Vivía una vez un matrimonio que
tenía una hija y un hijo pequeñito.
En cierta ocasión, la madre dijo a
la chica:
-El padre y yo, hijita, nos vamos
al trabajo, cuida a tu hermanito. No salgas a la calle, sé obediente, y te
compraremos una pañoleta.
El padre y la madre se marcharon, y
la chica se olvidó de lo que le habían dicho: sentó a su hermanito en la
hierba, al pie de la ventana, y salió a la calle a jugar con sus amiguitas.
Llegaron volando unos gansos de
grandes alas, levantaron al niño y se lo llevaron por los aires. La chica
regresó a casa y vio que su hermanito no estaba. Lo buscó por todas partes y no
logró encontrarlo.
Por más que lo llamó, por más que
gritó, anegada en lágrimas, que el padre y la madre la castigarían, el chico no
dio señales de vida.
Corrió la niña al campo y vio en la
lejanía unos gansos que al poco se ocultaban tras el oscuro bosque. La chica
adivinó que las aves sr habían llevado a su hermanito, pues hacía ya tiempo que
los gansos tenían mala fama: se decía de ellos que robaban a los niños
pequeños.
La chica corrió en persecución de
las aves. De pronto vio un horno.
-Dime, horno -preguntó la chica-,
¿sabes a dónde han volado los gansos?
El horno le respondió:
Si te comes uno de mis pastelillos
de centeno, te lo diré.
-¡Como que voy a comer yo
pastelillos de centeno! En casa ni los de trigo me hacen tilín
El horno no le dijo a dónde habían
volado los gansos. La chica siguió corriendo y vio un manzano, al que preguntó:
Dime, manzano, ¿sabes a dónde han
volado los gansos?
-Si te comes una de mis manzanas
silvestres, te lo diré.
-Ni siquiera las del huerto de mi
padre me hacen tilín.
El árbol no le dijo a dónde habían
volado los gansos, y la chica siguió corriendo hasta que llegó a un río de
leche con orillas de jalea.
-Río de leche y orillas de jalea -dijo
la chica-, ¿sabéis a dónde han volado los gansos?
-Si comes un poco de jalea y bebes
un trago de leche te lo diremos -respondió el río.
-En casa ni siquiera la nata me hace
tilín.
Estuvo la chica muchas horas
corriendo por los campos y los bosques, el día tocaba a su ocaso, y comprendió
que debía volver a casa, pero de pronto vio una isba, con una ventana, que daba
vueltas sobre una pata de gallina.
En la isba estaba la vieja bruja
Yagá hilando con su rueca. Al lado, ni un banco, estaba sentado el hermanito de
la chica y jugaba con unas manzanas de plata.
La chica entró y dijo:
-Buenas tardes, abuelita.
-¡Buenas tardes, preciosa! -respondió
la bruja- ¿Qué te ha traído aquí?
He caminado por terrenos cubiertos
de musgo y por pantanos, me he mojado el vestido y quisiera secarme.
Siéntate -le dijo la bruja- e hila
con mi rueca.
La bruja dio a la chica la rueca y
salió. Estaba la chica hilando cuando salió de detrás del horno un ratoncillo
que le dijo:
-Niña, dame una cortecita de pan y
te diré algo que te interesa.
La chica dio una cortecita de pan
al ratoncillo, y éste le anunció:
-La bruja Yagá ha ido a preparar el
baño. Te lavará, te meterá en el horno, te comerá y, luego, volará montada en
tus huesos.
La chica se puso a llorar, más
muerta que viva. El ratoncillo le dijo:
-No pierdas el tiempo, llévate a tu
hermanito, y, mientras, yo hilaré por ti.
La chica cogió de la mano a su
hermanito y escapó corriendo. La bruja se acercó al poco a la ventana y
preguntó:
-¿Hilas, niña?
El ratoncillo le respondió:
-Sí, abuelita.
La bruja termino de preparar el
baño y fue en busca de la
chica. Pero en la isba no había nadie. La bruja gritó a voz
en cuello:
¡Gansos, salid en su persecución! ¡La
hermana se ha llevado al hermano!
La chia llegó con su hermanito al
río de leche y vio que los gansos volaban en pos suyo.
¡Río querido, escóndeme!
-Come un poco de mi sencilla jalea -le
dijo el río.
La chica comió la jalea y dio las
gracias. El río la ocultó bajo su orillaa de jalea.
Los gasos no pudieron descubrir a
la chica y pasaron de largo.
Los hermanos prosiguieron su
carrera. Los gansos volaban de vuelta y podían descubrirlos de un momento a
otro. ¿Dónde estaría la salvación? La chica vio de pronto el manzano...
¡Manzano, querido, ocúltame!
-Cómete una de mis manzanitas.
La chica se comió en un abrir y
cerrar de ojos una manzana y dio las gracias. El árbol la tapó con sus ramas.
Los gansos no la vieron y pasaron
de largo.
Los chicos siguieron corriendo.
Faltaba ya poco para que llegaran a casa cuando los gansos los descubrieron.
Lanzando graznidos se precipitaron sobre la chica y se pusieron a propinarle
aletazos, para que soltara a su hermanito.
La chica llegó corriendo hasta el
horno y dijo:
-¡Horno, querido, ocúltame!
-Cómete uno de mis pastelillos de
centeno:
La chica se apresuró a meterse en
la boca un pastelillo y se escondió con su hermanito en el horno.
Los gansos revolotearon unos
instantes, graznaron llenos de rabia y volaron hacia la isba de la bruja Yagá.
La chica dio las gracias al horno y
al poco llegaba a casa con su he rmanito.
Un instante después regresaron del
trabajo los padres.
062. Anonimo (rusia)
He buscado mucho este cuento!!!!, muchas gracias.
ResponderEliminargracias!
ResponderEliminarEl cuento de mi infancia :3
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