Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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lunes, 11 de junio de 2012

La reina maria


Vivía en un lejano reino un zarevitz llamado Iván. Tenía el zarevitz tres hermanas: María, Olga y Ana. Antes de morir, sus padres dijeron al zarevitz:
“Casa a tus hermanas con el primero que pida su mano, no las tengas a tu lado mucho tiempo”.
Enterró el zarevitz a sus padres y, apenado, salió con sus hermanas a dar una vuelta por el jardín de palacio.
De pronto, un negro nubarrón cubrió el cielo y estalló una tormenta espantosa.
-Vamos a casa, hermanitas -dijo el zarevitz Iván.
Apenas si habían entrado en el palacio, cuando cayó un rayo, el techo se hendió y entró en el aposento en que se hallaban un halcón. El halcón se dejó caer con fuerza contra el piso y se convirtió en un apuesto galán, que dijo:
-Buenos días, zarevitz Iván, antes venía por aquí de visita, pero ahora he venido a pedir la mano de tu hermana María.
-Si mi hermana te quiere -respondió el zarevitz-, puede casarse contigo, yo no me opondré a su voluntad.
-La princesita María accedió. El halcón se casó con ella y se la llevó a su reino.
Fueron pasando las horas una tras otra, se sucedieron los días y transcurrió todo un año. El zarevitz Iván salió con sus hermanas a dar una vuelta por el jardín. De nuevo un negro nubarrón cubrió el cielo y estalló una tormenta acompañada de rayos y de torbellinos.
-Vamos a casa, hermanitas dijo el zarevitz.
Apenas si habían entrado en el palacio, cuando cayó un rayo, el techo se hendió y entró en el aposento un águila. El águila se dejó caer con fuerza contra el piso y se transformó en un apuesto galán.
-Buenos días, zarevitz Iván -dijo-, antes venía de visita pero ahora he venido a pedirte la mano de tu hermana Olga.
El zarevitz le respondió:
-Si te quiere, puede casarse contigo, yo no me opondré a su voluntad.
La princesita Olga accedió a casarse con el águila, que se la llevó a su reino.
Pasó otro año. El zarevitz Iván dijo a su hermana la menor:
-Vamos a dar una vuelta por el jardín.
Salieron a dar un paseo y, al poco, estallaba una tormenta acompañada de rayos y torbellinos.
-Volvamos a casa, hermanita -dijo el zarevitz.
Regresaron al palacio, pero antes de que tuvieran tiempo de sentarse, cayó un rayo, el techo se hendió y entró en el aposento un cuervo. El cuervo se dejó caer con fuerza contra el piso y se convirtió en un apuesto galán. Si los otros dos eran agraciados, éste lo era todavía más.
Antes, zarevitz Iván -dijo-, venía por aquí de visita, pero ahora he venido a pedirte la mano de tu hermana Ana.
-Si te quiere -respondió el zarevitz-, puede casarse contigo, yo no me opondré a su voluntad.
La princesita Ana se casó con el cuervo, que se la llevó a su reino.
El zarevitz Iván se quedó solo. Vivió un año entero sin ver a sus hermanas y empezó a echarlas de menos.
-Iré a ver a mis hermanitas -dijo el zarevitz.
Se puso en camino y a los pocos días vio en un campo multitud de guerreros muertos. Gritó:
-¿Queda vivo alguien que pueda decirme quién ha exterminado estas mesnadas?
-Estas grandes mesnadas -respondió un guerrero que todavía un había muerto-las ha exterminado la bella reina María.
Siguió el zarevitz Iván su camino y llegó a un campamento con blancas tiendas de campaña. Salió a su encuentro la bella reina María.
-Buenos días, zarevitz -dijo-, ¿vas por esos mundos de buen grado o no?
El zarevitz le respondió:
-Los valientes no viajan de mal grado.
-En fin, si no tienes prisa, puedes pasar unos días en mi campamento.
El zarevitz aceptó gustoso la invitación y pasó dos días con sus noches en el campamento. La reina se enamoró de él y se casaron.
La bella reina María llevó al zarevitz a su reino. Vivieron tranquilamente durante algún tiempo, hasta que ella resolvió emprender una guerra. Dejó el reino confiado al zarevitz Iván y le dijo antes de partir:
-Anda por todas partes, vigílalo todo, pero no se te ocurra entrar en este desván.
Intrigado, el zarevitz abrió la puerta del desván, en Cuanto la bella reina María se hubo marchado, y vio que allí sujeto con doce cadenas, pendía Koschéi el Inmortal.
Koschéi imploró al zarevitz Iván:
-Compadécete de mí, dame agua, llevo aquí diez años sin comer ni beber, tengo la garganta seca, seca como un estropajo.
El zarevitz le dio un cubo de agua.
Koschéi se la bebió y dijo:
-Un cubo es poco para mitigar mi sed; dame otro.
El zarevitz le ofreció otro cubo de agua. Koschéi se lo bebió y pidió más. Cuando se hubo bebido el tercer cubo, recobró sus fuerzas, tiró de las doce cadenas y las partió.
-Gracias, zarevitz Iván -dijo Koschéi-, ya puedes despedirte para siempre de la reina María, que no la volverás a ver.
Koschéi salió por la ventana transformado en un torbellino, dio alcance a la bella reina María y se la llevó a sus dominios.
El zarevitz Iván vertió amargas lágrimas y se puso en camino, diciéndose: “¡Cueste lo que cueste, encontraré a la reina María!”
Tres días llevaba cabalgando cuando vio un palacio maravilloso, ante el que se alzaba un roble con un halcón posado en una rama. El halcón se dejó caer del árbol al suelo y quedó convertido en un apuesto galán, que gritó:
-¡Oh, mi querido cuñado!
Salió presurosa María, acogió llena de gozo al zarevitz Iván, le preguntó por su salud y luego le contó su vida desde que se habían separado. El zarevitz Iván pasó en el palacio tres días y dijo:
-No puedo quedarme más tiempo, voy en busca de mi mujer, la bella reina María.
-Difícil te será encontrarla -le dijo el halcón-. Deja aquí por si acaso, tu cuchara de plata, la miraremos y te recordaremos.
El zarevitz Iván dejó al halcón la cuchara de plata y prosiguió su viaje.
Al amanecer del tercer día vio un palacio todavía más hermoso; ante el palacio se alzaba un roble, y en el árbol había posada un águila.
El aguila se dejó caer al suelo y quedó convertida en un apuesto galán, que gritó:
-¡Levántate, Olga, que ha venido a vernos nuestro querido hermano!
Olga salió al instante, colmó de besos a su hermano, le preguntó por su salud y le contó su vida. El zarevitz Iván pasó tres días en el palacio y dijo:
-No puedo estar con vosotros más tiempo, debo buscar a mi mujer, la bella reina María.
El águila observó:
-Te será difícil encontrarla. Deja aquí tu tenedor de plata, lo miraremos y te recordaremos.
El zarevitz Iván dejó allí su tenedor de plata y prosiguió su camino.
Al amanecer del tercer día vio un palacio más bello todavía que los dos anteriores. Ante el palacio había un roble. Un cuervo estaba posado en el árbol.
El cuervo se dejó caer del roble al suelo y quedó convertido en un apuesto galán, que gritó:
-Ana, sal corriendo, que ha venido a vernos nuestro hermano.
Ana salió presurosa, acogió llena de gozo al zarevitz Iván, lo colmó de besos, le preguntó por su salud y le contó su vida.
El zarevitz Iván pasó en el palacio tres días y dijo:
-Perdonad, pero debo ir en busca de mi mujer, la bella reina María.
El cuervo respondió:
-Te será difícil encontrarla. Deja aquí tu tabaquera de plata, la miraremos y te recordaremos.
El zarevitz Iván dio al cuervo su tabaquera de plata, se despidió y reanudó su viaje.
A los tres días llegó a donde estaba la reina Maria.
Al ver a su amado esposo, María se precipitó a su encuentro y dijo, anegada en llanto:
-¡Ay, zarevitz Iván! ¿por qué no me hiciste caso?, ¿por qué abriste el desván y dejaste escapar a Koschéi el Inmortal?
-Perdona, María, ¡a lo hecho, pecho! Vente conmigo ahora que no está Koschéi, quizás no nos alcance.
Se pusieron en camino. Koschéi estaba de caza. Al atardecer, cuando regresaba, su caballo tropezó de pronto.
-¿Por qué tropiezas, jamelgo famélico? -preguntó Koschéi ¿es que presientes alguna desgracia?
El caballo le respondió:
-Ha venido el zarevitz Iván y se ha llevado a la reina María.
-¿Podremos alcanzarles?
-Los alcanzaremos incluso si antes de emprender la persecución sembramos trigo, esperamos a que madure, lo segamos, lo trillamos, lo molemos, cocemos cinco hogazas y las comemos después.
Koschéi picó espuelas y dio alcance al zarevitz Iván.
-Mira, zarevitz -dijo-, la primera vez te perdono por tu bondad, porque me diste de beber; volveré a perdonarte otra vez, pero a la tercera, ten cuidado, que te descuartizaré.
En fin, Koschéi se llevó a la reina María, y el zarevitz Iván se quedó llorando, sentado en una piedra.
Cuando sus lágrimas se secaron, volvió sobre sus pasos en busca de la reina María. Koschéi el Inmortal no estaba en casa.
-¡Vámonos, María! -dijo el zarevitz.
-¡Ay, zarevitz Iván, volverá a alcanzarnos! -exclamó la reina.
No importa; por lo menos, pasaremos juntos unas horas -respondió el zarevitz.
En fin, se pusieron en camino.
Koschéi regresaba a casa cuando su caballo tropezó de pronto.
-¿Por qué tropiezas, jamelgo famélico? ¿Es que presientes alguna desgracia? -preguntó Koschéi.
El caballo respondió:
-Ha venido el zarevitz Iván y se ha llevado a la reina María.
-¿Podremos alcanzarles?
-Los alcanzaremos incluso si antes de emprender la persecución sembra-mos cebada, esperamos a que madure, la segamos, la trillamos, hacemos cerveza, nos embriagamos con ella y dormimos después la borrachera.
Koschéi picó espuelas y dio alcance al zarevitz Iván.
-¿No te advertí de que te despidieras para siempre de la reina María? -dijo Koschéi al zarevitz, y se llevó a la reina.
El zarevitz Iván se quedó solo, llorando desconsolado, y luego volvió sobre sus pasos para llevarse otra vez a su mujer. Cuando llegó, Koschéi no estaba en casa.
-¡Vámonos, María! -dijo el zarevitz.
-¡Ay, zarevitz Iván! -exclamó la reina-, Koschéi nos dará alcance y te descuartizará.
- Que me descuartice; de todos modos, no puedo vivir sin ti.
Se pusieron en camino. Koschéi regresaba a casa cuando su caballo tropezó.
-¿Por qué has tropezado? ¿Es que presientes alguna desgracia? -preguntó Koschéi.
El caballo respondió:
- Ha venido el zarevitz Iván y se ha llevado a la reina María.
Koschéi picó espuelas, dio alcance al zarevitz Iván, lo descuartizó y metió los pedazos en un barril lleno de pez. Luego tomó el barril, lo reforzó con aros de hierro y lo arrojó al mar azul. Hecho esto, Koschéi sc llevó a la reina María.
Vieron los cuñados del zarevitz Iván que los objetos de plata que él les había dejado se ponían negros.
-¡Ay -dijeron-, se ve que le ha ocurrido una desgracia!
El águila voló al mar azul y sacó el barril a la orilla.
El halcón voló por agua de la vida, y el cuervo, por agua de la muerte.
Se reunieron los tres en un mismo sitio, rompieron el barril, sacaron los pedazos del zarevitz Iván, los lavaron y los dispusieron como correspondía.
El cuervo los roció con agua de la muerte, y los pedazos se pegaron. El halcón los roció con agua de la vida, y el zarevitz Iván se estremeció y abrió los ojos. Luego, se levantó y dijo:
-Cuánto tiempo he estado dormido!
-Más hubieras estado de no ser por nosotros -le respondieron sus cuñados-. ¡Ea, vámonos!
-No puedo, hermanos, debo ir en busca de la reina María.
Llegó el zarevitz a donde estaba la reina María y le dijo:
-Pregúntale a Koschéi el Inmortal de dónde ha sacado un caballo tan veloz.
La reina María aprovechó una ocasión propicia y preguntó a Koschéi de dónde había sacado aquel caballo.
-Lejos, muy lejos -respondió Koschéi-, en un reino situado en la orilla opuesta del Río de Fuego, vive la bruja Yagá. Tiene la bruja una yegua en la que, cada día, recorre el mundo de punta a punta. l’osce otras muchas yeguas magníficas. Fui tres días yegüerizo suyo y no dejé escapar ni una sola bestia. La bruja Yagá me regaló por eso un potrillo.
-¿Y cómo cruzaste el Río de Fuego?
Tengo un pañuelo mágico. Basta con sacudirlo hacia la derecha tres veces para que se tienda un puente muy alto, al que el fuego no llega. 
María contó todo al zarevitz Iván y, además, le dio el pañuelo, se las había ingeniado para sustraérselo a Koschéi.
El zarevitz Iván cruzó el Río de Fuego y se dirigió a donde vivía la bruja Yagá. Tuvo que caminar mucho, sin comer ni beber nada. De pronto vio un ave rara con sus polluelos. El zarevitz Iván
-Mc comeré un polluelo.
-No te lo comas, Iván zarevitz -imploró el ave-, que dentro de poco te seré útil.
Prosiguió el zarevitz su camino. Al cruzar un bosque descubrió un panal, y dijo:
-Comeré un poco de miel.
La reina del panal le imploró:
-No toques mi miel, zarevitz Iván, que dentro de poco te seré útil. El zarevitz Iván no tocó la miel y siguió adelante. Al poco veía una leona con un leoncillo.
-Me comeré el leoncillo -dijo el Zarevitz-, pues me caigo de hambre.
-No toques mi leoncillo, zarevitz Iván -imploró la leona- que dentro de poco te seré útil.
El zarevitz siguió hambriento su camino y, por fin, llegó a donde vivía la bruja Yagá. En torno a la casa había hincadas en el suelo doce estacas, y en once de ellas podía verse sendas calaveras.
-¡Buenos días, abuela!
-¡Buenos días, zarevitz Iván! ¿Has venido de buen grado o traído por la necesidad?
-He venido para merecerme un buen caballo.
-Con mil amores, zarevitz; para eso no tendrás que estar a mi servicio un año, sino tan sólo tres días. Si no se te pierde ninguna de mis yeguas, te daré un buen caballo, pero si se te escapa alguna, tu cabeza coronará la estaca libre.
El zarevitz Iván aceptó las condiciones. La bruja Yagá le dio de comer y de beber y le dijo que pusiera manos a la obra.
En cuanto el zarevitz Iván hubo sacado las yeguas al campo, las bestias alzaron la cola y se dispersaron por los prados, perdiéndose de vista en un dos por tres.
El zarevitz se echó a llorar, se sentó en una piedra y se durmió. 
Se estaba ya poniendo el sol, cuando llegó volando el ave rara, despertó al zarevitz y le dijo:
-Levántate, Iván, que las yeguas están ya en casa.
El zarevitz se levantó y dirigió sus pasos a casa de la bruja Yagá. La bruja gritaba muy enfadada a sus yeguas:
-¿Por qué habéis vuelto?
-¿Cómo no íbamos a volver, si acudieron todos los pájaros del inundo y casi nos saltan los ojos?
-Mañana no corráis por los prados, dispersaos por los espesos bosques.
El zarevitz Iván pasó durmiendo toda la noche. A la mañana siguicnte la bruja Yagá le dijo:
-Mira, zarevitz, si no vuelves con todas las yeguas, si se pierda alguna, tu rizada cabeza coronará la estaca.
El zarevitz sacó las yeguas a pastar, pero las bestias alzaron la cola y se dispersaron por los espesos bosques. El zarevitz volvió a sentarse en una piedra, se echó a llorar y luego se durmió. El sol se puso tras el bosque. Acudió la leona y dijo al zarevitz:
-Levántate, zarevitz Iván, que las yeguas están ya juntas. Kl zarevitz Iván volvió a casa. La bruja Yagá gritaba a las yeguas, más violenta aún que la víspera:
-¿Por qué habéis vuelto?
-¿Cómo no íbamos a volver, si acudieron las fieras de todo el mundo y estuvieron a punto de hacernos trizas?
-Bien, mañana huid al mar azul.
Aquella noche, el zarevitz Iván se la pasó también durmiendo. A la mañana siguiente, la bruja Yagá le ordenó que llevara las yeguas a pastar.
-Si se te escapa alguna, tu rizada cabeza coronará la estaca.
El zarevitz Iván sacó las yeguas a pastar, pero las bestias alzaron al punto la cola, se perdieron de vista y galoparon al mar azul, sumergiéndose en él hasta el cuello. El zarevitz Iván se sentó en una piedra, rompió a llorar y luego s durmió. El sol se había puesto ya tras el bosque, cuando llegó volando la reina de las abejas y le dijo:
-Levántate, zarevitz, que todas las yeguas están ya juntas. Procura que la bruja Yagá no te vea cuando vuelvas a casa, métete en la cuadra y ocúltate tras el pesebre. Hay allí, tendido en el estiércol, un potrillo débil y tiñoso. A medianoche, coge el potrillo ese y márchate.
El zarevitz Iván se levantó, se metió en la cuadra y se tendió tras el pesebre. La bruja Yagá gritaba furiosa a sus yeguas:
-¿Por qué habéis vuelto?
-¿Cómo no íbamos a volver, si acudieron nubes de abejas de todo el mundo y se pusieron a picarnos hasta hacernos sangrar?
La bruja Yagá se durmió y, a medianoche, el zarevitz Iván le quitó el potrillo tiñoso, lo ensilló y galopó hacia el Río de Fuego. Al llegar a la orilla sacudió tres veces hacia la derecha el pañuelo, y, por arte de birlibirloque, apareció un puente alto y bello.
El zarevitz cruzó el puente y sacudió el pañuelo hacia la izquierda dos veces, con lo que sobre el río quedó un puente muy estrecho.
Al despertarse a la mañana siguiente, la bruja Yagá advirtió que el potrillo tiñoso había desaparecido y voló en pos del zarevitz Iván. Volaba como una exhalación, montada en su almirez, al que acuciaba con el majadero, y borraba las huellas con una escoba.
Llegó al Río de Fuego, miró el puente y se dijo: “¡Buen puente!“
Pero apenas si habla llegado a la mitad, cuando el puente se derrumbó, y la bruja Yagá encontró la muerte en las llamas.
El potrillo del zarevitz Iván estuvo pastando en verdes prados, y pronto llegó a ser un caballo de hermosa estampa.
Llegó el zarevitz Iván a donde estaba la reina María. Ella salió a su encuentro, lo abrazó emocionada y le preguntó:
-¿Cómo lograste escapar a la muerte?
El zarevitz se lo contó y le dijo que había llegado para recogerla.
-¡Temo que Koschéi nos alcance y pueda descuartizarte otra vez, zarevitz Iván! -exclamó María.
-¡No me alcanzará! -respondió el zarevitz-. Tengo ahora un magnífico caballo, rápido como un pájaro.
En fin, montaron el bruto y se pusieron en camino.
Regresaba a casa Koschéi, cuando su caballo dio un tropezón.
-¿Por qué tropiezas, jamelgo famélico? -preguntó Koschéi ¿Presientes alguna desgracia?
Ha venido el zarevitz Iván -respondió el caballo-y se ha llevado a la reina María.
-¿Podremos alcanzarles?
-No sé; ahora el zarevitz Iván tiene un caballo más rápido que yo.
-No puedo consentir que se lleve a María -rugió Koschéi-, los perseguiremos.
Tras de mucho galopar, Koschéi dio alcance al zarevitz Iván, echó pie a tierra y quiso hacerlo pedazos con su afilado sable, pero el caballo del zarevitz le saltó de una coz la tapa de los sesos, e Iván lo remató con su cachiporra.
Después, el zarevitz hizo una hoguera, quemó en ella a Koschéi y esparció al viento sus cenizas.
La reina María montó el caballo de Koschéi, y el zarevitz Iván el suyo, y fueron a visitar primero al cuervo, luego al águila y, por último, al halcón. En los tres palacios les recibieron con grandes muestras de contento, diciendo:
-¡Ay, zarevitz Iván, no pensábamos ya verte! Comprendemos que te esfor-zaras tanto, pues en todo el mundo no se encontraría una mujer más bella que la reina María.
En fin, estuvieron de visita, fueron espléndidamente agasajadós y regresaron a su reino, donde vivieron felices hasta la más profunda vejez.

062. anonimo (rusia)

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