Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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domingo, 1 de diciembre de 2013

El tigre y el zorro .135

Es que una vez un tigre andaba con hambre y salió a cazar. Lo llevó al zorro, su sobrino, pa que lo ayude. Llegaron a una aguada y el tigre lo mandó al zorro:
-Subite, Juan, a ese algarrobo y devisá cuando vengan los animales.
Al rato no más pegó el grito Juan:
-Tío, allá viene una majada di ovejas con un capón regordo de puntero.
-Ésa es carne con lana, no me gusta. Dejalas pasar.
Al rato no más vido que venían otros animales y vuelve a decir:
-Tío, allá viene una majada de cabras con un chivato en la punta, regordo.
-Ésa es carne hedionda, no me gusta. Dejalas pasar.
-Tío, allá viene una tropilla de yeguas con un padrillo lustroso de gordo a la cabeza.
-Ésa es carne dura, no me gusta. Dejalas pasar. Ésa es carne di indio, dura y hedionda.
-Tío, allá viene una tropa 'e vacas con un toro de pella, en la punta.
-Ésa es carne con aspas, no me gusta. Dejalas pasar.
-Tío, tío, allá viene al trote una tropillita de vaquillonas gordas como pa rajarla con l' uña.
-Ésa carne me gusta. Bajate y echalas pa este lau, despacito, que ne me vean y no se vayan a disparar.
Ya se bajó Juan y jue a atajar las vaquillonas. El tigre eligió la mejor y la saltó. La mató, la descogotó en un santiamén.
Áhi nomás empezó a carniar el tigre. Iba carniando y iba comiendo despacito, de lo mejor. El zorro li ayudaba, pero el tío no lo dejaba comer nada. Entós el zorro comenzó a pedir lo pior de la res a ver si le daba algo, el tío mezquino, avariento:
-Deme la panza que naide la quere.
-No, ésa es pa mate de tu tía tigra.
-Deme unos ocotitos.
-No, ésos son pa bombilla de tu tía tigra.
-Deme el guano, que es porquería.
-No, ése es pa yerba del mate de tu tía tigra.
-Déme, entós, los cachitos.
-No, ésos son pa peinetas de tu tía tigra.
-Deme, entós, la vejía, ante que la bote.
-Güeno, ésa es pa tabaquera de tu tía tigra, pero te la guá dar.
Ya el zorro que no podía más di hambre 'taba juntando rabia y empezó a pensar cómo se podía vengar del tigre.
 El tigre le dijo que iban a descansar un rato.
-Vos te subís al árbol a devisar que no venga el dueño del animal u alguna comisión, y yo me voy a tirar un ratito a dormir aquí. Cuando descansemos, le vas a llevar este costillar a tu tía y le decís que lu ase y me espere a cenar. Yo voy a terminar di alzar la carne.
El zorro se subió al árbol y empezó a soplar la vejía y a jugar, como juegan los chicos con la vejía. Al pobre no le quedaba otra cosa qui hacer.
Al ratito no más empezó a roncar el tigre, lleno, claro, mientras el zorro se desvelaba di hambre. Era un día de calor, de verano, y en seguida no más se secó la vejía. Áhi el zorro aprovechó y empezó a cazar moscardones y a echarlos en la vejía. Ya la tenía comu a la mitada de moscardones. ¡Hijué pucha!, los moscardones hacían adentro un ruido como si hablara gente. Entós se bajó en puntas di uñas y se la ató al tigre en las cerdas de la cola. Se volvió a subir y empezó a decir juerte, pa despertarlo al tigre que 'taba dormidazo:
-Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete y ocho con el campero...
El tigre se despertó del todo y lo ve a Juan que devisaba Tejo y seguía contando:
Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve y diez con el tigrero...
-¡Juan, por favor, por vidita tuya, decime que 'tás contando! -es que le decía el tigre.
-¡Tío, tío, ya viene llegando un tigrero con una tropilla 'e perros!
-¿Déque lau vienen?
-Di aquél -es que le dice el zorro. Apuresé que lo van a acorralar en seguida. Peguelé hasta que le pierdan el rastro.
¡Jué pucha! El tigre salió que se las pelaba, alzau, qu' iba saltando churquis. Y áhi no más, cuando se le pasó un poco el susto siente este barullo de los moscardones de la vejía, como si hablaran muchos, cerquita. Y claro, él se créiba que eran los cazadores que ya lo pillaban, y más corría. Disparó sin sangre toda esa tarde, y ya a la entrada 'e la noche, ya no daba más, y entós dice:
-Que si haga lo que Dios quera -y se guastó entre unos yuyos que encontró.
Al tirarse el tigre se rompió la vejía de la cola y salieron los moscardones. Entós recién se dio cuenta de la picardía que li había hecho el zorro. Descansó un rato y se volvió bramando de rabia. Le pegó la güelta pa las casas.
Para esto el zorro había cargau con lo mejor de la carne, con el pecho y si había ido, y li había dicho a la tigra:
-Aquí le manda mi tío pa que ase este pecho. Dice que cuando esté lo comamos y nos acostemos.
-Pero, Juan, no me mintáis, cómo va a decir eso tu tío.
-Güeno, lo crea u no lo crea, así lu ha dicho y usté sabrá si va cumplir u no las órdenes.
Y claro, como el tigre es tan malo, la tigra tuvo miedo, y no hubo más remedio que cumplir. Asó el pecho que 'taba gordísimo, y después que comieron se acostaron.
A eso de la madrugada va llegando el tigre a las casas. Ya sintió el zorro el bramido, y muy despacito salió de la cama y se disparó y se metió en un pajonal. Áhi se puso a dormir muy tranquilo.
Llegó el tigre a la casa y se enteró de todo, claro, y más furioso salió a buscar al zorro pa matarlo por pícaro y traicionero.
Güé... Ya lo saca al rastro el tigre al zorro y al poco rato no más lo devisa durmiendo, dormidazo entre las pajas. Si allegó en puntas di uñas y pa darle un güen julepe ante de matarlo, agarra unas pajitas y le empieza a pasar por el hocico. Entós el zorro si hace el ademán de correrse las moscas, y empieza a decir:
-¡Moscas pesadas que no me dejan! Dejante qui anoche por 'tar con mi tía nu hi dormíu, no me dejan dormir agora.
Y áhi abre los ojos y lo ve al tigre. Cuasi si orinó del julepe, pero no se perdió. Miró pa todos lados y salió corriendo pal lau qui había una cueva. Y llegó y se zampó en la cueva. Y lo sacó corriendo el tigre y metió la mano en la cueva y lu alcanzó a agarrar de la cola al zorro. Y áhi le grita el zorro:
-¡Tire, tire, tío tigre, que 'ta tirando una ráiz de tala! ¡Haga juerza que ya saca la ráiz!
El tigre se creyó, y lo largó entós. Áhi el zorro se metió al fondo, y se empezó a réir y a decirle:
-Pucha, qui había síu zonzo mi tío, se creyó que era ráiz, pero era mi cola la qui agarró. ¡Ja! ¡Ja!...
El tigre no sabía cómo hacer pa sacar a este bandido de la cueva, cuando ¡justo! va pasando un carancho, y lo llama:
-Vení, vos, pacá, haceme de vigilante con este preso. Cuidá la puerta y no te vais a dejar engañar porque te voy a matar a vos tamén en cuanto te discuidís.
Al rato no más lu ha comenzau a hablar el zorro al carancho, con voz muy fina y amable:
-Yo no sé si ti acordáis cuando éramos amigo, pero lo mesmo me podís entretener un rato, antes que venga el tigre y me mate. Me podís hacer ese favor, ya que voy a morir. Ya cuasi no soy d'este mundo.
El carancho no lu atendía, pero tanto lu habló el zorro que le dio lástima y al fin le dijo:
-¿Qué se ti ofrece? Pero, ¡nada de salir!, porque te voy a matar.
-No, no, yo no te voy a comprometer porque soy tu amigo, pero, mirá, podimos jugar un rato. Podimos jugar a ver quén es capaz de 'tar más tiempo con los ojos bien abiertos. Aquí tengo un patacón326 que me encontré en el camino, y yo páque lo quero, si dentro di un rato voy a ser finau. Yo te voy a dar a vos pa que suplás tus necesidades.
El carancho qui andaba escaso 'e plata le aceutó el juego. A él le tocó primero, y en cuantito se puso duro, con los ojos bien abiertos, le tiró el zorro un puñau de tierra que le tapó la cabeza, y él salió disparando.
El carancho quedó ciego, pero al rato, cuando se compuso, se voló, se jue de miedo al tigre porque lu iba a matar.
Cuando vino el tigre nu encontró ni preso ni vigilante. Lo empezó a seguir al zorro. Lu había embromau el zorro otra vez.

Juan Lucero, 65 años. El Durazno. Pringles, San Luis, 1950.

Narrador de aptitudes extraordinarias, famoso en la comarca. Es analfabeto. Quedó ciego a los veinte años y recuperó parte de la visión a los 68. En los últimos años de su ceguera me narró un gran número de cuentos tradicionales.

Cuento 135. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini

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