Aquella noche, como
tantas otras en el predio Galatzó, en la falda del puig del mismo nombre -la montaña
mallorquina tradicionalmente embrujada- se recortaba un rectángulo de luz en la
ventana del caserón. Fuera, la noche era cerrada y el silencio que envolvía
aquellos parajes, era roto a veces por el canto de una lechuza o desgarrado por
el aullido de un perro insomne y vigilante. Un viento helado bajaba ululando,
sacudiendo las cabelleras de las pinos y huyendo por el valle, seguido de sí
mismo, monótono, como una inacabable procesión de alocados espíritus.
La mujer, sentada frente
al fuego de la chimenea, no se sobre-saltó al sentir en su espalda aquél
hálito, frío como la muerte, ni la voz del aparecido que, como otras veces
penetrando a través de las rendijas de las cerradas puertas, venía de nuevo a
buscar junto a ella un instante de sosiego. Errabundo jinete en su caballo
verde envuelto en espantosas llamaradas, el espectro del caballero vagaba por
aquellas tierras que, años atrás, fueran objeto de su despótica tiranía.
Entre la mujer y el
espíritu, se entabló, como tantas otras noches, un patético diálogo:
-Què vetlau tota soleta, muller lleial?
-Què vetlau tota soleta, món desigual?
-Jo no vetl tota soleta, ai, mon Déu val!
-Qui teniu per companyia, muller lleial?...
-Déu i la Verge
María , mon Comte Mal...
-On teniu les vostres filles, muller lleial?...
-Dins l'estudi son qui dormen mon Comte Mal.
-Les me voleu deixar veure, muller lleial?
-Vós les me retgirarieu mon Comte Mal...
-Amb qué les retgiraría, muller lleial?
-Amb les flamades de foc; mon Comte Mal...
-Què es lo que duis en els ulls, mon Comte Mal?
-Males coses que he mirades, muller lleial...
-Què es lo que, duis en el nas, mon Comte Mal?
-Males coses que he olorades, muller lleial...
-Què duis vos a les orelles, mon Comte Mal?
-Males coses que he sentides, muller lleial...
-Què es lo que duis en el cap, mon Comte Mal?
-Mals pensaments que he tenguts, muller lleial...
-Què es lo duis als jonolls, mon Comte Mal?
-Mal ajonollat que he estat, muller lleial...
-Què es lo que duis en els peus, mon Comte Mal?
-Males pases que he donades, muller lleial...
-Jo sent rénou de cadenes, mon Comte Mal...
-Això son els meus cavalls, muller lleial...
-Los voleu donar civada, mon Comte Mal?
-Els no viuen de civada, muller lleial...
-Em voleu dir de que viuen, mon Comte Mal?
-D'animetes comdemnades, muller lleial...
-El gall canta i no te'n vas, mal esperit?
-El gall canta i no t'en,vas? ¡Ja es mitja nit!
-Digau per on he d'eixir, muller lleial...
-Per allà on sou entrat, mon Comte Mal...
-Per les juntes de les portes, muller lleial?
-Per les juntes de les portes, món desigual!
Y picando espuelas a su
flamígera cabalgadura, el Conde salió del aposento y se alejó, montaña arriba,
prosiguiendo su galopada. Un tenue soplo estremeció las llamas en el hogar y
la esposa siguió bordando de nuevo mientras una lágrima resbalaba lentamente
por su mejilla.
El perro se había dormido
y la noche era, al fin, tranquila y salpicada de sones de esquilas.
* * *
Henos aquí de nuevo ante,
otra leyenda llegada hasta nosotros por vía etiológica. No es propiamente
mallorquina su temática que se ha querido vincular a un Comte Arnau, catalán despótico y malvado, cuya existencia en
Cataluña resulta ser, también, un enigma. La canción, el romance que hemos
reproducido, fruto de la imaginación popular puede muy bien ser, al revés que
en otros casos, el origen de la leyenda que, como era de esperar, saltó pronto
a la Isla
encarnándose en un personaje que parecía estar hecho a la medida para encajar
completamente en ella.
Don Ramón Zaforteza
heredó de su padre sin haber cumplido aún los veinte años, entre otros
atributos y dignidades, el Condado de Santa María de Formiguera y la Cruz de Calatrava. Los
señores, con jurisdicción civil y criminal sobre sus súbditos usque ad efussionem sanguinis estaban ya
en franca decadencia ante las reivindicaciones, cada vez mayores, del pueblo
cansado de soportar sobre sus espaldas las cargas del señor y del rey. El
joven Conde recibió además la herencia de un largo pleito, instado por los
vecinos de la villa de Santa Margarita, contra el arbitrario despotismo que
desde tiempo inmemorial pesaba sobre ellos.
Tener que renunciar a las
prerrogativas que su condición de señor le confería sobre sus vasallos, no fue
aceptado de buen grado por el joven noble, decidido a mantener por la fuerza
sus derechos, desde el más humilde tributo en dinero o especie a la administración
suprema de la justicia, disponiendo a su criterio en la vida y la muerte de los
habitantes de sus dominios.
Para desgracia del Conde,
el jurado de Santa Margarita al que mandó arcabucear alevosamente en una
calleja de Palma, era familiar el Santo Oficio. Jaime Calafat, representando
los intereses de sus convecinos, seguía contra el noble el desarrollo del
pleito que debía llevarle a obtener más libertades para su pueblo, cuando el
Conde con algunos asalariados le acribillaron a traición. Antes de morir,
Calafat pudo revelar la identidad de sus agresores y la situación se torno más
comprometida para el de Formiguera al tomar la Inquisición cartas de
naturaleza en un nuevo proceso contra él. Luego de andar huido unas semanas por
lo más inhóspito de sus dominios, acabó entregándose voluntariamente en manos
de la justicia.
No era fácil juzgar a un
cruzado de Calatrava por procedimientos ordinarios si éste reclamaba un
veredicto del Consejo de Ordenes al que su condición le daba derecho. En tanto
se dirimían en la corte las pretensiones del Santo Oficio y de las órdenes de
caballería que intentaban substanciar para sí el proceso del cruzado, éste se
hallaba bajo arresto domiciliario en su propia casa de Palma donde una tarde,
con todo el esplendor de su rango, contrajo matrimonio con la joven Francisca
Sureda y Tomás con la que se hallaba prometido desde hacía tiempo. Pero la felicidad
de los jóvenes desposados no tuvo apenas tiempo de comenzar; a la mañana
siguiente, una orden del rey mandaba ir preso a Madrid al Conde de Formiguera
que permaneció encarcelado en la
Corte hasta obtener la libertad mediante el pago de una
cuantiosa fianza.
Perdidas sus
prerrogativas pero acrecentado su juicio con la madurez de los años, el Conde
se dedicó a servir a la corona con toda la entrega de que fue capaz. Sufragó
parte de los reales gastos, mantuvo ejércitos a su cargo y combatió, siempre
con denuedo y arrojo al frente de sus tropas. Su actuación y lo desinteresado
de sus servicios, le valieron ser distinguido con el cargo de Procurador Real
de Mallorca a donde regresó treinta y dos años después de su primera partida y
casado en segundas nupcias con la baronesa de Ampurias.
Alguien asegura que
nuestro Conde, que se había ganado en sus años mozos el calificativo de Mal, se hizo nuevamente acreedor a tal
epíteto cuando, investido ahora con la autoridad real, buscó a los
instigadores de su inicial infortunio y tomó cumplida venganza de ellos por los
más diversos conductos.
El romance, el conmovedor
e ingénuo diálogo que mantiene el Comte
Mal con su viuda en la noche de Galatzó y que hemos reproducido al
principio de esta historia, adjudica al personaje una existencia azarosa y un
tanto atormentada. Los versos pueden equivocarse y de hecho lo hacen cuando por
boca de la aparición, expresan el deseo de ver a las hijas; el Comte Mal no tuvo descen-dencia de
ninguno de sus dos matrimonios.
Si el lector pasa por
Santa Margarita durante la celebración de sus fiestas patronales, podrá
observar en Es Cos, donde se corren
las típicas carreras de cintas, sacos o pedestres, junto al sitio reservado a
la presidencia, una silla y una mesa vacías esperando a alguien que no se
sienta jamás en ellas. Eran las del Comte
Mal y hoy son del Conde de Formiguera, que sin haber renunciado a este.
privilegio, prefiere no hacer uso de él.
Fuentes:
El Comte Mal, poema en dotze cants
(Guillem Colom).
Agradecimiento:
D. Vicente Ferrer de Sant
Jordi, Conde de Santa María de Formiguera.
092. Anonimo (balear-mallorca-calviá)
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