, sin duda, algo muy especial. Durante los siguientes dos días,
con sus respectivas noches, Serguei no podía comer, ni dormir, ni trabajar. Tal
era su obsesión por aquel tronco. Finalmente, una mañana, cuando había caído
rendido por el cansancio, despertó y decidió, sin más, que fabricaría una
muñeca. Aquel mismo día, puso el tronco sobre la mesa de trabajo y empezó a
tallarla suave y delicadamente. El trabajo, arduo, duró más de una semana y
cuando la terminó
Serguei se sintió tan orgulloso de su obra que decidió no
ponerla en venta y la guardó consigo... sin, duda, para que le acompañara en su
soledad. Le puso por nombre Matrioska. Cada mañana, Serguei se levantaba y la
saludaba cortésmente antes de iniciar sus tareas: -Buenos días, Matrioska-. Un
día tras otro repetía la misma cantinela, hasta que, de pronto, una mañana un
tenue susurro le respondió: -Buenos días, Serguei-. El viejo Serguei se quedó
tremenda-mente impresionado y repitió: -Buenos días, Matrioska... -Buenos
días, Segueí-, le contestó la muñeca, en un hilo de voz. Maravillado, Seguei se
acercó a la muñeca para comprobar que era ella quien hablaba y no sus viejos
oídos los que le jugaban una mala pasada y, desde aquel día, vio acompañada su
soledad por la
pequeña Matrioska , que era un pozo de palabras y risas, y le
distraía y alegraba en su trabajo diario. Eso sí, Matrioska sólo hablaba,
cuando los dos, carpintero y muñeca, estaban solos. Una mañana Matrioska
despertó muy triste. Serguei, que no tenía un pelo de tonto, había venido
observando la tristeza en los ojos de la muñeca desde hacía varias semanas.
Tras mucho rogarle, Matrioska, un poco avergonzada le explicó que ella veía
cada día por la ventana los pájaros con sus crías, los osos con sus oseznos, y
hasta las orugas parecías verse perseguidas por millones de oruguitas que se
enganchaban unas a otras formando una gran cordada... –Incluso tú- apuntó
Matrioska –tú me tienes a mí, pero yo también querría tener una hija-. -Pero
entonces- respondió Serguei- tendría que abrirte y sacar la madera de dentro de
ti, y sería doloroso y nada fácil- -Ya sabes que en la vida, las cosas
importantes, siempre suponen pequeños sacrificios-, respondió la dulce Matrioska. Y
así fue como el viejo Seguei abrió a Matrioska y extrajo cuidadosamente la
madera de su interior para hacer una muñeca, casi gemela, pero un poco más
pequeña a la que llamó Trioka. Desde aquel día, cada mañana, al levantarse,
saludaba: -Buenos días, Matrioska; Buenos días, Trioska- -Buenos días, Serguei;
Buenos días, Serguei-, respondían ellas al unísono. Ocurrió que también Trioska
sintió la necesidad de ser madre. De modo que el viejo Serguei extrajo la
madera de su interior y fabricó una muñeca, aún más pequeña, a la que puso por
nombre Oska. Al cabo de un tiempo también Oska quería tener su propia hija,
pero al abrirla Serguei se dio cuenta que sólo quedaba un mínimo pedazo de
madera, tan blanca como el primer día, pero del tamaño de un garbanzo. Sólo una
muñeca más podría fabricarse.
Entonces el
viejo Serguei tuvo una gran idea. Fabricó un pequeño muñeco, y antes de
terminarlo, le dibujó unos enormes bigotes y lo puso ante el espejo diciéndole:
-Mira Ka,... tú tienes bigotes. Eres un hombre, o sea que recuerda que no
puedes tener un hijo o una hija de dentro de ti-. Después abrió a Oska. Puso a
Ka dentro de Oska. Cerró a Oska, abrió a Trioska. Puso a Oska dentro de
Trioska. Cerró a Trioska, abrió a Matrioska. Puso a Trioska dentro de Matrioska
y cerró a Matrioska. Y esta es la historia de mi tatarabuelo Seguei y su muñeca
Matrioska.
Cuando
Serguei vino a España, Matrioska desapareció y nunca la hemos vuelto a
encontrar. Pero estoy seguro de que estará en alguna tienda de antigüedades o
en la estantería de alguna vieja librería. Si la encontráis no dudéis nunca en
darle en mayor cariño, porque ella no dudó en hacer el mayor de los sacrificios
por alcanzar algo tan importante como la maternidad.
062. Anonimo (rusia)
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