Es que una vez un tigre
andaba con hambre y salió a cazar. Lo llevó al zorro,
su sobrino, pa que lo ayude. Llegaron a una aguada y el tigre lo mandó al
zorro:
-Ésa carne me gusta. Bajate y
echalas pa este lau, despacito, que ne me vean y no se vayan a disparar.
Ya se bajó Juan y jue a atajar las
vaquillonas. El tigre eligió la mejor y la saltó. La mató, la descogotó en un
santiamén.
Áhi nomás empezó a carniar el
tigre. Iba carniando y iba comiendo despacito, de lo mejor. El zorro li
ayudaba, pero el tío no lo dejaba comer nada. Entós el zorro comenzó a pedir lo
pior de la res a ver si le daba algo, el tío mezquino, avariento:
Ya el zorro que no podía más di
hambre 'taba juntando rabia y empezó a pensar cómo se podía vengar del tigre.
El tigre le dijo que iban a
descansar un rato.
-Vos te subís al árbol a devisar
que no venga el dueño del animal u
alguna comisión, y yo me voy a tirar un ratito a dormir aquí. Cuando
descansemos, le vas a llevar este costillar a tu tía y le decís que lu ase y me
espere a cenar. Yo voy a terminar di alzar la carne.
El zorro se subió al árbol y empezó
a soplar la vejía y a jugar, como juegan los chicos con la vejía. Al pobre no
le quedaba otra cosa qui hacer.
Al ratito no más empezó a roncar el
tigre, lleno, claro, mientras el zorro se desvelaba di hambre. Era un día de
calor, de verano, y en seguida no más se secó la vejía. Áhi el zorro aprovechó
y empezó a cazar moscardones y a echarlos en la vejía. Ya la tenía comu a la
mitada
de moscardones. ¡Hijué pucha!, los moscardones hacían adentro un ruido como si
hablara gente. Entós se bajó en puntas di uñas y se la ató al tigre en las
cerdas de la cola. Se volvió a subir y empezó a decir juerte, pa despertarlo al
tigre que 'taba dormidazo:
-Di aquél -es que le dice el zorro.
Apuresé que lo van a acorralar en seguida. Peguelé hasta que le pierdan el
rastro.
¡Jué pucha! El tigre salió que se
las pelaba, alzau, qu' iba saltando churquis. Y áhi no más, cuando se le pasó
un poco el susto siente este barullo de los moscardones de la vejía, como si
hablaran muchos, cerquita. Y claro, él se créiba que eran los cazadores que ya
lo pillaban, y más corría. Disparó sin sangre toda esa tarde, y ya a la entrada
'e la noche, ya no daba más, y entós dice:
Al tirarse el tigre se rompió la
vejía de la cola y salieron los moscardones. Entós recién se dio cuenta de la
picardía que li había hecho el zorro. Descansó un rato y se volvió bramando de
rabia. Le pegó la güelta pa las casas.
Para esto el zorro había cargau con
lo mejor de la carne, con el pecho y si había ido, y li había dicho a la tigra:
Y claro, como el tigre es tan malo,
la tigra tuvo miedo, y no hubo más remedio que cumplir. Asó el pecho que 'taba
gordísimo, y después que comieron se acostaron.
A eso de la madrugada va llegando
el tigre a las casas. Ya sintió el zorro el bramido, y muy despacito salió de
la cama y se disparó y se metió en un pajonal. Áhi se puso a dormir muy
tranquilo.
Llegó el tigre a la casa y se
enteró de todo, claro, y más furioso salió a buscar al zorro pa matarlo por
pícaro y traicionero.
Güé... Ya lo saca al rastro el
tigre al zorro y al poco rato no más lo devisa durmiendo, dormidazo entre las
pajas. Si allegó en puntas di uñas y pa darle un güen julepe
ante de matarlo, agarra unas pajitas y le empieza a pasar por el hocico. Entós
el zorro si hace el ademán de correrse las moscas, y empieza a decir:
-¡Moscas pesadas que no me dejan!
Dejante qui anoche por 'tar con mi tía nu hi dormíu, no me dejan dormir agora.
Y áhi abre los ojos y lo ve al
tigre. Cuasi si orinó del julepe, pero no se perdió. Miró pa todos lados y
salió corriendo pal lau qui había una cueva. Y llegó y se zampó en la cueva. Y
lo sacó corriendo el tigre y metió la mano en la cueva y lu alcanzó a agarrar
de la cola al zorro. Y áhi le grita el zorro:
El tigre se creyó, y lo largó
entós. Áhi el zorro se metió al fondo, y se empezó a réir y a decirle:
-Pucha, qui había síu zonzo mi tío,
se creyó que era ráiz, pero era mi cola la qui agarró. ¡Ja! ¡Ja!...
El tigre no sabía cómo hacer pa
sacar a este bandido de la cueva, cuando ¡justo! va pasando un carancho, y lo
llama:
-Vení, vos, pacá, haceme de
vigilante con este preso. Cuidá la puerta y no te vais a dejar engañar porque
te voy a matar a vos tamén en cuanto te discuidís.
-Yo no sé si ti acordáis cuando
éramos amigo, pero lo mesmo me podís entretener un rato, antes que venga el
tigre y me mate. Me podís hacer ese favor, ya que voy a morir. Ya cuasi no soy
d'este mundo.
-No, no, yo no te voy a comprometer
porque soy tu amigo, pero, mirá, podimos jugar un rato. Podimos jugar a ver
quén es capaz de 'tar más tiempo con los ojos bien abiertos. Aquí tengo un
patacón326
que me encontré en el camino, y yo páque lo quero, si dentro di un rato voy a
ser finau. Yo te voy a dar a vos pa que suplás tus necesidades.
El carancho qui andaba escaso 'e
plata le aceutó el juego. A él le tocó primero, y en cuantito se puso duro, con
los ojos bien abiertos, le tiró el zorro un puñau de tierra que le tapó la
cabeza, y él salió disparando.
El carancho quedó ciego, pero al
rato, cuando se compuso, se voló, se jue de miedo al tigre porque lu iba a
matar.
Cuando vino el tigre nu encontró ni
preso ni vigilante. Lo empezó a seguir al zorro. Lu había embromau el zorro
otra vez.
Juan Lucero, 65 años. El Durazno.
Pringles, San Luis, 1950.
Narrador de aptitudes
extraordinarias, famoso en la comarca. Es analfabeto. Quedó ciego a los veinte
años y recuperó parte de la visión a los 68. En los últimos años de su ceguera
me narró un gran número de cuentos tradicionales.
Cuento 135. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini
0.015.1 anonimo (argentina) - 030
No hay comentarios:
Publicar un comentario